Vallejo y Mallarmé, por Xavier Abril

 

El presente texto fue republicado en la Revista Literaria de la S.E.Ch. (Revista Literaria de la Sociedad de Escritores de Chile), año IV, N°8, de setiembre de 1960, pp. 71-72

 

Por: Xavier Abril

Crédito de la foto: Archivo MP

 

Vallejo y Mallarmé

I

ANTENOR ORREGO afirmó, respondiendo a mi tesis sustentada en el Simposium dedicado al estudio de la poesía de César Vallejo, por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, de la República Argentina, el mes de agosto de 1959, que el poeta había leído de joven algunos de los poemas de Mallarmé que figuran en las publicaciones de la época en que Vallejo vivió en Trujillo o sea el período que abarca desde fines de 1914 hasta 1918. Recordó Orrego, concretamente, placet futile, traducido con el título de Siglo XVIII por Eduardo Marquina y publicado el año 1912 en la obra La Poesía Francesa Moderna, antología ordenada y anotada por Enrique Diez-Canedo y Fernando Fortún, subrayando, de paso, el hecho significativo de que Vallejo solía repetir de memoria, en las veladas del grupo, dicho soneto como muy de su agrado. Asimismo, recalcó en la referida circunstancia, que olvidó mencionar el nombre de Mallarmé en el prefacio de “TRILCE”, debido, sin duda, a la prisa que tuvo en escribirlo, de un lado, y al requerimiento urgente, de otro, con que se lo solicitó Vallejo, desde Lima, para publicarlo al frente del libro que a la sazón se hallaba en prensa Orrego agregó que leyó la obra en ls galeradas que le remitió el poeta para el cometido indicado.

Es de sumo interés el valioso testimonio de Orrego, quien, como se sabe, fue el orientador espiritual y literario de Vallejo en la fase primera de su formación poética. Para mí tiene, además, el juicio del ensayista, la virtud del esclarecimiento de un fenómeno acerca del cual la crítica estaba a obscuras. De ahí el desconcierto demostrado por algunos especialistas ante el enfoque probatorio que hice de la influencia básica y determinativa de Una jugada de dados en Trilce, así como de su eco parcial, pero substantivo, en Poemas humanos.

 

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El poeta Stephan Mallarmé

 

La intervención de Orrego en este asunto, planteado por vez primera, que yo sepa en el libro que dediqué al estudio de la poesía de Vallejo el año 1958, sitúa el problema en sus justos términos. Su autoridad le confiere a mi análisis una perspectiva mucho mayor de lo que había sospechado en un principio. El veraz aporte del crítico significa una enseñanza al mismo tiempo que desvanece y pone en evidencia la fragilidad de ciertos puntos de vista, a todas luces indocumentados, negadores audaces de la evidente influencia mallarmeana en la obra poética de Vallejo.

Siguiendo el curso de mis investigaciones en torno a la misma cuestión del vínculo estético de Vallejo con Mallarmé, he descubierto, últimamente, la huella de éste en tres poemas de aquél, pertenecientes a Los Heraldos Negros. Ellos reflejan ciertas imágenes ―transformadas, desde luego, en el proceso de la asimilación―, de las composiciones de Mallarmé recogidas en revistas y antologías de la época. De la obra de Diez-Canedo, que fuera la primera fuente informativa que tuviera Vallejo de la poesía francesa, tomó, como lo he probado en mi obra aludida, el verso de Samain que integra el poema LV de Trilce. EL hallazgo de que voy a tratar pondrá al descubierto el apego y la proximidad de Vallejo a Mallarmé. Aún más: la presencia de la tónica del maestro simbolista en los versos del poeta peruano, correspondientes, exactamente, a la época de su iniciación de que habló Orrego.

El cuadro paralelo de los poemas es el siguiente: Las flores = Deshojación sagrada; Brisa Marina = Bordas de hielo; El azur = Aldeada. La curva de las imágenes se desarrolla ―de acuerdo a dicho orden― en esta forma: …aromático azul de los horizontes pálidos / …la luna que llora! (Mallarmé); Luna!… / que vaga en el azul llorando versos! (Vallejo); el adiós supremo de los pañuelos! (Mallarmé); tu labio es un brevísimo pañuelo / rojo que ondea en un adiós de sangre! (Vallejo); …el azul triunfa… obscuro… Mi alma… (Mallarmé); cuando triunfa en el alma el tinte oscuro (Vallejo). No deja de ser revelador el hecho de que Vallejo mencione la palabra azul en la última estrofa de Aldeana.

He dejado de aludir a una cuarta imagen de Mallarmé… la pierre veuve, de su soneto Remémoration d’Amis belges, por no estar seguro que haya sido del conocimiento de Vallejo. Entiendo, por el contrario, que el vocablo viuda le llegó a través de Julio Herrera y Reissig, aunque sea Góngora el que ostente la prioridad en el uso del adjetivo. Nuestro poeta apuntó en Nostalgias Imperiales, III, de Los Heraldos Negros: …viudas pupilas… Mas, siguiendo fiel al concepto, a lo largo de los años, escribió: …oh vino que enviudó de esta botella! (Poemas Humanos, 1939).

Antes que la exactitud estilística, formal y temática, dada por cierto, en algunos de los casos señalados, lo que interesa es comprobar, más bien, la evolución, el cambio conceptual, en ocasiones, alterado semánticamente.

Sirvan estas discretas notas, apuntes de un esbozo, como ilustrativas del aserto de Orrego y de mi descubrimiento. No aspiran sino a fijar, en su inicio, el carácter de un paralelismo poético que no fuera advertido por la crítica a través de cuarenta años de ejercicio más o menos continuado, con la eficacia que el lector podrá deducir.

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El poeta César Vallejo, uno de los mejores y más cercanos amigos de Xavier Abril

La enfermedad de Vallejo

II

 

La tesis desarrollada y sostenida por mí en una obra y en el Simposium de la Universidad de Córdoba, en torno a la enfermedad específica de Vallejo, contó con la resistencia del profesor Juan Larrea, quien intentó rebatirla invocando el testimonio de un juez amigo suyo, a cuyo efecto dio lectura a una carta, evidentemente solicitada para el caso, en la cual, como es lógico, el informante no atina sino a responder en los términos que corresponden a su investidura y a la pauta sugerida por el interesado. Recusé, en la ocasión, dicho alegato ya que no venía respaldado siquiera por autoridad competente en la materia.

Mi conocimiento de la enfermedad de Vallejo ―siguiendo la línea trazada en mi obra crítica― se remonta al año 1928. Guardo secreto, en esta oportunidad, de los nombres de las personas que contribuyeron en una forma u otra para que el poeta pudiera curarse, como en efecto lo hizo, en aquella circunstancia. No estoy seguro, a pesar de las menciones concretas que hace Vallejo en sus últimos versos a los asuntos relacionados con el mal y determinado medicamento, que con posterioridad se volviera a tratar. La década transcurrida desde entonces hasta 1938, en que muere, bien podría dar alguna luz a los médicos y no a los jueces, como quiere Larrea. El misterio de que se ha rodeado la muerte de Vallejo y el argumento de la infección desconocida, ambos extremos tan gratos al profesor español, denuncian, en todo caso, un hecho evidente de intencionado ocultamiento. De este modo, el interés teológico pretende servirse de algo increíble y anticientífico como es el de atribuirle a la muerte del poeta un carácter simbólico por el cual se le identifica, providencialmente, con Jesucristo. La sífilis hace insostenible, al parecer, la interesada y capciosa argumentación, cuya clave radica, incluso, en el título de la conferencia de Larrea: César Vallejo e Hispanoamérica en la cruz de su razón. Lo anacrónico abona lo falso del enunciado. ¿Qué tienen que ver hispanoamérica, la cruz y la razón con el fenómeno autónomo de la POESIA? ¿Qué significa el tendencioso encasillamiento de Vallejo que pretende aislarlo crucificado, de su mundo vocacional, elegido en su madurez, y acercarlo, postrado e inerme, por el contrario, al pudridero de los mitos caducos y extemporáneos?

¿Qué causa es la que sirve el peregrino o misionero Larrea, exbecado norteamericano y estudioso de temas pretéritos como el del apóstol Santiago o el de la tumba Prisciliano?

Es comprensible y natural que Larrea no haya captado el sentido de mi exposición, la que sí contó con el apoyo de un estudiante de 7° año de Medicina, quien alegó que la serie de abortos de la mujer de Vallejo, asunto invocado por Larrea, era uno de los indicios de la sífilis, sin duda alguna el probatorio.

No se puede pretender que Vallejo reprodujera en sus versos ―a fin de satisfacer la mentalidad realista de los sociólogos, como dije en el Simposium―, la reacción Wassermann positiva tal como la expiden los comprobantes de los laboratorios. Tenía que proceder, como lo hizo, trastocando los términos de su obsesiva dolencia y mezclando, caprichosa y sagazmente, los nombres de los medicamentos con los vocablos denominativas del agente morboso.

Debo reproducir aquí el grupo de imágenes poéticas de Vallejo que conforma la curva en la que se desarrolla la obsesiva diagnosis personal:

1)      …mi ciclo microbiano (P. H: p. 21).

2)      Tal me refiero a un hombre, a su placa positiva (P. H. p. 25).

3)      mi bacilo feliz y doctoral (P. H. p. 76).

4)      una aguja prendida en el gran átomo (P. H. p.90).

5)      Y bien? Te sana el metaloide pálido?

Los metaloides incendiarios, cívicos,

inclinados al río atroz del polvo? (P. H. p. 94).

6)      Señor esclavo, y bien?

Los metaloides obran en tu angustia? (P. H. p. 94).

7)      …rematando en horrendos metaloides (P. H. p

 

Cuando Vallejo dice: … mi cielo microbiano, define así, conscientemente, el lapso de su dolencia, según su estimativa, pero ocultando el carácter exacto de la infección que padece. La frase es tan vaga como el diagnóstico de la Clínica Villa Arago acerca de la enfermedad de Vallejo: «Infección intestinal aguda». No se agregaba al síndrome el posible origen bacteriano, en una palabra, si era debido al bacilo de Koch o si en alguna forma el mal estaba complicado con las alteraciones de segundo grado producidas tal vez por el «treponema pálido».

 

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En la imagen placa positiva se utilizan, como en otros casos, dos términos relacionados con la sífilis, mas conciliados, adredé[sic], caprichosamente. Placa da cuenta de los síntomas externos correspondientes al 2° grado de la enfermedad; positiva se refiere, inequívocamente, a la reacción Wassermann.

¿Qué quiere decir: …el gran átomo? ¿No es, acaso, el hombre mismo, el propio poeta, con su aguja de tormento como emblema? Un escritor no puede interpretar dicho asunto de otra manera.

¿Qué significa, en este cuadro, el concepto metaloide? A mi modo de ver, parece, sin duda, una referencia al mercurio, aunque éste sea un metal y no un metaloide. El procedimiento desorientador es una argucia propia de la imaginación poética, un recurso típico en ciertos estados delirantes. La confesión altera, necesariamente, la realidad común, superando la anécdota pasajera del sujeto. Considérese que Vallejo hizo poesía con los datos de su estado patológico, sin ningún ánimo de ajustarse a los rigores del estilo propio de los médicos.

Y pálido, ¿qué persigue al ir acompañado de manera tan extraña, de metaloide? ¿Un simple capricho de asociación, un absurdo juego analógico? ¿Tal vez intentó Vallejo despistar a los amantes de la lógica, a los esclavos de la letra, a los enemigos de la fantasía? Sin duda acertó pues los simples sostienen que no quiso decir nada. La composición de la frase se vincula, en cierto modo, a las características de placa positiva. Conviene, pues, agregar que pálido es uno de los términos subsistentes de la fórmula como se conoce en el laboratorio el agente de la sífilis, llamado treponema o espiroqueta pálido.

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