Una búsqueda de la palabra entre las luces y las sombras: la antología de poesía Y soñábamos con pájaros volando (2017) de Marta López Luaces.
Por Pedro Luis Casanova
Crédito de la foto (Izq.) la autora /
(Der.) Ed. Tigres de Papel
Una búsqueda de la palabra entre las luces y las sombras:
la antología de poesía Y soñábamos con pájaros volando (2017),
de Marta López Luaces
La poeta Juana Castro concluye el prólogo de esta antología, aludiendo a que la poesía es una fiesta de la luz. Yo creo que la poesía, y debo decirlo al abrigo también de la lectura de los poemas de Marta López Luaces, en línea con aquel poemario que Diego Jesús Jiménez titulase allá por 1963, es más una fiesta en la oscuridad. Otra cosa bien distinta es que desde la oscuridad civil en donde la poeta advierte la revelación del lenguaje, su materia poética, el canto que se pregunta “¿desde qué otra acústica se podrá decir este siglo?/¿Cómo la poesía ante el terror?”, resulte extraordinariamente luminoso.
En la poesía de Marta López Luaces, luz y claridad no son entidades sinónimas. Si desvelamos el argumento de la claridad como la certificación retórica de que la realidad no se sostiene sobre más arquitectura que la advertida en la indolente superficie del suceso, lo anecdótico, incluso lo trágico como espectáculo o noticia que viene a sepultar −en sintonía con aquel verso de Claudio: “Siempre la claridad viene del cielo”− el indicio espiritual al que condena la observación de la barbarie civil cuya responsabilidad o pertenencia resulta a estas alturas dramáticamente ineludible, creo advertir que la poética de López Luaces opera desde matrices que obedecen más al pensamiento de Novalis, para el que la lírica era “una arma defensiva contra la vida cotidiana”, que a la conjura por la que el poema ha de tener algún fin sobre esta, nutrir su vacío, asistir su enfermedad con herramientas paliativas que racionalicen su desajuste. No es poesía, por tanto, que pueda conjugarse, en suma, como protocolo de claudicación. Muy al contrario, su luminosidad poética lleva la marca incandescente del espanto, la eclosión emocional de la que hablaba Rimbaud donde la vida desangra su hambre de lenguaje, el “temor a lo Bello”, del que nuestra poeta nos habla en su poema Tempestades. Porque la belleza en la poesía de Marta López Luaces lleva el signo del espanto, la irrecuperable traición entre el deseo que alimentara la infancia y el proyecto final de supervivencia con que la civilización ha aprendido a cubrir su memoria con el mezquino soborno, con la dura coartada, de la cotidianidad: aguardar “la resurrección/ del recuerdo/ del yo que era”, en un ser al tanto de adicciones domésticas del capitalismo urbano.
Belleza temida y temible: “tanta pureza manchada de hambre”, que lo es por verdadera, recorriendo con su escalofrío una materia vital acaso liberada de moralismos, insumisión ciudadana contra un mañana que nació condicionado por la legislación del miedo y contra la que se levanta el fuego espiritual de la desobediencia que ya fuese calor y brasa de angustia en la soledad de Juan de la Cruz o de Rosalía.
“Escúpeme, escúlpeme, deshuésame/ y con mis restos en tus labios/ pronuncia mi desarraigo”. No con otro cometido que su rebelión, las palabras que debieran sostener la pacífica nomenclatura de un canon establecido para blanquear el misterioso balance de la memoria dulcemente envenenada por el fascismo simpático del progreso heredero de la contabilidad estética del franquismo, llevan en Marta López Luaces la invitación al desacato de los grandes órdenes, la desolación romántica, el misterioso instinto mallarmeano de quien sabe que la pureza solo alcanza su mejor tributo en quien moja su corazón en los infiernos que acechaban y aún hoy acechan tras el muro de las aboliciones, donde la conciencia no espera la conjura del lenguaje por nombrar aquello que ha sido sepultado por las categorías celebratorias de todo sistema de dominación, celoso siempre de que su materialismo racional no sea manchado por disonancias estéticas que perforen la sílice de su relato sensible, de su cuidada educación sentimental.
Las referencias mitológicas, así como el engranaje litúrgico de la tradición cultural monoteísta –“no se bautiza/ a las hijas profanadas” –no pasan por alto la preocupación subsconciente de nuestra autora, más allá de subrayar su culturalismo, orquestando un profundo estruendo contra la subordinación empírica de las grandes religiones a la aniquilación humana como precepto de fortaleza, la traición como salvoconducto de supervivencia y la venganza como confiscación de la justicia. Mas, antes bien, y sea tal vez más importante esto en la obra poética de MLL, entiendo, a la luz de su protagonismo, que en el relato poético con que la humanidad ha construido su misteriosa otredad en sus mitologías, anida el ingrediente que alienta el canto de los desterrados, la raza de los desposeídos, el sueño de los anawin de la Historia: la inocencia. Solo en la inocencia, en las edades donde la humanidad ha cantado su alto error, donde “la dignidad del artesano” levantaba el sagrado pulso de la conciencia con el relato de las estrellas, alcanzará su salvación el lenguaje poético y viceversa: solo en una construcción gramatical del porvenir que desafíe las concertinas del pensamiento estético dominante, poniendo el pie de la escritura donde las niñas buenas −como en la casa embrujada del poema XXXIII de Upper Manhattan del libro Distancias y destierros−, no deben entrar, hallará sin embargo su salvación la inocencia humana. No en los algoritmos de la tradición católica, no en la utilidad finalista de la escritura, no en el materialismo racional de la ciencia, cuyo rigor ha sido destronado en la incertidumbre de Heisemberg, ante la imposibilidad de toda precisión en la medida de lo que sucede en las realidades nanométricas o en la indeterminación experimental de los postulados de Schrodinger: solo en la inocencia del lenguaje poético −y cito textualmente de un versículo suyo−, “del hospicio al universo que une poética y vida”, la verdad alcanzará el preciado espanto, el singular delirio de la belleza: “vomitar un universo desde la humillación.”
Yo también he soñado con pájaros volando, esos pájaros son las palabras que anhelaban como panes los hombres y las mujeres mirando al cielo de Auswitch, las palabras que esperaban desde los mares apagados quienes resistieron al fascismo en nuestro país, quienes ahora lo resistimos desde su elegante pero perversa mutación financiera, las palabras que constituyen el gran sueño de la poesía que no es otro que restituir el perfume, acaso el vapor de cuanto ha sido volatilizado de los más nobles principios vitales de la existencia, devolver la pintura roja de la gran cueva del pensamiento a los locos y a los infelices, consumar ese deseo inocente de ver juntos, y termino citando el célebre poema del añorado Carlos Sahagún, ese “porvenir abierto de muchachas/ con los pechos de agua y de luz y de gozo”.