Por Renzo Brusco*
Crédito de la foto el autor
Y todo fue espesura.
5 poemas de Renzo Brusco
Rostro purificado
Tú dijiste: «La belleza es un dócil revólver»,
y te echaste sobre la cama como si tu espalda cantara algo
que quisieras callar. Algo irreparable. Te vi entonces como una flor
saliente del diseño, una flor perseguidora nadando en lo más hondo
de los mundos medulares, destinada a la melancolía de un sueño acuático
y labial. Luego me apuntaste o te apunté yo, brillante como un voltaje
de risa insólita, incontenible, y todo fue espesura.
Cayeron la nieve y los truenos,
los camiones que cruzaban la helada sin recogernos.
Cayeron las noches, también, todas juntas,
acariciando el hambre de estar convencidos
de un dolor que, vagando o arrastrándose, lo podría todo,
y por un instante pertenecimos a ese sueño:
nuestros rostros, tan secretos, reflejándose en el hielo.
No, no era la belleza, ni el descubrimiento de la belleza.
Tampoco la contemplación del amor.
Solo rostros delicados, inundados en las latitudes entumecidas
de la fiebre y la esperanza.
La hoja
La hoja, al caerse, practica una hoja suspendida:
insatisfecha, agotada de caminos y episodios pasajeros
o rudimentarios, no se abandona jamás a su descenso
y propone así la inconformidad de su estado, quizá de su especie,
forzándose una condición que otras hojas habrían también de imitar,
llegado el debido momento, y se prende violentamente en llamas.
Pero hay también un árbol encendido en los límites ventrales de la hoja,
una corteza, una savia de piadoso dulzor que la atraviesa,
y hay también un fuego que crece en la misma dirección del árbol,
compartiendo su velocidad, su fuerza, multiplicándola, asiéndola de todas
sus pretensiones y memorias: los resquicios de una vieja reverberación.
Luego una lluvia que lo recubre todo y me regresa del sueño.
Desde mi ventana observo el milagro: todo me resulta
ahora más homogéneo, más convergente, y la impaciencia
se erige en mí como en un animal horriblemente sanguíneo.
Rompo los vidrios, los atravieso, y temblando de furia
voy acercándome tenue hacia la tierra mojada.
Solo me acerco hacia la tierra mojada y la palpo,
la advierto nueva, temerosa, quedamente la siento fundirse en mi piel
al hacer contacto con ella, y sé también que un fuego me ha recorrido.
Una trayectoria magnífica, la verdadera fuente de esta celeridad
en mis nervios y en mis venas. La estoy buscando.
La estoy rastreando de regreso, pero a su vez la evito.
«¿Dónde está el árbol?», me pregunto. El árbol de hermosa familia.
Y siento en mi propio vientre el movimiento de una, veinte, cien,
mil, innumerables hojas símiles entre sí, innumerables crujidos
y solo un rumor que ahora mismo reconozco: mi sangre,
mi sangre entre la lluvia, mi sangre ahora inextinguible
regando mis pies, la tierra alrededor de mis pies revoloteada,
mientras voy recordando, atento, los candores de mi sueño.
Recogimiento en la clandestinidad de unos vidrios esmeralda
A la madrugada amnésica del 83 en los ojos de Joan Miró
que nunca conocimos (y no es esto lo que más te duele)
Ceniza, cielo, aeroplano: notas de la madrugada… Ceniza y debes irte, llegarás tarde al trabajo. Y una mirada en el alféizar, una lámpara de colores que se ha fugado a nuestras manos. «No quiero ser feliz», replicas, «no siempre, solo lo necesario para que me veas y sepas que aún estoy aquí». Pero estás aquí. Los órganos de la ceniza, ciudad y árboles, amaneceres eyectados bordeando los labios de ceniza en la ceniza misma, árboles y madrigales, ladridos a las 6 de la mañana y debes irte, llegarás tarde al trabajo, llegarás tarde otra vez. Pero estás aquí. El alféizar estrellado, la humareda que avanza entre intersticios y ciertas tonalidades adherentes que nos hacen olvidarnos de los rostros. Tú: ojo birlado. Tú: lágrima arraigada, pétrea visión de la quema, ábrete en el rostro y lávalo. Tú: rostro emblandecido, lava tu cuerpo que te mira y llévanos a alguna parte. El corazón de la ceniza, ahora se sabe, abarcó los últimos renglones, viejas monedas perdidas al azar y algunos vasos con agua tomados a medias, muy por encima del nivel del torso —y quizá un tanto más—. Sácanos de aquí. Ahora que te vimos nacer, también nosotros retratamos a la muerte, por lo menos, hasta que anidemos sobre el lomo de algún pájaro y así calle. Ceniza, cielo, aeroplanos y aeroplanos, por fin su gravedad absuelta de toda inclinación solar, en plena disposición para aterrizar sobre la nieve. Sobre los duros picos que equilibran la armadura de los soles y la nieve, vista más allá de tus ropas, digamos, como sombrías góndolas que se alejan de nosotros, con nosotros, fuera de las tenues aguas. Pero estás aquí. Y un corazón de reemplazo en la maleta: alarmas de intercambio. Madrugada de manos, madrugada arrastrada celeste entre las manos, tus parpadeos que fisuran la nada. Y dónde es eso. Y dónde es eso. La soledad de las sillas, de las ropas, de los escritorios lentos, ha sido traspuesta. Mas no estuvimos solos cuando el incendio, eventualmente, abandonó la casa, entonces decías: «Aquí no dormiré, aquí naufragarán extranjeros y los pájaros nacerán de la boca de otro pájaro». Los aeroplanos, uno tras otro, librando en el cielo la arquitectura de lo que ya no es audible, y tú devuelta en esa vieja media lumbre de: «Y dónde es eso. Y dónde es eso». Yo siguiéndote: «Ceniza —a la manera de Zukofsky— que solo tú oyes pero que yo abrazo». Notas del día nada qué comer, notas de la tarde no mendigaré, no más, notas de la noche me está temblando el pulso: ¿quién te embellecerá tras la catarsis? No un hombre de ceniza, no un señuelo de la libertad, y menos aún la prudencia, es lo que me sostiene en este peregrinaje de dedos, buscándote entre pequeños cortes esmeralda. Verdaderamente todo lo que busco está afuera: tu ciudad y mis árboles, tus árboles y mis roedores, tus roedores domesticados al calor de ciertos fogones vagabundos. Tarde, siempre tarde para hacer la compañía. Y es que te busco vergonzosamente, pregunto por ti en los callejones más inundados y a las horas más absurdas: gritándote otro nombre, delineándote otro rostro, otra mejilla, otra piel, abarcándote en paisajes excesivamente húmedos o definitivos, demasiado bellos para guardar el viento y los tejados: así habré de hallarte, solo así, estoy más que convencido. Donde yo estoy.
(de Carne Arrojada)
Ideas
qué necesidad
vejación y loores suyos
ahora
pesan
como el aire –ideas
blandas hojas, telepáticas en torno
a la única belleza de un árbol que no yace –ideas
mis pulmones suavemente
(qué necesidad)
las despiden
Crónica porteña de un amor pop en 6 micro-folletines
1. Supón que franquearas esa puerta (o harbinger of day!
o light of the pilgrim!) y qué si no descollas el
je ne sais quoi tu non plus ultra ese risqué de terciopelo alado
o el negrísimo omelette sobre el blandujo lomo de ciento
veinte bueyes magros (en adagio) dando tregua al horizonte.
2. Supón que la puerta es de papel y mi casa sea tu casa mientras
one hand ocupe el cigarrillo y on the other hand también
el hielo sea asequible (ecce Deus fortior me,
qui veniens dominabitur mihi)
entonces the mind is like a butterfly y mi cerebro
una casa pletórica de larvas retorciéndose
en el más purito amor.
3. Supón que no podría notar la diferencia y ahí sí
(mais priez Dieu que tous nous vueille absouldre!)
la puerta fuese una especie de árbol inconexo,
antepuesto –stricto sensu– a certidumbre toda.
Padecemos: els llavis a les natges de claredat lunar –padezco yo,
áureo borborigmo screamin’ headless chicken pickin’ antonioni
está con circe (en sus maneras), delicatessen kabuki sounds
& music-edelic kitsch de bon vivant en las visiones
de candaules, gunfias de morgana le fay,
sine qua non el flâneur de las alburas oldfashioned
de melones en regalia: scientia sexualis (kaput a su continuum),
mas áureo, pastrano borborigmo: yomiuri shimbun salivará.
4. Supón que atravesaras dicho árbol dichosamente incognoscible
y mnemósine cracking all day long tus oleadas de piel
are for my mouth forever, I am in love with it
y toda esa sal en mis pestañas, supón
que el árbol cruce alturas con mi pecho, mis viejas
costumbres –mis artes– pulmonares, y me entiendes a lo lejos
les anges de ma bouche les soldats de ma bouche
y como solo el audaz bebe el placer,
de palabras tuyas bouche ouverte, tête nue
bebo y bebo.
5. Supón que tanto invierno sea promesa (and death
shall have no cebollas) y a tu regreso, ¿te hablará por mí
ese rebaño de putitas taciturnas? tu casa ya es mi casa
en la raspútitsa, en la wehrmacht, ¿te hablarán
del frasco de café, del aro de 35¢, del puñado de cabellos?
mais un filet d’amour survit à la défaite :
¡onzas de amor, pulgadas de amor, líquidos de amor,
amor a caballo, a pie, mural, sin diámetro!
and death shall have no cebollas y ten, debidamente,
en cuenta la forma en que trazamos líneas paralelas,
superpuestas (Deus ex machina) los labios sin vermú dans le boudoir
ya discurren doctrinales, pájaros con plumaje de erosión (circa 1799).
Ante eso: lasciate ogni speranza en la hoja,
en cada una, abandonad toda esperanza
lasciate ogni stanza.
Supón que tanto invierno sea vergüenza,
supón que tanto invierno sea el fuiste por mi culpa
golondrina entre la nieve. Oh mejor nec spe nec metu
deslicemos la vía láctea bajo el swingin’ nuthin’ goyeneche
cantaríalo mejor pero goyeneche no lo cantaría:
las minitas animadas a la gurda ya no gimen, ya no estallan
ya no nada sobre ausencias mi duodécima
costilla spenderiana.
6. Supón que vinieras cuando el sol
acariciando esté mi faz, y no habría duda.
Sigue en tu sueño incomprensible:
com Deus me deito,
com Deus me levanto.
Y sin apuros.
(poemas inéditos)