Por Javier Lostalé
Crédito de la foto (Izq.) Ed. Vitruvio/
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Un disparo engendrador.
Sobre No eres nadie hasta que te disparan (2016),
de Rafael Soler*
Rafael Soler nunca ha dejado de escribir a pesar de que entre 1985 y 2009 guardara silencio, porque su casa, su visión del mundo y su viaje por el fondo del ser humano y por las zonas más oscuras de la realidad se han fundado siempre en el pulso del lenguaje. Así ha sido desde la publicación de su novela El grito a finales de los setenta, seguida de algunos libros de cuentos, del poemario Los sitios interiores publicado por Adonais, y de tres nuevas novelas, El corazón del lobo (reeditada al cumplirse su treinta aniversario), El sueño de Torba y Barranco, obras que por su temperatura existencial y su creación lingüística le convirtieron en uno de los nombres indispensables de la rica literatura española de los años ochenta. Después vinieron esos años de silencio que le sirvieron –creo– para fecundarse mediante lo que desde su nacimiento como autor ya estaba dentro de él, la poiesis, la creación, el alumbramiento, la poesía en suma.
Por eso no fue extraño que su regreso a la comunicación con los lectores, “su manera de volver”, fuera a través de un libro de poemas titulado así, Maneras de volver, publicado por Vitruvio, del que se hicieron al menos cinco ediciones, en el que se muestra en plenitud una voz poética muy singular dentro de su generación, la del setenta (por que Rafael Soler nació en 1947, en Valencia), que ha tenido una continuidad orgánica, dentro de su variedad, en los poemarios posteriores: Las cartas que debía, Ácido almíbar y No eres nadie hasta que te disparan, el libro que hoy bautizamos. Todos ellos editados por Vitruvio.
Dada esta unidad que no induce a considerar esta tetralogía como un ciclo, antes de detenerme en el último poemario voy a subrayar algunas de las características predicables del conjunto de su obra poética, como son la trepanación del lenguaje, acompañada por la falta de puntuación y la creación de nuevos vocablos, lo que presta una intensidad poco común a la navegación interior realizada por cada poema; la dimensión de acto de conciencia que tiene su escritura; la memoria como núcleo vivificante; el tono a veces sentencioso y aforístico; los toques surrealistas y expresionistas; la utilización del oxímoron que le permite mediante la fusión de los opuestos abarcar la existencia desde diversos ángulos, sintetizar luces y sombras; un lenguaje embarazado de tiempo y espacio que alumbra imágenes poseedoras de una gran fisicidad, táctiles; la ironía y el humor; el distanciamiento para ver con mayor desnudez desde fuera lo que sucede dentro, distanciamiento que, paradójicamente, ayuda a que el poeta se incluya en el poema y llegue al tuétano de lo que desea transmitir. No deja tampoco Rafael de habitar el misterio.
En cuanto a la urdimbre temática de su poesía está formada por prácticamente todos los hilos: el amor, el erotismo, la enfermedad, la muerte, el cuerpo, la piel como un relato, el paso del tiempo y el propio proceso de creación. “No eres nadie hasta que te disparan”, que hoy nos disponemos a leer juntos, consta de seis partes, y su título ya nos prepara para una lectura en el que el tema de la identidad, el saber quiénes realmente somos, se liga a heridas, pérdidas, derrotas, recuerdos, errores, fracasos, olvidos, a movimientos del espíritu en los que se radiografía el amor.
De ahí el disparo que suena dentro de nosotros y que sólo se convierte en metáfora al reconocernos en los efectos que produce. En cualquier relación hace falta que alguien dispare con sus palabras, con sus gestos, con sus llegadas o partidas, para que nos pongamos en pie y demos la medida de nuestra talla humana, dde su cielo y su sima. Y al mismo tiempo la palabra disparo nos envuelve en una atmósfera de novela negra, pero solo por las referencias, por las descripciones, pues en ningún momento se convierte este libro en narración, sino que el lenguaje responde a la tensión y la esencialidad de la poesía.
En la primera parte, Cuaderno de Elvira, precedida del aforismo Hacen falta dos para bailar, es la mujer quien habla. Cuaderno por el carácter confesional y por lo que implica de posterior rememoración. La relación entre los amantes, desde la perspectiva de la amada y con sus sombras ante nuestros ojos se disecciona espacial y temporalmente en estos primeros poemas, a través también de lo que no pueden decirse, pero que se sabe, y de lo innombrable que mide las radiaciones de lo sucedido (…) por recordar recuerdo / las nueve estrellas lácteas / el día en que bailaron / desnudas conmigo entre las cañas. Se nos muestra asimismo cómo en amor victoria es a veces derrota (…) vencerás / bebiéndome despacio / y perderemos ambos. Y decir adiós es decir quédate (…) enarbola un reproche / y su aliento detiene / la frase de hielo que le dieron / escondiendo en el aire la palabra / quédate / cuando brinde su mano el adiós / a quien se marcha. El combate entre los amantes donde en el empezar ya está el término y un instante alberga eternidad, donde los objetos guardan memoria de lo que pasó, transmina asimismo en uno de los poemas (…) Eran batallas corta / de las que duran una vida / y dejan sin resuello al vencedor / trifulcas inguinales / que al empezar terminan (…) esa alacena vulgar contemplativa / que guarda el copyright de otra derrota / algo de luz para mañana / y cuanto fuimos. Y sentimos igualmente cómo la felicidad corporal puede engendrar soledad y el amor celebrar sus bodas con la muerte.
En la segunda parte de No eres nadie hasta que te disparan, el amado, Martín, otra criatura de ficción como Elvira (en la poesía cabe también la ficción, aunque todo lo determina el lenguaje), escribe su cuaderno, “Cuaderno de Martín”, encabezado también por otro aforismo. Toda derrota compartida es siempre la mitad de una victoria. Derrota, separación de los amantes. El disparo se consuma hasta el punto de que el amante pide a la amada que asista al funeral de su amor soplando las velas (…) salí al rellano / disparó sin aviso / elegante acepté mi lobotomía punitiva / cayendo al vacío como un buzo / y ahora dos preguntas / por qué fue tan parco tu sicario / por qué no viniste al funeral / para soplar las velas.
e esta forma, nos dice el poeta, la amada, tras el crimen, se hace enteramente suya. Y surge el Olvido que, como todo en la poesía de Rafael Soler, se corporeiza: Cuando llegó el comisario Olvido, escribe la muerte fundiendo su presencia física y su carácter alegórico inunda esta segunda parte, encarnada, por ejemplo, en una autopsia que presta densidad al proceso psicológico de la separación. Una autopsia en la que el amante, sujeto pasivo, respira y ve sus órganos extraídos como el volumen frío de lo que sin amor le fue desgajado, porque no cierra los ojos (…) y si cerré los ojos / no fue por soslayar en la vitrina / mi obscena casquería / intacto conservo el hambre de mis alas / y en mi dieta extrema / con tanta pérdida de peso / solo le faltaba a tu seguro servidor / perdida tú / perder también la calma. No falta, como se desprende de los dos últimos versos, la ironía, tan presente en tantas ocasiones en este poemario. Consumado el crimen hasta el extremo de nacer de nuevo quien lo perpetró, las deudas con el ser amado, con la amada, no parecen terminar nunca, y el recuerdo y el consuelo actúan también como la pólvora (…) Todo recuerdo tiene el tamaño que merece / y su precio cabal no tiene precio / y si lo llamas pasa (…) el consuelo de ayer / no puede vivir sino apocándose / al igual que las calumnias transitivas / el cortejo sin alma y los olores pávidos.
Al final lo que importa es el viaje, la búsqueda en él de lo que quizá ya no existía. Un poema así titulado, “El viaje es lo que importa”, establece una correlación entre dos jóvenes ahogados en el río Sena y nuestros entonces dos jóvenes amantes que viajan a París y se dirigen hacia el Sena. Habla Martín, en pasado, como el cuaderno exige: ella lucía el collar que te compré / en el duty free del aeropuerto / y pálido también en su abandono / él llevaba mis zapatos de tafilete oscuro / todo callaron cuando un bombero anónimo / encomendó sus cuerpos / con la urgencia eficaz del funcionario / ahogados de la mano / ajenos al desvarío azul de las sirenas / nuestros labios compartían un único deseo / que nadie supo descifrar / pero esa es otra historia / que segó mi descuido y tu pistola.
En la tercera parte, que figura bajo el epígrafe de Cuaderno de Abel, nos sirve de pauta, como en casos anteriores, un aforismo: Hay máscaras que son lo que parecen. Así como en los cuadernos de Elvira y Martín, el poeta se encarna en los versos, en este nuevo cuaderno mira desde fuera lo que sucede (en realidad todo el poemario está lleno de miradas que abren lo mirado) y utiliza la tercera persona, no a través del tú, sino del usted, para no implicarse sentimentalmente y que las situaciones, los pensamientos, las reacciones que se describen actúen de una forma más desnuda como arquetipos y así, desde su universalidad, se incardinen de un modo natural en nuestra propia vida como lectores. A este mismo propósito de evitar “los excesos del corazón” responde la presencia del cine, la utilización del guion, que nos convierte en espectadores capaces desde la distancia de una reflexión menos contaminada. Por cierto, hablando de cine, en la poesía de Rafael Soler se cumple con cierta frecuencia la prolepsis, “la anticipación mental de una acción por realizar”, la anticipación de una escena posterior rompiendo la secuencia cronológica.
Y continuando nuestra relampagueante lectura, como debe ser la de la poesía, hay una serie de poemas agrupados bajo el título De cuanto pudo acontecer y no sucede, introducida por un nuevo aforismo La vida es un atropello consentido. La idea del atropello, iluminada hasta producir dentro de nosotros una incisión, está presente en esta cuarta parte mediante la visualidad y gravedad de un accidente de circulación más allá de los hechos, a la que contribuyen la vida anímica cobrada por un grillo, el peralte de una curva y un árbol, latentes en el escenario donde se produce: El grillo que nació para testigo / acorta su canción / y en la rama más alta se acomoda / diríase que inquieto / ante el estrago que pone en peligro su merienda / la curva de bucólico peralte /oble ballesta involuntaria / pide perdón y una jofaina / el árbol que no quiso ser verdugo / luce a la altura del pulmón un golpe leve / y noble en su madera se disculpa / de corteza a corteza metáforas aparte. La ausencia logra en este grupo de poemas su total manifestación a través de la orfandad del zapato ausente; sentimos asimismo como en todo principio está entrañado su fin, y el rostro de la muerte está en todos grabado cualquiera que sea su condición. Los versos finales del poema “Las flores dentro por el calor” tienen un indudable soplo manriqueño (…) aquí todos en silente compañía / cada cual a la espera de consuelo / cada quién abrazo a su esternón / cada uno con su código de barras.
La escritura, todo lo fecundado por la creación poética, la ficción que ha servido para desvelar las entretelas de lo nombrado por el lenguaje, se consuman en El cine, en el cine, quinta parte del libro, donde a través de planos secuencias se resumen los disparos que nos han ido despertando durante la lectura, sus impactos de fracasos, derrotas, fragilidad y levedad de lo vivido. Cine, en el cine, doble pantalla para deshabitados de ver y vernos con máxima lucidez.
No eres nadie hasta que te disparan se cierra con un Epílogo, y no, formado por un poema “Asomado a un instante que no es tuyo” en el que Rafael Soler logra su voz más alta, su estatura como poeta. Poema hondo, de indagación en la existencia, trabado al acto de creación, nublado por un desengaño barroco. Un poema lleno de semillas clásicas, en el que en los primeros versos se escucha al fondo a Jaime Gil de Biedma. Un poema que consideramos más que como un epílogo como preámbulo de una nueva aventura poética en la que la lengua de Rafael Soler vuelva a trepanar y a ser trepanado por la vida, con esa riqueza sintáctica y de pensamiento caracterizadoras de su poesía, con ese proceso constante de intensificación de la realidad y esa potente imaginación que son también sus señas de identidad.