Un desboque memorioso. Sobre «Incrustaciones dubaitíes», de Augusto Munaro

 

El presente texto, reproducido por Vallejo & Co, fue leído por su autor como nota de presentación del poemario el pasado 02 de noviembre en Buenos Aires (Argentina).

 

Por Manuel Ignacio Moyano*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Lisboa /

(der.) Fb de AM

 

 

Un desboque memorioso.

Sobre Incrustaciones dubaitíes (2019),

de Augusto Munaro

 

 

Iba a empezar estas líneas con la palabra “entro”. Y no. No puedo porque no entro a ningún lado, sino que ya estoy ahí: en el acá y ahora de una escritura.

Para leer, hay que abrir los libros, encontrarles la vuelta, las grutas por las cuales se ingresa a la caverna del escritor, ese lugar donde solo hay jeroglíficos en las paredes y resonancias de ruidos que no se sabe de dónde vienen ni dónde van. Con los libros de Augusto este ingreso aparece como las noches de invierno, como los sueños o el insomnio. De golpe. Sin pedir permiso. En estos libros, la literatura nos topa, nos lleva puestos, no espera que entremos, nos avasalla y disloca sin piedad. Se hizo de noche, decimos, y no lo podemos decir sino en pasado, porque no nos dimos cuenta de su llegada, porque sin prestar atención nos vimos en un lugar que no conocemos (repito, como los sueños o el insomnio). Estamos así adentro de la caverna literaria por un gesto que nos avanzó (detalle primordial: el fantasma de la vanguardia, ese gesto de avanzar, recorre continuamente las líneas escritas por Augusto).

En esta caverna hay una sola verdad. La opacidad. Por eso se trata de una zona anónima en la que algo que por convención denominamos “una voz” se esconde y se pone en estado de perpetuo secreto. Se sabe ya: solamente hay una voz literaria cuando emerge esa oscuridad que desatiende las identidades, los rasgos, las caras, los quiénes, las biografías, los temas, los premios y las ventas en la transparencia del mercado literario. Lo único que podemos ver ahí, en la caverna, es una gran boca destilando esa voz que se pierde entre las paredes dejando solamente piedras picadas y resonancias. Hay escritores que hacen de esa boca una sonrisa igual de irónica que bella (Borges, Libertella, Aira), otros una carcajada (los Lamborghini, Harwicz), otros un bramido mudo (María Moreno), otros una máquina de dientes (Fogwill), otros una caja de ritmos (Néstor Sánchez). Augusto no se cuenta en ninguna de esas bocas. La suya es distinta.

 

Presentación de «Incrustaciones dubaitíes» (2019), de Augusto Munaro. Al habla Manuel Ignacio Moyano.
Crédito de la foto: el autor

 

Insisto: no entramos, cuando leemos sus libros, ya estamos ahí. Y la caverna, esa gran boca de piedra en la que resuenan las marcas de la literatura, se nos aparece entonces como lo que nos rodea, aquello que nos inunda. Esta excritura (y ahora la digo con la X del prefijo ex-, que supone el afuera, lo más allá, lo ex-traño) es una caverna puesta fuera de sí, una boca salida, dada vuelta como un guante. Por eso estamos ahí sin haber entrado. Se trata de una boca que desbocándose vino a nosotros. En Augusto y su literatura asistimos a un desboque, a la pasión de quien excribe para esquivar los lugares donde queremos rubricarlo. Por eso cualquier libro suyo nos desarma como un río serrano en el instante oblicuo de su crecida. La pasión del éxtasis.

 

(De izq. a der.) Manuel Ignacio Moyano y Augusto Munaro.
Crédito de la foto: el autor.

 

Así es como podemos leer estas Incrustaciones dubaitíes. Pero agregando un detalle más. Se trata de un desboque que ahora recuerda. Que nos lleva a un paraíso artificial, a Dubai y a una infancia. A medio camino entre películas hollywoodenses en VHS, maestros de escuela en inglés, cinematógrafos y bibliotecas ya destruidos, este libro avanza como la tipografía manuscrita que llamamos letra cursiva con el frenesí continuo de arrojarse hacia adelante, aunque volviendo cada vez para colocar los puntos sobre las íes, las tildes necesarias y las barras que horizontales cortan las tes. Así avanzan estas incrustaciones dubaitíes. Como si dijéramos, a través de una fuerza arborícola que se da formas rigurosas, entallándose con una inmodestia que va recreando un cuerpo singular: el de una “palmera datilera” recostada artificialmente sobre el mar. Este libro tiene la singularidad de abrirse como un árbol, con su misma fuerza, pero acostado, perdiendo así la solemnidad de la verticalidad, aunque dejándonos con la sensación de vértigo y evitándonos el mal gusto de cualquier sentimentalismo memorioso. Dubai aparece como un vértigo horizontal.

 

 

Lo que se nos da en este desboque memorioso, por lo tanto, es una infancia tan espumosa como la brillantina de las películas hollywoodenses, o sea, como el fetichismo de la mercancía y su espectáculo. Y esta memoria se enclava igual que el artificio de una republiqueta bananera: “un tal Tom Baker que vivía extático”, dicen unos versos, “con su mujer, sus hijos, su O Km; / y un empleo / permisible a la sonrisa del Guasón / que presumía    a toda hora / cambalachar –como yanqui que era- / d américan güey of laif”. Esto nos permite entrever que las incrustaciones dubaitíes, acá poetizadas, son en verdad incrustaciones de una yanquilandia impuesta como mercancía global. No se trata de un libro de denuncia, no me malentiendan. Se trata de una práctica que retoma el proyecto más auténtico de la literatura moderna, el de Baudelaire, aquel que buscaba exasperar a tal punto la conexión entre mercancía y poema para que así reventaran a la vez. De nuevo: el fantasma de la vanguardia haciéndose eco en esta excritura. Dicen otros versos: “…rupias yenes soles libras francos tugs / australes pesos pennies liras dinares / pesetas piastras napolitanas florines / escudos rublos fiales dinares coronas / doblones dólares marcos & —claro— / dírhams… / d las formas / & tamaños / + diversos”. La poesía como moneda, como dinero, como entregada a su límite, el mercado, para desbor/darse. Un gesto que hace reventar la literatura contra el mercado, justamente eso que el mercado literario, o bien, la literatura de mercado, no quiere hacer bajo ningún precio.

De modo que la caverna desbocada de Augusto nos deja ahí donde la vida mercantilizada, “d américan güey of laif” o bien nuestro presente, explotan. Las esquirlas de esa explosión se llaman, justamente, “incrustaciones dubaitíes”. Hay un gesto libertario acá que es preciso saber leer, hoy más que nunca. Un gesto donde la liberación del poema ocurre en su estampida contra la moneda.

La poesía arde, entonces, sin solemnidad militante, como un río de fuego. Como plásticos quemándose en nuestra memoria. Como la noche derritiendo la lengua, sin pedir permiso. Y eso se agradece: muchas gracias.

 

 

 

 

 

*(Córdoba-Argentina, 1987). Dramaturgo y ensayista. Fue asistente de dirección de La verdad de los pies, obra de dramaturgia colectiva dirigida por Jazmín Sequeira. También participó de diversas performances, conjugando la escritura y las prácticas escénicas. Escribió y dirigió la obra de teatro Play. Preferiría no actuar (2015). Actualmente dirige la obra escénica Ntolsvz Rlkenmt (2018). Ha publicado en ensayo Bonino. La lengua de la inocencia (2017) y Giorgio Agamben. El uso de las imágenes (2019).

 

 

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