Por Brane Mozetič
Traducción al español por Marjeta Drobnič
y Santiago Martín
Crédito de la foto NadaŽgank
Sueños en otro idioma,
por Brane Mozetič
El mensaje urgente me manda salir para Larache.
Que me aguarda allí. En la agencia espero nervioso,
ellos teclean con furia, pero sin encontrar nada.
Seguro que hay formas de llegar allí, exclamo.
Que me da igual: en avión, barco, tren, a camello…
Estoy desesperado. Salgo. Ante mí una calleja muy
estrecha. El sol arde. Todas las casas son bajas, blancas
y azules. Me apresuro y me lío en el laberinto de calles
iguales, casas iguales. No hay nadie. En el cruce está
sentado un viejo sorbiendo té. Me paro, pero él ya
sabe. Asiente y chasquea los dedos. De golpe aparece
un chico con pantalón corto y me indica que lo siga.
Vuelve la cabeza una y otra vez para no perderme. Se
hace cada vez más alto, me guiña a ratos, agarrándose
la entrepierna. Ya estoy todo mojado. El chico
separa las casas, el viento sopla, entre nosotros,
el mar estrellandose contra las rocas. Nos detenemos
en lo alto. Toma mi mano, empuja una chirriante puerta
de hierro en la valla, toda oxidada, detrás sólo hay
losas, algunos árboles, debajo hay perros, echados
en el suelo. Me tienta seguir, casi hasta el borde. Allí lo
veo, sentado en una piedra completamente blanca. Lo
saludo, pero su dedo señala el lado opuesto, otra piedra
blanca. Me siento en ella, lo miro, está cansado.
En su piedra pone Jean Genet. Inclino la cabeza:
en la mía no pone nada. El chico desaparece. Dos
perros vienen a olerme pausadamente. Detrás escucho
los estallidos de las olas. Sabes lo que me interesa,
se oye. ¿Qué opinas de la eutanasia? No, esto no es Suiza,
me apresuro a decir. Y, también: Si te invita el amor,
contrario a todas las normas, dale la bienvenida, sin más…
Ríe con acritud. No, no hay amor, no hay mundo
bueno, sólo hay cuchillos, bombas, bocas cerradas,
puertas cerradas, pueblos imbéciles, voces de las masas
pataleando, gritando, exigiendo sangre. Intento tomar
su mano temblorosa, pero está tan lejos, como apartándose.
Si vuelvo a soñar alguna vez, lo haré en otro idioma… Es
lo último que llego a entender aunque él sigue
hablando, más rápido, cada vez más rápido…
/ Juan Goytisolo /
Camina delante, a través un parque bastante desordenado,
aparta las ramas bajas, en frente una cabaña torcida,
abre la puerta, veo una cocina farragosa, una habitación,
un baño, todo en uno, dentro hay tres chicos revoltosos
que saltan a su alrededor, pero él los aparta: No,
no, ahora no, tenemos un invitado. Se inclina, busca algo
debajo de la cama, no puedo ver lo que encuentra. Ahora
mismo tenemos que irnos, allí decidirás, me dice. Me hace
andar delante, otra vez aparta las ramas. Aparece, de golpe,
un viejo jeep, marrón del barro, el conductor me empuja
a los asientos traseros. Es mejor que bajes la cabeza, aquí
les gusta disaparar a los blancos. Sale, la carretera está
llena de baches, voy medio echado, tratando de ver afuera
entre los asientos delanteros. En cada cruce hay
una cruz grande y, alrededor, densos grupos de andrajosos
hincando las rodillas. El conductor pisa el acelerador,
pero él le repite sin parar que pronto llegaremos a
la estación. El jeep adelanta un autobús, le corta el paso
para detenerlo. Nosotros dos saltamos afuera y
golpeamos su puerta. Se abre, dos soldados nos meten.
Ahora puedo sentarme bien porque en el autobús hay seis
soldados que nos protegen. La ciudad queda atrás, afuera
todo desierto, después cada vez más árboles. En cierto
momento me da un codazo, le hace señas a un soldado,
el autobús para y ya estamos fuera. En medio de la nada.
De un arbusto sale un hombre armado hasta los dientes
y nos indica que lo sigamos. Aquello parece una jungla.
Con un machete corta las ramas, nos abre el camino,
temo tropezar y caerme. No espero mucho. Aparece
un hombre con velo y nos muestra una fosa cavada en
la tierra, de tres por tres metros y, tal vez, de la misma
profundidad. Es la única opción si quieres curarte.
Ricardo saca un frasco de su bolsillo. Es probable que sea
lo que buscaba debajo de la cama. Cuando lo bebas, estarás
un poco embriagado, te bajaremos a la fosa, y tú te tiras
al suelo. Te echaremos cinco serpientes venenosas, cazadas
en el este, y cinco serpientes venenosas, cazadas
en el oeste. Su veneno destruirá el tuyo. ¿Entiendes?
Me mira con ternura: Confía en mí. Te despertarás
dentro de tres días. Entonces volveremos al mundo.
Mis piernas se ponen a temblar, detrás, lejos, en una cesta,
veo las serpientes, las veo cómo sacan la cabeza
para verme. Me abre la boca, me hace tragar un líquido
amargo, me quita la ropa, siento una criatura deslizarse
por mi cuerpo, grito…
/ Ricardo Lindo/
Nos dicen que nos encaminemos a la ciudad, que
miremos las curiosidades, nos hacen tomar
los mapas y sonríen cuando desplegamos con torpeza
las grandes extensiones de papel. A ti aún no te conozco,
no sé qué decirte. Andamos por los paseos y todos los que
nos vienen de frente o que van a nuestro lado se hacen
cada vez más grandes. Ya son tan grandes que sólo vemos
sus zapatos inmensos. Podrían pisarnos, pero no, siguen
un plan extraño pisando el suelo justo a nuestro
lado, nos fijamos hacia arriba, pero ya no vemos
sus cabezas. Tiras de mí para salir. Vamos a cruzar
el puente, me dices. El puente es estrecho, sólo peatonal, a
cada lado hay una baranda de hierro, y abajo una carretera
ancha, muy ancha, y una infinitud de coches veloces,
bocinas, frenazos. Apenas pasamos un par de carriles,
no se ve donde terminan, la baranda de un lado del puente
desaparece, me mareo, agarro con fuerza el resto de
la baranda, mis piernas tiemblan. Yo no puedo seguir, te
digo. Caeré. Retrocedo, vuelvo, agarrándome con
ahínco, tú sigues, desaparece también la baranda
del otro lado, y tú paras mucho más adelante, el puente
se corta, no tienes adonde pisar. Me señalas que
te espere. Aparecemos en la Place de Clichy, aquí
hay menos gente y no es tan alta. Entramos en un bar,
nos sentamos, en el rincón aúlla una gramola, el camarero
nos pone dos vasitos, licor de huevo. Los levantamos
con cuidado y mojamos la lengua en el denso líquido.
Cuándo irás a casa, te pregunto. Me miras sorprendida,
tu boca está toda amarilla: ¿A casa? Yo no tengo
casa. ¿Tú la tienes? Ahora pienso con detenimiento,
me acuerdo del puente cortado, tengo tanto
miedo que no puedo decir nada. Mojo un dedo en
el licor y garabateo algo en la mesa. Pareces entender
lo que escribo.
/ Maria Mercè Marçal /
*(Ljubljana-Eslovenia, 1958). Poeta, narrador, traductor, editor y activista esloveno. Ha publicado 15 poemarios, 3 novelas, un libro de relatos y 5 libros ilustrados para niños. Se han publicado 50 traducciones de sus libros. En español se han publicado sus poemarios Mariposas, Poemas por los sueños muertos, Banalidades, Esbozos inacabados de una revolución, Obsesión, Y más; la colección de relatos Pasión y dos libros ilustrados para niños El país de las bombas y Mi primer amor.