Por Nathalie Karagiannis
Crédito de la foto Ed. Pregunta
¿Tiene bordes el poema?
Este día, este momento, al igual que Existe algún lugar en donde nadie —poemario premiado en 2010 y publicado en Mallorca y en Zaragoza— “se inserta dentro de la tradición moderna del poema-libro, en el que cada una de sus partes está supeditada al conjunto de la obra», como afirma Misael Ruiz en un texto sobre Juan Pablo Roa*.
En efecto, se trata de un libro atravesado por una única introspección, sostenida a lo largo del libro, anclada al presente efímero, a las imágenes y a los sentimientos en los que el poema, como una centella nocturna, alumbra desde esa segunda realidad que sólo la imagen puede desvelar sin faltar a la verdad poética.
El resultado de este modo de proceder, sin embargo, logra hacer del mundo visto y del mundo vivido una única realidad; no hay escisión entre vida y poesía, sino aglomeración, síntesis, búsqueda del sentido en el aquí y ahora, “para recordar y dar una fecha/ a la arena que escapa entre las manos”, como dice el autor en su poema “[Como el que habla de una mujer en los poblados]”.
En última instancia, que es lo que nos importa en el poema, vida y realidad acaban por fundirse en la lengua, en el canto, en un modo de ser gracias al canto, a la lengua que vuelve sobre sí misma en busca de la belleza tras la que laten el mundo y su sentido.
Con todo, Este día, este momento es el término de un ciclo poético iniciado por el poeta con El basilisco (2008) y puesto a prueba a prueba con Existe algún lugar en donde nadie (2011): El basilisco estaba escrito en versículos en los que convivían lo elegíaco, lo lírico y lo prosaico, y en los que, por momentos, asomaba el poema en prosa a pesar de la pululación del aspecto lírico, por cuanto estaban inspirados en la despedida de un mundo dejado atrás, clausurado y convertido en estatua de sal como la mujer de Lot.
Existe algún lugar en donde nadie, por su parte, más que “una puesta a prueba de ese modo de hacer” es, en gran medida, una dinamización del versículo a favor de una búsqueda de formas breves, intensas, meditativas en las que el canto luctuoso daba cabida sólo al tono lírico a partir de los restos prosaicos con los que se edificaba el mundo perdido que servía como campo de excavación arqueológica del que sólo se pueden hallar fragmentos para entrever una realidad extinta.
Este día, este momento, por último, cierra el ciclo mencionado por medio de una escritura en la que lo lírico y lo prosaico conviven y vuelven a encontrarse, y el poema se acerca de nuevo al poema en prosa, pero desde formas breves que apenas insinúan, que se visten de verso y de canto con el objeto de encontrar la verdad y la belleza en el paisaje dado, inmediato, vivo, palpitante en su imperfección.
El cierre que da al ciclo Este día, este momento clausura, pero no abandona: acaba una época e inicia otra centrada en el aquí y ahora, en lo cotidiano. El final del primer poema lo sintetiza bastante bien: “[…] el río que nunca vuelve ha subido al verso”. Y vuelve el poema a verse a sí mismo, vuelve la escritura sobre sí misma, que se autorrealiza en labor de escribir como en “el juego de la muerte y la resurrección/ o la doble vida de la flor en su perfume” que, al igual que “el amor del hijo que está/ y en su estar se nos muestra yéndose», en un movimiento sincrético en el que vida y escritura, por fin concatenadas, encuentran su duración en el inextricable abrazo de la vida.
*(Bogotá-Colombia, 1967). Poeta, traductor y editor. Obtuvo el XXXV Premio de Poesía Vila de Martorell. Ha publicado en poesía Ícaro (1989), Canción para la espera (1993), El basilisco (2008), Existe algún lugar en donde nadie (2010), Cuaderno del Sur (2019) y Este día, este momento (2022); y como traductor la poesía de Amelia Roselli, Anna Maria Giancarli y Antonella Anedda.