La presente muestra de poemas fue publicada, originalmente, en el ebook bilingüe Inventar la felicidad. Muestra de poesía brasileña reciente (2016) con selección y notas de los poetas Tarso de Melo y Fabrício Marques y publicada por Vallejo & Co.
Por Ricardo Rizzo*
Traducción del portugués al español por Luis Aguilar
Selección y curaduría por Tarso de Melo y Fabrício Marques
Texto por Fabrício Marques
Crédito de la foto www.ruidomanifesto.org
Un volcán congelado.
5 poemas de Ricardo Rizzo
Sobre la poesía de Ricardo Rizzo
Con tres libros publicados, Ricardo Rizzo es uno de los más densos poetas contemporáneos, mostrando madurez rara desde su estreno, Caballo marino y otros poemas, 2002; en esto, el diálogo con las artes visuales y la literatura se destaca junto con los versos dirigidos a su estado natal, Minas —otro nombre para el misterio, entre la mitología y el sueño. En los libros siguientes, País en blanco y Estado de despejo, Rizzo afirma el poema como una construcción política (en el sentido estricto), al elegir los temas sociales en los que el ser humano siempre se coloca en el primer plano, en alusión a lo que Adorno llama «la vida dañada». Los cinco poemas seleccionados señalan esta característica de nuestro tiempo, de hombres divididos, heridos y sin ciudadanía, a un palmo de la barbarie. “Estudio para un código penal”, por ejemplo, presenta una especie de deliberación entre las víctimas de violación, de atentado violento al pudor, de asalto, de tortura, de genocidio y de pequeñas brutalidades diarias. Rizzo mantiene el pulso y la pulsación, tanto en los poemas más cortos como en los más largos.
5 poemas
Donde el dolor no tiene razón
Rosana perdió un brazo
recientemente
(mientras buceaba)
y le falta el rostro a Marcelo
después del accidente. Marina
no tiene útero, Cícero
vendió el bazo, Deborah
se raspó las rodillas en algún bar
de carretera.
Verónica enterró la lengua
junto con el abuelo
Eduardo decidió arrancarse
los incómodos dedos del pie
que acumulaban suciedad.
Estos amigos míos viven pidiendo
favores del tipo
“llévame al baño, ponme en la ventana,
alquila una película”
a los que yo me niego para mostrarles
la utilidad de cada parte
del cuerpo en que vivimos.
Alpinismo
El camarógrafo recoge las muestras por la orilla
del volcán congelado
—al lado
de la sala de tv
una hilera de sal
forma el rostro de quien quiero recordar
desierto de declives bruscos.
Hay panteras y panteras en esta noche
en que el odio mastica tela y tez
con sus navajas huecas.
Es como si se infiltrara en la ropa
de ella y sintiera secar su
sudor cuando se levanta
en el ómnibus
viendo ansiosamente
a alguien desde una fachada.
Este hombre por quien ella se mancha
y se ensucia y se perfuma de sus
propios olores y los
extiende por la piel
hasta ensuciar de alegría
los pliegues de las piernas donde a él gusta
restregar la barba
este hombre siente en el rostro la mancha
de luz que el día
orina.
Un alpinista sabría olvidar esta tarde en
que ellos se encuentran en un pequeño
apartamento
con sus relojes.
A cuatro mil sesenta metros de altitud
sabría reírse de un pájaro extraño
o esperaría un instante hasta
que el sol bajase
y retomaría los movimientos
a través de los cuales mantiene
sus manos atadas
al planeta.
Estudio para un código penal
La víctima de violación deseó
que su voz fuese un objeto cortante
de grosor indeterminado
con un borde más delgado y otro ciego, duro como la punta
de un acantilado, un objeto olvidado algunos años
pero recuperado, herrumbroso más útil todavía.
Con su voz, argumentaba, podría descifrar
las fibras de cada expectativa
como quien deshebra a cuchilladas
una carne cocida
y a cada palabra atribuir un corte
y con su voz abrir vaginas en la piel del violador,
vaginas y más vaginas.
La víctima de atentados al pudor no estuvo de acuerdo.
Prefería que a cada dedo suyo correspondiera
un peso específico en el mundo. Cavarlos en su ofensor,
trozos densos y cilíndricos de materia,
los pesados dedos podrían atravesar las costillas
con su propia densidad,
llegar a un núcleo imaginario
(abajito del verdadero corazón) cuya función simbólica
le interesaba más que las lentejas en la superficie
de una herida de piel.
Ninguna víctima de tortura se pronunció. La víctima
de latrocinio bostezaba, consultando obsesivamente su manual
de construcción de pozos artesanos. La víctima de asfixia y vilipendio
quiso contribuir, comentó que, en su caso, prefería las manos
convertidas en dagas. Pero no de cualquier tipo.
Dagas giratorias
que permitiesen también la navegación, además de labrar los
pulmones artificiales de los buzos,
llevando aire al fondo de las retinas.
Las víctimas de genocidio decidieron deliberar en bloque. Aventaron
sus manos entrelazadas unas con otras por hilos de acero revestidos
de una fina
capa de piel. Después, esos hilos de piel y acero,
ya unidos entre sí,
serían atados a puntas de tijeras de jardín
que a su vez
tendrían una especial elasticidad
de modo que permitieran al grupo, al separarse
en busca de abrigo seguro, proyectar
en el aire oscuro y húmedo
del pantano
una red de protección, una piel colectiva compuesta
por ráfagas de tijeretazos, firmes
más controladas, precisas, guiadas de algún modo
por impulsos neurológicos, pero deliberadas, duras
capaces de desmembrar las nubes químicas
aún a sabiendas de que ya las habría
respirado.
Las víctimas de tortura
tímidamente
sugerirán la utilidad de prever,
como hipótesis, al menos, la utilización de todos aquellos mecanismos,
desde su óptica muy apropiados,
en conjunto, de tal modo
que tijeras y vaginas
cuando fuese el caso,
pudieran juntarse, así como dedos y núcleos,
dagas y hebras de piel, si al final entendieran
la ventajosa cooperación,
en el caso de vilipendios, por ejemplo,
o detenciones ilegales,
conforme al caso,
o aún en el caso de tráfico
de armas blancas y aves exóticas.
Al fondo de la sala
la víctima de pequeñas brutalidades diarias
sin antecedentes
se levantó, fue hasta la orilla de la mesa,
bebió agua en su vaso de plástico,
comió frutas podridas.
Deseó que en su estómago cansado
chocaran líquidos contrarios
y una pequeña convulsión resultante
provocase una incomodidad,
un cólico último
antes del aborto.
Estudio para una crítica de economía política
Nadie habla ya
en la propiedad privada
de los medios de producción.
*
No obstante, su presencia
hace sentirse aún
cabra ciega esquiva
como piel que se viste
desmembrada en cortinas de espejos,
aunque no menos vívida.
*
Un día en una reunión
alguien pensó incluso en hablar
pensándolo apropiado
para la discusión, pero después decidió
que mejor no.
*
Remarcado en un libro didáctico
alguien tal vez
haya puesto atención al juego
entre los medios y las manos;
pero abajo de la frase
sucede que se perdía
el sentido de algo vivo, fuera del libro,
y lo que las negritas subrayaban
—y por eso huía—
era un ruido del pasado
próximo al carbón
después de usarlo.
*
Bajo el radar de cadáveres
ella no obstante navega
en cierto sentido hermosa, muy imprecisa,
vieja presa política olvidada en su celda.
*
La paz acelerada que la invadió
es el mismo sentimiento
en todas partes
en la planicie como en la hidrovía
por donde cargan minerales,
en los sindicatos de vigías;
es la paz de una daga usada
para cortar aquello que la cegara.
*
Pero ya no se habla, ni
entre la gente joven de las facultades,
del fantasma-propiedad
que la soledad experimenta
en la nave de la iglesia barroca
de una partícula de polvo
dejada ahí por alguien que visitara
una fábrica cerrada
donde antiguamente
se fabricaba la luz fría
que ilumina el infinito corredor del hospital.
*
La categoría salario
no puede competir
en poder argumentativo
con la categoría propiedad privada
de los medios de producción.
El salario es el hombre
en su dimensión de intestino
en tanto que la propiedad es el destino
de todo lo que mastica
como también de su saliva.
Una piel que se viste por encima
de las circunstancias conocidas
y sale en la radiografía.
El salario, al contrario,
retrata una arritmia
desde dentro del aparato:
espía, nada más, un coito maldito
de alguien que lo espera
con alguien que lo sacia.
*
La avispa que defiende el cráneo hueco en el altar barroco
se multiplica por instinto
programada para vengarse.
La mercancía se reproduce a propósito,
está atenta al movimiento que la embaraza.
La propiedad privada
de los medios de producción
es un altar subcutáneo
en que el objeto celebra
un odioso rito: arranca de su naturaleza
un viejo corazón de objeto
gastado de existir
desde la piedra rebanada
y lo expone a un público callado.
Al verlo fuera del cuerpo
vomita sobre él un nuevo dorso
y ese nuevo dorso gana una vida
mayor que la suya, y más libre,
en cuanto la antigua avispa lo sodomiza.
Aquí afuera eso acontece
siempre que alguien optimiza
las estrategias que reducen
costos de transacción.
Una avispa que visita
la oficina a esas horas
sodomizó el mismo día
el cadáver de un objeto
cuyo corazón expuesto
habita ahora
un nuevo cuerpo.
Si alguien sonríe en esa hora precisa
sabe que, en el fondo, aunque revuelta,
se celebra en el mundo subcutáneo
una fiesta muerta.
Travesti negra responde
a la investigación, a la manzana
a la flor y a la náusea
a la pregunta sobre el implante
al vidente, a los caracoles
a la camaradería sutil
al llamado para viajar
al citatorio para atestiguar
al caos del cajón de calcetines
a opciones de respuesta múltiple
a la perorata del dentista
a quien quiera, sobre su hijo
al guía turístico
a una entrevista a final de página
a algo que la incomoda (puede ser el viento)
si lo pide con cariño
a la guerrilla urbana
al agobio del interior del auto
a las majaderías de los muchachos inocentes
al dulce afán de entregarse al dolce far niente
a la carta que le envió su tía
al patio, al bendito
al teléfono de la asistente social
a alguien que la reconoce en la fila
al despertador chino
al insulto del cobrador
al pájaro sobre la laguna
al papel membretado
al frío de la ciudad de playa en julio
al albañil
a la oferta de un cigarro de mariguana
a la súplica del adolescente para venirse en su boca
al pedido de ayuda del sobrino que estudia
a la grabación distorsionada
a la cámara de seguridad
al cuestionario de la universidad
a la escenificación de Tío Vania
al email de la muchacha de la Fundación Getulio Vargas
a la invitación para almorzar en la plaza comercial
a la pregunta del guardia tímido
a la cera caliente
al tipo penal
a la investigación en línea sobre la calidad del servicio
al ser y al tiempo
mentalmente al billete en el cajero cagado
al vagón femenino
al silencio que barre las esquinas (y su búsqueda)
a las latas volteadas por los cabezas rapadas
a la sensación de náusea
a la sonrisa del anestesista
a la señal que le permite atravesar la calle
al parpadeo del alto farol
a la aguja que atraviesa la columna vertebral
a la encuesta del infiernito
al miedo de perder
al gas pimienta
a la certeza de que la trae parada
a la canción que prefiere en otro disco
al citatorio de la convocatoria
al test, al peso, al desfile
al mismo delegado del pasado mes
a las buenas intenciones
al aprendiz
a las ganas de orinar
al rugido de las tempestades
al interfón a pesar de estar cansada
a la mañana que parece impedir que sus ojos se abran
a la resaca en la Avenida Atlántica
al nombre en clave del sábado
a la encuesta a boca de urna
al eco de Egipto
al mal entendido
al muchacho del Instituto Médico Legal
a la división del trabajo
a la recepcionista del Miguel Couto
al expediente del agente
a los gritos y a los susurros
a la profesora de inglés
a la postal de Natal de Sueli (que está en Italia)
al ruido del objeto pasando cerca
al Eduardo Coutinho
al llanto al lado, en el otro cuarto
al muchacho del gas
que pide un beso
(la camisa raída, sin remedio)
para experimentar
a la solicitud de préstamo en efectivo
a la inspección sanitaria
al recado del contestador automático
a la maleza, hincada, bofetada y tales
a la pregunta de si está escuchando bien
a la pregunta de si está bien
a la desorientación alrededor
a la instrucción de calmarse
a la repetición tediosa de la pregunta
a alguien que quiere que muera
al estuario que invade la memoria
a la interpelación del portero
a la humedad entre los senos
al manglar, al cristal, al cuerno
al matorral, al galpón, al ensayo
al superior, al director, al asistente
a la maquiladora, al catrín
a la psicóloga, a la muchacha de la limpieza
a la vendedora sobre medida
a la súplica del superego
a la caja del supermercado
al organizador del evento
al anticongelante
al error de pronunciación
al hermano que viajó
a la madre sobre un proyecto
que no sabe quién fue
al mendigo que busca diversión
que no recuerda bien
al gps del taxi (en pensamiento)
que prefiere dormir de bruces
al llamado del alcalde
a su nombre de guerra
al olor, al desespero
al espejo del baño
al reloj de pulso
al dinero, al uso de él,
a la noche urgente de interés
educadamente
a las señales en el guion
a la dirección, al precio
al anuncio de empleo
como un murciélago antiguo
al ruido que retumba
la pared de las cosas,
la superficie, la navaja,
el abrigo.
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(poemas en su idioma original, portugués)
Um vulcão congelado.
5 poemas de Ricardo Rizzo
Sobre a poesia de Ricardo Rizzo
Com três livros publicados, Ricardo Rizzo é um dos mais densos poetas contemporâneos, demonstrando rara maturidade desde a estreia, Cavalo marinho e outros poemas, de 2002; neste, a interlocução com as artes plásticas e a literatura se destaca ao lado de versos voltados para seu Estado natal, Minas —um outro nome para o mistério, entre a mitologia e o sonho. Nos livros seguintes, País em branco e Estado de despejo, Rizzo afirma o poema como construto político (no sentido estrito do termo), ao eleger como tema questões sociais em que o humano é sempre colocado em primeiro plano, aludindo àquilo que Adorno chamou de “a vida danificada”. Os cinco poemas selecionados afirmam essa característica de nosso tempo, de homens cindidos, feridos e sem-cidadania, a um palmo da barbárie. “Estudo para um código penal”, por exemplo, apresenta uma espécie de deliberação entre vítimas de estupro, de atentado violento ao pudor, de tortura, de genocídio e de pequenas brutalidades cotidianas. Rizzo mantém o pulso e a pulsação tanto nos poemas mais curtos quanto nos mais longos.
5 poesias
Onde a dor não tem razão
Rosana perdeu um braço
recentemente
(enquanto mergulhava)
e falta o rosto a Marcelo
depois do acidente. Marina
não tem útero, Cícero
vendeu o baço, Débora
rasgou os joelhos n’algum bar
de estrada.
Verônica enterrou a língua
junto com a avó
Eduardo decidiu tirar fora
os incômodos dedos do pé
que acumulavam sujeira.
Esses meus amigos vivem pedindo
favores, do tipo
“me leve ao banheiro, me ponha à janela,
alugue um filme”,
que eu recuso para mostrar-lhes
a utilidade de cada parte
do corpo em que vivemos.
Alpinismo
O cinegrafista colhe amostras das bordas
do vulcão congelado –
ao lado
da sala de tevê
uma fileira de sal
desenha o rosto de que quero lembrar
deserto de quebras bruscas.
Há panteras e panteras nesta noite
em que o ódio masca pano e tez
com suas navalhas ocas.
É como se infiltrar no vestido
dela e sentir secar seu
suor quando se levanta
no ônibus
vendo ansiosamente
alguém de uma fachada.
Este homem por quem ela se mancha
e se suja e se perfuma de seus
próprios cheiros e os
espalha pela pele
até encardir de alegria
a dobra das pernas onde ele gosta
de esfregar a barba
este homem sente no rosto o borrão
de luz que o dia
urina.
Um alpinista saberia esquecer esta tarde em
que eles se encontram num pequeno
apartamento
com seus relógios.
A quatro mil e sessenta metros de altitude
saberia rir de um pássaro incomum
ou esperaria um instante até
que o sol baixasse
e retomaria os movimentos
através dos quais mantém
suas mãos presas
ao planeta.
Estudo para um código penal
A vítima de estupro desejou
que sua voz fosse um objeto cortante
de espessura não determinada
apenas com uma borda mais fina e outra cega, dura como a extremidade
de um penhasco, um objeto esquecido por alguns anos
mas recobrado, com alguma ferrugem, útil ainda.
Com sua voz, argumentava, poderia desfiar
as fibras de cada expectativa
como alguém desfia a facadas
uma carne cozida
e a cada palavra atribuir um corte
e com sua voz abrir vaginas na pele do agressor,
vaginas e mais vaginas.
A vítima de atentado violento ao pudor discordou.
Preferia que a cada dedo seu coubesse
um peso específico no mundo. Cravando-os em seu ofensor,
nacos densos e cilíndricos de matéria,
os pesados dedos poderiam atravessar as costelas
com sua própria densidade,
atingir um núcleo imaginário
(pouco abaixo do real coração) cuja função simbólica
interessava-lhe mais do que lentilhas na superfície
de uma doença de pele.
Nenhuma vítima de tortura se pronunciou. A vítima
de latrocínio bocejava, consultando de forma obsesiva seu manual
de construção de poços artesianos. A vítima de afogamento
seguido de vilipêndio
quis contribuir, recordou que as mãos, em seu caso,
as preferia antes transformáveis em facas. Mas não de qualquer tipo.
Facas tais que,
giratórias, permitissem também a navegação, além de deceparem os
pulmões artificiais dos mergulhadores,
levando ar ao fundo das retinas.
As vítimas de genocídio decidiram deliberar em bloco. Aventaram
fossem suas mãos interligadas umas às outras por fios de aço revestidos
de uma fina
camada de pele. Depois, esses fios de pele e aço,
já ligados entre si,
seriam ligados a pontas de tesouras de jardinagem
que por sua vez
possuiriam uma especial elasticidade
de modo a permitir que o grupo, ao se deslocar
em busca de abrigo seguro, pudesse projetar
no ar escuro e úmido
do pântano
uma rede de proteção, uma pele coletiva ela mesma composta
por rajadas de tesouradas, firmes
mas controladas, precisas, guiadas de algum modo
por impulsos neurológicos, mas deliberadas, duras,
capazes de retalhar as nuvens químicas
mesmo sabendo que já as haveriam
respirado.
As vítimas de tortura
timidamente
sugeriram a utilidade de se prever,
como hipótese, ao menos, a utilização de todos aqueles mecanismos,
a seu ver muito apropriados,
em conjunto, de tal modo
que tesouras e vaginas,
quando fosse o caso,
pudessem juntar-se, assim como dedos e núcleos,
facas e fios de pele, se afinal entendessem
vantajosa a cooperação,
no caso de vilipêndios, por exemplo,
ou cárcere privado,
conforme o caso,
ou ainda no caso de tráfico
de armas brancas e aves raras.
No fundo da sala
a vítima de pequenas brutalidades cotidianas
sem registro
levantou-se, foi até à mesa no canto,
bebeu água em seu copo de plástico,
comeu frutas que estragavam.
Desejou que em seu estômago cansado
líquidos contrários se cortassem
e a pequena convulsão resultante
provocasse um desconforto,
uma última cólica
antes do aborto.
Estudo para uma crítica da economia política
Ninguém mais fala
na propriedade privada
dos meios de produção.
*
Embora sua presença
faça sentir-se ainda
cabra-cega esquiva
como pele que se veste
esboroada em cortinas de espelhos,
embora não menos vivida.
*
Um dia em uma reunião
alguém pensou até em falar
achando que cabia
na discussão, mas depois achou
melhor não.
*
Em negrito no livro didático
alguém talvez
tenha reparado no jogo
entre os meios e as mãos;
mais abaixo na frase
acontecia que se perdia
o sentido de algo vivo, fora do livro,
e o que o negrito sublinhava
e por isso fugira
era um ruído do passado
próximo ao carvão
depois de usado.
*
Sob o radar de carcaças
ela contudo navega
em certo sentido bela, vaguíssima,
velha presa política esquecida em sua cela.
*
A paz acelerada que a invadiu
é o mesmo sentimento
em toda parte
na várzea como na hidrovia
por onde carregam minério,
nos sindicatos de vigias;
é a paz de uma faca usada
para cortar o que a cegara.
*
Mas já não se fala, nem
entre a gente jovem da faculdade,
no fantasma-propriedade
que experimenta a solidão
na nave da igreja barroca
de uma partícula de poeira
deixada ali por alguém que visitara
uma fábrica fechada
onde antigamente
se fabricava a luz fria
que ilumina o infinito corredor do hospital.
*
A categoria salário
não pode competir
em poder de explicação
com a categoria propriedade privada
dos meios de produção.
O salário é o homem
em sua dimensão de intestino
enquanto a propriedade é o destino
de tudo mais que a mastiga
como aliás sua saliva.
Uma pele que se veste por cima
das circunstâncias conhecidas
e sai na radiografia.
O salário, ao contrário,
fotografa a arritmia
do lado de dentro do aparato:
espia, apenas, o coito maldito
de alguém que o espera
com alguém que o sacia.
*
A vespa que defende a caveira oca no altar barroco
multiplica-se por instinto
programada para vingar.
A mercadoria reproduz-se com propósito,
está atenta ao movimento que a engravida.
A propriedade privada
dos meios de produção
é o altar subcutâneo
em que o objeto celebra
um rito odiado: arranca de sua natureza
um velho coração de objeto
gasto de existir
desde a pedra lascada
e o expõe a uma plateia calada.
Ao vê-lo fora do corpo
vomita sobre ele um novo dorso
e esse novo dorso ganha uma vida
maior que a sua, e mais livre,
enquanto a vespa antiga o sodomiza.
Aqui fora isso acontece
sempre que alguém otimiza
as estratégias que externalizam
custos de transação.
A vespa que visita
nessas horas o escritório
sodomizou no mesmo dia
a carcaça de um objeto
cujo coração exposto
habita agora
um novo corpo.
Se alguém sorri nessa exata hora
sabe que no fundo, embora torta,
celebra-se no mundo subcutâneo
uma festa morta.
Travesti negra responde
ao inquérito, à maçã
à flor e à náusea
à pergunta sobre o implante
ao vidente, ao búzio
à camaradagem sutil
ao chamado para viagem
à intimação para testemunhar
ao caos da gaveta de meias
a questões de múltipla escolha
à peroração do dentista
a quem interessar, sobre seu filho
ao guia turístico
a uma entrevista no final da página
a algo que a incomoda (pode ser o vento)
se pedir com carinho
à guerrilha urbana
ao assovio de dentro do carro
aos xingamentos dos garotos sem maldade
ao afã de entregar-se ao dolce far niente
à carta que lhe enviara a tia
ao terreiro, à benzeção
ao telefonema da assistente social
a alguém que a reconhece na fila
ao despertador chinês
ao insulto do cobrador
ao pássaro sobre a lagoa
ao papel timbrado
ao frio da cidade de praia em julho
ao pedreiro
à oferta de um cigarro de maconha
ao apelo do rapaz para gozar em sua boca
ao pedido de ajuda do sobrinho que estuda
à gravação distorcida
à câmera de segurança
ao questionário da universidadev
à encenação de Tio Vania
ao email da moça da Fundação Getúlio Vargas
ao convite para almoço no shopping
à pergunta do segurança tímido
à cera quente
ao tipo penal
à pesquisa online sobre a qualidade do atendimento
ao ser e ao tempo
mentalmente ao bilhete na caixinha com fezes
ao vagão feminino
ao silêncio que vasculha os cantos (a sua procura)
às latas viradas pelo skinhead
à sensação de enjôo
ao sorriso do anestesista
ao aceno que a dispensa de atravessar a rua
ao piscar de farol alto
à agulha que atravessa a coluna vertebral
à enquete do inferninho
ao medo de perder
ao spray de pimenta
à certeza de que o pau dele está duro
à canção que prefere em outro disco
à citação por edital
ao teste, à pesagem, ao desfile
ao mesmo delegado do mês passado
às boas intenções
ao estagiário
à vontade de mijar
ao rugir das tempestades
ao interfone apesar de cansada
à manhã que parece impedir seus olhos de se abrirem
à ressaca na Avenida Atlântica
ao codinome no sábado
à pesquisa de boca de urna
ao eco do Egito
ao mal-entendido
ao rapaz do Instituto Médico-Legal
à divisão do trabalho
à recepcionista do Miguel Couto
ao fichário do despachante
aos gritos e aos sussurros
à professora de inglês
ao cartão de Natal de Sueli (que está na Itália)
ao som do objeto passando perto
ao Eduardo Coutinho
ao choro ao lado, no outro quarto
ao menino do gás
que pede um beijo
(a camisa puída, sem jeito)
para experimentar
ao pedido de dinheiro emprestado
à inspeção sanitária
ao recado na secretária eletrônica
à rasteira, joelhada, tapa e quetais
à pergunta se está ouvindo bem
à pergunta se está bem
à desorientação ao redor
à instrução de se acalmar
à repetição tediosa da pergunta
a alguém que quer que morra
ao estuário que invade a memória
à interpelação do porteiro
à umidade entre os seios
ao mangue, ao cristal, à buzina
ao matagal, ao galpão, ao ensaio
ao superior, ao diretor, à assistente
à maquiadora, ao figurinista
à psicóloga, à moça da limpeza
à vendedora sobre o tamanho
à súplica do superego
ao caixa do supermercado
ao organizador do evento
ao anti-coagulante
ao erro de pronúncia
ao irmão que viajou
à mãe sobre o projeto
que não sabe quem foi
ao pedinte achando graça
que não lembra direito
ao GPS do táxi (em pensamento)
que prefere dormir de bruços
ao apelo do prefeito
ao seu nome de guerra
ao cheiro, ao desespero
ao espelho do banheiro
ao relógio de pulso
ao dinheiro, ao uso dele,
à noite aguda do interesse
educadamente
à deixa no roteiro
ao endereço, ao preço
ao anúncio de emprego
como um morcego antigo
ao ruído que reflete
a parede das coisas
a superfície, o canivete,
o abrigo.
*(Juiz de Fora-Brasil, 1981). Poeta. Magíster en Ciencia política y Doctor en Historia social por la Universidad de Sao Paulo (Brasil). Ingresó a la carrera diplomática en 2006. Fue editor de la revista de literatura Jandira (2004-2005). Recibió el Premio de Poesía Ciudad de Belo Horizonte (2004). Ha publicado en poesía Cavalo marinho e outros poemas (2002), Conforme a Música (2005), País em branco (2007) y Estado de Despejo (2014).
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*(Juiz de Fora-Brasil, 1981). Poeta. Mestre em Ciência política e Doutor em História social pela Universidade de São Paulo (Brasil). Ingressou na carreira diplomática em 2006. Editor da revista de literatura Jandira (2004-2005). Recebeu o Prêmio de Poesia Cidade Belo Horizonte (2004). Publicou Cavalo marinho e outros poemas (2002), Conforme a Música (2005), País em branco (2007) e Estado de Despejo (2014).