Por Augusto Munaro
Crédito de la foto (izq.) Alción Ed. /
(der.) la autora
“Toda mi escritura es tributaria de la experiencia”.
Entrevista a Marta Ortiz
Casa de viento (2015), de la poeta y narradora Marta Ortiz*, es un libro de una notable resolución estética. Estamos ante una lírica que apuesta a una amplitud de sentido en el acotado terreno de la parquedad. En versos despojados, construidos a partir de un registro razonado de la experiencia con la palabra, Ortiz asume su poética como apoteosis del instante. Cuando sus poemas se hunden en ese fluir de imágenes que evocan el temblor de lo ido y su memoria, Ortiz afina su mejor voz. La experiencia, entonces, se vuelve luminosa.
Entrevista
Augusto Munaro [AM]: El tiempo es uno de los temas fundamentales de tu poética. Ésta, tu Casa de viento, está profundamente horadada por la memoria.
Marta Ortiz [MO]: ¿Qué otra cosa puede ser materia de escritura que las experiencias habidas en ese tiempo ya vivido que llevamos tatuado en el cuerpo? Demasiado misterio para que no sea un centro gravitatorio fuerte, mucho más si lo que gira a su alrededor está ligado al arte. La idea de progresión, de secuencia, de finitud, el límite que para todo ser vivo impone la certeza de la muerte. Querer darle al tiempo un sentido al alcance de la comprensión humana -sin entrar en consideraciones científicas-, es caer en una maraña de preguntas cuyas respuestas se bifurcan ad infinitum en nuevas preguntas. El ahora que al instante se transforma en ayer, el mañana imaginado, básicas y meras construcciones subjetivas.
Mi Casa de viento está atravesada por el tiempo porque se nutre de escenas de la vida pasada, particularmente de la infancia, pequeñas recuperaciones antes que el olvido haga triza de ellas. Esta idea de recuperación ligada al paso del tiempo que todo lo traga y olvida, domina en mi escritura, cada trecho o cada historia llevada a la escritura es un tramo ganado a la pérdida, que siento como a una de las formas tangibles del tiempo. Lo efímero, lo que se fue, lo perdido, ¿en qué codo de tiempo cubierto de polvo aquella primera casa? Una casa que es dos casas aquí: el lugar físico donde crecí, y esa otra vivienda hospitalaria que habito desde muy chica: la biblioteca, contenedora de los libros leídos y en espera de ser leídos: “la biblioteca es un desierto / duna de papel toda escritura /página errante / que no volvemos a encontrar”. En esos versos del poema Escrituras y a la sombra de un epígrafe tomado del poema Naturaleza muerta, de Joseph Brodsky, se alude al tiempo que también horada a las bibliotecas, a esa infinitud de páginas que posiblemente no volvamos a leer en una vida (pienso aquí en el El libro de arena, el cuento de Borges), como no volvemos a habitar la que fue nuestra casa natal (“caja de tiempo / óvalo y bisel / rincón de fuga”). Doble pérdida. Y doble juego en la revancha posible: la que el lenguaje escrito (que fija, al modo de la fotografía), es capaz de hacerle al tiempo. Cobran sentido los últimos versos del poema mencionado: “Sumo al anaquel / mi casa de viento: / escribo”.
[AM]: Una casa de viento, puede denotar una casa devastada, castigada por alguna catástrofe. ¿Qué irradia para vos el viento?, ¿qué sensaciones y posibilidades poéticas te brinda?
[MO]: El viento se cuela en las grietas que el tiempo abrió en su obsesiva tarea de desgaste. Esa es la real catástrofe. La imagen dio origen al poema “Umbral”. Un día traté de imaginar cómo sería hoy mi casa materna. Casa que ya no veo, que no nos pertenece, que sólo es recuerdo. Y vi la imagen –una visión nocturna– de una especie de cáscara, los interiores vacíos, deteriorados, cubiertos de polvo, una casa que ya había sido, cuyo umbral me costó cruzar, pero lo hice con el pensamiento y vi y sentí el viento colándose, quizá la metáfora más ajustada que encontré para representar la erosión del tiempo: “Sopla un viento lunar dobla/ los pasillos de la noche.” Y oí el “Silencio de telaraña”, fue una experiencia puramente subjetiva que se materializó en el poema. Y vuelvo aquí a pensar en Brodsky, cuánto tuvo que ver con este libro mío, sin que yo lo supiera, al menos desde lo consciente, pienso en estos versos, también del poema Naturaleza muerta: “El polvo es la carne del tiempo. / La mismísima carne y sangre del tiempo”. El viento es una imagen fuerte. Barre, limpia, a veces es mejor que así sea, y otras, se lleva consigo las cosas que nunca hubiéramos deseado perder.
La Casa de viento es la casa de la memoria, la que se nutre de imágenes nocturnas o de pleno día, en color o en escala de grises, la que se funde con el sueño, casa que fue nido, hoy vulnerable y sujeta al olvido pero que también, gracias al oficio de cronista de quien escribe, devuelve recuperaciones como pequeñas epifanías.
[AM]: La familia, la intimidad familiar es otro de los ejes que articulan el libro. La cena familiar, la figura de tu padre que nombra cosas, en el recuerdo efímero… ¿Cómo transformás sentimientos en palabras, sin caer en el pathos del efectismo?
[MO]: No lo sé, creo que cuando se trata de representar ciertos temas que tocan sentimientos muy arraigados, muy fuertes, una luz roja que se enciende y marca el peligro de caer en sentimentalismos o en frases empalagosas. No hay riesgo, miro desde afuera la imagen –por otra parte, imagen que aporta la memoria, distante en el tiempo, cristalizada–, en ese momento soy espectadora y siento a la vez lo entrañable y lo objetivo de la situación, la síntesis entre ambas me da la luz verde para avanzar en la construcción del poema. Creo que esa es la única explicación posible, desde un nivel consciente, claro.
[AM]: Joseph Brodsky ha sido una notable influencia sobre tu lírica, sobre todo, en tu modo de indagar la propia lengua. ¿Qué es lo que más te interesa de su poesía reflexiva?
[MO]: Brodsky como muchos otros poetas que he leído, entre ellos Emily Dickinson, una lectura temprana que me sedujo por la dimensión vanguardista de su poesía, mucho más si se tiene en cuenta el encierro en que vivió. La elipsis y el uso frecuente de los guiones con la intención de aislar o de subrayar, fueron elecciones que aparecieron naturalmente en mis poemas, luego de esa lectura fundante. En Casa de viento creo que se evidencia más la influencia de Brodsky, por el epígrafe del primer poema, que define un poco el tratamiento del tiempo: “toda charla es un oficio estéril. / Una escritura sobre la pared del viento.”
En realidad, lo primero que leí de este gran poeta ruso y fue un impacto grande, uno de esos libros capaces de alterar para siempre nuestro paisaje interior, fue Marca de agua. En esas páginas me hablaba del lenguaje, de su habilidad para comunicar más de lo que realmente se dice, del final abierto de la metáfora (el lenguaje mismo), de su continuidad o esa suerte de vida después de la muerte, y muchas otras reflexiones que marcaron mi escritura como el agua en la textura de esas páginas, donde el tiempo es el agua o el elemento que lo refleja. Así, agua, viento y polvo aluden por igual en su poética, a la categoría intangible que es el tiempo. Y, leyendo entre líneas, estos elementos, todos, se colaron en mi Casa de viento.
[AM]: Comparto el cuarto poema de la serie “Condensados”: “la luz/decrecida/ ventila vidrios rotos// vuelos quebradizos// palomas dementes/ al calor de la tarde”. Sobre tu estilo en particular. ¿Cómo trabajás en pos de la consistencia del lenguaje?
[MO]: No lo sé o no puedo responder concretamente a la pregunta, sí sé que la visión o la idea que impulsan una escritura determinada, encuentra, si está destinada a florecer, las palabras justas que le caben, y esas palabras se convocan entre sí, es decir es esa palabra y no otra. Encuentran su propio ritmo. El trabajo del poeta es lidiar con el lenguaje que trae consigo una gran maleabilidad rítmica y una importante carga subjetiva, hasta dar con ese ritmo preciso que definirá la “consistencia” del poema. En el ejemplo que mencionaste, los vidrios rotos se asociaron a los vuelos quebradizos, erráticos de las palomas de la tarde, tan erráticos que sugieren lo imprevisible de la demencia. Creo que esas tres palabras: vidrios rotos, vuelos quebradizos, demencia, son la estructura básica que sostiene lo escrito.
[AM]: Continúo con el dieciséis: “Visito el jardín/ en mi cápsula de yeso/ caja caracol desprovista de misterio// no veo las prímulas” ¿Qué significa para vos el tono de una pieza lírica? ¿qué coordenadas te brinda?
[MO]: El tono en el poema (y en cualquier pieza literaria), se liga al ritmo. Tiene que ver con una cuestión técnica, pero no lo pienso así cuando escribo, no como a una técnica, creo que el poema, cuando se piensa o se entrevé por primera vez ya depende de un ritmo y un tono propios que responden a un contenido y contexto determinados. Como dije antes en relación al ritmo, hay que encontrar ese tono, como también sucede en la escritura del cuento, por ejemplo. En el poema 16 de “Condensados”, el contexto fue un accidente que me ocasionó una fractura de húmero. Estuve envuelta en una real cápsula de yeso durante cuarenta días, hecho que me añadía inmovilidad y visión limitada. De ahí esa combinación de palabras que buscó organizarse en un tono resignado. Fue otra clase de casa, o mejor, una prisión que contuvo mi cuerpo durante ese período.
[AM]: Sos Profesora y Licenciada en Letras egresada de la UNR Más allá de lo obvio, ¿qué sentís aportó esta experiencia a tu literatura?
[MO]: Mucho, una cartografía global de la literatura con acento en argentina y americana, un formidable entrenamiento en la lectura, la exploración de los límites del lenguaje, el aporte a la interpretación del contexto socio político cultural (en mi caso, el convulso tiempo previo a la última dictadura, en tiempos de estudiante). La lectura era y es mi pasión y la escritura un deseo, significó la certeza de haber tomado el camino correcto. También fue soportar un largo bloqueo creativo. ¡Qué podía escribir yo, agregar a las maravillas que leía! La formación de escritores no era un objetivo cuando yo cursaba la carrera. Orientada claramente a la crítica aportó, o sedimentó, además de la trama literaria incorporada, una fuerte mirada crítica sobre mi propia escritura, la tendencia a reescribir sin límite sobre lo escrito en la o las primeras versiones, sentir que siempre todo es perfectible. Diría, a ejercer una suerte de ética de la forma, semejante a lo expresado por Valery, a propósito de su Cementerio marino: “… cultivar la duda, el escrúpulo, el arrepentirse –tal como una obra siempre reemprendida y refundida que toma poco a poco la importancia secreta de una empresa de reforma propia”, palabras que en buena medida comparto, pero con las que también peleo cuando trato de encontrar ese punto medio deseado, mucho más en tiempos de dominio de la inmediatez y la urgencia.
[AM]: En términos generales, Marta: ¿Qué tipo de compromiso existe entre el poeta y su poema?
[MO]: Compromiso es una palabra demasiado connotada que dio y da lugar a polémicas varias. Y a mí no me gustan las etiquetas… El único compromiso está en la relación entre poema y poeta, relación que debe ser libre, sin presiones, amorosa en cuanto al deseo y su materialización. Lo que escribo tiene que ver con experiencias propias y ajenas en un contexto próximo o lejano que se revela cada más más conflictivo, y a eso no puedo ni quiero ser indiferente. Mi poesía es porosa, absorbe y dice lo que dice, ya sea por necesidad expresiva, por carencia o por deseo. No elijo los temas, ellos me buscan, me impregnan, me obsesionan y encuentran la salida en un puñado de palabras que se organiza al modo del poema, en este caso. Lo mismo puedo decir de mi escritura narrativa.
[AM]: ¿Qué desplazamientos temáticos notás que se fueron dando en tu obra lírica a través de los años?, ¿por qué?
[MO]: Toda mi escritura es tributaria de la experiencia, Augusto, lo dije ya en la pregunta anterior. Aun cuando pretenda crear mundos ficcionales, siempre sucede sobre el cimiento de lo experimentado, por mí o por otros. La imagen o la frase leída que me vuelan la cabeza o el suceso que de algún modo me conmociona, en fin, cualquier estímulo dotado de la capacidad de colisionar con mi subjetividad en estado de permanente receptividad. El mundo verde, los árboles especialmente, fueron determinantes en la escritura de mi Diario de la plaza y otros desvíos. Vivo enfrente de la plaza 25 de Mayo, emplazada en el centro histórico de mi ciudad, núcleo vivo que se ocupa de mostrarme como en una película, el paso de las estaciones; los plátanos, verdes, grises o cobrizos, se instalan en el estar de mi casa, tanto como la ronda de las madres de los jueves, madres del dolor que en más de cuarenta años, sólo la muerte tuvo el poder de detener su caminata como una letanía alrededor de la pirámide patriótica. Casa de viento se desplazó a la casa paterna que ya no existe y desató, al modo de la magdalena de Proust, postales de infancia que necesité reeditar, además de otros núcleos temáticos que allí se organizan en otras series, como Clausura o Sumidero. El libro que estoy trabajando alude especialmente a la muerte, temática recurrente que el paso del tiempo acentúa. Las relaciones familiares, la infancia, la vida, la muerte, la historia que escriben las mujeres, los temas sociales que me/nos perturban, son habituales en mi escritura.
[AM]: Contás con una sólida bibliografía. ¿Creés que tus hábitos de narradora se filtran en tus trabajos poéticos?, si es así, ¿de qué modo y por qué?
[MO]: Sí, obvio. La trama de lecturas incorporadas, en su totalidad. Hoy la hibridación de géneros es moneda corriente. Y está bien, porque cualquier sujeción a una forma de arte opera como corsé limitante, no permiten que fluya, sí puede ser posible que se ahogue. Pienso en el título del poemario de Juan José Saer: El arte de narrar, en el poema que da nombre al libro leemos: “Cada uno crea/ de las astillas que recibe/ la lengua a su manera / con las reglas de su pasión.” Fundamos nuestra propia lengua con los elementos disponibles incorporados, con esa trama sólida, sedimentada, que construyen los libros leídos.
[AM]: ¿Qué tipo de poesía no atrae tu interés?
[MO]: La que no modifica mi estado anterior a la lectura, la que me deja impasible. La que no implica un trabajo intenso de búsqueda en torno a la lengua, la que apela a la banalidad más prosaica. La literalidad vacía de misterio, tal vez, esos poemas que se repiten sobre la misma huella infinitamente transitada, los que a pesar de ofrecerse como recién paridos, ya leímos una y mil veces.
[AM]: ¿Hay quienes consideran la poesía como la “operación lingüística suprema”? ¿Cuál es tu consideración?, ¿por qué?
[MO]: Ninguna sentencia categórica es lo mío, pero entiendo que circulen estas frases: “la expresión más alta de la lengua”, la “operación lingüística suprema”, o “la poesía es para el lenguaje su forma más elevada de existencia”; todo eso y quién sabe cuánto más es la poesía. Quizá merezca frases tan contundentes porque la condición de su existencia es el jaqueo de la lengua, la transgresión, la irreverencia, la interrogación constante. O porque la somete a tensión extrema para luego pulsarla y permitir una nueva vibración, porque rechaza el sentido único y trastoca la sintaxis e inventa palabras. Tal vez porque “cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa” (Pizarnik dixit, no casualmente en su libro “El infierno musical”), o porque raspa, capa sobre capa, en el tejido que el uso endurece y enquista hasta volverlo elástico y transparente, quizá porque se sienta al borde del silencio, penetra en él y lo devuelve canto. La poesía “es” lenguaje y, por lo tanto, una insuperable vía de conocimiento, de revelación.
[AM]: Como ávida lectora y prolífica escritora: ¿Cómo percibís el estado de la poesía argentina contemporánea?
[MO]: Soy lectora pero no crítica especializada en poesía. A lo sumo puedo hablar de lo que tengo a mano y palpo con frecuencia en mi ciudad, y creer que los formatos se repiten en muchos rincones del país. Creo que fue fuerte, por las huellas que todavía se dejan sentir aunque atenuadas, la influencia del objetivismo en la poesía argentina contemporánea a partir de los 90’. Un sector de la poesía actual continúa en la bifurcación que marcó la relectura de la tradición poética anterior, su desvalorización y rechazo. No obstante, y a pesar de que esta última forma se impuso durante un tiempo como grupo de poder desplazando a los márgenes a otras modalidades expresivas, hoy se alzan numerosas voces de poetas jóvenes que sostienen y revalorizan aquella tradición lírica.
Asentado ya el siglo XXI, siento que lo realmente nuevo es la masificación de las nuevas tecnologías, y este, creo es un fenómeno trascendente para la difusión de la poesía, territorio favorable que utilizan poetas y editores con el empuje de las nuevas generaciones que se mueven cómodas en estos formatos. Se multiplican las páginas que publican poesía, los autores muestran fragmentariamente sus producciones en las redes a modo de globo de ensayo y obtienen así las devoluciones de lectores, calificados o no. Las formas de circulación también sumaron propuestas: la vigencia de la performance, el cruce de lenguajes artísticos, lecturas no convencionales en lugares impensados. Definitivamente abandonada la torre de marfil, el poeta democratiza su poesía: escribe y gestiona, vende en ferias, distribuye, sale a la calle. Conviven diferentes estéticas y en ocasiones, parece que vale todo. Vale, fundamentalmente, la inmediatez, estar online. Efímeras o no algunas de estas modalidades, el tiempo, “gran escultor” -en palabras de M. Yourcenar-, decantará.
[AM]: ¿Un poeta injustamente olvidado que deberíamos leer?
[MO]: Mencionar a un autor o autora es caer en otros olvidos igualmente injustos. No tengo un nombre, la lista de poetas pendientes de lectura crece día a día, no son poetas olvidados, pero la lectura abre caminos que se bifurcan cada día, es anárquica y permite que varios libros estén empezados al mismo tiempo y otros esperando su turno. Imposible abarcar lo publicado, que no es poco, producto del florecimiento de numerosas pequeñas editoriales independientes, aunque la distribución no siempre facilite la llegada al libro. Los escritores somos lectores vampíricos, y el final feliz ocurre cuando logramos reunirnos con el poema o el libro en cuestión. Sí me importa el rastreo de mis raíces, leer a quienes me precedieron en la búsqueda, en el trabajo intenso con el lenguaje. Busco desenterrar olvidos injustos, poetas cuyas publicaciones no se consiguen, creo que en toda la literatura, poesía o prosa, fuera del canon, hay terreno fértil para esas recuperaciones. Importante tarea para editores.
En algún momento de mi propio rastreo de raíces, sobre todo pensando en la escritura de las mujeres o madres literarias, ya que padres tuve y muchos, dada la invisibilidad histórica de las mujeres que abarcó, entre otras, todas las áreas de la creación artística, busqué poemas y textos de Irma Peirano, poeta de la generación del 40 nacida en Italia y radicada en Rosario desde muy pequeña. Fue difícil dar con materiales que eran escasos y dispersos, no se habían reeditado sus obras. Escribí un ensayo que se publicó en la revista Feminaria (año XIV, nº 26/27): “El hilo se corta por lo más delgado o la invisibilidad del tejido literario de las mujeres”. Afortunadamente, un par de años después, la Editorial Municipal de Rosario editó su poesía reunida. A esas ediciones contra el olvido me remito, que sea posible hallarlas en librerías y en bibliotecas.
Pienso en otro buen ejemplo de lo que quiero decir: hace pocos días asistí a la presentación aquí, en Rosario, de la poesía completa de la poeta cordobesa Glauce Baldovin, gran trabajo de investigación y compilación de la editorial independiente Caballo Negro. O, en otra línea, un catálogo de traducciones como el que ofrece, por ejemplo, la editorial Alción, también de Córdoba, acercándonos poetas extranjeros de no tan fácil acceso. Presentizar autoras y autores que de otro modo no circularían o circularían de un modo mucho más restringido, de eso se trata.
[AM]: Marta, ¿hay algo que puedas adelantarnos respecto de tus próximos proyectos? ¿En qué estás trabajando en la actualidad?
[MO]: Trabajo en un nuevo libro de poesía. Construido en torno a la posible ilación de la ausencia, aborda las pérdidas, no sólo humanas. El difícil tránsito por la vida cuando piezas muy importantes del mapa de relaciones se han evaporado. Paralelamente algunas microficciones, series de sueños, proyectos varios.
*(Rosario-Argentina, 1948). Profesora y licenciada en Letras egresada de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Desde 2003 coordina los talleres de Lectura y Escritura “Ópera Prima” y un taller de Lectura crítica. Ha publicado El vuelo de la noche (2000), Diario de la plaza y otros desvíos (2009), Colección de arena (2013); y en antología de cuentos es cocompiladora de El río en catorce cuentos (2010) y Mi madre sobre todo (2011).