Por Roger Santiváñez
Crédito de la foto (izq.) Arteidea Eds. /
(der.) Armando Arteaga
El canto de la guerra y de la paz.
Una lectura de Las armas molidas de Juan Ramírez Ruiz*
The Age demanded
Ezra Pound
Con Las armas molidas (Lima, 1996) Juan Ramírez Ruiz culminó —de forma brillante— un proyecto poético iniciado hacia 1970 con la fundación del Movimiento Hora Zero. En esta nota trataremos de ilustrar, en base a la interpretación textual del libro, las razones de nuestra categórica afirmación. Si Hora Zero en su momento original quiso ser la voz poética de las masas explotadas, 25 años después uno de sus cofundadores (el otro es Jorge Pimentel) alcanzó tras un largo proceso de investigación y escritura (del que fui testigo debido a mis casi diarias reuniones con el poeta durante las noches de Quilca en los 90’s) una de las más altas realizaciones no sólo en cuanto a ser la expresión de aquellas masas sino a la configuración mental de su más recóndita sensibilidad y experiencia interior puestas en poesía.
En efecto, el libro comienza con el diseño de 15 Andigramas, es decir, “Signos, logogramas y símbolos de los diversos sistemas escriturales labrados por el hombre, cuyo proceso de hominización también se desarrolló en la Amazonía y las superficies y cumbres de los Andes” nos informa Ramírez Ruiz en el Índice Tres del poemario. El poeta ha re-creado o inventado estas imágenes a partir de diversas iconografías tomadas de la amplia gama cultural étnica de nuestra identidad andina. Desde aquí hunde sus raíces en las dimensiones Hanan, Kay y Uku Pacha de la cosmogonía precolombina para articular el fluir semántico de lo que denomina La Huella del Canto, teniendo en cuenta que antes que naciera El Canto ya La Huella vivía. Esto lo llevó a un proceso fonológico y sígnico que él llama paligadas, es decir vinculando categoría gramaticales no vinculables por la ley de la lengua para obtener un planteamiento graficado de la siguiente manera:
de + en + con = den = ><
El signo resultante unido a La Matriz Tetrasimbólica (legada por el aimara Juan Santa Cruz Pachacuti) deriva en los arquetipos representados por el cuadrado, el triángulo y el rombo que junto a la – y la | (como matrices) forman el Alfagrama que Ramírez Ruiz concluye es el sistema visual de la lengua Hanan. Esta especie de nueva lengua —creada por el poeta— sería ontológicamente nuestra, es decir, los rasgos grafémicos y fonémicos del Alfagrama actualizarían mejor que el alfabeto occidental la escritura interna de las lenguas nativas, ya que son trazos que histórica y culturalmente nos pertenecen. Esto es lo que interesa destacar: la preocupación de nuestro poeta por llegar a configurar un nuevo idioma basado en los rasgos de nuestra cosmogonía étnica. Muchos cuestionarán el sentido de esta demorada elaboración ramírezruiziana, pero quedará claro el portento de su imaginación, su capacidad creativa y su intenso amor por nuestra cultura andina, en el intento por forjar el Alfagrama cifrado en un pensamiento e iconografía de raíces hondamente peruanas. La última parte de Las armas molidas está escrita o acuñada en la nueva lengua. Tarea para los filólogos del futuro.
Volvamos al comienzo. Entremos en el discurso que llamaremos occidental ya que viene redactado en castellano, pero es importante señalar que todo el proceso intelectual descrito sucintamente líneas arriba acompaña —en paralelo— a dicho discurso, situado en la parte superior de cada página del poemario. De manera que tenemos en realidad dos discursos: uno en español-peruano y otro compuesto por la exposición sígnico-simbólica de la elaboración lingüística de nuevo tipo que desembocará en el prístino idioma (étnicamente nuestro) que el poeta nos deja para el futuro.
El libro está compuesto de tres partes. Iremos estudiando cada una de ellas para desentrañar su propuesta poética. Estas tres partes están reunidas bajo el nombre de El Canto que vendría a ser propiamente toda la obra en sí, lo cual es muy importante ya que implica su condición épica, a la manera de los antiguos cantares de gesta o los modernos Cantos poundianos. De arranque ya estamos notificados: se trata (valga la redundancia) de un canto épico. La primera parte empieza con dos poemas denominados “Hombre de Armas Molidas (a)” y “(b)” respectivamente. El texto pregunta por el hombre. Es una interrogación ancestral, ontológica, situada en el punto cero de la historia. Aquí radica la relación con el original proceso de hominización ocurrido en los Andes y en la Amazonía, desde el cual el poeta va a re-crear un nuevo lenguaje (como veíamos al principio de esta nota). Hasta ese punto se retrotrae en el devenir histórico de la humanidad. Situados en ese instante primordial leemos y/o escuchamos: “falta un hombre —falta un hombre” y “otra vez el eco repite: falta un hombre—/ falta un hombre-falta un hombre…”. Todo esto ocurre: “desde sin/ con el viento cazador de figuras fugitivas”. Nótese la articulación particular “desde sin con” que es el punto de partida, la vinculación de categorías gramaticales que violentan la sintaxis estándar del español, de la investigación lingüística que derivó en la configuración del Alfagrama ramírezruiziano.
No se trata pues de un mero elemento lúdico, sino que es la base de su elaboración poético-gramatical en camino hacia el descubrimiento de la nueva lengua nativa ancestral que propone finalmente el libro. Y además entraña fenomenológicamente hablando, la realización plena del existir de la vida en toda su plenitud y potencialidad. Estas paligadas como él las llama, o sea palabras ligadas de un caprichoso o revolucionario modo implican lo que el poeta denomina “el vértigo multidimensional de la existencia”. Ahora vemos pues, hasta qué punto están íntimamente relacionados el discurso poético occidental en español y la propuesta alfagramática que lo acompaña. Son complementarios cabría decir. O las dos caras de una misma medalla.
Volvamos al primer poema. A la pregunta por el hombre, le sigue la respuesta de su presencia a través de la huella. Este es otro concepto fundamental del libro. Y la huella es la voz. “la voz que reside en cada cuerpo/ y se hospeda entre los astros”. Van juntas la huella humana, es decir, el trazo, cualquier vestigio de existencia homínida. Y la huella pertenece a la voz. Es decir, entra ahora la lengua. La expresión concreta, gutural del ser humano con la cual articulará su idioma. Pero esta manifestación del ser es cósmica. Envuelve al mundo diríamos. Por eso mora en el firmamento. Es universal. Simultáneamente encarna en un cuerpo. En cada cuerpo de cada quien. Aquí Ramírez Ruiz reivindica la materialidad de la persona. Y nos recuerda esos hinostrozianos versos que dicen: “Yo no tengo un cuerpo/ Yo soy un cuerpo”. Pero inmediatamente Ramírez Ruiz viste —diríamos— al hombre genérico del cual nos venía hablando: “con camisa blanca/ pantalón y zapatos negros” , es decir lo sitúa específica, social y hasta geográficamente: es la imagen del campesino de la costa norte del Perú, lugar del origen real del poeta. Este es el hombre entonces. Y el poeta se identifica con él: “Su sensibilidad sale por su-mi aura” y otra vez estamos ante el hombre esencial, metafísico: “y al río entero de la-su vida le ordena que corra…/ y el río corre…desde el fondo de sí mismo…”.
Es pertinente señalar que esta vuelta hasta los tiempos primordiales, nos recuerda el inicio del primer poema de Cinco razones puras (para comprometerse con la huelga) de Cesáreo Martínez. Creemos que esto no es casual: ambos poetas (equiparados generacionalmente además) se proponen una poesía que reivindique a las masas trabajadoras y parten desde la perspectiva del hombre —ontológica y universal—. Por supuesto que ambas poéticas, en este sentido, abrevan de esa gran fuente que constituyen los Poemas Humanos de César Vallejo.
Ahora bien. El hombre de Ramírez Ruiz es profundamente democrático: “¡nadie va delante de él/ y él no va delante de nadie”. Esta suprema igualdad y horizontalidad domina el poemario. Y su condición se define de la siguiente manera: “toda huella firma tiempo y vale espacio”. Este es el ser del hombre según Ramírez Ruiz, definido también de este modo: “nudo de llagas que emite un cántico…/ rosal jalado con por los hilos de la soga de brea,/ misa entre explosiones, bala o estuche del futuro”. Aquí está la poesía en ese cántico, la flor, y la guerra que todo lo rodea. Cabe señalar que este libro fue escrito durante los años más duros de la guerra civil que vivió nuestro país a fines del siglo pasado. Dicha guerra está presente a lo largo de la obra (desde el título) pero no es sólo de ese específico conflicto del que nos habla el poeta, sino de la guerra milenaria del pueblo por su liberación. Una guerra ancestral, legendaria que lleva el pueblo desde el primer instante de su existencia humana:
“Marejada de sueños iridiscentes como wakas doradas/ ¡mi cuerpo reuní pegoteándolo con lágrimas y rabia!”. He aquí la primera mención étnica, en tanto resistencia atávica que alude al mito de Inkarri, como esperanza total en medio del dolor y el sufrimiento. Es una “vianda de futuro regado con sollozos!…”.
Me interesa puntualizar el uso de la palabra vianda en relación a una memoria personal de mi niñez piurana: veía a las esposas de los trabajadores llevándoles el alimento a sus maridos en estas viandas o portaviandas populares. Quiero creer que a estas viandas se refiere Ramírez Ruiz, cuando las menciona en su imagen del porvenir que el pueblo labra a pesar de su llanto.
Llegamos al poema denominado “El Rumbo” que es el punto de partida de ese gran viaje que constituirá el libro entero. “voy a caminar/ voy a caminar donde no hay ruta sin tajo/ allá donde la velocidad del pensamiento/ está brillando en cada flor…” con lo cual estamos notificados que no sólo es un desplazamiento real por el territorio del Perú básicamente andino (aunque incluye también la costa y la amazonia) sino un itinerario mental, íntimamente relacionado a las estructuras profundas de la sensibilidad del ser peruano, étnicamente hablando, pletórico de su mitología primordial: “muy cerca al proyecto del puma-/ del enebro- y las lagunas”. Lo que no le impedirá también transitar “en la soledad total de las ciudades”. Aquí recordamos haber visto al poeta Ramírez Ruiz atravesando las calles vacías de Lima en pos de la madrugada. Toda su vivencia personal está logradamente transformada en poesía. Pero lo interesante es la dimensión metafísica que él le arranca a su vivencia histórica: “Cuando yo no tenía huesos/ polvo de estrellas regado en los solares/ volvía al firmamento –ya la semilla/ eslabonaba la música”.
Es decir, se trata del hombre integrado al universo y desde allí brota su creación (su música) como aquella de las esferas de la que hablaron los antiguos griegos. Pero la semilla de Ramírez Ruiz está en “Pikimachay-Pacaicasa-Lauricocha/ con el amor de guía”. En el origen más remoto del hombre andino. Esta es la huella que aparece entonces en medio del poema cuando “ya también la oscura guerra había comenzado…”. Y así vemos volar al “pájaro Chavín y el p. Pucará y el p. Vicús”. Y eslabonados aquellos de la totalidad de las culturas y civilizaciones nativas, rigurosamente citadas entre los versos. En medio del discurso surge la figura del Golondrino, ese campesino casi paria de nuestros campos que va de sembrío en sembrío alquilándose para poder sobrevivir. Es pertinente señalar que el Golondrino será un personaje recurrente en todo el libro, configurando un núcleo de sentido fundamental en la propuesta general de la obra. Y por supuesto la reivindicación inca, el rumbo de los pájaros simbólicos de las culturas y las calles “iban-iban hacia el Cusco”, en lucha de resistencia contra lo moderno atroz: “entre vómitos de antenas parabólicas”, mientras el poeta se da cuenta que él mismo es todo el ser y sentimiento de la cultura: “mi retrato buscan en mi propio corazón”. Mas con lucidez implacable reconoce la realidad escindida del ser peruano: “Mi corazón sin embargo estaba partido:/ venía por el cauce de dos aguas”.
En esta parte del libro está el poema “Una Golondrina Aparece una Vez” que viene a demostrar la capacidad lírica de Ramírez Ruiz. Es un hermoso y compacto texto digno de figurar en cualquier hipotética muestra de nuestra más alta antología órfica junto aquellas piezas perfectas de Eielson (Reinos) o Simple Canción de Juan Gonzalo Rose.
Una golondrina aparece una vez
Gota de granito exprimido: una Golondrina;
una golondrina aparece una vez en cada vida
y (una vez) nos contempla con milagros
con milagros que practican realidades.
Micra de extensión recogida, una Golondrina;
desde hace tiempo (una vez) viene parto
de frutas, nido de caminos y libros
donde nacen y fenecen pensamientos…
Gotas de cordillera estrujada, esas muchachas
desaparecen (una vez) en cada vida;
esas muchachas se llevan (una vez) los milagros
los milagros que practican realidades.
Micra de planicie apretada, esas muchachas
se van (otra vez) nido de libros, caminos de frutas
y partos donde nacen y fallecen pensamientos
(Gotas de extensión, micras de planicie,
la cordillera exprimida parte y el granito estrujado viene!)
En este sentido va el fragmento Polvo Regado que forma parte del poema “La Leyenda Secreta”. Pero esta vez la utopía y la esperanza de un tiempo de redención para nuestro pueblo y para todos nosotros queda estampado de la siguiente manera: “En el suelo colmado (como florero)/ con visiones y margaritas –el rumbo/ respira nombres –chorros de ojos y luz-/ perfumada luz-luz fragante luz-luz¡”. O nos lo describe con esta intensa e íntima dicción: “El fragante destello de los jazmines/ entrará a los rostros/ como quien por fin halla su casa muy amada”. La primera parte del libro finaliza con una especie de Gran Pachakutik titulado “Maqueta de una Visión” y su par anterior “Dibujo de una Visión”. En ambos una alucinante movilización geográfica y étnico-social toma cuerpo, ocurre una suerte de gigantesco cataclismo: “Vi Comas eslabonando al Valle Jauja/ y los Caminos del Inca cruzaban muy rápido/ la solitaria Carretera Marginal/ mientras los paraderos del Tren Central/ iban muy apurados vía norte hacia las costas/ Vi Satipo desatando sus cosechas laceradas/ en las dunas de Paracas y en las playas de Moquegua” . Y al final: “¡El Cielo se derrama! ¡El Cielo se derrama?/ ¡Y yo debo por entero recogerlo!”. Proclive a este Apocalipsis o Revolución absoluta y total, el poeta asume la inexcusable tarea de reconstruir el mundo con su canto.
Entramos a la segunda parte del libro. Prosigue el viaje y en estado de exacto equilibrio: “Sin vanidad ni modestia”, “Un día y un poeta/ cruzan juntos/ la semilla del Perú”. De eso se trata, de llegar al fondo, al principio, a los orígenes primordiales de nuestro ser. Hay un conocimiento exhaustivo de la propia identidad como queda claro en el poema “Hombre de Armas Molidas (c)”: “sé quién soy, sé que quiero,/ conozco mis nombres:”, los cuales como las cordilleras “van por tu mi sangre”. Nótese la paligada confeccionada con “tu” y “mi” para crear el sentido colectivo de nuestra identidad, preludio del texto “Homenaje a los Extintos” referido básicamente a las culturas de la selva amazónica ya desaparecidas. En medio de este dolor, el poeta se define: “golondrino atormentado como yo –un Amahuaca”. E inmediatamente, como ya nos tiene acostumbrados, viene la reflexión cósmica: “¡Inmenso Más-Allá que rodeas mi choza/ de aislado -/ muy pequeño eres en mi lengua”.
Es decir, en su voz y en su poesía, el universo todo se presenta mínimo aun con su vastedad, debido a la superior grandeza del hombre y al portento de su esperanza: “¡Fragmento de mañana-/ que hace tiempo no apareces-/ qué haces otra vez/ en la mano derecha de este aislado Mayoruna¡”. Después de un conmovedor y dramático listado numérico de las culturas selváticas actualmente en extinción, hallamos en el poema “Recuerdo en el Verano Implacable” unos versos que sintetizan bellamente la propuesta ramírezruiziana en torno a la identidad y a la solidaridad en nuestra existencia:
“para avanzar siembro mi pensamiento-/ para seguir luego de avanzar me llamo/ y acudo junto yendo al confín de mí mismo-/ y luego a cada uno –allá aquí– en su sitio encuentro”.
Porque todo esto está escrito como el poeta lo expresa con toda claridad: “en el libro cholo” y “en el libro indio”. Y “en el libro zambo mi canto Bora”. El texto “Puente sobre Aguas Turbulentas” alusivo a Lima empieza con una declaración expresionista que define la situación: “Bolsa de Gritos/ que Empuja los Movimientos/ Delante de Cada Pie-/ la calle lleva en cada rostro por toda la ciudad”. De un solo trazo el poeta nos pinta la alienación de las urbes modernas y sus precipitadas muchedumbres andariegas. Y hacia el final del poema parece anunciar su muerte trágica, ocurrida en Virú en junio de 2007: “las carreteras disparadas como balas/ y el kilómetro que te saludó y se despidió-/ y la pista que cantó/ con la música de los pasos indelebles:” Así Juan Ramírez Ruiz se uniría a la lista de los poetas que, de un modo u otro, han profetizado su muerte. Esa música de los pasos indelebles, son los versos de su poesía viajando hacia el cielo en el momento de ser atropellado por un ómnibus en la carretera Panamericana norte.
Una épica profética cierra esta segunda parte con los poemas “El Tinkuy” y “Tinkunakuy”. En esta estancia de su viaje poético-étnico-mental el autor nos dice: “foco parlante/ o trino de luz posteléctrica/ ¡tú saludas liberando las legiones amorosas!”. Una postmodernidad que se resuelve en el amor, el canto y la reivindicación patria. O más claramente: “Quedarán las puertas repartidas como tarjetas./ Quedarán los poetas trajeados con su el rumbo entero./ Y quedarán mis nombres reunidos en mi nombre nuevo.”. Aquí está la clave de la enorme solidaridad de esta poesía. Una nueva y auténtica democracia imperará en el futuro y los poetas (los artistas en general) serán los estandartes de la dirección que seguirá el tiempo y el devenir histórico; uno que nos otorgará una novísima manera de ser y existir. Nos llamaremos de otro modo, tendremos un nuevo apelativo que será el de todos los seres humanos reunidos.
La tercera y última parte del libro principia encadenándose con el sentido de los últimos tramos de la parte segunda: “encuentro músicas que suenan como naciones”. Y un poco después: “Nación se llama al rumbo: y por una ruta/ dentro de una legión de sendas compite con las balas”. Esta afirmación es fundamental, máxime si casi toda la última parte del libro gira en torno al tema de la guerra interna. Efectivamente, los apagones, por ejemplo, y todos los aspectos digamos sangrientos que la rodearon son trabajados en poesía.
Llega un momento en que el discurso se centra en el tema de los desaparecidos. Desde el Sr. Morales (corresponsal de El Diario de Marka en Ayacucho) hasta el también corresponsal de La República, Jaime Ayala, y un sinnúmero de campesinos identificados con sus nombres son homenajeados, igualmente líderes populares asesinados como Jesús Oropeza y Alberto Páez. Como contraparte a esta terrible situación el poeta plantea el arribo de Hanan, una especie de dimensión extraordinaria (realización de la bioesférica realización pura del hombre) estadio supremo y de raíz étnica en donde él abreva su poesía épica: “unge también así, Hanan,/ a mi la crónica, tu perpetua novedad”. Recordemos que el Alfagrama es la plasmación de la nueva lengua Hanan. Es resaltante la permanente relación que, una y otra vez, se nos pone de manifiesto entre el poeta, su canto y los demás, la gente, el pueblo al que ambos pertenecen: “La rueda de las calles tiene una vereda/ que a mi propio corazón radiante me conduce”. Hay un viaje recíproco (de ida y vuelta) que va fusionando al poeta con su pueblo y viceversa. En esto Ramírez Ruiz es consecuente con el postulado vallejiano: Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él. Del mismo modo, como lo hemos sostenido varias veces, nuestro poeta siempre se nos presenta integrado al universo: “vosotros acompañarán al hombre que coge el suelo/ sin soltar el firmamento¡”. Este estado de plenitud total sería Hanan y Las armas molidas la huella de su canto. Y el canto de su huella. O como lo denomina Ramírez Ruiz textualmente: “futuro de politiempo”, teniendo en cuenta una de sus declaraciones más contundentes, inscrita hacia el final del libro: “Me han visto a mí viniendo del gran amor/ por para labrar el libro del la guerra y de la paz”, es decir: “el triunfo universal de las armas molidas”.
Sólo nos queda un breve espacio para comentar “Hombre de Armas Molidas (ch)” que colocado como penúltimo poema de la obra funciona como un Arte Poética. Se trata de una perfectamente configurada síntesis de los propósitos de este libro. Se nos describe el gran viaje realizado y su entera propuesta étnico-poética. Y finalmente política. La calidad formal nos lleva a un despliegue conceptual de notables perspectivas: “¡Explosión y susurro- fragmentos de armonía/ ¡uno es aquel hombre que viene a curar el ciclo/ después de cernir las normas de los que obran/ con el cuerpo definitivo colocado en las entrañas¡” Y su mensaje de utopía y esperanza totales: “¡Residencia Extraviada¡ ¡tú mereces los sus rumbos perfumados¡…”. Es decir, el mejor camino del cambio y de la Revolución. Sin embargo y contradictorio como todo poeta grande, Juan Ramírez Ruiz es capaz de escribir versos tan enigmáticos y misteriosos (en su apariencia) como estos:
“La respiración –un objeto-/ al silencio le conversa un canto/ que ningún susurro anuncia-/ pero que ya conoce/ sin saber que sabía sin nombre”.
El poeta ya lo nombró. Y of course de manera genial.
*(Chiclayo-Perú, 1946 – Trujillo-Perú, 2007). Poeta y periodista. Estudió en la Universidad Nacional Federico Villarreal (Perú). Fue cofundador, junto con Jorge Pimentel, del movimiento Hora Zero y uno de los máximos ideólogos del mismo. Se desempeñó como periodista para los diarios Marka, El Diario y La República, así como para la revista Mundial. Publicó en poesía Un Par de Vueltas por la Realidad (1971), Vida perpetua (1978) y Las armas molidas (1996).