Sobre «Visiones de María Magdalena» (2020), de Juan Carlos Villavicencio

 

El presente texto, ahora reproducido por Vallejo & Co., fue leído por su autor a modo de presentación del poemario, el 08 de setiembre de 2021.

 

 

Por Scott Weintraub

Crédito de la foto Descontexto Ed.

 

 

Sobre Visiones de María Magdalena (2020),

de Juan Carlos Villavicencio*

 

 

¿Cómo leer el libro Visiones de María Magdalena? ¿Cómo leer la religión en este texto? ¿Religiosamente? ¿Qué quiere decir “leer religiosamente? ¿Cómo leer a Juan Carlos, o, JC? No solo a JC sino también a Pere Salinas, PS (post scriptum), el autor de las bellas pinturas que acompañan el texto de JC. El gesto ecfrástico de Juan Carlos en este libro, la materialización de lo nebuloso, parafraseando uno de los poemas de Visiones de María Magdalena, sirve de “otra realidad [que] inunda la visión” (53), tal como voy a sugerir en mi breve lectura de este texto lindísimo e intrigante.

En el prólogo a Visiones de María Magdalena, Carlos Almonte escribe que:

Según el pensamiento gnóstico, en su acepción cristiana primitiva, el iniciado no se salva por la fe; tampoco por el sacrificio de Cristo en la cruz. La lectura, o, dicho de otro modo, la comprensión de lo divino, es el argumento principal: el conocimiento superior de la fe. El iniciado, o lector atento, es libre y autónomo para salvarse a sí mismo. Como bien sabemos, todo espíritu es divino (9-10).

 

El poeta Juan Carlos Villavicencio
Crédito de la foto: René Silva Catalán

 

Bueno, sé que no soy el iniciado, a veces no soy un lector atento y mi salvación está en duda por varias razones; pero quisiera explorar más a fondo la noción de la trascendencia en estas Visiones. A mi ver, el libro, a pesar de su aspecto escatológico, se sitúa al origen de todas las cosas. Postula o escenifica un eterno retorno nietzscheano en el que la forma de lo informe —lo que me recuerda a la poética del gran Carlos Cociña, cuando habla de “una bruma que es la misma que envuelve los límites que no se pueden cuantificar”, por ejemplo— es experimentada de manera sinestésica, donde se percibe (cito a Juan Carlos) “Un coro de otras visiones [que] acompaña la piedad asomada” (47) y “el relámpago en la quietud/ ajena a toda arquitectura” (25). Es también el esfuerzo que Huidobro describe en Altazor, cuando el protagonista del largo poema asevera que “mid[e] paso a paso el infinito” y da testimonio sobre lo infinito: “más allá del último horizonte, se verá lo que hay que ver”.

Este “Retorno a la nada sin fronteras/ desvaneciendo/ mientras el reflejo gira sin más tiempo al que llegar” es una cripta incierta —la cripta de Jesucristo, el doble de JC de alguna manera (onomástica), claro, pero también una cripta que atestigua la topografía de un otro, la incorporación de un cuerpo enterrado en el otro, como asevera Jacques Derrida. Para el filósofo francés, la religión, entendida en términos de su etimología latina doble como relegere y religare, abarca la práctica organizada y la piedad, además de las ataduras entre sujetos y/o entre sujetos de una comunidad y Dios. Esta atadura que también es un doble acto de lectura —religión como relectura— evoca la primordial respuesta y responsabilidad al otro, la cual precede todo origen u obligación a la comunidad.

Es decir que, en estas visiones, que, según reza el título, son de María Magdalena y no del mismo JC, se atestigua la presencia de un fantasma, una figura que no está muerta ni viva y cuya temporalidad está fuera de quicio. Es, como sugiere Juan Carlos, “el deterioro del cosmos” (37), una especie de duelo y memoria por algo perdido que es al mismo tiempo un reflejo vacío: “Ha pasado demasiado/ i la luna no devuelve el reflejo de las cosas./ No hay distancias donde el principio se ha ocultado/ sin retornos y sin huellas” (59). En estas visiones, los gritos, las rasgaduras, las llagas, las aperturas tienen lugar “donde la visión se abre infinita en su delirio / hacia donde no hay alternativa sin final./ O acaso sí” (23). La equivocación final representa el horizonte del mesianismo equívoco que me recuerda de una cita del crítico inglés William Rowe sobre Zurita: en la obra del vate, el elemento religioso es la entrada a una zona en el que se percibe la extrema propensión de la penetración por signos. Leer estas Visiones religiosamente es buscar el origen de las cosas en un ambiente escatológico o incluso apocalíptico, “Aún espejo/ como tumba” … “Una rasgadura partiendo la nada i ya su muerte” (47).

 

 

Visones de María Magdalena termina con la imagen de una “réplica final”: “cuando la sangre decidida toque tierra/ sepultando las visiones del ayer” (55). Pero según la lógica del eterno retorno que antes mencioné, no hay réplica final que no sea el origen, un origen. La tumba aquí identificada es alfa y omega, zénit y nadir (altazoriano), donde el muerto vuelve “a florecer el dolor entre sus venas” … “para que el sacrificio continúe sucediendo” (55). La estructura del mesianismo aquí, pues, es del porvenir no realizado —nunca realizado— pero el sujeto gnóstico sí lo percibe a través de la visión y el recuerdo. Para mí, leer religiosamente a mi querido amigo Juan Carlos consiste en la introspección facilitada por la meditación sobre este hermoso libro, minimalista pero barroco en los pliegues temporales y alucinatorios de las visiones.

 

 

 

 

 

*(Puerto Montt-Chile, 1976). Poeta, traductor y editor de Descontexto. Editor de antologías de Jorge Teillier y, junto a Carlos Almonte, de antologías de varios poetas chilenos y latinoamericanos. Traductor de Trakl, Eliot, Pessoa, Clapés, Teasdale y Rothenberg, entre otros. Ha publicado los poemarios The Hours (2012), Breaking Glass (con Carlos Almonte, 2013), Oscuros ríos (2018), Visiones de María Magdalena (2020) y del texto dramático Antígona en el espejo (2021).

 

 

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