Por: Luis Enrique Mendoza
Crédito de la foto: www.filosofiayastronomia.blogspot.com
Un grabado, un filósofo medieval
y los inicios de la revolución científica
El filósofo y fraile franciscano Guillermo de Occam (1288-1349) fue un precursor de la revolución científica. Su teoría nominalista y su énfasis en la comprensión de la naturaleza, revolucionó la perspectiva desde la cual vemos las cosas. Con Occam se inicia el festín particularista de la modernidad.
Por eso no debe resultar extraño que, a través de una obra de arte específica, el grabado “La Temperancia” del pintor holandés Pieter Brueghel (1528-1569), sea posible mostrar la influencia de Occam en el periplo científico moderno.
La herencia de Occam
Mucho antes que Heidegger, Occam sostenía que las esencias no existían y que únicamente son un reflejo del lenguaje para agrupar un conjunto de cosas significativamente diferentes. Para el filósofo medieval, el valor de un objeto no estribaba en su generalidad o universalidad, sino en su particularidad, o mejor dicho, en conocer su individualidad. No existe algo así como el “ser humano” en cuanto tal, sino más bien “Eduardo” o “Claudia” en una situación particular. A nivel cognitivo únicamente existen los individuos, los contextos, no los universales ni las esencias abstractas. El nuevo conocimiento, después de Occam, se ocuparía de lo particular. Es el tránsito a la ciencia de lo experimental.
Occam exhortaba a la ciencia de su época a ir tras a las cosas del mundo sin ir más allá del mundo. “La ciencia es ciencia de las cosas singulares”, diría Occam (Funes el memorioso de Borges decía lo mismo). Sin embargo, el problema surgiría cuando el sujeto de inicios de la modernidad empezó a asignarle a la razón un lugar privilegiado en la construcción del saber, con lo cual de manera indirecta el problema del “más allá” es marginado del saber intelectual porque sus nociones excedían los límites del método racional (amplificado a escala global por Bacon, Galileo y Descartes).
Cierto, Occam sostenía que la teología no era una ciencia. Pero lo hacía guiado por un fin particular: asegurar un espacio autónomo para la espiritualidad. Desde su perspectiva, no era oportuno disputar el problema del “más allá” en el terreno de la razón (donde las cosas se demuestran), sino en el terreno de la fe (donde las cosas se muestran). Pero la historia sería distinta.
Después de Occam, el individuo (instituido como tal) realizará experimentos, pesará, medirá, y cuantificará. Es el nacimiento de la ciencia moderna y del método científico, de la Ilustración, de la idea de progreso y de la fe en la razón. Pero también del individualismo y de nuestra pérdida de espiritualidad.
Occam y un grabado de Brueghel
La pintura renacentista, con su gusto por lo particular heredado de Occam, rompió con la tradición de los pintores medievales, centrados en representar temas religiosos o escenas bélicas con personajes anónimos. La pintura renacentista es una pintura de las cosas específicas, centrada en el hombre y en su entorno inmediato. Para ilustrarlo basta con prestar detenida atención al grabado del viejo Brueghel titulado “La Temperancia”[*], alineado con el cambio de perspectiva impreso por Occam.
Visto el grabado, el tema principal pareciera ser la ‘moral’ (el título del mismo es “La Temperancia”). No obstante, la falta de relación de las diversas escenas secundarias hace pensar que la mención a la virtud trata de esconder una realidad acallada por la censura religiosa. El tema que el grabado esconde termina presentando una descripción plástica de un mundo en que priman la cantidad y el entorno específico. Es el reino de lo científico.
En la parte superior central del grabado se puede notar a una persona que intenta medir la distancia angular entre la Luna y una estrella. Y si vemos debajo de ésta, notaremos que hay otra persona tratando medir dos puntos del globo terrestre. Afinando la mirada, algo más a la derecha del globo terráqueo encontramos a un grupo de personas que trabaja la piedra, con lo cual quizá se nos quiere decir que a la realidad no basta con conocerla sino que hay que usarla, y que al hacerlo tendremos que transformarla por medio de la tecnificación. (De hecho, no hay realidad alguna que no haya sido intervenida por la acción humana. Somos seres transformadores de nuestro entorno. Nuestra mera existencia ha generado y genera cambios importantes, algunos irreversibles incluso, en nuestro hábitat).
Pero volviendo al grabado, más a la derecha y al centro, aparecen cinco hombres que reunidos discuten el contenido del libro que yace en la mano de uno de ellos. Es probable, dadas las controversias religiosas de aquel entonces, que ese libro fuera la Biblia, y que la discusión signifique la pérdida de unidad espiritual del mundo moderno. No olvidemos que las discusiones sobre el sentido de la Biblia fueron posibles no sólo por la reforma protestante, sino también por las discusiones teológicas que el mismo Occam protagonizó por aquel entonces.
Es importante notar que Brueghel ha dado diferente tratamiento en la perspectiva de cada una de las partes del grabado. Con ello probablemente se nos pide que centremos nuestra mirada más en las partes (lo específico) que en el todo (lo universal). En este sentido, la figura de la Temperancia, ubicada al centro del grabado, anda al parecer un poco aislada del resto. A pesar de eso, se adecua al mundo moderno ya que en su mano izquierda tiene un par de anteojos que pueden simbolizar la necesidad de ver con claridad la realidad en su aspecto individual e íntimo como quería Occam. Curiosamente la figura lleva en la cabeza uno de los instrumentos más importantes para contar y para individualizar. ¡El reloj!
En todo caso, la sugerencia es que la influencia de Occam en el mundo moderno supuso un cambio de perspectiva desde la cual vemos la realidad. “La Temperancia” de Brueghel parece retratar cómo sin la mirada occamista tanto su arte como la ciencia de su época no hubieran dado un giro hacia lo particular. Ya lo decía Novalis: ”Buscamos siempre lo absoluto, y no encontramos sino cosas”. Al parecer nuestra búsqueda continúa en marcha.
[*] En lo que sigue me apoyaré del texto de Crosby, Alfred. La medida de la realidad: la cuantificación y la sociedad occidental, 1250-1600. Barcelona: Crítica, 1998.