Por Alonso Rabí
Crédito de la foto (Izq.) Martín Acevedo/
(Der.) Ed. Animal de invierno
Un policial peculiar.
Sobre La nieve roja de Moscú (2016),
de Alejandro Manrique
La narrativa policial ha ido abandonando paulatinamente la receta y el molde funcional y a lo largo de su historia ha ido haciendo más densos sus presupuestos. El surgimiento de la novela negra, por ejemplo, fue un momento de quiebre que incorporaba al relato la crisis de la subjetividad del investigador como un ingrediente central, dejando para más tarde o quizá para un futuro fuera del texto, la resolución del caso.
Acabo de leer La nieve roja de Moscú, del peruano Alejandro Manrique. En la superficie tenemos un policial hecho y derecho: crimen, investigación e investigadores articulados en una trama en la que el suspenso es crucial, ese suspenso que se construye en base a la expectativa de encontrar la verdad.
Sin embargo, en el detalle, surgen algunas cosas inesperadas, como por ejemplo el uso del vocativo (una persona que se dirige a un “tú”) como modo preferente de la narración. El vocativo (y aquí marco la peculiaridad) es un recurso que por su propia naturaleza aumenta el efecto lírico del texto en que se emplee, pero es un recurso que hace la narración más morosa e intimista (muchos recodarán el uso magistral de esta herramienta en País de Jauja, de Rivera Martínez) y eso en un policial podría tener un doble signo: parecer novedoso o parecer defectuoso.
La nieve roja de Moscú, se ocupa, en clave de ficción, del caso de un joven diplomático peruano que desaparece misteriosamente en la capital rusa una noche de celebración del año nuevo y de la búsqueda que emprende su amigo íntimo, diplomático como él, para encontrarlo. A partir de aquí se teje una vasta red de especulaciones, encuentros aterradores con la policía rusa, vagabundeos alucinados por varios rincones de Moscú que la narración premiará con una compensación simbólica: el encuentro imaginario (¿amoroso también?) de los dos amigos en Lima, tal y como sugiere la línea final.
La novela de Manrique, inscrita en cierto modo noir, esquiva la funcionalidad del policial y se adentra en un lenguaje por momentos exquisito que, si bien añade plasticidad al relato, por momentos alarga innecesariamente los momentos anticlimáticos.