Por Carlos Henrickson*
Crédito de la foto (izq.) Ed. Universidad de Valparaíso /
(der.) www.elmostrador.cl
Una luz necesaria sobre Carlos de Rokha
Más allá de las mitologías y hábitos de imitación de nuestros ámbitos latinoamericanos, nunca dejaron de aparecer los aquejados por esa paradójica bendición que invocaba en el poema de este título Baudelaire en Les fleurs du mal: una maldición que es como un signo de reconocimiento de aquel que practica la poesía en su forma más genuina dentro de la modernidad, esto es, una forma que se define a sí misma tan solo de cara a esa modernidad burguesa como su opuesto. Llámese poeta maldito (desde la caracterización de Verlaine) o poeta vidente, a este ser elegido por su desajuste con el mundo, le corresponde en compensación ver e intentar realizar el registro imposible de un mundo más allá o más acá de este. Al lector consciente le es inevitable reconocer esta señal de desborde de lo real que vemos, en pos de algo que se presenta como una posibilidad más esencial de lo real, una realidad superior por el solo hecho de ser la más imposible.
Yo estoy armado hasta los dientes de razones.
Mi propia voluntad me convertirá en las amables cenizas de un cadáver futuro.
Es necesario arrojar al mar nuestros esqueletos.
El mar abre su boca limpia su abismo.
Su abismo muestra las más terribles visiones.
Entre sus mágicos carbones ya nada he de temer.
Debo seguir de puerta en puerta hasta la eternidad.
La más remota eternidad es la más bella.
(Fragmento de Salmo al prófugo, del libro El orden visible, publicado parcialmente en 1956, p. 39 de la Antología)
Si hay algo que no requirió Carlos de Rokha (Valparaíso, 1920 – Santiago, 1962) para esa bendición fue la duda sobre sus orígenes que está implícita en el poema de Baudelaire: es el hijo mayor del matrimonio formado por Carlos Díaz Loyola, más conocido por su seudónimo Pablo de Rokha, uno de los más eminentes poetas chilenos del siglo XX (y junto con Vicente Huidobro, uno de los indiscutibles fundadores de la vanguardia poética en Chile), y de Luisa Anabalón Sanderson, escritora de poesía y teatro de perdurable recuerdo en la literatura chilena bajo el seudónimo de Winétt de Rokha. No obstante, las poderosas personalidades de sus progenitores, especialmente la del “volcánico” Pablo, la poesía de Carlos de Rokha no es en absoluto imitación de sus escrituras. Sin poder desprenderse del todo de sus influencias, su poesía es quizás filial en relación con ellas en un sentido más profundo: ante el espíritu fundacional y comprometido políticamente de las últimas, él será un ejemplo, y podríamos decir más, el paradigma del momento surrealista en la poesía chilena. Ya que incorporar a la poética las visiones inefables, buscar el punto sintético entre lo que existe y lo que se presenta como pura posibilidad, le resulta mucho más natural que al resto del movimiento surrealista chileno, que se establece en su forma tradicional de “secta” cerrada, con sus dinámicas y órgano periódico oficial: la Mandrágora. Carlos nunca será parte integral de la Mandrágora, aunque haya publicado en las páginas de su revista y la posteridad le acredite como el ejemplo más lúcido de la investigación poética que está en el corazón de la doctrina surrealista: precisamente quizás por ser más leal a su propio trayecto logra ser una de las figuras fundamentales y genuinas de este “aire de época”, que en él es carácter propio, y asumido hasta en los menores detalles de su vida. En palabras de su padre: Te mató, entonces, la superabundancia emocional, no apolínea, furiosamente dionisíaca, y el deslumbramiento inmortal del arte.
Oda
¡Oh mar oh tiempo obscuro
de mi sangre!
Estoy desnudo frente a tu corola
de ráfaga impaciente. Oh tiempo
en azules columnas sostenido:
cielo del mar, devuélveme
el tallo de la angustia, la paloma
del aire, su silencio
de isla detenida.
(Del libro Memorial y llaves, editado póstumamente en 1964, p. 111 de la Antología)
En la biografía del poeta visionario, de manera inevitable y trágica, se reproduce el drama del arte poética ante una modernidad ansiosa por progreso material y con deseos de expansión en contraste con cualquier intimidad. Vemos aparecer la rebelde intimidad de la poesía moderna, en su pasmo radical, en el espejo de las crisis mentales de Carlos, que le visitarían reiteradamente desde los 17 años hasta el mismo año de su muerte; el compromiso político sin cálculos que le cuesta ser condenado a una relegación; el desplazamiento a través del territorio chileno, argentino y uruguayo sin establecerse ni “sentar cabeza” en parte alguna; y de manera muy significativa, el relativo reconocimiento póstumo a su última obra, la más acabada y original, publicada en los libros Memorial y llaves, de 1964, y sobre todo Pavana del gallo y el arlequín, publicada en 1967. Su obra llevará el sello de una trayectoria “fallida”, tanto en lo vital como en la construcción de una “carrera literaria”, y constituirá uno de los miembros de un “coro secreto” de poetas chilenos mal difundidos para el público lector en general, pero leídos con admiración por generación tras generación de escritores ―por ejemplo Gustavo Ossorio, Omar Cáceres, Rosamel del Valle, y un muy largo etcétera― en viejas ediciones fotocopiadas que con suerte pudieron llegar a las plataformas digitales. Es casi como si el carácter “secreto” de la poética de Carlos de Rokha le llevara inevitablemente a una transmisión personal entre los fieles, como si fuese una doctrina mística, oscura y concebida para pocos.
V
Un volantín de hierba asciende a las estrellas
El tren vuelve de nuevo a pasar sobre el puente
Y los ríos se llenan de una música ebria
El color de las hojas se torna tornasol
Y lloran las abejas en sus jaulas de hilo
Se demoran los gatos en la siesta de estío
Ahora esta la tarde son los gallos de enero
Que juegan a los dados su roja eternidad
Ahora ya la tarde son diez gallos no más
Que bailan sobre un fuego en vértice tenaz
Los gallos degollados multiplican la esfera
Los gallos, ¡ah!, gallos su terrible coral.
(De Cuadro de verano, de Pavana del gallo y el arlequín, p. 147 de la Antología)
La Editorial UV, de la Universidad de Valparaíso (ciudad natal del poeta) ha publicado una Antología amplia de Carlos de Rokha en junio de este año 2022. Esta resulta ser la publicación más completa que se haya publicado alguna vez de su obra, incluyendo varios poemas inéditos que formarían parte del amplio proyecto El orden visible (del cual solo una primera parte había aparecido en vida del autor, en 1956 por Editorial Multitud), otros poemas dispersos en revistas y archivos, y abundante material gráfico. Complementan la obra un prólogo y una cronología, realizados por Cristián Jofré; y tres epílogos que comentan sobre la vida y obra del poeta escritos por cuatro figuras fundamentales de la escritura poética y crítica en la literatura chilena: su padre Pablo de Rokha, su cuñado Mahfúd Massís, y sus amigos, los poetas y críticos Enrique Lihn y Teófilo Cid. En conjunto, una obra que echa una necesaria luz sobre una obra que no debía quedar en tinieblas.
*(Santiago de Chile-Chile, 1974). Escritor, traductor y ensayista. Ha publicado, entre otros libros, en poesía An Old Blues Songbook (2006), 44 canciones realistas (2015), Lumbre y portazos. Ejercicios de estilo (plaquette, 2018), La Conquista. Sección I del Libro de La Fundación (2020); en cuento Esplendor (2011), Siete pagos (2019); y como traductor, narrativa, poesía y ensayo de Lev Tolstoy, Marina Tzvetáyeva, Vladimir Mayakovsky, entre otros autores.
**(Valparaíso-Chile, 1920 – Santiago de Chile-Chile, 1962). Poeta, cuentista y pintor. Pseudónimo de Carlos Díaz Anabalón. Estudió Humanidades en el Instituto Secundario de Bellas Artes. Sufría de esquizofrenia, por lo que fue internado en el hospital psiquiátrico en varias ocasiones. Obtuvo el Premio de los Juegos Municipales Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago en 1961 y 1962. Murió por ingesta de una sobredosis de fármacos. Publicó Cántico profético al Primer Mundo (1943), El orden visible (1956), Memorial y llaves (1964), Pavana del gallo y el arlequín (1967 y 2002) y, póstumamente, Carlos de Rokha. Antología (2022).