Por Verónica Pérez Arango*
Crédito de la foto Facebook de la autora
Todas las pieles del mundo.
7 poemas de Verónica Pérez Arango
VI.
Suena el desconcierto.
Los campamentistas más prolijos lavan sus autos
dentro del lago
abren la ventanilla para que los peces los asalten
como sonámbulos
la frente en alto y escopeta en mano.
Los campamentistas menos arriesgados permanecen quietos
en sus trincheras de arroz blanco
esperan que no los tape la niebla
de los sueños
que no los tape
inmaculada la visión
de lo que se mueve por tierra.
Más acá
cerca mío
hay más de lo mismo.
Espesas formas del verano
alejándose.
IX.
Estoy sangrando.
Labios ampollados
pelos y piel gruesa
me vuelvo lobizón
entre la maleza.
EL CARÁCTER DEL MAR nos mantiene
alejados de las aventuras invernales, los picos nevados.
Nunca vamos a andar en trineo ni a untarnos
grasa de animal en la piel de la cara
para protegernos del cuchillo del frío.
Tampoco pensamos en dormir bajo las plumas
de un cisne o el pelo de un caballo manso.
A esta hora en la playa
nuestras pieles al sol se ven todas iguales
y el paisaje casi no se mueve
salvo por alguna gaviota o una ola
más grande que la anterior.
La arena vira del marrón al blanco porque es
todas las pieles del mundo.
Aquel hombre, por ejemplo,
carga castillos en un balde rojo
y la mujer a su lado se lame los labios.
No siente el gusto de la sal,
nace allí una gota de sangre.
A ellos les gusta dormir en camas con arena
con sábanas que raspan los talones
y las uñas partidas; pero vos
preferís la luz milagrosa del monitor.
Mandás un email a los amigos que están lejos
para darles un pantallazo de tu vida.
Escribís esta playa es idéntica
a otras playas
a todas las playas
que hay en el mundo.
Te alegra la ausencia de variedad
y no sentir que te perdés de algo.
Excepto por el tamaño de las olas
el color de la arena hirviendo
la caminata que se vuelve carrera,
las cosas viven en una medianía
de olor a crema, salitre, sudor y fruta.
Mi traje de baño se repliega como un caracolito
partido en miles de pedazos.
Hernán
En la foto
vos tenés cinco
yo siete y Hernán nueve.
Se ve que hemos crecido
demasiado rápido
la ropa nos queda chica
está descolorida
pero qué importa
si es verano y pasamos la tarde
arriba de los techos.
Nuestros pies se hunden
en el fuego de las tejas
que incineran el dolor
y la tristeza de los días.
Ahora en la casa de mamá y papá
las páginas del álbum familiar
nos oyen decir
que tenemos miedo del futuro
porque nuestro hermano
es como un bebé
gigante que babea
no sabe hablar
y hay que ayudarlo a vestirse.
Tampoco puede
viajar solo en colectivo
mucho menos
prepararse un plato de comida.
A veces a la noche
los dos soñamos
que Hernán charla y nos cuenta
que le gusta una chica
tomar coca
y hacer pogo
en los recitales de rock.
HAY AFUERA UNA CAPA muy fina de hielo
que cae. Miro por la ventana a los animales
agrupados bajo la calidez falsa de los abetos.
Tiemblan aunque yo no lo note. Estar
cerca de otro no siempre da tranquilidad, y eso
todos lo saben. Mañana es el día en que iré
sin más compañía al lago por primera vez: ya
aprendí de memoria el camino que forman los árboles
y sus cortezas talladas con corazones. No podré perderme.
Tengo un mapa de todas las cosas que me contaron.
EN EL ARMARIO DEL BAÑO de tu casa guardás hace más de veinte años el mismo bolso que usaste entre los 25 y los 50 años para ir al Club Villa Devoto. Algunas veces te acompañé ahí, deambulaba solitaria por las instalaciones vacías. Nunca vi a nadie, salvo a vos y tus amigos en la cancha de tenis, dejando que el sol resaltara las aureolas de polvo de ladrillo en la ropa blanca. Ahora que lo pienso: había algo de irreal en la idea de un enorme club abandonado con solamente ocho o diez socios vitalicios. Me recuerda al hotel de La invención de Morel. Mientras te miraba jugar al tenis, arquear tu espalda hacia atrás para pegarle a la pelotita en un saque perfecto, imaginaba que en un porvenir muy próximo otros seres humanos llegarían para usar la pileta semiolímpica capaz de irradiar cuerpos broncíneos, la confitería señorial, la cancha de bochas de luz mortecina, el frontón mínimo y pintado de verde, los corredores largos y frescos con olor a cloro de la zona de los vestuarios. Ahora tu bolso de cuero es una boca desencajada donde se mezclan modelos antiguos de zapatillas Topper, talco, chombas vetustas, suspensores agujereados, pelotitas de tenis, sucias muñequeras de tolla. La misma escena muchísimo tiempo después: yo que espero que los fantasmas activen los objetos, y les devuelvan velocidad, destreza, éxito.
(poema inédito)
ENTRA A LA HABITACIÓN una enfermera alta y morena que desenvuelve su pelo como un puñado de cintas de pana que caen hacia el piso. Tamara parece una diosa orillera. Te hace chistes y te molesta, lanza flechas, bromas sobre tu cuerpo que ahora es suyo: lo agarra con las pinzas de su lengua, lo amasa y lo celebra con cables e inyecciones. Te da en la boca, con una jeringa, un líquido para que puedas hacer caca. La jeringa es un minúsculo picaflor translúcido del Amazonas, el pico de aguja afilado y amargo. Después la diosa cubre tu nariz y tu boca con un caparazón de nácar, y te deja ahí, solo y respirando, entregado a la flotación de espuma de las sábanas.
(poema inédito)