Sobre «Un piano entre la nieve» (2022) y «Un árbol que tiembla» (2022), de Isabel Marina

 

Por Teresa Garbí*

Crédito de la foto (izq.) Ed. El sastre de Apollinaire /

(der.) Ed. El sastre de Apollinaire

 

 

Sobre Un piano entre la nieve (2022) y

Un árbol que tiembla (2022),

de Isabel Marina

 

 

Estos dos libros de Isabel Marina** se han publicado al mismo tiempo en una edición muy cuidada. El primero, Un piano entre la nieve (UP), es una reedición revisada y ampliada, a la que se ha añadido un estudio; el segundo, Un árbol que tiembla (UA), se publica por primera vez. Me parece un acierto que hayan salido juntos, en la exquisita editorial El sastre de Apollinaire, porque ambos comparten un mismo mundo. Ambos siguen una trayectoria semejante y les une la misma coherencia.

En la última parte de Un árbol que tiembla, “Bloom”, desde el poema que lleva por título “Como un albañil” (80), le suceden otros que describen la poesía. En la página 83 uno de ellos lleva ese título: “Poesía”. En otro poema titulado “La poesía no es Literatura”, (84 UA), es “lo que respira y es invisible/ toda la belleza que existe/ la infinita, la increíble, la extraordinaria/ belleza del mundo (85 UA).

 

La poeta Isabel Marina

 

Nos hallamos ante un libro que se atreve a lanzarse al vacío, que intenta comprender porque “la vida es una eterna pregunta./ Si no es para comprender/ la poesía no vale nada” (82 UA).

Sorprenden la lucidez y serenidad para analizar y describir la nada que somos, lo que está en el centro, también “lo innombrable” (72 UA).

Esta lucidez no evita el dolor: “en la mitad de la noche/ hago malabarismos/ para que no se rompa la magia/ para no llorar ante el túnel oscuro,/ para resistir” (81 UA).

Isabel Marina tiene capacidad para aprehender estados de desolación y también para asombrar al lector cuando capta estados de gracia, luminosos y frágiles, como en “Un parque en Estocolmo” (55 UA). También para definir al ser humano. “Hay algo que se resiste a nuestra inteligencia,/ algo que somos nosotros mismos/ y siempre está demasiado lejos” (56 UA).

 

 

En la línea quevedesca del maravilloso soneto “Amor constante más allá de la muerte”, escribe Isabel Marina “Polvo entre los dedos”, en el que se muestra cómo hay que aferrarse a la niñez: “recordemos aquel perfume/ mientras seguimos el sendero/ hacia la total pérdida./ Que algo, siquiera polvo entre los dedos/ siquiera una ceniza,/ permanezca” (66 UA).

La poeta escribe sobre el poder de la ceniza y sobre “La bendición de la ceniza”. “Y habrá sido útil/ nuestra vida”, concluye (77 UA). La vida es un resplandor, un destello, pero “si entreabrimos los ojos, lograremos verlos” (50 UA).

Ambos libros mantienen una tensión entre la constatación del paso del tiempo, de la llegada de la muerte, que todo o casi todo lo aniquila, sin dejar rastro, y la esperanza en el destello que dejaremos. El aún y el todavía machadianos son parte de esta tensión.

La poeta intenta saber, aunque es consciente de que no sabemos nada y no es posible hallar respuestas a las grandes preguntas, al Ubi sunt medieval y manriqueño, lo que quede de nuestro paso por la tierra: “Dónde ha quedado lo que hemos vivido/ dónde está escrito lo que viviremos” (28 UP).

 

´La poeta Isabel Marina, leyendo

 

La imposibilidad de saber es fundamental en la poesía de Isabel Marina: “Cuánto tiempo estaremos aquí/ (…) ni adónde iremos luego” (…) “Todo convertido/ pronto en pasado/ en imágenes de un súbito resplandor” (68 UP).

Frente a esta desolación existe la voluntad de pensar que aún es posible todo, que “puede brillar el sol” (31 UP). También demuestra un enorme valor para afrontar el vacío, la extrañeza, la decrepitud “porque debemos/ vivir lo que nos resta (…) donde aún arde esa lámpara” (72 UP). Aunque sepa, al mirar el horizonte, “que todo ha desaparecido/ igual que desapareceré yo” (26 UA).

En la poesía seguirá viviendo, ya lo he dicho, esperanza que compartieron Luis Cernuda en “A un poeta futuro”, o Miguel Labordeta en su poema “Cuando tú me leas dentro de mil años”. Esperanza donde es preciso cobijarse para asumir el paso del tiempo, la extrañeza, la ignorancia.

 

 

Frente a esto nos ayuda la luz, la naturaleza, la vida de todas las cosas inertes, pero llenas de vida. Prueba de la importancia de la naturaleza en la poesía de Isabel Marina es la ilustración de Federico Granell al primer poema de Un árbol que tiembla: un árbol que es una mano abierta al cielo. Todo lo que existe está animado, posee vida: “donde las cosas/ tienen su alma, sufren/ y sienten” (37 UA).

La poesía de Isabel Marina es existencial: poesía que busca y encuentra, aunque sólo sea soledad y un resquicio de luz, suficiente para seguir. Todo está lleno de vida, como hemos dicho, de recuerdos, que es lo que nos queda del pasado. En los paisajes invernales, en las casas y pueblos deshabitados, respiran aún escenas que pasaron hace mucho tiempo. Nada termina, aunque desconocemos el camino que hemos de seguir para descifrar el misterio. El vértigo que provoca el voraz paso del tiempo no ayuda: “calles mil veces recorridas/ por hombres que antes fueron niños/ y antes fueron nada” (75 UP). Mientras, en la falta de vida “aún se escucha el latido de todos los que existieron” (59 UP) y compensa “ser piedra en este gran edificio (…) luz que se habrá encendido/ tan solo un instante” (82 UP). Existen, no obstante, en su poesía, como un continuum, la naturaleza, la niebla, el mar, los pájaros.

“Qué será de mí cuando ya no esté” (81 UP), se pregunta la poeta, como lo hicieron antes otros poetas, por ejemplo, por citar uno muy conocido, Juan Ramón Jiménez: “Y yo me iré y se quedarán los pájaros cantando”, en su poema “El viaje definitivo”, de Laberinto. Aunque, según Isabel, “si hay algo que nos define, es el olvido” (80 UP).

Afirmaciones que nos remontan al desengaño de los poetas barrocos: “sólo somos un dibujo/ tan fugitivo como el aire” (78 UP). “Lo visible no es más que un engaño” (86 UP). “No vemos nada/ solo una luz demasiado breve (69 UP). Pero la luz es algo, los muertos existen, queda de su paso, además un temblor en las cosas, en el aire, que nos permite sentir su proximidad y su amor: “Ellos transmiten el calor/ de su antigua presencia/ como un faro, nos ilumina su estela,/ su canción entre la niebla” (37 UP).

El regreso a la infancia, a sus recuerdos, provoca melancolía y nostalgia, dos sentimientos tan conocidos por nuestros clásicos. Cuando a Lorca le preguntan cómo es su vida de adulto, él contesta: “Yo sueño ahora lo que viví en la niñez” (Un reportaje: “El poeta que ha estilizado los romances de plazuela”). Aunque Isabel Marina sabe que desconoce las llaves para encontrarse (27 UP), el único lugar en donde vencer el extrañamiento es la infancia, que no es un paraíso –“aún duelen los colores de nuestra infancia” (34 UP)–, pero es el lugar que quizá posee el secreto de la vida y podría vencer el desasosiego que provoca comprobar cómo desaparece todo y hemos ¿vivido? “un pasado que nunca existió” (50 UP).

 

La poeta Isabel Marina

 

Isabel Marina transita por valles que nunca sabemos describir, ni nombrar; se arriesga a comprender la vida, aún a sabiendas de que nunca llegará a nada, nunca regresará al brillo de las luciérnagas que iluminaron su niñez, con el transcurso del tiempo apagadas (53 UP). Se arriesga también a adentrarse en el mundo de los muertos: “y de repente os veo frente a mí: vosotros/ que habéis muerto/ hoy me acompañáis” (40 UP).

Recuerdo unos versos de Juan Gil-Albert en los que afirma que nada puede engañarle porque él es “el desencanto mismo que sonríe voluntariamente” (“El convaleciente”). La anécdota no tiene que ver con lo que vamos a decir, pero sí se relaciona con la actitud de Isabel Marina ante la vida y la muerte: con un gran esfuerzo de su voluntad construye una esperanza para poder sobrevivir a la nada que fue nuestro pasado y será nuestro porvenir. Construye una luz, un resquicio de luz, y es suficiente, mientras espera: “Ahora ya sabes/ que no hay nada que esperar/ no hay nada” (33 UP). Frente a esto “comprenderemos/ que la hora más hermosa/ siempre fue la sucedida/ mientras nos besaban el rostro/ todos los que ya no están” (85 UP).

Aunque los muertos digan lo que no pueden dejar de decir –“la muerte no significó nada” (87 UP)–, ahí están, ahí queda su presencia por el inmenso esfuerzo de Isabel Marina: “La oscuridad/ lleva en sí misma/ la semilla reveladora,/ la promesa de una esperanza” (87 UA).

También cuando reconoce: “no hay un adiós definitivo,/ nuestra vida produce siempre un eco,/ un rumor en la montaña” (103 UP). Versos que alientan a vivir ante la muerte. Un poema como “Resistencia” (112 UP) afirma que “a pesar del cansancio dejaremos nuestras huellas”. Estos dos libros de Isabel Marina dejarán su huella.

 

 

 

 

 

*(Zaragoza-España, 1950). Poeta. Licenciada en Filología románica. Se desempeña como docente en el Colegio Universitario de Huesca, en Institutos de Enseñanza Media de Lérida y Valencia y en la Escuela Superior de Arte Dramático de Valencia. En 2013, fundó la editorial digital Uno y Cero Ediciones. Ha publicado en poesía Cinco (1988 y 2015), La sombra y el pozo (1993), El pájaro solitario anida tras el muro (1997), El bosque de serbal (2001), Sakkara, Espuela de Plata (2015), El aire encendido (2022), entre otros; y en ensayo Mujer y literatura (1997).

 

 

 

**(Avilés-España, 1968). Poeta. Periodista por la Universidad de Navarra (España) y magíster de Radio Nacional de España. Se desempeñó como directora de comunicación de la Universidad Carlos III (España) y redactora jefe de su revista institucional entre 1992-2010; y fue asesora personal de prensa de Gregorio Peces-Barba Martínez. Es Vocal de la Asociación de Escritores de Asturias (España) y escribe en MUNDIARIO. Ha publicado en poesía Acero en los labios (2016), Un piano entre la nieve (2022) y Un árbol que tiembla (2022).

 

 

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