Por: Carlos Yushimito*
Crédito de la foto: Izq. Editorial Ceques
Der. La autora
Sobrevivir al azar.
Sobre Un golpe de dados (Ceques, 2015), de Victoria Guerrero
Afirma Lucho Chueca en el prólogo de esta novela que Un golpe de dados «da cuenta de una batalla que culmina en la recuperación de la voz»; esa refriega que verbaliza la pérdida de los miedos, íntimos y colectivos, configurando una voz testimonial que tiene mucho de curación psicoanalítica. La novela entonces rompería de alguna manera la densidad de las profundidades líquidas de la memoria y se echaría al aire, luego de un difícil tránsito, como una burbuja sobre la superficie del agua. La idea, por supuesto, me parece pertinente, aceptando también que esa recuperación de la voz es, asimismo, un llamado a imitar el acto. En ese proceso, en ese gesto, añadiré, hay también mucho de liberación existencialista (al menos, del modo sartreano): liberada en la náusea, la angustia propia del ser es expelida por el sujeto (en este caso Nadja, la protagonista), encaminándolo hacia la responsabilidad de sus acciones. Íntimamente sugiere el texto, por lo tanto, una política de la enunciación y de la palabra, lo que además de otorgarle una coherencia interna a su discurso, da cuenta de la coherencia orgánica que posee la obra integral de Victoria Guerrero.
Llamarla novela es aceptar el sentido más político también, y también el más olvidado, del género novelístico. Hay que hacer aquí una pausa y celebrar su desvío. Desde la subversión de las vanguardias históricas (por no hablar ya de la subversión quijotesca que hizo propia toda forma canibalizadora de la tradición vigente), la novela es por su misma naturaleza un género flexible, mutable, voraz; una fuerza que lo imanta todo y que todo, a la vez, lo devora. No es, por supuesto, el obeso lánguido que engorda de exhibición contemporánea, ni el avaro que parece poseer el dominio de la totalidad, ese derecho sobre el documento y la mímesis, contando sus monedas de oro sobre una mesa de la que apenas se mueve, que apenas consigue mover y que se justifica vacuamente bajo el cómodo justificativo de realismo.
Un golpe de dados invita a explorar ese lugar formalmente inestable que le es propio a los poetas que incursionan, cada cierto tiempo, en la narrativa, para salvarnos de la comodidad. Mencionaré aquí tan solo a Jorge Eduardo Eielson (como una especie de referente posible), aunque podría mencionar también a Martín Adán, a Rodolfo Hinostroza, a César Calvo. Para empezar, porque hay algo del desnudamiento pausado, desmitificador, de Lady Ciclotrón en la Nadja de este libro, aunque mucho más, de ese humano sentir vallejiano del despojamiento no del guante de la mano, sino de la mano misma, o mejor dicho de las falanges de la mano misma, de su cartílago lastimado y adolorido. Procesión iconoclasta y al mismo tiempo regeneradora es también la que emprende el cuerpo tendido, delirante, enmugrecido por el encierro, al que en una alegoría que parece el espejo revertido de Lewis Carrol, las criaturas del sueño visitan e interpelan. Paradójicamente asistimos a un permanente movimiento en la quietud. Acumulación progresiva, así, de las visitas involuntarias del propio bestiario onírico, los afectos no-verbales, los lenguajes del perro, del gato alemán, del mono (adánico), del pollo psicoanalista, dialogan en el delirio, y verbalizan silenciosamente (silenciosamente para el resto del mundo, fuera de la psiquis en formación de la protagonista) el pliegue introspectivo de un mundo acanallado, adormecido por la violencia y la locura. Hay, para volver a Eielson, esa misma tensión entre la contemplación del cuerpo, el descubrimiento del amor y el territorio desértico ocupado por las periferias, y una intención de denuncia social, de llamado a la acción y al compromiso público. Primera muerte de María existe como texto interlocutor y, en tiempos de sobreexplotación autobiográfica, afirma el sentido de su poder para dialogar no solo con la vida propia sino con la vida de los otros.
Esto último ?el desdoblamiento de ese yo narrador en un yo colectivo; de ese yo colectivo lector, puesto que si bien se trata de hablar, también se trata de aprender a escuchar? me parece fundamental, dado que hay que referirse a la Victoria Guerrero poeta, para entender a la Victoria Guerrero que ha construido tan notablemente la desgarrada voz narrativa de esta novela. El hogar como proyección del espacio clínico (bien notado por Lucho Chueca a partir de las figuras del hospital psiquiátrico y el puericultorio que surcan la avenida de El Ejército, suerte de modelos de control o heterotopías, como los llamaría Foucault) ya está presente en Ya nadie incendia el mundo: la habitación como prisión, el nacimiento escatológico del cuerpo, la «necia pestilencia» de la poesía, sangrante, visceral, el grito de malestar ante la testificación del mundo: espuma, baba, vómito, esputo, todo sigue la dirección del nacimiento de las entrañas, poco asépticas, de los seres humanos, que corrompen la blancura (es decir, el silencio) y anuncian el grito (es decir, la suciedad). El mundo de Un golpe de dados es también un mundo excéntrico al que hay que aprender a ensuciar y, en último término, convertir en cenizas. En la liberación de un nuevo vientre social, esa otra casa, la protagonista debe también aprender a «ascender / por la espiral del dolor» (Hospital del empleado 1971) para también nacer desde esa «infancia / su infancia en una casona burguesa de magdalena / que ahora se derrumba como nuestros sueños» (Poética de la alegría).
Por su metatextualidad kafkiana, el decadente Castillo «pequeño-burgués» de Nadja se llena de luminosas referencias; es un refugio infantil ?un pequeño vientre cálido?: hasta que la irrupción de la muerte del abuelo contamina, inundándola de ese otro «luto profundo», ese otro nacimiento humano que es la experiencia de la muerte. La melancolía de la narradora emerge de esa primera muerte; de esa «bilis negra» que ya inunda el paisaje de Magdalena y que el relato desaguará como un balde de entrañas sucias esparcidas por la calle. Para la antigua medicina, no hay que olvidarlo, la bilis era también cólera y acceso de locura.
En Berlín, el poema «Baile» ya condensa propiamente el protouniverso de esta novelita que no tardará en expandirse, implosionada en el testimonio que se excreta y vomita:
Ahora que conoces el pasado Es tu turno de agitar el futuro
Los dados al centro de la mesa mugen su balada
6 6
Lo dicho:
Un golpe de dados nunca abolirá el azar
¿De qué es síntoma esa afortunada simetría de los dados? ¿Esa fortuita alineación de la estadística imposible, golpe de suerte sugerido por el doble «6»? En Un golpe de dados ya el porvenir vallejiano, metaforizado por los dados roídos y redondos, ya no es cíclico, sino una línea perentoria que convoca a integrarse e intervenir en el tiempo histórico. Alterando el verso de Mallarmé que guía al título («Hoy tiro los dados y escribo para sobrevivir al azar»), la voz liberada por la narradora encuentra en la imagen de ese movimiento de dados ?ese despertar, esa puerta abierta al luto privado y público? una acción de supervivencia; el azar derrotado por responsabilidad pública: «La palabra no existe en medio de la guerra, a no ser la palabra puesta en la calle o el cuerpo expuesto a la muerte» (73)
La intervención política, en este caso, de la voz narrativa que acompaña al de la generación movilizada al final del relato en un contexto reconocible para todos nosotros ?lectores y testigos? (la dictadura de Fujimori de los años noventa y las revueltas estudiantiles), muestra que la historia no es una suma fortuita de eventos, sino la consecuencia inevitable de las decisiones humanas. Hay, en ello, también, una nausea liberadora: una gestación y un nacimiento social. Un despertar ético sobre cuyo proceso, corporal y al mismo tiempo social, esta audaz y necesaria novela no deja de ser elocuente nunca.