Por Mario Ángel Quintero*
Crédito de la foto Berta Nelly Arboleda /
www.rochfordstreetreview.com
Todo ruido termina en una urna.
3 + 1 poemas Mario Ángel Quintero
Enunciar la lluvia
Pena errante,
esta noche no te daré posada.
Mi casa está en desorden.
En las habitaciones
la sangre se pierde
bajo el frío insistente.
Caminar sobre tierra nueva,
donde la montaña misma
se deshizo y de nuevo
brota herida, pelecha y se arrincona.
Las vísceras del día
corren y se caen,
ilegibles entre carros,
son recogidas por momentos,
un juego de catapis,
algo robado por los perros.
La madrugada huele a guardado,
pero no hay reposo.
No hay como navegar
el tumulto vasto de las nubes
para llegar a lo pegajoso y picante del sol.
Pero el verde es incansable.
Aprende a comer del gris.
Exhaustos, los niños
se quedan dormidos en los pasillos,
sus bolsillos llenos de frutas,
sus labios manchados y oscuros,
sus voces escondidas entre sus costillas.
El cielo,
vaina de continuar,
semilla sencilla,
mano pequeña
que encierra
la moneda grasosa.
El aliento pulsa con el ritmo
de ramas contra ventanas.
Todo es atravesado
por raíces.
Cauce
Una escoba cuña la puerta
que siempre quedará abierta.
El martillo es efímero.
La maleza reta más al risco.
La luz tenue de la paciencia
ilumina distancias.
Lenta y meticulosa, pinta la luna
noche tras noche, ajusta el sol
a través del año.
Mueve los muebles celestes
y barre cada esquina
de la oscuridad.
Así como crece el vientre
de la semilla,
como abre una fisura
en la piedra,
como logra que cada gota de lluvia
encuentre la tierra.
Calibio
Una cabeza separada
de su cuerpo,
cubierta de sangre y grasa,
aún exhala el humo
de cigarrillo barato.
Metidos en su trinchera
de hueso,
entre la música
de sopletes y martillos,
los pensamientos se retuercen
y son ligados
por músculos metódicos.
La clavícula
de un torso colgado
emerge de la sombra
tras una cascada de chispas.
Relámpagos, silbidos
y tintineos
llevan a trazos,
a fragmentos
de coyunturas que sobran,
a coyunturas soldadas,
amontonadas,
a través de jornadas arduas,
en fosas de chatarra.
El rumor que llega
No se va del todo la bulla nocturna.
Su oleaje contra fachadas sordas
levanta y riega la basura suelta.
De vuelta, la marea trae sus algas,
borda su alcance con restos de risas,
taciturnas ya, óseas bajo el sol.
Todo ruido termina en una urna.
El silencio se duerme y se engorda,
y la voz se desvanece ya resuelta.