TEMPORADA DE OVNIS

Por: Daniel Bencomo y Luis Eduardo García

 

 

Luis Alberto Arellano fue abducido el 23 de septiembre del 2010 mientras caminaba por el mirador ubicado frente a la Peña de Bernal, en Querétaro. Extraños seres lo privaron de su libertad durante 3 días, durante los cuales lo sometieron a distintos tipos de tortura.

Recordando a Alex de Large, Luis Alberto tuvo que soportar seis horas de un musical destrozado por la crítica extraterrestre. Algunos instrumentos que sonaban como gatos al ser reventados marcaban una especie de ritmo, mientras tres alienígenas chillaban histéricos. Lo único rescatable fue la coreografía.

 

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Escrito con ceniza, Escrito en el polvo, Escrito en el aire son los títulos en iteración de estos poemas. Textos que arriesgan ser mundanos, propios de un mundo lento y no raro, enrarecido más bien por la palabra poética. Se piensa poesía, una que no quiere comunicar un más allá y se niega a pensar bajo las reglas y parámetros de lo que, alguna vez te dijeron, tiene-que-ser-la-poesía. La escritura de «Mundo Lento», primera sección del libro Plexo, se afirma en esta intuición: alejarse de la palabra revelada, de la palabra que revela, porque no cree más en ella: «Así que estas líneas / no tienen ningún mensaje oculto / ni nada que se les parezca / aunque haya quien lleno de esperanza afirme lo contrario».

 

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Luis Alberto Arellano salió a dar una caminata nocturna por las calles de Berlín. Entró a un bar y pidió una jarra de cerveza. Una alemana con pechos enormes se le acercó para conversar. Luis Alberto le susurró al oído poemas de Gonzalo Rojas traducidos al inglés en tiempo real. La alemana aceptó su papel en el ritual del apareamiento; bebieron un poco más y lo llevó a su casa. Hicieron cosas sucias.

Mientras ella orinaba él aprovechó para salir apresuradamente. Luego de dos cuadras un indigente le cerró el paso. Al buscar monedas para dar al hombre,  éste se le fue encima a mordidas.

Luis Alberto Arellano-zombie continuó con su caminata nocturna por las calles de Berlín, entró a un bar y exigió un cerebro fresco.

 

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Declaración de principios: la palabra no es bella ni transparente, es un ejercicio de violencia y juego, de errancia de lenguaje. «Mundo Lento», primera sección del poemario, así lo anuncia, mientras tanto se cobija en la vivencia y el humor cotidiano: el amor que astilla luz entre dos cuerpos, un autorretrato a los 31, apenas un oxímoron para vencer la conciencia, y ya no creemos que el mundo pueda interpretarse con un sistema. Pero tampoco hay intérprete: quien pronuncia es un sosias, potencia del desdoble y de voces interruptas. Sin mensaje ni promesas de otro mundo ni de genios que habitarán esta tierra en crisis en mil años. Aquí tampoco hay bardo. Lo que hay es lo que ves, y toda vez quemado el ojo, polifémico, pinchado con émbolo de adrenalina el ojo de la tradición y del mito, lo que resta es lo que sientes. O lo que presientes pero así, sin indicación de algún oráculo.

 

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Luis Alberto Arellano comenzó a sentir una protuberancia en la parte baja de la espalda. Al transcurrir los días se percató de que el abultamiento aumentaba de tamaño considerablemente. Decidió consultar a un homeópata.

El homeópata le informó que se trataba de un tumor benigno y le recetó unas gotas para desaparecerlo. Esa misma tarde notó horrorizado cómo el bulto crecía y se movía con fuerza. Un dolor agudo lo invadió. Intentó dirigirse al hospital; no pudo llegar a la puerta.

Luis Alberto estuvo inconsciente durante dos días; al despertar se sentía perfectamente. Revisó su espalda y sólo encontró un pequeño barro exprimido. Lo único raro es que se encontraba desnudo. Más tarde se dio cuenta que había sido víctima de un robo.

Nunca supo que un segundo Luis Alberto Arellano se desprendió de su cuerpo el día anterior. Con su dinero y documentos, el doble viajó a los Estados Unidos. Ahora vive en un pequeño pueblo de Iowa con su esposa e hijos.

 

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Todo lo que se escribe en el polvo, lo que queda entre los dientes, lo rayado con ceniza es algo expuesto. Algo volátil que sabe ser contingencia, accidente; puede ser aliterado y no permanece. Algo que renuncia a ser oráculo, pues no afirma o niega y mucho menos quiere indicar nada: «Abandoné el futuro porque estaba en tus ojos. / Ya nada sabía de los astros ni de su condición/ de profetas». Al abandonar la anunciación de la poesía, es claro que se duda del lenguaje y al desconfiar de ese límite es posible acoger la esquizofrenia o arriesgar la búsqueda de otra gramática: un ovni es siempre una gambeta, una finta ilusoria pero, ¿hay algo que afirme en serio su presencia en el poema, si todo ha quebrado su amorío con el lenguaje?: «Mi memoria no sirve. Recuerdo todo una sola vez / y luego olvido hasta las letras del alfabeto. / ¿De qué color es la moneda que sostengo en mi mano izquierda? / ¿Qué es color, qué es izquierda? corro a preguntarme en voz alta». La poesía de Luis Alberto Arellano anuncia ya en «Mundo Lento» una pregunta por lo marginal. Escritura que hereda la actitud de las vanguardias, su contusión pero no su esperanza. Aquí reina la crisis: de palabra y pensamiento, indigencia de credos. Lejos de todo, entre las frondas, aparecen las naves espaciales. El margen es lo que abduce, trampa que revierte y que divierte, que se vuelve un grito puro.

 

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Luis Alberto Arellano, cuarto duque de Urbín, partió un 7 de octubre de 1615 con rumbo a la isla de la Mandrágora, contando con una tripulación de veinticinco hombres. Según los rumores en la ciudad, en dicha isla habitaban las jóvenes más hermosas que cualquier hombre haya podido contemplar. El duque prometió a sus hombres que regresarían a casa con dos mujeres por cabeza.

Al séptimo día en altamar una sádica tormenta golpeó el barco hasta lograr que los veintiséis hombres lo dieran todo por perdido. Sin embargo, la tormenta cesó; Dios estaba de su lado.

Revitalizados, la mayoría participaron en una gran comilona. Mientras  se encontraban aún en la mesa un objeto gigantesco partió en dos la embarcación. 

Luis Alberto Arellano, el cuarto duque de Urbín y sus veinticinco hombres fueron devorados uno a uno por un kraken enfurecido.

 

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El grito desgarra y abre las vísceras, como apunta el último poema de la primera sección: «Los muertos / la crisis perpetua de todo / al otear en el plexo abierto». Todo hombre es pura garganta y gaznate que digiere vidrio molido. El vaso se quebró, sí, el continente ahíto de contenido, el corpus Gorostiza fisurado, deglutido por un kraken, reciclaje. El plexo se desgarra, es un nudo de nervios sin puntos fijos. Al igual que las vísceras de aves y reses en la antigüedad, aquí hay una máquina adivinatoria pero desbielada, sin articulación; su óxido es la corrosión del mundo, de los sistemas del mundo. Los poemas de «Plexo», segunda parte del libro, muestran la crisis de sus signos; aparentan configurar un sentido y lo desarman al interior. Se corroen y se recorren, se velan antes que revelan: quedan las imágenes, el imaginario, abierto a las fisuras de interpretación. La adivinación era interpretación, y los símbolos apuntaban un sentido: aquí el sentido tiembla, juega y se enjuaga, es lúcido y lúdico: vidrio molido que apetece reflejos.

 

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Luis Alberto Arellano merodeó durante 15 años por  los alrededores  de pequeñas poblaciones de Jalisco y Nayarit; en ese lapso mató 97 cabras, 67 vacas y 42 borregos, además de un número incierto de pequeños roedores. Su cliente favorito fue Don Elpidio Zárate, seguido de Don Ezequiel Guzmán.

En un par de ocasiones tuvo que atacar a las personas que lo descubrieron alimentándose. Los hirió levemente con sus garras. Más de una vez los campesinos creyeron tenerlo acorralado, pero logró escapar con sus fuertes saltos de canguro.

Luego de tres lustros sus habilidades para cazar empeoraron, por lo que decidió que abandonaría su pasión.

Luis Alberto Arellano imparte actualmente clases de teoría literaria.   

 

 

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Esta poesía se hunde mientras hunde discursos, vela discursos, abre sinsentido en el sentido ahíto. Dialoga con Juan Carlos Plá y con Raúl Zurita, con otras y variadas estéticas continentales, abreva del Charles Bernstein y de la Marjorie Perloff teóricos. «Plexo», segunda sección del libro, es una máquina de poemas que regurgitan poemas: «El punto de arribo es otra lengua. / Escribir como si fuera otra lengua. / Dejar los calcinados pasmos castellanos». Llanuras de lenguaje caminadas de revés. Calcina el ovni estos Nazca-poemas. Incendio en lo visible para huir a la fronda. Hacia un pantano, donde se puede atascar, ser envenenado con mosquitos, o convivir “muy posmo” en una cena interracial. Aviones y más aviones aceleran las crisis energéticas, colapsan las torres. Más que asumir uno entre miles de discursos y miles de sentidos, el trabajo verbal apunta hacia la concreción, a ser un correlato y chispa de sí mismo: hay que amalgamar los nervios del plexo con el polvo y las cenizas, darles un tejido distinto; agitar el verso de otro modo, antes de apurarlo en la garganta.

 

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Luis Alberto Arellano se acercó tranquilamente al Sucio Mud y le disparó una bala en la nuca, luego apuntó al cuello del Tuerto Joe y tiró de nuevo. Nadie se atrevió a decir nada. Orinó sobre ambos cuerpos con alegría.

Hacía un día hermoso en el pueblo. Cobró su dinero y fue por prostitutas.

 

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Desgarrado el plexo, la escritura es sacada de la entraña. Es escritura extrañada, extraña. Por ello no se asume prístina, ni de solemnidad aséptica, ajena a lo cotidiano. Es cierto que el sujeto está despescuezado, pero las cosas ocurren y la gallina corre sin cabeza. Crazy Clown Time Lynch dixit. Los incendios, por ejemplo. Las nubes. Los falsos vampiros, las vampiras. La fagocitosis. Por eso el arte que se solidifica en arte se acerca a la impostura. Por ello la identificación, al final de este libro, del arte con un UFO: impostura, superstición, probabilidad de verdad, pero también icono reciclado. Buen riesgo el de hurgar otros registros y conservar un equilibrio que muestra: cuidadosa zambullida en el fango verde de la inestabilidad. Lejos del solipsismo, cerca del travestismo, de la mera superficie, del aura quebrada. Este libro distancia a Luis Alberto Arellano de su anterior producción lírica y lo ubica entre las cotas más propositivas de su generación.

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Luis Alberto Arellano convocó al espíritu de José Gorostiza e hicieron un picnic.

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Thomas Pynchon se excusó por no asistir. Mandó cerebros frescos.

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Luis Alberto Arellano fue condenado a la hoguera.

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Leña verde, era una inquisición de versos en su lengua, y a ti te disfrazaron de verdugo.

 

 

Arellano, Luis Alberto, Plexo, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2011.

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