Una primera fase en toda transformación es la vergüenza. Entrevista a Rom Freschi

 

Por Silvina Mercadal*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Proyecto Literal /

(der.) archivo de la autora

 

 

Una primera fase en toda transformación es la vergüenza.

Entrevista a Rom Freschi**

 

“Las palabras son piezas del motor de un goce tan sorpresivo como inducido”, escribe Roberto Echavarren en el postfacio de Estremezcales, y la frase sintetiza el carácter de la sorpresa que reserva la lectura de esta entrevista, porque aquí el lenguaje es una materia viva, se desplaza por fuera del código, toca el borde imantado de las palabras, se desdobla, hiper-matiza y refracta. Rom Freschi nos regala una increíble golosina, una visita al cuarto propio ―en el lapso temporal sin cuenta― que hay entre el cuento que va de Estremezcales (reeditado por Proyecto Literal, México) a La vergüenza es una fase en la transición de la señora lobo (editado por Caleta Olivia, Buenos Aires).

Entre estos libros, entremezcladas hadas devenidas señoras cruzan el vado de la vergüenza, y en ese tránsito pesan sutiles e irregulares perlas de lenta (de)formación. “Desde la infancia nos enseñan que el Lobo es malo y monstruoso, pero no es verdad, no en este momento de la humanidad”, dice Rom, y señala los equívocos de las pedagogías que actúan en nuestro vínculo con la naturaleza. La vergüenza como afecto evidencia la actuación de la cultura en nosotrxs. En este momento de la humanidad, pesa también la acción destructiva ―y desafectada― sobre esa alteridad tan dañada que es la naturaleza. Para terminar, se podría proponer la búsqueda del tesoro, con la fórmula: de cómo una pregunta seria acarrea un chiste que lleva directo al taller de joyería barroca. 

 

 

 

Entrevista

 

Silvina Mercadal [SM]: ¿Qué hizo decidieras retomar una línea de Estremezcales en La vergüenza es una fase en la transición de la señora lobo? Me refiero a una línea, pero son varias, puedo leer una insistencia en torno al cuerpo.

Rom Freschi [RF]: Suelo tener como suelo algunos versos reincidentes que se repiten en mi mente. Como un tren que, en medio del descarrilamiento, termina encarrilando un desmadre. En este caso, siempre el humor en medio de las vanidades. Hay como un cuarto propio de siglo entre escritura y escritura, es decir, dos cuerpos muy diferentes escriben esos dos libros teniendo que cargar una misma ―dicen― historia. O al menos, con una escritura, que es herramienta de la memoria, pero no, es arma de la memoria, detonante y armado. Bueno, no sé, soy una cincuentona a cargo de un cuerpo en otro vagón del mismo tren, o de su descarrilamiento. Pero antes de todo esto, no fue una decisión, o la decisión me tomó a mí. La vergüenza… como libro tuvo un bloque de escritura duro, unos cuantos poemas largos que se escribieron en un mismo trance. Luego un montón de periféricos, entre los que quedó Segundas Vanidades.

Por otra parte, en el posfacio de Estremezcales, Roberto no para de hablar de la vergüenza de la voz de Estremezcales y su ocultamiento. (Eso fue un flash, cuando releí el posfacio para la reedición tomé conciencia de que retomaba el tema veinticinco años después). Me pareció que tenía que dar cuenta de esa revisita de la abuelita. Entonces, quizás la decisión fue tomada cuando puse Segundas Vanidades al inicio de La Vergüenza… Y la decisión también intentó ser menos sutil, más desvergonzada. Porque suelo revisitar mis textos, pero mucho más veladamente. No sé, por ejemplo, Soslayo puede leerse como Sos-La-yO, al modo de El-Pe-yO, pero dejo esa resonancia en el vacío que rodea los textos. Acá hay más reenvíos directos, aunque eso probablemente redoble las resonancias.

 

 

[SM]: Me parece que en toda escritura siempre hay un enigma personal que se reitera en variación ¿La poesía quizás sea la exploración de ese enigma?

[RF]: Me encanta esa idea, pero no tengo pistas de cómo es. Supongo que ahí el enigma, aunque lo llamo insistencia. En los escritores que me gustan, admiro sus insistencias, como una reincidencia, pero si no hay mucha variación, esto es, si no velan un poco esas insistencias, o si no las emprenden con un poco de resistencia, no los releo y los olvido.

En mí reconozco muchas insistencias, demasiadas, exponenciales desde mi punto de vista. Intentar velarlas es toda una exploración sí, pero yo la vivo como una exploración de un material, como si jugara con pinturas para tapar esas insistencias, que terminan manifestadas, obvias, al menos para mí misma. Sigo trabajando el material y aquello que tapa termina uniéndose a lo que está detrás para prolongar algo. Como que todo gesto en realidad te exhibe, aún el de ocultar porque deja en claro que es producto de una elección. Ahí hay mucha exposición y por consiguiente mucha vergüenza.

 

 

[SM]: Entre las primeras y segundas vanidades ―referidas en ambos poemarios― hay un cambio en la frase, se pasa de la prosa al poema de línea abrupta. ¿Cómo se puede pensar esa mutación de la forma? ¿Un cuerpo que muta también transmuta la voz?

[RF]: El cuerpo muta, siempre, aunque nunca es mudo. Lo mismo con la lengua y su forma escrita. La tensión entre verso y prosa me atraviesa, aunque no la vivo sino como exploración. Para mí la unidad poética no es el verso, sí el ritmo, y ahí, la palabra en su uso rítmico, pero ahí hay una pregunta y una multitud que discute. Primeras Vanidades es una serie. Las Segundas es un solo poema, que retoma las Primeras, pero también otros textos, como Variaciones de Órbita u otros poemas en la estela Có(s)mica, y otros textos que no son míos, claro, son lecturas, con su propio registro de reincidencias.

En ese punto, escribir es como golpear o amasar y ver qué formas quedan escritas y cómo suenan. Hay una convocatoria a la ocurrencia que pasa por la deformación de la materia, incluido el cuerpo, que siempre está en movimiento y cambio, aunque sea por mero crecimiento, maduración, envejecimiento, que ya es un montón. Con la edad, y con el acopio de versos, oraciones y mitologías, a la ocurrencia se le suma la recurrencia.

 

La poeta Rom Freschi

 

[SM]: En el juego con la letra, una ocurrencia: entre la letra y la letrina (del mandato, la vergüenza o la cultura), la ficción es un cuento cortés que deriva en una boca de lobo. En italiano cuando se desea suerte se dice “in bocca al lupo” y se responde “¡crepi il lupo!” ¿Cuál es la ficción en la transición de la señora lobo?

[RF]: Hay algo de cinismo, ahí Hiparquía, y también la letrina y claramente, la sordina, en el sentido de rechazar ciertos aspectos de la humanidad que identifico con la opresión que ejercemos les humanes. Hace unos años vi un documental en la televisión, del que finalmente nunca pude saber el título o quien lo hacía, pero una escena se quedó grabada en mi mente. Tenía que ver con el maltrato que les humanes imponen a los animales, y una de las últimas escenas mostraba la filmación de unos cazadores que mataban lobos. Lo hacían con unos rifles súper sofisticados con miras muy potentes para poder disparar en movimiento y desde mucha distancia. Y perseguían a los animales en helicóptero. Y además lo filmaban. Entonces vos veías a los animales correr de esas maquinarias y, al final, simplemente ladrar contra ellas como única defensa. Es una escena que no puedo rememorar sin ponerme a llorar desconsolada. Desde la infancia nos enseñan que el Lobo es malo y monstruoso, pero no es verdad, no en este momento de la humanidad. Yo no puedo decir “crepi il lupo”. In bocca al lupo, me gusta más. Invoco al lobo. Oigo mal. Traduzco mal.

Luego está el pasaje propio a la categoría o etapa de Señora. Digamos que las Señoras y los Lobos son seres marginados del mundo humano. Los estereotipos de la femineidad se desvanecen con la edad y aparece un ser inclasificable, un lobo que, como en Caperucita, podemos confundir con una abuelita ―y viceversa. Tal equívoco o identidad es parte de lo que funda el cuento. Otra gran traducción.

Decidí dejarlo en masculino porque el mito se construye como el lobo feroz. La loba ya es otra cosa. En el medio los y las perras, las ballenas, les animales. Ser señora y ser lobo es una situación de doble marginalidad. En ese punto, siempre me ha sorprendido cómo la cultura deja en el lugar de la vergüenza los cambios relacionados con el cuerpo, en especial de las mujeres. “Bochorno”, “calor”, “embarazo” son sinónimos de vergüenza… pasar calor, estar en una situación embarazosa, etc. Una primera fase en toda transformación es la vergüenza, que hoy me parece fabulosa y liberadora. Tardé en amigarme con ella y ver que es una fase, nada más. Un fuego fatuo que hay que atravesar. Tiene su encanto y luego, hay algo más sensato una vez que ya pasamos por ahí.

Entonces, entre la señora Hiparquía, abyecta y marginal como una letrina, que es además una letra pequeña, tratada amorosamente con un diminutivo y que además canta, porque le trina, y la sordina, que es ese tono burlón e irónico, cínico, podríamos decir, pero que también se confunde con una sordera sintomática, un malentendido feroz, como la fama del lobo, con quienes no quieren oír o simplemente oyen otra cosa. Ahí el estremezcal, que podría ser el estremecimiento producido por el mezcal que mezcla letrinas con sordina, es decir, el calor de la vergüenza como fase de una transición. Y ahí el descarrilamiento …

 

 

[SM]: El mismo poema se pregunta qué hay detrás de las oraciones en primera persona. La pregunta por la voz se precisa ¿Qué de esta voz es capa de mi cuerpo?

[RF]: Y sí, la voz escapa y es capa. Ahí lo que huye, tapa, queda como registro de otra cosa. Porque el cuerpo es una materia y la voz es otra, con efectos propios. Lo que decimos y lo que oímos nos termina sitiando, sujetando, pero transitoriamente. La primera persona es una multitud, una carroza.

 

 

[SM]: Me llama la atención algo que el poema afirma: “El cuerpo es/ un zombi/ su conciencia no se lee/ su memoria tampoco”. El cuerpo es materia sensible, es entonces sentido (es los cinco sentidos), algo siempre retorna, aunque no se le pueda atribuir un sentido, o alojar en la experiencia temporal. ¿Por qué no se lee esa consciencia y tampoco es memoria?

[RF]: Aun con la escritura y otros registros de la memoria, yo ―mi primera persona― soy como una computadora vieja que cada vez que se despierta, es decir, cuando se le prende un poco la conciencia, tiene que volver a cargar la memoria para saber dónde estoy, quién soy. Y nunca me parece que soy la misma. La memoria cambia. Los grados de conciencia varían. Se supone además que nuestras células se renuevan, al menos parcialmente. Estoy segura de que las células que hoy me componen no son las mismas de hace 25 años.

Más allá de esa posible curiosidad, quien se empecina en la repetición de una identidad elige una ficción como quien se compra una casa, o como quien prende una vela para comprarse una casa. No está ni bien ni mal, supongo. Es algo que se habita, es un hábito, como puede ser una capa.  A mí no me sale.

No soy irresponsable, por supuesto. Entiendo que una identidad civil es necesaria, pero son nomenclaturas: algunos números, un nombre. Recientemente cambié mi firma para las cosas que escribo. Ahora firmo Rom, nombre que usaba en circunstancias no muy fáciles de demarcar con precisión, más privadas, desde la adolescencia. Es otro cuerpo lingüístico que es receptáculo de una serie de proyecciones, prejuicios, expectativas…  como todo cuerpo. A lo sumo, se transformará en una insistencia que produzca la ilusión de tener una consciencia y una memoria consistentes. Pero eso es solo una ilusión, o una realidad transitoria, convergente, contradictoria.

El calor de mi cuerpo es un misterio para mí misma, aun cuando reconozca y mime sus insistencias. Entre el cuerpo y la conciencia, o la memoria, creo que media la emoción pero no siempre me son transparentes mis propias emociones. Esa es mi experiencia de ser un cuerpo.

Pero entre los cuerpos, a veces no sé cuáles son los límites tampoco. Y no pienso solamente en cuerpos humanos o en los habitantes de los otros reinos, les animales y plantas. No pienso solamente en seres. Los objetos también tienen cuerpo, la ropa, los muebles, lo que ordenamos como basura, y las palabras como objetos privilegiados para la escritura. La escritura tiene un cuerpo.

No es que todos estos cuerpos no tengan sentido, al contrario, es que ese sentido no es uno sino varios, impuestos y supuestos, que alguien debe imponer y suponer. Entonces el sentido no está en los cuerpos. Sí, como decís vos, en sus sentidos, que son unidades de percepción, de lectura. A lo que hay que agregar el tiempo y eso que llamamos memoria, que va cambiando, todos los días, con cada estado de conciencia. Y ahí hay descarrilamiento, frecuentemente por el choque de trenes de sentido de cuerpos con memorias y conciencias tan variadas y diferentes.

Hay demasiado sentido en el aire que nos une y nos separa, y el trabajo consiste en intentar encender la potencia alucinatoria de la palabra, que no está en ella por sí misma sino en quien pronuncia y quien escucha, o quien escribe y quien lee. Cada cual tiene sentidos propios para las palabras, a la par de sentidos compartidos, que son muchos y variables, pero ninguno está en la palabra, aunque en el diccionario dejemos registros de posibles sentidos comunes.

 

 

[SM]: En Estremezcales hay una atmósfera perlongheriana, un goce de sí, un goce en el roce, se revela y desvela. Luego desvela la vergüenza ¿Una piel impuesta?

[RF]: El modo en que nos ven se nos impone. A veces es un disfraz que nos protege, una piel de asno, que aleja a los violadores pero también a los enamorados. Perlongher tenía una sensibilidad para la detección de los latiguillos ―ah, la sordina de los diminutivos― que la lengua dominatrix chasquea para la producción de un goce particular, asociado a modos de la represión, que con la pronunciación producen una liberación, una cura lo cura. Por eso, lo chocante en primer plano.

En Estremezcales hay un deslumbramiento por las formas barrocas y por esa agudeza de Perlongher, muy matizado por otras lecturas, y por la alegría de asomarse a una forma, con esa sorpresa que para mí también implica vergüenza, temor y autodescubrimiento, como una sucesión de pubertades en cada borde al que asomamos.

En La vergüenza hay un poema dedicado a Perlongher y a Thénon, que intenta un nosotros a través de pensar lo mudo, como zonas de lo social que son reprimidas pero que actúan fantasmagóricamente en la producción de un goce por la opresión, como un goce impuesto, que termina siendo un impuesto extra, pero que en la potencia fricativa de la poesía produce ese calor ―esa vergüenza― del roce.

 

 

[SM]: Roberto Echavarren en el postfacio del primer libro refiere un “erotismo iluminista”, al que cabe agregar un chorreo de las iluminaciones, un cuerpo que suelta la lengua para experimentar su goce. ¿La señora ha trocado su iluminismo?

[RF]: El Iluminismo me produce ternura y admiración, tiene para mí bases éticas a las que hay que volver recurrentemente y con mansedumbre. Estremezcales tiene, como bien notabas, la potencia de la prosa, y produce un efecto de completud, para mí. La señora lobo usa los blancos y quizás, por la magia más barroca, resulte que esos grandes espacios incompletos tengan el efecto de amplios abismos negros. Creo que el claroscuro es la tónica mayoritaria de la iluminación en La vergüenza… y esa palabra es de hecho el estribillo del poema moebius.

 

 

[SM]: El arte poética de Estremezcales consiste en triturar una lengua que no es cualquier lengua. Es una lengua formal y cortés. ¿Podrías extender la idea en torno a ese procedimiento?

[RF]: Es una broma, pero en esta misma entrevista hablé de amasar y golpear la lengua. Es una posibilidad de trabajo, dividir las palabras, los sonidos, atender a las partículas homófonas, salpicarlas como un condimento, hacer cilindros de palabras o frases, tunelarlas con un sentido o un sonido adverso, repujar los acentos, las cantidades. De sílabas, de comas, de vibrantes, de sordas. Trabajar las oposiciones, las gradaciones, las tangentes en el sentido. El efecto es a veces muy ornado, otras más brilloso. “Emperifollado” y “refractario” son dos adjetivos que se usan ahí para marcar dos posibilidades que pueden aparecer como resultados. Entre el perifollo y la refracción hay un arco de posibilidades que son muy distintas. El perifollo agrega, recarga para producir con detalles una imagen global. La refracción desvía, propaga, espeja y reenvía los rayos luminosos.

En cuanto a lo cortés, El cuadernilho lapislázuli de Stella Maris está fascinado por las deformaciones de y entre palabras. Parte de ese juego proviene de las lecturas de literatura medieval y barroca que había hecho recientemente. Y que suelo hacer con profunda alegría. Son textos en un español más antiguo, que no ha sido uniformado por las plantillas de la imprenta. Entonces los sonidos, las letras, la ortografía, lo sufijos, prefijos, infijos, las desinencias no son estables. Y los sentidos tampoco. El lenguaje parece líquido, chorreante, como una cobertura de postre. Es una delicia.

Lo que hace el llamado “lenguaje inclusivo” es un efecto parecido, con el agregado de la carga histórica de la actualidad. Me parece que lo digital está horneando un lenguaje nuevo también y eso acerca nuevos confines y rebordea cada palabra como un confite que puede derramar el relleno y pegotearse en cualquier momento.

 

 

[SM]: Para terminar ¿Qué del hada de Estremezcales retorna en el retoño de señora lobo?

[RF]: Las hadas de Entrelazadas no son la Tinker Bell de Disney, aunque sí adoran a Pan, y podrían enamorarse de Peter o fantasear con jugar a los piratas. Estas hadas son más fantasmas de las palabras y se parecen quizás a los Goblin ―palabra a la que no encuentro traducción satisfactoria en castellano― del Goblin Market, siempre en el borde de lo ominoso, como en los bosques de Marosa, o como David Bowie ―visitante habitual en mi psiquis―, Goblin King de Laberinto. Son seres terribles y fascinantes. Sí es verdad que mis hadas tienen algo predominantemente animal, y en eso la señora lobo es puro cacho de carne.

La carnalidad creo que es la que retoña y multiplica a estos seres rebanados del lomo de las palabras. Y algo del surf y del descarrilamiento. Un desliz.  El desmadre de ser la abuela. Y no comer carne.

 

 

 

 

 

*(Argentina). Poeta. Se desempeña como docente e investigadora en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y la Universidad Nacional de Villa María (Argentina). Colabora en la revista Plebella en su etapa de posvida en redes. Ha publicado en poesía Nupciario (2007), Acuario de la morsa (2009), Un bosque oriental (2010), Las aventuras de la piña monstruo (2013), La cautiva, alucina (2016), La esquina del fresno (2016), Orange (2017), Célibes liebres y Aurora o la flor de oro (2019), El jardín de los astronautas (2020), Vano (2020).

 

 

 

**(Argentina). Poeta. Publica poesía desde los ´90. Freschi formó parte del grupo Zapatos Rojos y dirigió la revista impresa Plebella (2004 a 2012). Desde 2020, plebella (con minúscula) inició una segunda etapa fantasma en el blog plebellanube.wordpress.com con foco latinoamericano. Freschi participa en Poetas por el Aborto Legal. Ha trabajado en diversos proyectos de edición y es docente e investigadora en ámbitos académicos y de creación. @mosquitodragona Ha publicado Redondel (1998, 2003 y 2022), Estremezcales (2000, próximo a reeditarse), Juntas (2014, 2016, 2019), Todas Cuerdas (2017), Soslayo (2018) y El Precedente (2022). Eco del Parque (2016, 2019) traducido por Jeannine Pitas al inglés. Este 2024 se publicará La vergüenza es una fase en la transición de la señora lobo.

 

 

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