Por Ángela Mallén*
Crédito de la foto (Izq.) Mercedes Roffé/
(Der.) Ed. PreTextos
Una poética epistemológica.
Sobre Después de la oscuridad. (2016),
de Marta López Luaces
Y así era el principio (Pág. 9). Con estas palabras comienza a hablar el yo poético ante el cielo de los astrólogos, de los cosmonautas y de los teólogos, en un lenguaje bíblico, científico y lírico que nos conduce a través de argumentos ancestrales y contemporáneos hasta la duda de lo eterno. Y así era al principio: / estrellas de lluvia sobre nuestras cabezas (p. 15).
Después de la oscuridad, la última entrega de Marta López Luaces, es un poemario conceptual que sitúa al lector bajo la carpa del universo. Se presenta dividido en cinco partes, o quizás debería decir cinco claves, cuatro de ellas presentes en el pensamiento presocráticos: Agua, Tierra, Fuego, Aire; y una última, Quark, que, a modo de colofón, nos introduce en la ciencia del siglo veinte.
El logos de la filosofía y el logos de la cosmogonía sirven a López Luaces para entablar un diálogo con los sabios y con los dioses. (Desde Pitágoras a Newton y Ludwig E. Boltman. Hewsiodo, Parménides, Copérnico o Hipatia. San Agustín o Giordano Bruno. Virgilio y Hölderlin). Sus voces acompañan el discurso poético bajo la invocación a Prometeo y Artemisa. Y escuchamos el susurro de los sabios, el fluir del cosmos, los ritmos de los planetas (p. 15), el rumor de la filogénesis humana, la música de la luz…, en un juego profundo y sereno de interpretación-interiorización-proyección de las cuestiones primordiales que han ocupado el pensamiento de la humanidad. Un discurso poético como una plegaria en vilo, abstracta y sapiente, como un hilo tenso de lucidez que ensaya la conexión y la conceptualización en un giro abstracto donde las consignas se entrelazan con interrogantes y sentencias para formar un tejido epistemológico y poético.
El principio, las presencias, el mito, la teología, la cosmogonía, la ciencia; todo sirve aquí a la poesía para lograr el vuelo del logos en un empeño que se repite a lo largo de todo el poemario como un mantra lírico: Y porque había visiones / había sueños/ había formas / había sustancia/ había materia/ había elementos del poema como racimos de esplendor.
La autora emplea un lenguaje de expresión minimalista, casi milimetrada, para llevar a cabo una apuesta poética audaz, arriesgada, en la que lo cognitivo se enfrenta al mutismo de los astros, a la carencia de significados y a la difusa frontera entre el sueño y la verdad.
Hay un juego reticular de sombras e incógnitas en el capítulo AGUA. El agua que repta y yace en la caverna platónica. (…en la pregunta estaba la coherencia / de los cielos (p. 10). De la oscuridad procedemos / de la razón y el sentimiento / hacia la palabra (p. 11). El lector comienza aquí a ser cómplice en el sistema de luces y sombras que propone la autora en busca del logos, de su vuelo significativo. El llanto de las estrellas / llovió sobre nuestras cabezas. …Y éramos dioses jugando con lo eterno (p. 22).
Con TIERRA, el logos se vuelve verbo, y el usurpador de los sueños acecha / en la oscuridad… El poema se crea para ser habitado (p. 38). Y ahora El cosmos es un concierto / de metáforas.
Aparece el FUEGO de los interrogantes. ¿Dónde la armonía? ¿Dónde el tiempo? ¿Quién al timón de lo eterno? (p. 52) ¿Cómo cumplir el deseo del universo en el rito del poema? (p.55). Y con los interrogantes, termina el reposo de la Tierra y comienza la tensión entre fé y razón. La elegancia de la abstracción humana.
En el capítulo AIRE, la mirada se alza y la inquietud aumenta. El vértigo atenaza. La esencia se resiste. El concepto / entre los matices y el todo: lo vulnerable. Copérnico, Galileo, Kepler, Newton / recortaron los cielos (p.61). En nosotros / el cosmos se estremece / Y el Imperio del Norte reina sobre nuestras cabezas. Se alcanza aquí el logos de la epifanía y de la cosmogonía. Y soñábamos con pájaros volando ¿hacia dónde? / ¿hacia dónde? (p. 66).
Llegamos al capítulo QUARK. Y la materia se hizo cuerpo. El yo toma forma ante el cielo de los astrólogos, de los cosmonautas y de los teólogos. Y se estremece entre millones de estrellas muertas. El logos poético hereda el verbo escéptico, el verbo impotente: ¿Se puede hacer poesía después de Auschwitz… / …después / de Armenia, de Bosnia, de Siria…? Y dice la voz poética: Somos exceso… / ¿Es éste el duelo entre el yo y el universo? (p. 72). Y la voz se responde a sí misma: El poema se crea para ser habitado. La poesía, para ser vuelo del alma (p. 83). Y somos Ulises camino de Ítaca / Y somos Penélope tejiendo otro sueño / como humildes testigos de los siglos…
…Contemplamos a los pájaros volando / hacia lo eterno (p.86).
Después de la oscuridad deja en el lector el eco de ese canto, pacífico pero enérgico, que, a través de los siglos y de los elementos, emite nuestra ancestral conciencia colectiva, alerta ante el Kosmos. Por eso, tras leer su última página, seguimos escuchando el zumbido liviano de una gigantesca máquina que vuela. Porque hay visiones / hay sueños/ hay formas / hay sustancia/ hay materia/ hay elementos del poema como racimos de esplendor.