Un camino hacia lo incierto: sueño y bancarrota

 

Por Arturo Borra*

Crédito de la foto (izq.) www.lauragiordani.blogspot.com /

(der.) Ed. Espacio Hudson

 

 

Un camino hacia lo incierto:

sueño y bancarrota

 

 

Poemas de la bancarrota y otros poemas (2018) de Javier Gil** parte de una constatación. No la de un sujeto épico que traza un recorrido heroico sino la de un ser atado a la pérdida, a un haber negativo, a lo que no tiene otra ganancia que no sea la de una palabra soplada, un rinconcito donde calentarse junto a quienes hacen habitables las horas. Un rinconcito que tampoco puede darnos la plenitud que nos falta. De hecho, el primer poema –titulado “Hospital de día”– nos instala ya en una tensión persistente: “Nada me falta todo me falta”, dice el autor, precedido por unos rutilantes versos de Héctor Viel Temperley y Mario Montalbetti.

Partir de este estado de quiebra –de esta quiebra que nos atraviesa como seres humanos–, sin embargo, no tiene por qué conducir al derrotismo. Al contrario, puesto que no nos vale el mito de la omnipotencia, nuestro camino bien podría ser construir, desde la insuficiencia que nos marca, un espacio para respirar con los otros. Quizás por eso Poemas de la bancarrota pone en juego nuestra fragilidad común, un lugar espectral donde la acción de poetizar ya no remite a las cumbres del ego sino a la exposición de las heridas. Cierto que desde ahí podría arremeterse contra la impostura del poeta como predicador o sacerdote laico que portaría la verdad de un mundo venidero. Pero declararse en bancarrota no es tanto un gesto beligerante hacia el otro como una seña del lugar vulnerable desde el que algunos poetas escriben, como es el caso de Javier Gil. No se trata sólo de precariedad existencial sino también de una posición poética en la que no cabe descartar que uno termine hablando solo, errando en “palabras para nada/ para nadie”, moviendo el badajo de una campana que no sabemos siquiera quién escucha.

 

El poeta Javier Gil Martín
El poeta Javier Gil Martín

 

La bancarrota tampoco es meramente individual. “Tanto siglo XX para esto” dice Gil, presagiando nuevos cadáveres, nuevos desastres, el ritual del exterminio, al punto en que ya no queda nada sólido y se duda hasta de la espinita clavada. Entre lo individual y lo colectivo, el autor hila un tapiz mientras espera en su sitio –paciente, incansablemente– no sabe bien qué, invirtiendo la imagen mítica de Penélope. No nos es dado el relato. Empecinado en “no narrar” –tal como titula la segunda parte del poemario–, eso que se espera –no sin temor– no impide las huellas, el continuo malparirse, el andar o el “escribir/ como se escupe al cielo”, manchado de tinta, desescribiendo lo visto. “Tengo miedo de escribir la noche” dice Javier en una lección de brevedad, como el arte extremo en que se interna, esa aventura del lenguaje que es la condensación. Porque más allá de la evocación nostálgica de un paraíso perdido, “[q]uieras o no la planta/ tiene que estar ahí, /donde su voz surgió”. De la planta crecen sombras, un oscuro canto que la luz rechaza, el poema o haijin buscado, “aquel que alumbra/ mis pies y mis temores”.

Poemas de la bancarrota se hace así apertura a la música de los otros, también de aquellos que tocan por una moneda en un metro, o la que hace latir la madera de una escultura que es “arte de la muerte”, ante todo, porque nace del dolor, de las “madres que lloran en madrugadas de luto”, pero también porque no hay otra lección final. Nada más vano, entonces, que la vanidad. Como en El castillo de Kafka, Javier Gil deambula en el encierro, no sin cierta embriaguez. Deambula esperando no sabemos qué, llegando a su punto culmine en “Poemas de la morgue”.

 

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Y si a lo largo de las tres primeras partes nos encontramos con un cierto desasosiego persistente, interrumpido por raptos fulgurantes, quizás la última parte (incluida algunos años después) esboza no tanto una certeza como un esbozo de respuesta: aquella que remite a un territorio donde la excepcionalidad del otro irrumpe como una marea cálida en el poema. No cualquier otro, desde luego, sino aquellos otros singulares que nos dan sentido. La poesía de Gil entonces se hace hogaza de pan: alimento cotidiano, inocencia primera, asombro hacia aquello que en el vértigo ya no percibimos. Las palabras devienen animales de la ausencia, tristes, sepultados en el tiempo, con ahogada dulzura. Y a pesar de ello, brincan, saltan como el sapo de stanley hook, buscando un cobijo para la lluvia. En esa lluvia, brilla la apertura imprevisible del horizonte. Precisamente porque nos marca la bancarrota, la ternura y la cercanía bien podrían ser una forma de desplazarse de ahí, como un refugio ante la pesadumbre del mundo o incluso como este canto oscuro en el que resplandece una pequeña promesa, impronunciable quizás, concisa como un destello que nos ayuda a ver a quienes nos constituyen y nos permiten vivir, como si a pesar de este lugar de la muerte fuera posible levantar todavía la esperanza del suelo. Desde ese suelo, la escritura poética de Javier traza su camino hacia lo incierto, una línea de fuga donde declararse en bancarrota no es incompatible con la posibilidad de seguir soñando.

 

 

 

 

*(Argentina, 1972). Licenciado en comunicación social por la UNER y doctor en estudios interdisciplinarios de la comunicación por la Universidad de Valencia. Ha publicado el libro de prosa Anotaciones en el margen (2008; 2014), las plaquettes Cielo partido (2009), La vigilia del deseo (2013) y Esplendor saqueado (2015) y los poemarios Umbrales del naufragio (2010), Figuras de la asfixia. El libro de los otros (2012; 2014), Para trazar lo (im)posible (2013) y todo tanto (2016). En versión digital, ha publicado Figuras de la asfixia (2015) y, también, todo tanto (2016). Dirige el blog www.arturoborra.blogspot.com

 

 

**(Madrid-España, 1981). Poeta. Licenciado en Filología hispánica. Ha codirigido para Fundación Inquietudes y Asociación Poética Caudal y, en la actualidad, coordina, junto a Víktor Gómez y Enrique Cabezón, la colección “Once de poesía y ensayo” en Ed. Amargord. Ha publicado en poesía Poemas de la bancarrota (2015) y Poemas de la bancarrota y otros poemas (2018).

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