Por Roger Santiváñez
Crédito de la foto (izq.) www.cesurauia.wordpress.com /
(der.) Ed. Komorebi
Una perfecta indiferencia de sentido:
La poesía de Tania Favela Bustillo
Cuando uno empieza la lectura de La marcha hacia ninguna parte (2018) de la poeta mexicana Tania Favela Bustillo (Ciudad de México, 1970) encuentra el discurso alternativo de —por lo menos— un par de voces en un diálogo encadenado que —inadvertidamente— nos muestra los intersticios de una comunicación situada sobre un eje que podríamos denominar Afuera / Adentro. En efecto, las señales que nos lanza su prosodia se interrumpen —cada ciertos versos— convirtiendo su segmentación en reiteraciones fragmentarias cuyo misterio, intrínsecamente se autoilumina oscureciéndose: “las azucenas en medio de los caballos / ¿ves? Alguien mira impasible ese paisaje este paisaje / las azucenas …son acaso tus restos en el aire? / jarcias antiguas resuenan restos de qué? / ‘al entrar perdemos el lenguaje’ (dices) en medio de los caballos” (10). Asistimos a una realidad virtual que —en apariencia— sería un bosque o un área campestre; pero sólo en tanto elaboración mental y/o sintáctica ya que su configuración ocurre estrictamente en el plano del lenguaje. Se trata de este paisaje exclusivamente el que está impreso sobre la página en blanco. Y ningún otro. He allí la calidad de la nueva poesía de Favela Bustillo: crear un mundo autónomo en el azar de su desenvolvimiento como inusual paradigma de la materia verbalis en la definición de Eielson.
En esta poesía, daría la impresión de que cada lexema —del diálogo mencionado— hay que irlo diciendo para que nos hallen a nosotros en la lectura del poema; en este caso, el primer texto del libro: “¿qué dices que no te escucho? …alguien susurra /…. Las azucenas en el campo (adentro) / afuera resuenan las palabras: canaleta escollera espiga espigón / ‘sustituir su correntada’ -todo al sol- / el afecto nos hace (dices)” (10). La corriente del habla —sin duda— inequívoco signo de nuestra calidad de humanos; la cual va siendo transformada —sílaba por sílaba— en el discurso rítmico: subyacente Ars Poética manifiesta a su muy particular manera: “Sóplame al oído (dijo) / … / al oído y luego a la boca (sóplame) (dime ahí) en lo cóncavo / ahí (desde ahí) que resuene tu voz en silencio adentro / tu voz con todos sus sonidos en silencio (en lo cóncavo)” (11). La voz de adentro —antiquísimo cómputo de la poesía universal— pero dicha voz es aire, está soplada; es un efluvio, materia incorpórea y —con mayor razón— totalmente callada. El habla que no habla. Y en una curvatura hueca donde todos resbalamos inexorablemente: La muerte.
Algo que me llama la atención de La marcha hacia ninguna parte (2018), es la sensación de situarnos en el más allá del lenguaje, en una suerte de ritual que gira sobre sí mismo, deshaciéndose en los contornos existenciales en donde nada es tajante o definitivo. Los versos —que se presentan sueltos, como lanzados mallarmeanamente sobre la página— sólo se reúnen para entregarnos (en esta primera sección del poemario que lleva el mismo título del libro) una transparencia honda e impalpable —una recepción sin invitados— espacio de lo auténtico y más solitario del mundo. Sin embargo el material ya está escrito: “Espero que se reconozca (dijo) (dije) -pensando en el texto- / en la forma del texto en la conciencia del texto / espero que se reconozcan en el tejido de voces (dijo ella / o él) en el tejido de tonos –espero– (dijeron ellos) y luego se quedaron callados / espero que se reconozca en ese hueco (dijo) en esa sombra de la voz” (14).
Este “tejido de voces” o “voces entretejidas”, como Favela Bustillo las llama en otro poema, parecen configurar un asalto a la infinitud e infinidad de pronunciamientos con que nos enfrentamos diariamente durante el transitorio periplo de nuestra existencia. Pero en lo que incide la poeta es en la incapacidad del decir que —según este planteamiento— sería el emblema y la tragedia de la condición humana. Estamos condenados porque por más que hablemos, en realidad no decimos nada. Aquí se enraíza esta poesía con los ancestros de la modernidad [Rimbaud] e inclusive con su reverso del post-modernism: “naturalmente nadie está a la altura de nada / nadie dice nadie hace ni se puede (quizás) / quizá nadie dice todavía porque aún es muy lejos” (25). Pareciera que se nos abriga una esperanza: habría una posibilidad en la cercanía. Pero inmediatamente leemos: “no llega aquí el sonido -sondeando tiempos- /de aquí a aquí hay sólo un milímetro de nudos / de aquí a allá más nudos / naturalmente todo funciona así sin funcionar” (25). Y finalmente la crítica es implacable: “(adentro) todo resuena a nada a nadas / así en plural” (25). Ni modo, todo está perdido; mas caprichosamente optamos por interpretar “a nadas” como un vocativo del verbo nadar, asimilándolo a su gramatical presente progresivo nadando. Y entonces podemos seguir nadando —en las procelosas aguas de la realidad— un rato más, aunque sea la marcha (o la natación) hacia ninguna parte.
La segunda sección del volumen —acorde con la tendencia inside— se denomina El tono va hacia adentro. Prosigue aquí la poeta su reflexión sobre el decir. Podríamos afirmar —en este sentido— que se trata de una Poesía del Lenguaje. Enunciado del enunciado. Leamos este verso capital: “sólo por decir dice” (33) y luego más contundente: “así nomas decir / así nomás decirlo de adentro para afuera” (35). Esto último parecería una declaración clásica acerca de la llamada voz interior de la experiencia lírica, sin embargo, no es esa la volición que viene desde el fuero interno —o el alma como se ha llamado desde la antigüedad— sino el enmascaramiento de una realidad poética —el discurso— que no se deja asir ni percibir tan fácilmente: “la escena borrosa no deja ver-decir o casi el sonido / se filtra -voces- (unas sobre otras) ¿qué dicen? ¿qué? qué dices que no te oigo / desde esta orilla?” (38). Y con toda nitidez un poco más adelante: “decir es siempre decir algo en silencio” (40). Es muy interesante comprobar que la poesía de Favela Bustillo apela a nuestra intuición de que hay algo como no-dicho en sus versos o —mejor dicho— una suerte de riqueza significativa no develada del todo. Secreto de su Ars como si sus enunciados se esfumaran ipso-facto inmediatamente al ser pronunciados. Pero regresan sobre la marcha (hacia ninguna parte) y quedan expresados y se precipitan prometiendo nuevos decires: “porque el sueño no suena” (43) —nos dice la poeta en doble y gran hallazgo fonético; “todo se fuga (así sin más) la realidad escurridiza” (42).
Entremos ahora a la tercera sección del poemario conformada por dos breves poemas para y/o inspirados en la solitaria de Amherst. El primero directamente dedicado a Emiliy Dickinson nos insta —de nuevo— a “alejarse hacia adentro” (47), lo cual ya podríamos considerar un esencial tópico del libro. Y se asume una no tan velada crítica al Orden Establecido: “Dios me guarde de lo que llaman hogares (dijo)” (47) pero en el siguiente texto nos conmueve una —quizá resonancia vallejiana trílcica— cuando la poeta escribe: “Todos somos reclusos” (48). Da la impresión de que se trata de un enunciado que —cual el Dígonos de Ezra Pound— es renacido, con todo frescor desde una recóndita memoria al toque negada: “-o nadie es-” (48) en un discurso que cuestiona lo que acaba de afirmar, pero lo hace aprovechándose de su propio y mismo discurso: “allende el mar el pájaro canta / (dicen que canta)” (48) o sea, estaríamos ante el socavamiento de la poesía en sí, o más exactamente del lenguaje como signo (significante / significado) es decir, el boicot al decir o a lo que se ha dicho. Aún cuando —de todos modos— se dice, ya se dijo —ya se escribió— lo que aconteció. Serían varios —por lo menos dos— discursos casi superpuestos, distintos, pero el mismo de todas maneras: poesía.
Una cierta novedad presenta la cuarta parte de La marcha hacia ninguna parte: la intromisión de la situación concreta y en tiempo real: “Ocho de la mañana con dos minutos -la noticia da exacta la hora /…/ la nota roja noticia roja en Veracruz (dicen como si nada) la subida / del dólar la caída del peso ¿qué pesa más?” (58). La vida cotidiana más directa: “8 de la mañana con 5 minutos (dicen) ahora el futbol sigue adelante / adelante va la pelota gira entra sale entre todas las manos” (58) pero dicha cotidianeidad se ve también sometida a una elaboración simbólica del lenguaje, vía esta aliteración: “todos esperan el gol todos golpean (nota roja) -cielo lluvioso” (58). La poeta toma conciencia del trabajo que está realizando: “las palabras entrecortadas, mensajes entrecortados” (58) y cierra su aprehensión criticando la mudez inherente a la condición de la modernidad: “ni qué decir, ni qué decir dicen” (58). Reina el silencio. Pero su crítica —que bordea lo político— se trasciende a sí misma hacia el plano metafísico: “¿quién / dirige / el tráfico?” (58). En el siguiente poema encontramos una imagen que nos recuerda algún encuadre de Buñuel: “(esto es difícil de explicar) / sale una vaca en medio de la multitud” (59) con lo cual queda clara la notable asimilación que practica Favela Bustillo de diversos modos de la tradición, en este caso el Surrealismo. Y si extremamos este planteamiento —de ancestro freudiano— la existencia como una ineludible enfermedad: “no hay cura para esto” (60).
Definitivamente un insoslayable rasgo del inquietante estilo faveliano está descrito en esta proposición inscrita en el tercer texto de la quinta y última sección: “tensar c a d a l e t r a” (67). Aspecto sonoro y visual que ella trabaja desde una semántica interpuesta a lo largo de todo el libro. Es remarcable su intervención en un lenguaje usado (por así llamar al arsenal de nuestro idioma) desde donde Favela eleva un orden y desorden continuo perfilando su singular individualidad. El ritmo de sus fluidos se enrarecen y se esclarecen —en simultaneo— con irrestricta disciplina, guardando para siempre el secreto de su más honda verdad. Son sólo encuentros diríamos, formas de intercambio de dos sujetos en extraña comunicación: “Habla su habla el que habla habla su habla / (ahí) el que habla se introduce en su habla / -blanda lengua- (dices) ablanda la lengua el que habla / -esta lengua- (dice) la bella nadadora” (68) y aquí retomamos el concepto de la vida como una gran natación. Entonces ya nos desbocamos: “la lengua se va de lengua (dice él)” (68), pero antes lo que podría ser un finísimo y subyacente erotismo: “-traviesa- a t r a v I e s a de lengua a lengua su habla” (68) frente a lo inexorable -la muerte finalmente- “se va el que habla (del alba al anochecer)” (68) aunque por supuesto después de celebrar y en poesía, variante de aliteración incluida: “copa tras copla (dice) -de más, sin nada-” (68).
“el sueño es real” (72) leemos en el último poema de La marcha hacia ninguna parte de Favela Bustillo como para proyectarnos en una utópica esperanza. Y con todo derecho, ya que con Giorgio Agamben podemos decir que la poesía no es sino “una operación en el lenguaje, que desactiva y vuelve inoperosas sus funciones comunicativas e informativas, para abrirlas a un nuevo, posible uso” (46). Esa es —a mi juicio— la nueva poesía del lenguaje que —como una solitaria deriva del Neobarroco— ha venido a refrescar [“y lo enviaron al envión del viento” dice nuestra poeta] el ámbito más reciente de la lírica hispánica (a ambas orillas del Atlántico) donde está brillando con luz propia la obra de Tania Favela Bustillo.
Referencias
Agamben, Giorgio. “Qué es el acto de la creación” en Creación y anarquía. La obra en la época de la religión capitalista. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2019.
Favela Bustillo, Tania. La marcha hacia ninguna parte. Valdivia, Chile: Komorebi, 2018.
*(Ciudad de México-México, 1970). Poeta, ensayista y traductora. Doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue parte del consejo editorial de la revista El poeta y su trabajo, dirigida por el poeta Hugo Gola. En la actualidad, se desempeña como catedrática en el Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana (México). Ha publicado en poesía Materia del camino (2006), Pequeños resquicios (2013) y La marcha hacia ninguna parte (2018); en ensayo El desierto nunca se acaba. Antología poética de José Watanabe (2013), Un ejercicio cotidiano. Selección de prosas de Hugo Gola (2016) y El lugar es el poema: aproximaciones a la poesía de José Watanabe (2018); y en traducción En la tierra de Robert Creeley (junto a Jahel Leal, 2008).