Por Maria Borio*
Traducción Mario Pera
Crédito de la foto (izq.) Ed. Lieto Colle /
Crédito de la foto (der.) © Dino Ignani
Último momento del verano.
3 inéditos y 3 + 1 poemas de El otro límite
de Maria Borio
Farnese
La ventana a la luz le dice “no imaginas”,
apoyate en la pared como si fuera una calle.
La espalda desnuda ya no tiene frío. Estas son las cosas
que nos habitan: el cristal transparente, la pared ciega,
nosotros por las cosas, una calle curva en la pared,
la pared al interior de venas lenticulares.
Todo percute como el bronce en el desierto: es la inocencia
que mueve la cabeza. Me habitas así, como el día
en la plaza que Giordano Bruno era aquel pequeño
fuego de todos. Te habito, el sonido que se aleja
de los edificios atrapados, la campanilla en la pared dura,
caliente como un fluido que mueve la cabeza.
Puerto
No descansan. El haz de luz es calmo.
Miran las barcas de madera
sobre el mar como si fueran altas.
Una vida también es violencia.
La corriente retiene las barcas,
el borde es como dos personas.
Bajo las palmas el aire se torna negro,
la negro suma todos los colores.
El mar no aclara, se espesa.
¿La vida es también violencia?
Los has visto intercambiar sus sonidos,
el mar que hace silencio y las maderas
de los cascos, los frutos en la sombra.
Pero el silencio era negro y perfecto:
uno a bordo sobre el mar se asoma,
el otro lo retiene a tierra.
Saberse acercar.
Así vemos el enigma de la distancia
Desde el sitio en donde se adensan los lugares que nos han habitado.
Inician llamando las islas de brezo y hielo
el alba atlántica
un avión al despegue
vierte crudo de gaviotas como sutiles cadenas.
Preguntan desnudez. Los arrecifes se abren
más al sur en un prado plano
y las vacas moteadas están inmóviles
como una sinfonía que se envuelve sobre sí misma:
pensaba en su bicromía
aturdido de sidra encontrando en algún rincón
de la lengua el barniolino
las manzanas ácidas y las bayas rojas
la llanura emiliana presionada por la niebla
que se encaja en los movimientos.
Asomados, desde lo alto sobre el mar,
repites el vértigo
en el bajo de la llanura
en contrapeso.
Me he asomado y había un espacio más amplio
un meridiano arder de alcaparras y lava
tensa en los páramos calcáreas, dorsales.
Los hombres tumbados al fondo de Europa
quizá me han mirado, y pregunto
serán entrelazados en los sitios que he visto
en un solo breve como poder decir
lo que son mis años minúsculos
a través del choque entre el sur y el norte.
Cada lugar pertenece a los otros.
Los apoyo sin genealogía,
les doy olor, recibo humedad y aridez.
Nos bañan o asesinan.
Estuve en el punto más alto del arrecife
en el viento del norte afilado, lunar.
Ustedes lo habitan ahora. Acérquense.
Me asomo, salto –
de roca a roca sobre los restos
de lugares que se arraigan.
(inéditos)
Video y graffiti
Por el momento que separa la noche
se quedó al descubierto en la hierba alta y azul.
Los ojos la escribían algún espacio
y la lente de la cámara fotográfica la capturaba
desnuda y flaca: como una forma de vida que quiere aparecer.
¿Si escribes el instante se extiende? Pero la cámara
se eso que escribes muy lento alcanza
la vida de los otros y esta fotografía como una boca
verdadera más que lo auténtico a todos haría preguntar
dónde estás, la hora, porque recoges
el cielo palidecido entre tallos azules.
Quizás este último momento del verano
podría decirse a sí mismo
sólo si se reprodujera moviéndose,
si se asemejara a eso que en un vídeo
las vidas que aparecen quieren sentir igual…
Los hombres en el neolítico narraban
con las palmas de las manos en las paredes de la gruta
y los contornos de las manos eran el protegerse,
la luz que vive. Mira así mis cartas.
Ataco las manos al rosa azulado, a las bocas espinosas:
la mujer desnuda que comprime una migración
aplastando las palmas sobre la roca.
Las vidas desarmadas continúan la caza
grabada en mi voz, en la foto que borra
la voz, en las cartas que borran el cuerpo.
Estoy sentada sobre la pequeña tapia y escucho
de nuevo el sonido del vídeo que escribe
dónde estoy, la hora, el por qué.
La voz siempre es una mujer desnuda y fría
que revela las manos en alto.
Perfil
I am here to be judged
La del epígrafe la leí
entre las tantas de un perfil. Podría tener la misma edad,
se podría decir que la mujer a veces se exhibe
no por vanidad sino por procreación, que la ley
de la naturaleza le hace peinar los cabellos y los labios
como estirar con paciencia los dedos
bajo la luz que quema.
Los rostros son frágiles, expuestos en una cesta cegadora,
una pátina que se toca, una película.
En esos rostros una especie avanza.
Pero sería letal si valiera sólo la ley
que hace colisionar este pedazo de luz y las nubes oscuras,
el relámpago del cual escribieron
casi todos los materialistas.
Sería que esa figura y su carne
es más bello que lo verdadero y circunscribe la pelvis
entre las densas nubes, las piernas desnudas.
Los ojos sobre la imagen juzgaron
para no matar a la imagen.
Pantalla
Me dicen que me detenga en la forma,
observarla y preguntar no a la forma
sino a todo lo que es fuera de ella,
esta escritura o las uñas delgadas,
las biografías anónimas o las palabras anónimas.
Me dicen que puede ser la forma de este libro en la pantalla
dónde ves vidas en fragmento o una luz maravillada.
La forma es la pantalla como una casa azul,
estadística y figuras o aquel ritmo que ata los hombres
en mi mente. La forma es, no es eso que quieren
que yo dé. Es, no es el futuro. Es deshacerse, a veces.
La forma, sólo la imagen, me has dicho, pero la borro
y la reescribo: letras, les digo, piensen, en cada letra
vean una palabra como el pie de un niño
apoyado en la mano de la madre y aquella mano
en el vientre y el vientre en un pensamiento.
A veces sigo este recorrido para que una escena ocurra
y no sea sólo forma sino vientre, mano, pie
que no ven, incluso en las imágenes desordenadas
en el éter como un libro de caras los sigo siempre,
un avión silencioso que reingresa en un hangar
o el ciego que llega a la última señal del braille.
Me han dicho, de nuevo, que me detenga en la forma,
la forma que se escribe o se vive nunca es la misma.
Con los pensamientos como uñas ato vidas
desunidas en la pantalla.
Isla
En la noche el vidrio de los rascacielos de Isla
parece una falla en el horizonte,
el semicírculo de la estructura que dice
el poder de volver el agua sólida
y derretirse al momento
que acabaste de circunscribir.
Aquí las horas por oscuridad distinguen
el silencio cristalino, el redoble de los trenes,
las gotas en el aire, las fibras –
pero el alba nos ha detenido en un sonido retorcido:
las curvas del tiempo vacío
la fuga en el paso subterráneo
la electricidad abierta entre los ascensores y la comida descongelada
los artífices de esta limpieza de vidrio
o una prueba muy humana para detener un azul fragilísimo.
Sentados al borde de la fuente
he aquí el avance: el frío
incorruptible de la oscuridad
se encoge y una muchedumbre normal
escala los rasgos del rostro. Al bar, me dices,
que es hoy la metáfora del mundo
reteniendo la comida en la boca
el gran vidrio de estos edificios
y la comida profunda en los órganos:
mecánica y carne invisible trabajan
y sus imperfecciones envuelven lo puro y lo impuro
entrando saliendo del gran vidrio
como el arte áfona y oscura de Duchamp
corta en secciones.
En el caso que premies la mano, puede estrellarse
o resistir como el éter resiste,
y allí conscientes o separados de nosotros
puro e impuro,
la gran pantalla de Isla
un continente.
Herencia I
I
La manzana en las manos por ti es el mundo
del hijo al hijo del hijo.
Algo chirria detrás, el monstruo
que al cuento blanquea o los grafiti
en un vidrio barnizado: imágenes,
en tu manzana también estoy yo.
Del hijo al hijo del hijo
un cronómetro seca la manzana.
El misterio es preguntarte, a ti mi abuelo,
el mirar mis ojos exactamente.
II
De nuestro bien tendrás una herencia
como recoger la filigrana de los cristales de nieve
y esperar que se derritan sobre una imagen.
Hay una precisión entre las moléculas, no se puede decir:
enredadas y firmes cuando iniciamos a entendernos,
después abiertos, leer, inexistentes.
Entonces incido en la herencia de tu voz
a través de los micrófonos, la dejo sedimentar.
Con distancia la imagen de nuestros pies se deforma,
es polvo, todo a nuestro alrededor se oscurece.
La cremallera que une la casaca al pecho parece
la calle de una ciudad con muchas arqueologías,
el polvo nos cubre como la voz:
nieva sobre los techos de paja, sobre las cabezas de paja,
cada cristal es diferente e inhumano.
Consciente finjo que el bien construido
pueda derretirse definitivo
junto a todo lo ligero
todo es definitivo
III
Las palabras me siguen como los pasos
de la sobre elevada, los pilares de cemento
en altura creciente y una robustez confusa
dónde lo sólido se hace líquido o aire
lo engulle como una enfermedad
veloz.
Tus palabras son veloces. Quizás sobre el cemento
podrían resbalar como cristales fríos
sobre las mejillas, alrededor de la mirada
que estrecha a los pilares, a la línea
de la autopista, al espacio
futuro.
Hay un azul confuso a lo gris confuso a lo blanco
que es breve como una vida humana y sobre
la brevedad al principio te pronuncio porque
está en ti que de nuevo aparezco, luego porque
imagino sostenerme también yo realmente
el peso del cemento, por fin porque en la breve
vida de un individuo se podría
al menos una vez todo
detener.
¿Qué comprime en el cilindro del aire,
qué cosa clava en la tierra el peso de las calles,
el bulbo del pelo? La autopista es brazos
sin peso, los pilares son ruinas y confundirse
con la vida natural también arruina la cosas naturales,
rastro.
Entonces simulas que mientras te sientes veloz
sobre los pilares, sobre el valle negro, lo que
empuja sea nada si no palabras confusas
y extensiones, confusas y extensiones: no creer
más de verme, pero ves, no de tocarme, pero
tocas, ni de odiarme, odias, ni
quererme.
Tengo miedo de hacerte salir de la boca.
Herencia II
Ocurre que en estos metros cuatro por tres
ha muerto un hombre de noventa y cinco años,
que sobre su piel veo la forma de mi barbilla.
Ocurre mientras aprieto los dedos sobre la barbilla
que él es justo y corto, mi estatura vaga.
La estatura ocurre como la muerte
y es algo saturado, sin puntos.
Los genes se despliegan, inician su corrosión.
La habitación no contiene. El cuerpo es
largo como diez de mis palmos.
Ocurre que me quedo siempre en la habitación donde has muerto
también cuando me lavo piernas abiertas y digo
cómo puede recogerse el desorden, aclararse
en una confusión de sexos que son el vacío
mientras me lavo. También la orina se vuelve invisible.
El desorden es, sin sentimientos, seco en los pliegues
de los genitales, de las sábanas azules, de la nieve arraigada
o algo que corta el aire como una hoja dentada:
también puedo ser un hombre, envejecer como un hombre,
desplazar la energía del seno a la ingle, sentir que llega todo
entre mis piernas, entre tus ojos, no hay más violencia.
Pero, sobre el desorden de la casa en la luz de la computadora
sobre el orden habitado de las tumbas bajo la montaña
mírala, dices, se lava a fondo con las uñas en el agua,
mírala, sus huesos estaban vacíos y estrujados, la hoja dentada.
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(poemas en su idioma original, italiano)
Ultimo momento d’estate.
3 inediti e 3+1 poesie di L’altro limite,
di Maria Borio
Farnese
La finestra a una luce dice “non immaginate”,
appoggiatevi alla parete come fosse una strada.
La schiena nuda non ha più freddo. Ecco le cose
che ci abitano: il vetro trasparente, il muro cieco,
noi per le cose, una strada curva sul muro,
il muro dentro vene lenticolari.
Tutto batte come bronzo sul deserto: è innocenza
che muove la testa. Mi abiti così, come il giorno
sulla piazza che Giordano Bruno era quel piccolo
fuoco di tutti. Abito te, il suono che si stacca
nei palazzi incastrati, la campanella sul muro duro,
caldo come un liquido che muove la testa.
Porto
Non riposano. Il fascio di luce è calmo.
Guardano le barche di legno
sul mare come fossero alte.
Una vita è anche violenza.
La corrente trattiene le barche,
il bordo è come due persone.
Sotto le palme l’aria diventa nera,
il nero somma tutti i colori.
Il mare non lucida, addensa.
La vita è anche violenza?
Li hai visti scambiarsi i suoni,
il mare che fa silenzio e i legni
degli scafi, i frutti nell’ombra.
Ma il silenzio era nero e perfetto:
uno dal bordo sul mare si sporge,
l’altro lo trattiene a terra.
Sapersi avvicinare.
Così vediamo l’enigma della distanza
dal posto in cui si addensano i luoghi che ci hanno abitato.
Inizio chiamando le isole d’erica e ghiaccio
l’alba atlantica
un aereo al decollo
versi crudi di gabbiani come sottili catene.
Chiedete nudità. Le scogliere si aprono
più a sud in un prato piatto
e le mucche pezzate sono immobili
come una sinfonia che si avvolge su se stessa:
pensavo alla loro bicromia
stordita di sidro trovando in qualche angolo
della lingua il barniolino
le mele acide e le bacche rosse
la pianura emiliana premuta dalla nebbia
che si incastra nei movimenti.
Affacciati, dall’alto sul mare,
ripeti la vertigine
nel basso della pianura
in contrappeso.
Mi sono affacciata ed era spazio più ampio
una meridiana arsa di capperi e lava
tesa a lande calcaree, dorsali.
Gli uomini sdraiati sul fondo dell’Europa
forse mi hanno guardato, e chiedo
sarete intrecciati nei posti che ho visto
in uno solo breve come poter dire
cosa sono i miei anni minuscoli
attraverso lo scontro di sud e nord.
Ogni luogo appartiene ad altri.
Li appoggio senza genealogia,
gli do odore, ricevo umido e arido.
Ci bagnano o uccidono.
Ero nel punto più alto della scogliera
nel vento del nord affilato, lunare.
Voi li abitate adesso. Avvicinatevi.
Mi affaccio, salto –
da roccia a roccia sopra un resto
i luoghi che si radicano.
(inediti)
Video e graffiti
Per il momento che separa la notte
restavi allo scoperto nell’erba alta e azzurra.
Gli occhi la scrivevano in qualche spazio
e l’obiettivo della macchina fotografica la catturava
nuda e magra: qualsiasi vita che voglia apparire.
Se scrivi l’istante si distende? Ma la camera
di ciò che scrivi molto lentamente raggiunge
la vita degli altri e questa fotografia come una bocca
vera più del vero già a tutti farebbe chiedere
dove sei, l’ora, perché raccogli
il cielo impallidito fra gambi azzurri.
Forse questo ultimo momento d’estate
potrebbe dire se stesso
solo se si riproducesse muovendosi,
se assomigliasse a ciò che in un video
le vite che appaiono vogliono sentire simile…
Gli uomini nel neolitico narravano
con i palmi delle mani sulle pareti della grotta
e le sagome delle mani erano il proteggersi,
la luce che vive. Guarda così le mie lettere.
Attacco le mani al rosa bluastro, alle bocche spinose:
la donna nuda che comprime una migrazione
schiacciando i palmi sulla roccia.
Le vite disarmate continuano la caccia
nella mia voce registrata, nella foto che cancella
la voce, nelle lettere che cancellano il corpo.
Sono seduta sul muretto di cinta e ascolto
di nuovo il suono del video che scrive
dove sono, l’ora, il perché.
La voce è sempre una donna nuda e fredda
che stampa mani in alto.
Profilo
I am here to be judged
La sentenza dell’epigrafe l’ho letta
fra i tanti in un profilo. Potreste avere la stessa età,
potreste dire che la donna a volte si esibisce
non per vanità ma procreazione, che la legge
di natura le fa pettinare i capelli e le labbra
come stendi con pazienza le dita
sotto la luce che brucia.
I volti sono fragili, esposti in una cesta accecante,
una patina che si tocca, una pellicola.
In quei volti una specie avanza.
Ma sarebbe letale se valesse unica la legge
che fa scontrare questa fetta di luce e le nuvole scure,
il lampo di cui hanno scritto
quasi tutti i materialisti.
Sarebbe che quella figura e la sua carne
è bella più del vero e circoscrive il bacino
tra le nubi dense, le gambe nude.
Gli occhi sull’immagine giudicavano
per non far morire l’immagine.
Schermo
Mi dicono di fermarmi sulla forma,
di osservarla e chiedere non alla forma
ma fuori a tutto il resto cosa sia,
questa scrittura o le unghie esili,
le biografie anonime o le parole anonime.
Mi dicono che può essere forma questo libro a schermo
dove vedi vite in frammento o luce stupita.
La forma è lo schermo come una casa azzurra,
statistica e figure, o quel ritmo che lega gli uomini
nella mia mente. La forma è, non è ciò che volete
io dia. È, non è il divenire. È disfarsi, a volte.
La forma, solo l’immagine, mi hai detto, ma la cancello
e la riscrivo: lettere, vi dico, pensatele, in ogni lettera
guardate una parola come un piede di bambino
appoggiato alla mano della madre e quella mano
alla pancia e la pancia a un pensiero.
A volte seguo questo percorso perché una scena accada
e non sia forma sola, ma pancia, mano, piede
che non vedete, anche nelle immagini disordinate
nell’etere come libro delle facce sempre vi seguo,
un aereo silenzioso che rientra nell’hangar
o il cieco che arriva all’ultimo segno del braille.
Mi hanno detto di nuovo di fermarmi sulla forma,
la forma che se scrivi o vivi non è mai lo stesso.
Con i pensieri come unghie lego vite
disunite a schermo.
Isola
Nella notte il vetro dei grattacieli di Isola
sembra una faglia sull’orizzonte,
il semicerchio della struttura che dice
il potere di rendere solida l’acqua
e liquefarsi al momento
che hai finito di circoscrivere.
Qui le ore per buio distinguono
il silenzio netto, il rullio dei treni,
le gocce nell’aria, le fibre –
ma l’alba ci ha fermato in un suono contorto:
le curve del tempo vuoto
la fuga nel sottopassaggio
l’elettricità aperta tra gli ascensori e il cibo decongelato
gli artefici di questa pulizia di vetro
o una prova molto umana per fermare un azzurro fragilissimo.
Seduti al limite della fontana
ecco il sorpasso: il freddo
incorruttibile del buio
si restringe e una folla normale
scala i tratti del volto. Al bar mi dici
che è metafora del mondo
oggi trattenendo il cibo nella bocca
il grande vetro di questi edifici
e il cibo profondo negli organi:
meccanica e carne invisibili lavorano
e la loro imperfezione avvolge al puro e all’impuro
entrando uscendo dal grande vetro
come l’arte afona e oscura di Duchamp
taglia a sezioni.
Nel caso premi la mano, può frangersi
o resistere come l’etere resiste,
e lì coscienti o da noi separati
puro e impuro,
il grande schermo di Isola
un continente.
Eredità I
I
La mela nelle mani per te è il mondo
dal figlio al figlio del figlio.
Qualcosa stride dietro, il mostro
che al racconto sbianca o i graffiti
su un vetro verniciato: immagini,
nella tua mela ci sono anch’io.
Dal figlio al figlio del figlio
un cronometro asciuga la mela.
Il mistero è chiederti, tu mio nonno,
di guardare i miei occhi esattamente.
II
Del nostro bene avrai un’eredità
come raccogliere la filigrana dei cristalli di neve
e aspettare che si sciolgano sopra un’immagine.
C’è una precisione fra le molecole, non si può dire:
intricate e salde quando iniziavamo a capirci,
poi aperte, leggere, inesistenti.
Allora incido l’eredità della tua voce
attraverso i microfoni, la lascio sedimentare.
Con distanza l’immagine dei nostri piedi si sforma,
è polvere, tutte le cose intorno diventano opache.
La zip che unisce la giacca al petto sembra
la strada di una città con molte archeologie,
la polvere ci copre come la voce:
nevica su tetti di paglia, su teste di paglia,
i cristalli sono ognuno diverso e inumano.
Consapevole fingo che il bene costruito
possa sciogliersi definitivo
insieme a tutto leggero
tutto è definitivo
III
Le parole mi inseguono come i passaggi
della sopraelevata, i piloni di cemento
in altezza crescente e una robustezza confusa
dove il solido se liquido o aria
lo ingoi come una malattia
veloce.
Le tue parole sono veloci. Forse sul cemento
potrebbero scivolare come cristalli freddi
sulle guance, attorno allo sguardo
che avvinghia ai piloni, alla linea
dell’autostrada, allo spazio
futuro.
C’è un blu confuso al grigio confuso al bianco
che è breve come una vita umana e sopra
la brevità all’inizio ti pronuncio perché
è in te che di nuovo appaio, poi perché
immagino di sostenere anche io realmente
il peso del cemento, infine perché nella breve
vita di un individuo si potrebbe
una volta almeno tutto
fermare.
Cosa preme sopra il cilindro dell’aria,
cosa conficca nella terra il peso delle corsie,
il bulbo dei capelli? L’autostrada è braccia
senza peso, i pilastri sono rovine e confuse
con vite naturali anche le cose naturali rovine,
indizio.
Allora fai finta che mentre ti senti veloce
sui pilastri, sulla valle nera, quello che
spinge sia niente se non parole confuse
e distese, confuse e distese: non credere più
di vedermi, ma vedi, non di toccarmi, ma
tocca, né di odiarmi, odia, né
volermi.
Ho paura di farti uscire dalla bocca.
Eredità II
Accade che in questi metri quattro per tre
sia morto un uomo di novantacinque anni,
che sulla sua pelle vedo la forma del mio mento.
Accade mentre premo le dita sul mento
che lui sia giusto e corto, la mia statura vaga.
La statura accade come la morte
ed è qualcosa saturo, senza punti.
I geni si staccano, iniziano a corrodere.
La stanza non contiene. Il corpo è
lungo dieci dei miei palmi.
Accade che resto sempre nella stanza dove sei morto
anche quando mi lavo gambe aperte e dico
come può raccogliersi il disordine, chiarificarsi
in una confusione di sessi che sono il vuoto
mentre mi lavo. Anche l’urina diventa invisibile.
Il disordine è senza sentimenti, asciutto nelle pieghe
dei genitali, delle lenzuola azzurre, della neve radicata
o qualcosa che taglia l’aria come una lama dentata:
posso essere anche un uomo, invecchiare come un uomo,
spostare l’energia dal seno all’inguine, sentire che arriva tutto
fra le mie gambe, fra i tuoi occhi, non c’è più violenza.
Ma sul disordine della casa nella luce del computer
sull’ordine abitato delle tombe sotto la montagna
guardatela, dici, si lava con le unghie a fondo nell’acqua,
guardatela, le ossa erano vuote e strette, la lama dentata.