Por: Alejandro Tarrab*
Crédito de la foto: www.revistapingpong.org
Todo en mi vida adventicia es falso y obsoleto.
Poema de Alejandro Tarrab
Ve lo que has hecho de mí
una virgen rabina coronada en se-
quías, fuego artificial de las jarchas.
Me sangraban las corvas los machetes,
sudaba en fríos trajes de azucena
de torero castrador de bueyes.
Haz de ver y ver lo que haremos
de ti: semen negro sobre el hielo
ve lo que has hecho de mí.
Yo, al cuadrarme la cabeza en su sitio.
Mira mi piel santa y rota por el sol mira
mi antes luz proyectar la sombra,
que es una quicia amarga no de árbol
no de acrezco or yema de la angustia.
Olea el vaivén líquido negro. Cómo
escuece adentro, dentro. Estás ciega.
Porque Edmundo fue formado de. Creció en cigoto
en granada dijo su nombre
mientras se ahogaba y sacudía vocalmente:
Las consonantes uuu la sustancia oo
nos salvan de la rima.
Porque decir el nombre propio es arrojar a otro lo que somos,
lo que alguien forjador sospechó
y otra vez se ahoga con su nombre cuando a los 13 quiere decirlo
y alguien, lejano, repite
ba-la ca-ca-re-a dice metamorfo
es haber salido de la gruta de las fauces animales que engullen,
despedazan, es decir, tajean y escupen bajo.
Ve lo que has hecho de mí,
un hombre solo que sangra hacia su vientre,
una madre que devora a sus crías.
—Edmundo te llamabas esa noche,
aunque todos saben que,
linda gracia,
te decían barbada mujer con pelo
ur-potra, es decir
Edmundo me llamaba esa noche
—ve lo que has hecho—
me planté en la nave ancha del burdel,
yendo hacia atrás, en granada tragué mi nombre.
Ve lo que has hecho yendo hacia atrás.
Porque tragarse el mundo es salir con la leche
amarga de la lengua con el filo del metal.
¿Qué más quieres de mí?
En las entrañas del pez me ahorqué repetidamente,
fui sanguaza, entresueño, bajo la sucia luz
fui ternera acosada por los tábanos.
De rodillas —portagayola— me planté en las plazas atestadas de México,
lamida por la lluvia y el sol, me castré los toros y los bueyes mojados,
chicuelinas, zapopinas, lopecinas.
Aquella noche era la noche en que la gente se agolpa en barandillas
para observar un toro negro que mira el cielo melancólicamente
y brama de cuatro en cuatro por minuto
ve lo que has hecho de mí.
Todo en mi vida adventicia es falso y obsoleto.
Barbado, vestida de mujer, me encajo en la roja alfombra de una biblioteca,
que es sangre de mi infancia en la que vertí varios animales,
para ajarte y percutirte para trotarte blanca para robarte el nombre.