Por Silvina Mercadal*
Crédito de la foto Prebanda
Variaciones Fabre (2019).
El país de las larvas
Para Héctor Libertella la literatura hermética puede ser considerada también una estrategia y una política del signo, a la que asocia una serie de procedimientos —grotesco, burla, mímesis, pastiche, entre otros. En Variaciones Fabre de Mauro Césari** tal política convoca su fantasma, es decir, el signo que lo precede, e instaura la escena que hace posible su aparición.
Una pequeña fórmula orienta este recorrido por el país de las larvas: luego de la imagen de Jean Henri Fabre en su laboratorio —fotografiado por Nadar— el poema introductorio, la sección “La espera del huésped” abre con la cita de Marcel Duchamp “A guest + a host = a ghost”. Por lo que cabría preguntar ¿Qué es un fantasma para Césari? Una prótesis alucinatoria, una ligadura fósil, un vapor vibrátil de letras, un huésped tan ininteligible como los insectos.
La escena que invoca el fantasma es la de “El homero de los insectos” —tal como Maurice Maeterlink denominó a Fabre—: autor de una decena de estudios y experiencias sobre los insectos que reunió con el título de Recuerdos Entomológicos. En el referido ensayo la figura de Fabre es la de un observador de lo viviente, y a la vez de un mago que sortea las estériles nomenclaturas del tratado entomológico para dar paso a una visión que trastorna el pensamiento.
“El insecto —escribe Maeterlinck— ofrece algo que parece no pertenecer a las costumbres, a la moral y a la psicología de nuestro globo. Se diría que viene de otro planeta, más monstruoso, más enérgico, más insensato, más atroz, más infernal que el nuestro. Parece haber nacido en algún cometa salido de su órbita y muerto loco en el espacio”.
El insecto Alien acechado por las observaciones de Fabre es el signo vibrante que revela un mundo, acrecienta de manera inconmensurable lo desconocido, y así amplía el enigma impenetrable que atraviesa lo viviente. Para hacer posible tal revelación, abrir ese abismo, explora los pensamientos secretos de la naturaleza y enseña a comprender los límites del pensamiento humano. Para nuestra especie centrada en un ego patológico, Fabre propone una tecnología del yo insospechada: ver en lo que vive los límites del cogito.
Césari instala el gabinete de mago en la letra de Fabre y transporta señales vivientes hacia el grafo. Se inventa un procedimiento: “Mi método es de extrema sencillez. Basta que el/ nacimiento de los insectos/ (su venida a la luz) ocurra en un sitio que intenta/ establecerse”, e incluso refiere ciertos experimentos. En verdad parece construir pequeñas maquetas o plataformas de observación, las que hacen aparecer lo imprevisto: un moscardón desova en el pico de un pájaro muerto, así se ve “la bolsa de clara de huevo al sol”, de un percutor mana “¡la letanía de arcilla blanca de los insectos!”, una vaina tabicada en varios pisos “forma la celda de una nueva larva”.
En estas prácticas en las que “ver es más bien una visión” se descubren arquitecturas fantásticas hechas de insólitas galerías, gajos tabicados, canales de madera, o bien el paisaje acústico que traza la máquina animal en el cumplimiento de un “oficio que nadie le ha encomendado”: “aserrar, romper, desprender, levantar, sacudir, cambiar de lugar…”
La sección de los bio/grafismos o el “Libro de insectos” está precedida por lo que Lorenzo García Vega escribe a Césari: “Por la noche, sin nada que hacer y sintiéndome muy cansado, recibo tus prótesis para fantasmas. Con esta prótesis aumenta la pesadez de la noche mientras me parece que podría delirar con un libro escrito por insectos”.
Césari acomete la tarea —o la tara— de escribir ese libro. A diferencia de Mirtha Dermisache, practicante del grafismo a-sémico, cuya operación consiste en el desmontaje del soporte y la exhibición del grado cero donde importa el trazo que sustituye el sistema de los signos, aquí el grafismo se torna aún más extraño, pues se compone movimientos, trayectos, virajes que observados con detenimiento conducen a una espuma, capullo o madriguera indescifrable.
Los grafos que nada dicen, dicen algo incomprensible, la letra insecta se inserta en tanto materia viviente y su vocecita inaudible raspa la página al ras. El grafismo ilegible se torna aliado del arte del destronamiento, pues en tanto “precipitado de visibilidad” (César Aira) muestra que el vaciamiento de la red significante puede comportar un trance, temblor antenal del sensorium, pasaje a otra dimensión, espacio exterior microscópico —aunque alógeno— que participa de nuestro vasto mundo.
El autor presenta Variaciones Fabre como una autobiografía e instala ahí el enigma. ¿De qué manera pueden los recuerdos (entomológicos) de otro convertirse en propios? En “Notas a los registros de campo”, escribe:
El desierto es mi Mantis (mi religue).
Acá las huellas dejan ancestros a su paso.
Por lo contrario,
sintonizamos el mismo cuadro expuesto
a los embragues múltiples,
aunque en su contenido larve ración apenas suficiente.
Se trata quizás de seguir las huellas, las interminables procesiones del insecto, en un mismo acto de observación que anula el tiempo y despliega el espacio al infinito, o frente a la gran Mantis desertar hacia la ración de las larvas, un alimento para la mente —no para la Mantis.
El libro —editado por Prebanda en la colección Plaza Sintagma— tiene un postfacio alucinatorio del poeta Nahkar Eliff con diversas y multiformes derivas, incluida una concepción de la escritura como magia simpática, que recusan toda síntesis. “Por entomólogos como Césari —escribe— captamos que los insectos son los primeros travestis, como aquél cangrejo con peluca que Jacques Cousteau testimoniara para la cámara. Como cualquier trans el insecto no está en un medio, sino que es ese medio que, a su riesgo, sin cuento, produce. Los signos aquí presentes se invisten de rizados, pelucas vibratorias, antes de entregarse, civiles, al blanco de la página”.
Los signos rizados se inscriben a su vez en la gran tradición del barroco latinoamericano. Para Severo Sarduy son la evidencia de un saber pulverizado, “un saber que sabe que ya no está apaciblemente cerrado sobre sí mismo”, dicho de otra manera, el signo insecto se aparta de todo saber, así como Fabre consagró su vida a escrutar sus secretos, la ciencia lunática del poeta consiste en preparar el trance para reconocer lo incomprensible.
*(Córdoba-Argentina, 1971). Poeta y docente en la Universidad Nacional de Villa María (Argentina). Ha publicado en poesía Nupciario (2007), Acuario de la morsa (2009), Un bosque oriental (2010), Las aventuras de la piña monstruo (2013), La cautiva, alucina (2016), La esquina del fresno (2016), Orange (2017) y Célibes liebres y Aurora o la flor de oro (2019).