Por Mario Nosotti*
Crédito de la foto (izq.) www.dominicanaenmiami.com /
(der.) Ed. Sibila
Todas las cosas del mundo.
Sobre la poesía de Lila Zemborain**
El Rumor de los bordes (2011) abre con una cita del biólogo Cristian de Duve, que supo ser premio Nobel allá por los setenta. Su punto de partida es que todo lo vivo desciende de una forma ancestral. Tomando como base el modelo celular, se trata de un ambiente al que una membrana aísla, a la vez que provee de puertos de contacto con el exterior. O sea que es básicamente a partir de la delimitación de una sustancia (imagen, líquido, color, lenguaje) que lo vivo surge como tal. El dar forma (formarse) inaugura un existir. Este proceso vivo no es para Zemborain tan sólo una metáfora del acto escritural; su apuesta es más extrema. Lo biológico, el arte, la identidad, el cuerpo, la política, no son campos aislados, son parte de un tejido de relaciones vivas, cuya caracterización es siempre aleatoria, resolutiva. Prácticas y rumores, ideas y fluidos se estimulan y saltan dimensiones, y entonces, “el pescado que comí anoche resuena en las dendritas invocando al tiburón que se pasea por tu mente cuando te alejas de la costa”.
El poema es también ese borde o membrana que abriga una latencia de sentido, sin aislarlo del todo, permitiendo la entrada y la salida de luces y alimentos, la reverberación de lo exterior. Zemborain habla aquí por primera vez de biopoesía, un concepto en el cual —sin nombrarlo— venía trabajando en libros anteriores, (Guardianes del secreto, Malvas Orquídeas del mar, Rasgado). La bipoesía aspira de algún modo a que tanto el proceso de escritura como el poema plasmado, remeden el lenguaje de lo vivo; de ahí la expansión y la versatilidad asombrosa que este discurso impone en el lector. El yo busca vaciarse, “trascender la insolencia del que mira”, ser una parte más del mecanismo “que expande relaciones”.
Si el intento de abordar lo real nos deja casi siempre frente a la cantidad hechizada de la que habló Lezama, es esa calidad de inaprensible, esa apertura y ese avance constante lo que la biopoesía busca, y lo hace construyendo un discurso que se hace irreductible a un campo conceptual o estilístico acabado.
Hay en esta poesía un esfuerzo “sedado, sin desgarro” por adentrarse en lo indeterminado, en lo que espera constituirse. Lo humano y lo inhumano coexisten en el campo textual. Aquél caos inicial donde moja su pluma el sujeto que escribe, evoca lo proteico desde donde lo vivo ha de surgir. Es a partir de un vasto protoplasma que la escritura actúa, aislando núcleos y combinando piezas para engendrar un orden. Pero paradojalmente la poesía lleva en sí el germen de la arbitrariedad, aquello incalculable que hace que su sentido esté siempre haciéndose (bordándose). Esa doble potencia de determinación y azar la emparienta con todo lo viviente donde la codificación de los procesos no impide puntos de fuga, agujeros negros, inestabilidad que también los constituye. Así Zemborain nos advierte sobre la tentación de “perderse en el sentido de lo último, en la disolución sin alegría”.
Pero lo destacable es que todo lo aludido no está manifestado apenas en un nivel temático, sino que una sintaxis anfibia, arborescente, que salta andariveles de registro —a veces técnicos o explicativos, de las artes plásticas, la biología etc— y que puede de pronto incluir lo personal y digresivo —“y por eso me gusta Saer”—, produce una poesía en constante movimiento, multidimensional y naturalmente anárquica.
Un poema por ejemplo puede explicar sucintamente qué son las proteínas para luego decir, “un lenguaje se estampa en la magnolia como un jeroglífico de oro entre las hojas”. El nivel informativo y el performático se alternan o confunden sin buscar resolverse, logrando sostener lo indiscernible. La aspiración de fondo es “tocar la palabra con los dedos para entender la forma”.
A lo largo del libro se suceden párrafos escritos con dos tipografías diferentes, generando la idea piezas que se encastran, y ya hacia la mitad un poema visual combina la palabra BIOPOEMA haciendo de pasaje entre las partes.
La poesía moderna se erige en la tensión de un discurso que busca traicionarse a sí mismo, ir algo más allá de lo que el día convalida como poético. Lo que hace Zemborain es poesía en forma de prosa, una prosa desacostumbrada. Como Foucault quería su trabajo en la lengua restituye al discurso el carácter de acontecimiento, borrando la soberanía del significante, donando a las palabras de aquélla “consistencia vaciada de sentido que chorrea volumen”.
*(Buenos Aires – Argentina, 1966). Poeta. Cursó estudios de Letras por la UBA (Argentina). Entre 2004 y 2006 editó la hoja de poesía Música Raray en 2006 organizó el 1er Encuentro de Revistas de Poesía en la Biblioteca Nacional Argentina “Las ínsulas extrañas”. En 2014 obtuvo la Beca de Fondo Nacional de las Artes en el área de Letras. En la actualidad coordina talleres de lectura y escritura creativa y colabora con el suplemento “Radar libros” (Página 12), la revista Ñ (Clarín) y la revista Los Inrockuptibles. Ha publicado en poesía Parto Mular (1998), El proceso de fotografiar (2014) y La casa de playa (2018).