Por José Kozer
Crédito de la foto www.otrolunes.com
Y aquí termina esta historia,
poema de José Kozer
El aguafuerte de Goya, en lo visual de todos
conocidos, Época Negra,
alcanza a ojos vistas la
pared de enfrente, rebota,
su contenido deshecho
cae al suelo, reguero
de abalorios negros
triturados (vaciados
de contenido): la
carcoma lo invade,
y como todo perece,
aquella actividad no
tiene nada de particular,
más allá de lo evidente
desaparece.
Las monjas mercedarias consternadas
blanquean la pared,
entra en escena el
andamio, el estropajo,
la brocha gorda, el
palo largo de enjalbegar,
el atrio huele a cal viva,
caen goterones al suelo,
rebotan, dan remate al
aguafuerte de Goya.
Sordos célebres Beethoven y Goya, entre los
ciegos a partir de
Homero Milton y
Borges, cubanos
célebres El Caballero
de París, el Bobo de
Abela: grandes
industrialistas los
Krupp, compinches
de Hitler, con Stalin
dos de los mayores
autócratas de la
Historia Moderna,
ahí no acaba todo,
considerad la
existencia los mil
y un tiranuelos de
Corea a Azerbaiyán.
Me inmiscuyo, soy incorregible, quiero celebrar
el negro humor de Goya,
sus aguafuertes, y de
paso los tallados en
madera religiosos,
pinturas al óleo, el
constructivismo, los
murales mexicanos
ñangarones: la
muchedumbre que
acude a los museos,
venera a Manet, lo
confunde con Monet
ah admira los ojos de
Picasso, su estatura
de pintor (era casi un
enano que apenas
levantaba un palmo
del suelo) chitón.
Crítico no soy, criticón bastante, y yo que tanto
critico del salón en el
ángulo oscuro me
aplicaría el chitón
anterior, callara: y
menos me extraviara
complicándome la vida,
a la chita callando o
tomando las de
Villadiego borraría
mis huellas
caminando sobre
las aguas: viviría un
silencio monástico
entre dos, me iría a
Vermont, lo prefiero
a China, ropa holgada,
buen café, practicar
ikebana y la ceremonia
del té: atenerme al
wu–wei, reconocer
al instante el mono
no aware, tener un
bosquecillo de bambú,
a la tarde sin falta jugar
con Guadalupe al Go,
perder.