Esta nota fue publicada originalmente por su autor en la revista limeña Amauta, nº 21, en febrero-marzo de 1929. La misma ha sido compartida por el poeta Reynaldo Jiménez, a quien le agradecemos su difusión.
Por: Gamaliel Churata*
Crédito de la foto: www.paginaslibresusa.blogspot.pe
Rescate: Reynaldo Jiménez
Valores vernáculos de la poesía de Eguren,
por Gamaliel Churata
En este paradójico país más que la misma producción literaria, su crítica ha sufrido de cirrosis portuaria con algunas incoadas purgaciones europeizantes. Así Federico More pudo decir de González Prada que fue el menos peruano de nuestros escritores cuando tan sencillo le resultaba expresar que era el más antilimeño de todos. No extraña, pues, que a Eguren se le depare un andamio escandinavo o satánico.
De la poesía de Alejandro Peralta se dijo que era europea y hasta hubo quien lo creyó colonial. A Mariátegui, por hablar con tono resabido y exhibir trabajo disciplinado se le ha negado, más de una vez, experiencia peruana.
Por tanto, al poeta de la Canción de las Figuras no hay homeópata que le sane la purgación exótica, y es, ha sido y posiblemente siga siendo el más extraño y desconcertante lírida de este país desconcertado. Y eso que Eguren ha escrito en “Colonial” la poesía de sabor neoespañol por excelencia, neoespañol, colonial o virreinal, como se quiera, y en este concepto tendría derecho a que se le juzgara con más sentido de realidad que sentimiento libresco. (Jorge Basadre ha enseñado a distinguir entre sino histórico y mito mestizo.)
Porque no es del caso que el uso de una constante toponimia nórdica, haya sido causa suficiente para arrastrar el ancestro del poeta a las más apartadas regiones de la antropolía cuando para hallarlo raro, misterioso, sibilino, bastaba capiscarle el llauto bajo la melena ensortijada de cazador de figuras. Para nada se examinó la raíz oculta, el sino histórico, el protoplasma de su intención estética; se creyó más donoso juzgar que el dato erudito, el moroso deporte a través del libro de aventuras había forjado su visualidad extraordinaria, y no se quiso pensar en el influjo que sobre él había ejercitado el imperio de la Naturaleza…
Acaso sin buscarlo —y es como se da el verdadero creador— Eguren escribió en “Los Ángeles Tranquilos” una linda y fresca poesía aymara. Poesía de tierra empapada, remojada por lluvias tempestuosas de verano; poesía de ala húmeda, de corazón esponjado, de sierra y de andinismo… Pasa la tempestad batiendo hierro de aire filo en lo bigornia de la cordillera, mientras waiños y pinkullos cantan la soledad aurora. ¡La soledad aurora!
He aquí una síntesis verbal digna de artista tiawanaqu. Y qué verídica exactitud de naturaleza andina. Los ángeles tranquilos, no son otros que los achachilas —los gnomos— de las pajchas que, desde el viento paridor del agua, contemplan el vendaval, la soledad aurora.
En mayores renglones la excursión se haría sorpresiva tentando una interpretación vernacular de la poesía de José María Eguren; cuya americanidad o peruanidad, sólo podría ponerse en duda cuando despejáramos el camino de un venerable ídolo: don Ricardo Palma, considerado el mejor escritor peruanista, y que sólo es, sin embargo, el mayor castellanista de América…