Una lectura de «Herbolario íntimo» (2022), de Aleyda Quevedo Rojas

 

Por Mariela Nigro*

Crédito de la foto (izq.) Centro Ed. La Castalia /

(der.) Jorge Vinueza

 

 

El jardín de adentro.

Una lectura de Herbolario íntimo (2022),

de Aleyda Quevedo Rojas

 

 

Lección de la saxífraga:

florecer

entre piedras,

atreverse.

Ida Vitale

(Léxico de afinidades)

 

Las plantas observaban todo, ensimismadas, alertas.

Me miraban con sus rostros confusos, bellísimos,

esa delicada maraña de perfume, pétalo y alma.

Marosa di Giorgio

(Camino de las pedrerías, 52)

 

… algo en mí florece sin cesar.

Selva Casal

(El Grito)

 

 

La poesía de Aleyda Quevedo Rojas es pasional y sanguínea, es amatoria y emocional.

El cuerpo es el gozne alrededor del cual se articula la poética de esta destacada escritora quiteña. Y en este libro, es el cuerpo y el mundo vegetal que la contiene y la puebla, flores, plantas y hierbas que se presentan como metonimia de su ser y su lenguaje; entonces es la saxífraga del verso de William Carlos Williams del epígrafe inicial: “Saxífraga es mi flor que parte las rocas”.

El jardín como arquetipo poético (el jardín abisal de Alejandra Pizarnik, el surco ardiente de Delmira Agustini, el altar para los sacrificios y las bodas de seres extraordinarios de Marosa di Giorgio) es aquí un territorio doméstico y citadino, real, orgánico, que la poeta investiga aplicando una taxonomía y una nomenclatura personales ligadas a lo emocional, lo espiritual y lo erótico. Es también, de alguna forma, como en la telúrica topografía amorosa de Juana de Ibarbourou (en lugar de aromo, higuera y ciprés: arupo, cholán y capulí tropicales), un jardín pletórico pero con una sombra de lo inexorable, un luminoso solar que conjura al camposanto, pero que no lo clausura.

Así, esta “especialista en flores de páramo” examina cada planta, cada hierba, cada flor —también insectos y pájaros, como los agoreros sugsus— para invocar el espíritu de cada uno de ellos: las “malas palabras” de la ortiga, la “maldición” del pulgón, “la elevación espiritual de la hierba”, “las habilidades mentales de los mirlos”. En un imaginario cuenco proteico (su jardín y su propio cuerpo) se procesan, a través de la memoria o del oráculo, plantas urticantes o lenitivas, para encender las pasiones o para aliviar el malestar del alma, hasta llegar a la experiencia extrema de la ayahuasca y sus “sueños rojos” (Yagé”).

 

 

Como ha observado la poeta dominicana Soledad Álvarez en su texto introductorio de La otra, la misma de Dios, Aleyda Quevedo Rojas plantea el tema del amor-pasión y de la otredad “desde la compleja y fragmentada subjetividad de la mujer contemporánea”, advirtiendo en esta escritura “un significante de identidad”: el “ser femenino” que transita “entre el dispositivo retórico y la autenticidad del yo confesional”. También en Herbolario íntimo esa subjetividad refiere al ser femenino ligado al cuerpo, sus fluidos, lo erótico, la maternidad, su enclave vegetal cotidiano, los arcaicos poderes rituales de sanación. (Aspectos todos de una categoría de ‘lo femenino’ en la creación literaria y plástica de las mujeres que he analizado en otros escritos, entendiendo que, independientemente de los feminismos, los determinismos socio-históricos y otros aspectos ligados al género, por su especificidad, la modalidad del saber de ‘lo femenino’ se adiciona a la episteme común del individuo, resultando entonces su creación, entre el logos y el pathos, un saber complejo, enriquecido, totalizante).

En efecto, de tenor autobiográfico y confesional, esta poesía muestra la conciencia de la interioridad y la intimidad puestas en relación con la exterioridad, a través de metáforas y metonimias de amplias derivaciones, al establecer, desde el primer poema del libro (“Escritura”, primera sección, “Hierbas oscuras”), correspondencias entre el cuerpo y el mundo vegetal (“árbol que podrías ser tú misma”, “Mi cuerpo cubierto de brotes verdes”); entre el lenguaje y el cuerpo (“al empezar a escribir, y quemarte/ con las vocales”, “que llegue la vejez y no existan más palabras frescas”); entre el lenguaje y el mundo vegetal (“esa hostil flor que es el poema”, “Vivo de palabras infinitas al límite del poema/ sobre la forma de ser flor”); también entre amar y escribir, con igual incertidumbre.

A veces la poeta está en tránsito por el jardín: “Alucino y creo volar”, “caminando descalza debajo del Arupo”, “caminando sobre la incertidumbre de un paisaje”; a veces queda quietísima: “Yo, la que ahora se sienta a contemplar la revelación/ de las piedras negras…”, “Pronuncio mantras”.

En la segunda parte del libro, “Herbolario de intuición”, la economía del discurso resulta de una escritura epigramática, diríase con la brevedad de la hoja. Y en ella, el elemento fuego despliega toda la simbología de la purificación del cuerpo y del espíritu (“me apego al fuego/ para irme del mundo”, “amar y ser amada-incendiada”). Gaston Bachelard enseña, en su fenomenología de la imaginación aplicada a una “poética del fuego”, que el Ave Fénix es “síntesis de las grandes imágenes del nido y de la pira”: “mi requemado jardín” (“Hierba mala”) es aquí el nido de la poeta, y el fuego instrumenta la alquimia verbal para purificarlo. “Pura es la palabra. Requiere un fuego”, dice Jacques Derrida en La difunta ceniza. Y en sintonía, concluye Bachelard: “todo el poema está en llamas”.

 

La poeta Aleyda Quevedo Rojas.
Crédito de la foto: Jorge Vinueza

 

En “Eros orgánico”, primer poema de la tercera parte del libro (“Botánica del cuerpo”), la lengua explora, desde su erótica anfibología, todos los rincones, de las palabras y del cuerpo (“El amor es ficción/ y se practica con la lengua”, “Lengua francesa/ sobre espalda/ succionando/ nervios y más dudas”), y los labios son territorio de la palabra y del amor (“una dialéctica escrita/ sobre los labios”, “Labios/ calientes”). Las cesuras no esconden la prosa, que desborda en un discurso impulsivo y sincopado, como un “volcán vivo”. Luego, en los siguientes poemas, la poeta escribe sobre el deseo, la herida y la sexualidad sin eufemismos (“Infección”, “Algas”, “Adamar”), aunque refiera a una “imaginación simbólica” en “Orquídeas”, esas “flores complejas” y sexuales como también lo son, en su alegoría poética, los nardos de Marosa o las buganvilias de Frida.

Los tópicos del padecimiento físico y de la muerte (como en “Profunda asfixia” y “Lino”) hallan correspondencias con los de su libro Soy mi cuerpo. En el prólogo de este, el poeta uruguayo Rafael Courtoisie consigna: “El discurso poético de Aleyda Quevedo Rojas desculpabiliza el cuerpo, se adueña del cuerpo, de sus palpitaciones y discontinuidades (…)”; “(…) un decir literario que es reconocimiento del dolor pero sin enunciación elegíaca, puesto que es también, y esencialmente, celebración y goce”. En aquel libro, como en este, la poeta también fue “Tejido quemado/ árbol de páramo yo”, recibió los cuidados curativos del amor con “raíces y hojas de menta”, y tuvo “Grandes geranios heridos/ brotando lágrimas de sangre”.

En este Herbolario íntimo se han contemplado hierbas, plantas y flores, para luego quemarlas, refundando el jardín, como lo fuera Quito desde las brasas. No puedo evitar, desde este sur con otra historia, sin volcanes ni frutos tropicales, imaginar que ese jardín se prolonga por senderos con paredes de roca que llevan hacia el reino mítico preinca o tal vez a los restos orgánicos del jardín de la princesa madre de Atahualpa.

Han quedado pequeñas hogueras, pero también “charcos abiertos” y el agua de las lágrimas por el hermano muerto. Y un ramo de geranios rojos en ofrenda a la madre. En el vergel íntimo de la poesía, todo ha sido purificado. Las flores y la maleza también crecen por dentro.

 

 

Referencias

Aleyda Quevedo Rojas: La otra, la misma de Dios. Prólogo de Soledad Álvarez: La otra, la misma del Amor. Ediciones de La línea imaginaria, Editorial El Conejo, Quito, 2011.

Aleyda Quevedo Rojas: Soy mi cuerpo. Prólogo de Rafael Courtoisie: Arte del cuerpo y erótica del sentido. Ediciones de La línea imaginaria, Libresa, Quito, 2006.

Gaston Bachelard: Fragmentos de una poética del fuego. Traducción Hugo F. Bauzá. Editorial Paidós, Buenos Aires, 1992.

Mariella Nigro: “La veladura del tul: una poética femenina”, en “La palabra entre nosotras”- Actas del Primer Encuentro de Literatura de Mujeres. Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2005.

 

 

 

 

*(Montevideo-Uruguay, 1957). Poeta y ensayista. Doctora en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad de la República (UDELAR). Obtuvo los Premios Nacionales de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura, el Primer Premio de poesía inédita, el Premio Bartolomé Hidalgo de Poesía (2011), el Premio Morosoli (2013), entre otros. Ha publicado en poesía Umbral del cuerpo (2002), El río vertical (2004), Después del nombre (2011), De los días y las noches (Mensajes para un niño que está lejos) (2022), Autorretrato. Una antología personal (2022), entre otros; y en ensayo Dolor de espejos (Apuntes sobre el arte de Frida Kahlo) (1998).

 

 

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