Por Katherine Medina Rondón*
Crédito de la foto Martín Chávez
Una realidad que se derrama.
5 poemas de Katherine Medina Rondón
Ménière
No hay a quién imputar por el llanto. Nadie te dijo puta,
son las voces que edifican un presidio en tu juicio.
El hombre que atiza el nebuloso respiro del presente no existe
más que en el astillero que visitas cuando sueñas.
Nadie te obligó. Tú escogiste arrastrarlo a su domicilio cuando estuvo ebrio,
las injurias y porrazos que recibiste para que no golpee al taxista
es solo la confusión que hiela de pavor los hospitales.
La sombra de su madre no te gritó embustera, ni te mandó a casa sin un cobre.
Nada vulneró tú ánimo. Esa presión en la sien no existe,
el temblor que estalla en el duramen de tus órganos
es una ilusión, otro cuerpo flotante suspendido en tu campo visual.
Las imágenes que descienden con furia
son una respuesta que se ha inflado con exageración.
Nadie ahogó tu luz. Siempre fuiste bien amada.
Oposición
A Kiara
Fui removida de la infancia
aún con los pies descalzos,
sin tener la oportunidad de viajar sola
la corta distancia que existe entre los puntos.
Después de vestirme impropiamente
y haber hundido mis pies
descubiertos en el fango,
fui ofertada al mejor postor
—sabes lo que significa—
Temo que en algún soplo de este poema
tengas deseos de llorar,
pero nos han enseñado desde niñas
a guardar silencio, reducirnos a no existir,
implorar detrás de las paredes
una sombra que ocupe el espacio
que nos corresponde;
pero hoy no, no para ti
porque soy la fuente de luz frente a él,
frente a todos ellos
que nos ponen en una fila como hormigas
hasta ser escogidas.
No temas, no soy la única luz,
hemos existido siempre;
fuimos mártires en la hoguera,
tan solo nos faltaban las palabras
y el valor para usarlas.
Diáspora
¿Existes? ¿Existo yo?
¿No seremos la misma persona?
¿La propia vida hablando consigo misma?
un enfoque independiente y apartado,
un ser espejado que respira aprisa
arrojándose el pensamiento solitario,
la sombra de la muerte disfrazada
que acompaña cada registro de mi vida,
el exotismo en el humano ruedo
como una planta de la misma semilla
que florece en dos extremos diferentes de la Tierra,
un diente de león que al soplarlo se dispersa
hacia direcciones inesperadas,
una rama que se extiende bajo las escaleras
y que debe ser cortada porque en ella
la realidad se derrama.
Imagen capturada en movimiento
Dance me through the curtains that our kisses have outworn
Raise a tent of shelter now, though every thread is torn…
-Leonard Cohen-
Danza sobre mis pliegues
un espejismo dilatado
incapaz de disiparse.
Puedo olerlo, sumergirlo en una larga ducha
llevarlo conmigo a tomar una copa
para que los comensales de la mesa contigua
atestigüen con envidia
que mi vida
no es solo una larga pesadilla,
que ha sido agujereada por un germen de dicha.
No importa la noche que acabó mal,
ni sus ganas de partir.
Su imagen no es más suya
como tampoco es mío el miedo de sentirla cerca,
recibir la respuesta de aquella carta que no llega,
que posiblemente no llegará a mis manos viva
o que se incendia mientras busco otro cerillo.
Yo sigo siendo yo, pero su imagen
ahora es papel, para siempre fría.
Murciélagos
Ha llegado el tiempo de los murciélagos
y la ancestral incomprensión
de que mi cuerpo es solo un cuerpo,
y nadie se muda en él;
solo asienta un nuevo inquilino,
cuyo abrazo ciñe mi nicho cual oruga
y se envuelve de balas verdes y amarillas,
tan rancias y desgastadas
que se evaporan con el sudor del esfuerzo
de haberme abierto las piernas
como a una virgen hacendosa.
Y me pregunta si nos veremos de nuevo.
¿Cómo negarle la muerte a un suicida?
No me atrevo siquiera a tocarlo,
a respirar cerca de su cuello,
ni pasar mi afilada lengua
sobre el azul de su mirada abatida.
Y creo que es enorme
por superar los rencores
de haber sido traído a este mundo
sin consulta previa,
y a pesar de todo,
al escribir estas líneas,
he tenido que asesinarlo.