Volveremos a simular que despertamos. 7 poemas de Marina Casado

 

Por Marina Casado*

Crédito de la foto la autora

 

 

Volveremos a simular que despertamos.

7 poemas de Marina Casado

 

 

Nueva Orleans

 

Recuerdo cuando fuimos inmortales.

La luz de media tarde

desparramaba sus cabellos de oro

sobre el sofá.

La vecina del cuarto, aquella niña llamada Mara,

canturreaba una canción de plastilina

en los oídos de las hadas

que nunca se atrevieron a buscarnos.

Mara tenía la mirada bovina

y una ancha sonrisa confiada y patética

colgando con lustrosa placidez de las mejillas.

Alguien hablaba de Nueva Orleans.

Yo imaginaba las trompetas conviviendo

con las luces rojizas de los bares,

sombreros desgastados, calles amargas

perfiladas de risas en el anochecer.

 

Han pasado los años.

Ahora nadie conocerá jamás Nueva Orleans,

herida por aquel huracán

de principios de siglo.

Dicen que la trompeta de Louis Armstrong

apareció semienterrada en la mandíbula de un río,

que los últimos muertos se reunieron al caer la tarde

para manchar sus voces negras con la sangre del jazz.

Yo no los pude ver, pero sentí una luz de acetileno

naufragando en mis labios.

 

Recuerdo cuando fuimos inmortales:

Mara, Nueva Orleans y yo.

Corría el año 1995.

Me han contado que Mara se hizo boy-scout

y dejó de cantar para las hadas inexistentes.

Imagino sus ojos de cordero enlutado

contemplando la luna,

la misma luna que en Nueva Orleans

salpicaba las calles amargas de los negros

en el tiempo en que todos éramos inmortales.

 

(de Mi nombre de agua)

 

 

Nocturno

 

Y este insano deseo de escapar

con una daga anclada en las costillas,

y este rumor vacío de calaveras a contraluz

que me invade mientras la noche afila mis heridas,

cuando cerrar los ojos ha de ser un viaje

a las llanuras huérfanas de tiempo

donde un día vivimos, dimos la mano al sol,

respiramos con los pulmones de par en par,

soñamos.

 

A las doce, la carroza imposible

volverá a transformarse en una calabaza.

Y yo tendré que regresar a mi sarcófago

mientras la vida gira en remolinos multiformes

y chorrea infinitos que no me pertenecen.

 

La madrugada impone su habitual psicosis aterciopelada.

Mañana volveremos a simular que despertamos.

 

 

 

En la ciudad del viento

 

Los barcos

las gaviotas

el olor a pescado fugitivo

los cuatrocientos marineros incorpóreos

exudando vapores de poniente.

 

(Bésame, amor, por las calles del frío;

por estas escaleras en las que nos dejamos

los harapos del alma. Bésame con estambres

que despedacen las desilusiones.

Bésame más allá del calendario.)

 

Los gatos embrujados

el viento

las alcobas

Las previsiones nos anuncian

que mañana

tampoco alcanzaremos veinte grados.

 

(Búscame, amor, por dentro de mis ojos,

donde llevo tres muertes engarzadas

—una constante como un desierto inmóvil—.

Para cuando me encuentres, el río que miramos

habrá desorientado todos nuestros caminos.)

 

Otra vez los billetes

el tranvía imposible

colgado de una esquina de la tarde

La luna

La luna igual que un mundo

La luna en tus pupilas

a una distancia quieta

de dos milímetros y medio.

 

(Suéñame, amor, si algún día te marchas,

bailando por las calles amarillas,

pensando que nos quedan más vidas que trazar,

aferrada a tus labios

en la ciudad del viento.)

 

(de De las horas sin sol)

 

La poeta Marina Casado

 

Toda la luz

 

No había conocido aún las espinas del mundo.

Dentro de aquella mano, grande como un tumulto

de golondrinas viejas,

fui una niña coleccionista de veranos,

tendente a la melancolía,

que soñaba con hadas y temía los años

en los que nadie pudiera protegerme.

Cuando miro mecerse las hojas de los árboles

en los columpios amarillos que levanta el otoño,

los escombros de una ciudad atardecida,

siento en mi mano todavía

la sombra de su mano,

regalándome, como entonces,

toda la luz.

 

 

 

Los gritos caídos

 

Tengo un amor como tengo la noche,

de esa forma compleja y olvidada

en la que se desatan las espigas.

Tengo tu nombre al borde de la boca

y tengo un miedo tenaz a pronunciarlo

sin llenarme la sangre de septiembres.

(Septiembre a veces se confunde con un acantilado).

He visto mundos fabulosos en tus ojos,

besos, barcas, libélulas.

He invadido los bosques de tu ausencia

solo por un instante.

 

Tengo un amor como tengo una muerte

y los dos se parecen en las manos vacías,

en su forma sutil de acantilado.

Mi voz es alta y soñolienta igual que las espigas

y te grita en silencio,

sin pronunciar tu nombre arrasado de miedos,

bajo la bóveda implacable de la noche.

 

 

Paseo de los Tristes

 

Aquí tu sonrisa se parece a la muerte.

El humo ocre de los árboles deposita un reguero de sombra

en los charcos de luz que proyecta el crepúsculo

sobre el Darro.

Aquí tu sonrisa tiene la forma exacta

del final de mi vida.

 

La última vez que contemplé la Alhambra

tendida en el ocaso, como ahora,

llevaba una chaqueta de piel marrón

–me lo susurran las fotografías–

y mi padre soñaba buscando

el nombre de los pájaros.

Lo acompaña una música árabe en el recuerdo

y el cansancio amarillo que desgarra a los desaparecidos.

 

Tengo el cabello liso como entonces

y un amor que amenaza con salirse del pecho

y una tristeza honda bailando con la noche

que se refleja dentro de tu sonrisa.

El ronroneo de los árboles anémicos

dibuja una promesa de eternidad.

La vida se termina

al borde de tu boca.

 

 

 

Legado

 

De la voz se me escapan otras voces

que ahora encuentro mías

y lo comprendo:

somos todos los muertos

que nos amaron.

 

(de Este mar al final de los espejos)

 

 

 

 

 

*(Madrid-España, 1989). Poeta y ensayista. Periodista por la Universidad Carlos III de Madrid (España) y doctora en Literatura Española. Profesora de Lengua Castellana y Literatura en la Comunidad de Madrid y colaboradora habitual en El País con reportajes sobre el Madrid literario e histórico. Ha obtenido el Premio Carmen Conde, el I Premio del VII Certamen de Poesía Rafael Morales y el Primer Premio del Certamen de Relato por el XX Aniversario de la UC3M (Universidad Carlos III de Madrid), el Primer Premio del VI Certamen Literario SER Madrid Sur y el del XV Certamen de Relato Corto Eugenio Carbajal, así como ha sido finalista del Premio Adonáis de Poesía en 2018, 2019 y 2020. Ha publicado en poesía Los despertares (2014), Mi nombre de agua (2016), De las horas sin sol (2019) y Este mar al final de los espejos (2020); y en ensayos El barco de cristal. Referencias literarias en el pop-rock (2014) y La nostalgia inseparable de Rafael Alberti. Oscuridad y exilio íntimo en su obra (2017).

 

 

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