Por: Lorand Gaspar
Traducción y texto: Víctor Bermúdez
Crédito de la foto: http://www.franceculture.fr/emission-hors-champs-lorand-gaspard-2010-06-17.html-0
El poema «Pierre» es el tercer grupo de textos de la obra Égée, publicada en 1980. Siete poemas articulan una reflexión del cuerpo en la naturaleza donde todo lo rige el suceso estético, el impacto de la carne en el mundo y las derivaciones que de ese choque se desprenden. El cuerpo aprende y aprehende los ritos del paisaje y es tallado por este como una piedra él mismo. Aquí, la cal y la respiración se prolongan una a la otra.
Piedra
Aquí los hombres dieron un nombre a lo que ensombrece
el rostro en la indiferencia del día.
Nombre de agua y de viento en los osarios de Algas y
de Foraminíferos.
Allí donde el fuego al aire libre se une con el fuego que brota
hubo una señal del dios.
Fluidez nerviosa del tejido, asperaza de una mano en
la bruma yendo a las cuestas de la fuente.
Virulencia tranquila de un orden, de un gobierno.
Ataque de las fuerzas de la piedra allá donde se enamora de sus
capas freáticas.
Relaciones y proporciones descritas, dispersas, olvidadas —
ruido en la ruina de su procedencia.
Postración y beso que calcinan de nuevo la tierra —
polvo de música en el granito de las islas,
voz alta e ininteligible del destino, lavada por la
resaca,
pánico y cuchicheo de entrañas, cosiendo
y descosiendo nuestras vidas.
El hombre cuando ha encontrado en la piedra las grietas y las cavidades,
las aristas y salientes que sirven de gobierno
cuando ha visto deshacerse el centro geométrico de
la sonrisa,
que ha ido a reconocer en los trabajos de arcilla y
pegamento,
allá donde la mano de dos orillas ha sellado el beso –
desnudez mordida, exulcerada de los cuerpos,
abrillantada por millones de latidos y de gritos –
clavado por el acorde y los números
¿por dónde se ha escapado tu alma errante? —
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Pero cuando un movimiento más vívido, el de otra
clase de fuego
se une con el fuego visual y lo separa hasta los ojos
cuando por las grietas mismas del ojo de fuerza se genera
un acceso y los demuele — se escurre una mezcla
de fuego y agua que llamamos lágrimas, así en el
encuentro
del fuego surgido del ojo como de un destello, viene un fuego
en sentido contrario, lo penetra y se apaga en el humor,
en esa ebullición ascendente de colores de toda
clase:
deslumbramiento poco a poco absorbido por la cal[i] —
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Ídolo de mármol de Paros, rastros de rojez sobre el
pecho.
Tensiones, azares, desconcierto confiados a la muela —
claridad que comes con el aceite y el pan,
desmembrado de su brillo, encerrado en un guijarro.
Mientras miras de ese lado de la luz
donde su extensión se recuesta en la barca
y el ojo y el mar intercambian sus aguas —
la fatiga del díos asimismo se convence
de un humilde cuidado en mella del cuerpo —
escucho los púdicos trabajos de los sonidos
crujir bajo el púrpura opaco del ropaje.
Tan riguroso es el desenlace del combate
que devuelve a sus orígenes el movimiento
y se anula el imperio de la amplitud
dejando ahí la extraña desnudez
que se excava incoercible y se perfora —
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En las canteras de Paros y de Naxos has visto
las piedras vivas secarse al sol.
Boca de sombra contra boca de luz.
La vela del corazón reposada en la orilla de un pecho
abierto.
El amo aparejador las tantea del pulgar y de la uña,
conserva las francas, las llenas de bella hacha, eligiendo
las más pesadas para los cimientos, las más duras
para el cornisamento.
Salamina, Atenea-Afaya.
En un bostezo, el mar, un coágulo de sangre.
Pero cuando el día con sus potros blancos[ii] —
Polvo gris-oro de los chillidos retumbando, cardo
de otro verano —
Una planta llena de sollozos invade la amplitud del mar[iii]
El grano de poros fermenta las tintas de la tarde.
Poco a poco en intercolumnio de los pórticos
se escapa el horizonte, no escuchas más que el desmoronamiento
ocre de los años sobre del asfalto.
«Allí, detente. Ese lugar seco, ese desierto…»
Allí están las puertas —
Intervalo de palpitación, sobresalto que apacigua un instante
el espacio.
Desnudos los ligamentos de tu pesadez, desnuda la voz
aclarada por el almiar del campo por delante —
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Respiración de flauta en el peso del calcáreo.
Todo un mundo de cosas inciertas, de claridades pardo-
grisáceas furtivas de curruca
crujido distraído de guijarros — de los pasos agitados, en
desorden entre las medidas austeras del geómetra.
Sombra carnal en el bosque talado de los troncos,
en el orificio húmedo de la caverna ocular
frescor, pies desnudos del sol sobre las lozas
la más dogmática luz desmoronada suavemente sobre la
piel o eriza, coagulada en la cabeza cuando retumban
los ruidos.
En la colina donde vanamente contemplaste la
Proporción
donde has tocado la inflamación de las curvas
mira la luz intimidada, tierna y nostálgica
luz de la edad sobre el vientre erosionado —
corriente desde los pasos en la hierba de los años —
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Flautista, he errado tanto en las tierras de sombra
y no conozco tu rostro.
el tintineo líquido de las campanas del rebaño
todo ese extenso en la noche que viene sobre los guijarros
escamas y quebrantos de una antigua memoria
desastres lejanos, partidas inminentes
porqué esas uvas ahora tan ligeras
y escucho adosado a un cielo pálido
los muertos que conocieron todos los sonidos del aire
tantos engranajes que enmudece la transparencia
y siento en la boca los dientes rojos del alma
torbellino de danza, silbido del ala
portador de vida y de extravíos
tú la Regla, tú el Error,
la justa tensión de las lágrimas
el gusto áspero de la lengua calcinada —
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Sígueme hacia las cimas, allá, sube más, aligérate,
destrábate, sacude la pesadez que te adhiere a la
sangre. Sube más. Deshazte del fuego sombrío que te
hunde a su fondo, que te embauca con sus pétalos y que tú
nombras veleidosamente entre luz y obscuridad, entre
comienzo y fin. Te enseñaré a perforar los
reflejos y las sombras, a sostenerte sobre la cúpula
eterna del azul. Y allí virándote hacia el vasto mar de
de lo bello, contemplándolo, engendrarás discursos
sublimes, inspirados por un amor sin límites de la
sabiduría, alcanzarás el único conocimiento, el conocimiento
de la belleza…
Es así que te arrastras en la penumbra de los barrios
peligrosos. Tu palabra es un agua sorda a los destellos
inciertos, tu alma, nodriza obscura de este conjunto
inestable de lasitudes y de fulguraciones, de
perfumes ligeros y de esencias podridas. Y tu mano
tiembla por haber tocado la hondura y lo pleno, esta pluma
de ala en una piedra ––
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Pierre
Ici les hommes donnèrent un nom à ce qui sombre du
visage dans l’indifférence du jour.
Nom d’eau et de vent dans les ossuaires d’Algues et
de Foraminifères.
Là où le feu de plein vent rencontre le feu qui jaillit il
y a eu ce signe du dieu.
Fluidité nerveuse du tissage, rigueur d’une main dans
la brume allant aux pentes de la source.
Virulence tranquille d’un ordre, d’un gouvernement.
Attaque des forces de la pierre où elle s’éprend de ses
nappes phréatiques.
Rapports et proportions divulgués, dispersés, oubliés —
bruissement dans la ruine de leur provenance.
Prosternation et baiser qui brûlent encore la terre —
poudre de musique dans le granit des îles,
voix haute et intelligible du destin, lavée par le
ressac,
affolement et chuchotement d’entrailles, cousant et
décousant nos vies.
L’homme quand il a trouvé dans la pierre les fentes et les
enfoncements,
les arêtes et les saillies qui servent de gouvernail,
quand il a vu se défaire le centre géométrique du
sourire,
qu’il est allé reconnaître dans les travaux de glaise et
de glu,
là où la main des deux rives a scellé l’embrasse-
ment —
nudité mordue, exulcérée des corps,
lustrée de milliards de battements et de cris –
cloué par l’accord et les nombres
par où s’est-elle glissée ton âme de rôdeur?
(EJ, 27-28)
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Mais quand un mouvement plus vif, celui d’une autre
sorte de feu
rencontre le feu visuel et le sépare jusqu’aux yeux
quand par les fentes mêmes de l’œil de force il se fraie
un accès et les dilacère — il s’en écoule un mélange
de feu et d’eau que nous appelons larmes, ainsi à
l’encontre
du feu jailli de l’œil comme d’un éclair, vient un feu
en sens contraire, le pénètre et s’éteint dans l’humeur ;
en ce bouillonnement jaillissent des couleurs de toutes
sortes :
éblouissement peu à peu délavé, épongé par les calcaires [nota] —
(EJ, 29)
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Idole de marbre de Paros, traces de rouge sur la
poitrine.
Tensions, hasards, désarrois confiés à la meule —
clarté que tu manges avec l’olive et le pain,
dépecée de son brillant, serré dans un caillou.
Pendant que tu regardes de ce côté de la lumière
où de son long elle est couchée dans la barque
et que l’œil et la mer échangent leurs eaux —
la fatigue du dieu tout de même se convainc
d’un si humble souci dans l’entaille du corps —
j’entends les travaux pudiques des sons
crisser sous le pourpre éteint de la robe.
Si rigoureuse est l’issue du combat
que reflue à ses sources le mouvement
et s’annule l’empire de l’étendue
laissant là l’étrange nudité
qui se creuse incoercible et se troue —
(EJ, 30)
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Dans les carrières de Paros et de Naxos tu as regardé
les pierres vives sécher au soleil.
Bouche d’ombre contre bouche de lumière.
La bougie du cœur posée sur la berge d’une poitrine
ouverte.
Le maître appareilleur les tâta du pouce et de l’ongle,
retint les franches, les pleines de belle hache, choisis-
sant les plus lourdes pour le fondement, les plus dures
pour l’entablement.
Salamine, Aphaïa-Athéna.
Dans un bâillement, la mer, un caillot de sang.
Mais quand le jour avec ses blancs poulains [nota] —
Poussière gris-or des cris retombés, chardons d’un
autre été —
Une plainte pleine de sanglots envahit l’étendue de la mer
Le grain du pôros fermente dans les cuves du soir.
Peu à peu dans l’entrecolonnement des portiques
s’efface l’horizon, tu n’entends plus que l’effritement
ocre des ans sur le pavé.
« Là, arrête-toi. Ce lieu sec, ce désert… »
Là sont les portes —
Intervalle de battement, frayeur qui apaise un instant
l’espace.
A nu les ligaments de ta pesanteur, nue la voix
éclairée par paille de l’aire à fouler —
(EJ, 31-32)
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Respiration de flûte dans le poids du calcaire.
Tout un monde de choses incertaines, de clartés gris-
brun furtives de fauvette
bavardage distrait de cailloux –– des pas émus, en
désordre parmi les mesures austères du géomètre.
Ombre charnelle dans la forêt dépouillée des fûts,
dans le trou humide de la caverne oculaire
fraîcheur pieds nus du soleil sur les dalles
la plus dogmatique lumière doucement effritée sur la
peau ou frileuse, caillée dans la tête quand retombent
les bruits.
Sur la colline où tu as vainement contemplé la
Proportion
où tu as touché l’enflement des courbes
regard la lumière intimidée, tendre et nostalgique
lumière de l’âge sur le ventre érodé —
courant depuis des pas dans l’herbe des années —
(EJ, 33)
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Joueur de flûte, j’ai tant erré dans les terres d’ombre
et je ne sais pas ton visage.
le tintement liquide des cloches du troupeau
tout ce large au soir qui vient sur les cailloux
écailles et bris d’une ancienne mémoire
désastres lointains, départs imminents
pourquoi ces grappes maintenant si légères
et j’écoute adossé à un ciel très pâle
les morts qui connurent tous les sons de l’air
tant de rouages que meut la transparence
et je sens dans la bouche les dents rouges de l’âme
tourbillon de danse, sifflement d’aile
porteur de vie et d’égarements
toi la Règle, toi l’Erreur,
la juste tension des larmes,
le goût âpre de langue brûlée —
(EJ, 34)
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Suis-moi vers les cimes, là, monte encore, déleste-
toi, désentrave-toi, secoue la pesanteur qui te colle au
sang. Monte encore. Défais-toi du feu sombre qui te
tire à son fond, qui te baise de ses pétales et que tu
nommes diversement entre lumière et obscurité, entre
commencement et fin. Je t’apprendrai à percer les
reflets et les ombres, à te tenir debout sur la coupole
éternelle du bleu. Et là te tournant vers la vaste mer du
beau, la contemplant, tu enfanteras des discours
sublimes, inspirés par un amour sans bornes de la
sagesse, tu atteindras la connaissance unique, connais-
sance de la beauté…
Voilà que tu traînes dans la pénombre des quartiers
peu sûrs. Ta parole est une eau sourde aux lueurs
incertaines, ton âme, nourrice obscure de cet assem-
blage instable de lassitudes et de fulgurations, de
parfums légers et d’essences putrides. Et ta main
tremble d’avoir touché le plein et le creux, ce duvet
d’aile dans une pierre —
(EJ, 35)