Sobre «Tribunale della mente» (2012) de Corrado Benigni, por Chiara De Luca

Por: Chiara De Luca

Crédito de la foto: Izq. www.poesia.blog.rainews.it

der. www.piceno24.it

 

 

Sobre Tribunale della mente (‘Tribunal de la mente’, 2012)

de Corrado Benigni

 

 

Con científica exactitud, con aparente frialdad, que posee algo inexorable, fijo, inmutable, el lenguaje jurídico podría parecer lo más lejano que hay de la poesía, que hace de la estratificación semántica, de la fluidez del dictado, de la inexhausta traducción y reescritura de lo real su peculiar instrumento para subvertir las normas de la comunicación cotidiana, renombrando las cosas cada vez de manera diferente.

En Tribunal de la mente (Interlinea, 2012), Corrado Benigni logra realizar la empresa, aparentemente inaccesible, de adueñarse del lenguaje jurídico para volverlo poesía, sometiéndolo a las normas o “no-normas” del lenguaje poético, develando su debilidades, sus grietas, sus intrínsecas contradicciones, innatas en el simple hecho de ser lenguaje. O bien, Benigni deja que sea la lengua, en su camino, quien las revele. «El testigo nada ve ni siente. / Sólo aquí la espera tiene fuerza de ley: / te sientas delante del umbral, no hay salida / de esta justicia que sólo conoce sí misma» (p. 15).

Corrado Benigni nos pone en el centro de un umbral, aparentemente intransitable, frente a una puerta abierta, frente a la presencia de una oscuridad que nos llama y, al mismo tiempo, nos detiene. Estamos clavados en ese umbral, somos como el “campesino” de la breve e intensa parábola Ante la ley, de Franz Kafka, donde el protagonista, un anónimo, se encuentra de pie, inmóvil, sobre un umbral que por una obscura razón y sin ninguna prescripción le aparece intransitable, delante de una puerta abierta. La puerta es vigilada por un anónimo guardián sin rostro, quien no hace alguna guardia sino deja al hombre implícitamente libre de entrar, limitándose a avisarle el hecho que, si pasa esa puerta abierta, encontrará otros umbrales, otras esperas, otros guardas, y el hecho que el ver al tercer guardián le resultará insostenible. Completamente ignorante de su culpa, pero íntimamente convencido de la necesidad de la expiación, el hombre sigue esperando. Ningún veredicto fue emitido, sin embargo el hombre abona a la cadena perpetua de la espera. Su pena es el tiempo, que transcurre inexorable, mientras que la puerta se queda abierta y el hombre estaría libre de entrar, pero no lo hace. Es sólo al final de su vida que el hombre descubre que aquella puerta era la suya, que le pertenecía exclusivamente a él, que la espera constituye la culpa y la condena autoinfligida, y la libertad el veredicto que el hombre, con la inmovilidad de su espera, había silenciosamente pronunciado, y que no supo cumplir.

 

Corrado-Benigni

 

También la ley –silenciosa, invisible, implícita– es “esta espera fósil que nos contiene. A todos” (p. 23). Pues el poeta está sobre el umbral del lenguaje, en donde cada cosa es su opuesto, en donde la culpa reside en la palabra y la absolución –que también es condena– reside en la terrible libertad de pasar el umbral y superarlo. También la luz más allá del umbral, la luz en la distancia hacia la cual el lenguaje se proyecta para cumplirse, constituye nuestra culpa, que es al mismo tiempo absolución, el veredicto liberatorio que no osamos pronunciar para ser libres de la ignorancia de la pena: «Porque la culpa no tiene leyes iguales para todos / pero la luz, la luz está abierta sobre la fiebre que somos.”

Nuestra tarea es la de encontrar el “papel perdido” sobre el que está escrita la defensa. ¿Pero qué cosa podría organizar la defensa de un crimen que no cometimos, o del cual no somos conscientes?

La defensa son las propias palabras, las palabras en contumacia, las que callamos. El crimen es innato en la naturaleza del lenguaje, en su intrínseca contradicción que es la misma que está presente en las palabras del guardián de Kafka: la puerta está abierta, puedes entrar, pero lo haces a tu riesgo y peligro. Elige. La condena es pronunciada por la libertad de pasar el umbral del silencio. Eso ya basta para detenernos, para mantenernos en el umbral de la vida, impedirnos ir hacia la luz de la pena y de la expiación que reside en el eco de pronunciarla, o bien en el acto de pasar el umbral.

Enviscados en el tiempo eterno de la espera, recalcado por el “metrónomo” de la gota (p. 27) nos fosilizamos en la culpa no pronunciada como en un ámbar que contiene todos los tiempos del silencio. “La espera es la única coartada, un principio que traducir” (p. 26), y el principio es prescrito por la espera (p. 30) en un movimiento circular que se encoge al punto en que somos, y nos retenemos, inmóviles en la oscuridad: “existimos delante de alguien que escudriña desde lejos. Testigos de nosotros, nadie es inocente”. Como el campesino de Kafka, el poeta intuye que podría traspasar el umbral de la espera, afrontar a los guardias, a los jueces del tribunal de su mente, todos alineados para acusarlo de accionar el pensamiento en la palabra, en su palabra todavía no nacida y abortada por miedo, porque no comprendemos “lo que engaña” (p. 25).

¿Pero cuál es esa culpa con la que nos manchamos? Si “la justicia no tiene nombre”, y si “este nombre es tu culpa” (p. 50), la culpa es un nombre ausente, y somos el acusado en contumacia de una culpa que la justicia no está capaz de encarnar, que de hecho no existe, sino en el silencio que la materializa, callándola. Si “Ningún fruto es prohibido” (p. 28), nada está realmente prohibido, nada nos obliga a la espera solitaria en la contemplación, empapada de deseo y de miedo, de una luz lejana que podría pertenecernos, que nos pertenece de hecho, y nos corresponde. Nada nos retiene del traspasar aquel umbral, del progreso hacia la luz de la pena para dar a la justicia el nombre de nuestra culpa ausente, rompiendo la inmovilidad del silencio y afrontando el veredicto de las palabras, para desatar su contradicción. Testigos de nosotros y del crimen de existir en el lenguaje, incapaz de pronunciarnos, llamados a la vida como a una condena que tenemos que expiar, no aducimos pruebas de nuestra inocencia, aceptamos la condena sin lista, sin tampoco conocer el veredicto.  Ya que somos lo que hemos cometido (p. 13), es necesario que pronunciemos nuestra culpa desconocida para pronunciarnos: «Somos nosotros estos papeles revueltos, verdad que descifrar, mientras que la espera prescribe cada principio”.

“La palabra es el único lugar” en donde es posible distinguir la forma de la materia, recomponer el dibujo del oscuro orden que nos absuelve. Además, nosotros somos nuestra condena, porque “somos en todo caso la espera de un juicio / que vuelve a reescribir todo / con pocas palabras exactas” (p. 45). Pues, la única oportunidad que tenemos para exculparnos del silencio de las palabras calladas es llamarlas como testigos las propias palabras, en defensa de lo que no decimos, para dar forma a la verdad y pasar el umbral del silencio, acercándonos a la luz que nos espera, mientras la esperamos inmóviles. Aunque sean muchos los rostros sin rostro que querrían arrogarse el derecho de ser jueces, y muchas las razones que “contienen la verdad”, la verdad “no tiene nombres” (p. 18) y es a partir de las palabras que no dijimos que seremos juzgados (p. 18).

El sólo hecho de nombrar las cosas, de arrogarnos el derecho de elegir por ellas un nombre, significa negociar nuestra pena. Recordar significa condenarse al interrogatorio cerrado de la memoria “inquisitoria” que nos sigue (p. 64). Sin embargo, nuestra culpa, el lenguaje, es también la única coartada que nos exculpa, tal como la espera constituye la culpa y la pena, pero también nuestra única oportunidad de redención. Llamados a comparecer antes del “tribunal de la palabra” (p. 75), donde no hay redención fuera de la espera” (p. 79), “la materia de la palabra / es la sola fuerza que tenemos, / en el sueño que vigila, / el bien de ser inocentes” (p. 79). Aunque las pruebas a nuestro descargo sean frágiles –“ninguna palabra está / por encima de cualquier sospecha” (p. 16)– aunque “absolución y delito tienen el mismo móvil”, no tenemos otro instrumento para tratar de exculparnos. El silencio es la culpa que puede ser expiada solamente en la palabra, impura, culpable a su vez, imperfecta, falaz y cada vez sujeta a la verdad y a su contrario.

 

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7 poemas de Tribunal de la mente (2012),

de Corrado Benigni

 

 

El juez lee la sentencia: «Pena suspendida». Sin embargo,

ninguna audiencia es eliminada, ninguna acta es redactada.

El canciller tiene una mano invisible y transcribe inmóvil

nuestras palabras. ¿Qué es la verdad, juez?

Esta corteza que todavía quema. El dolor es la verdad,

todo el resto es duda. La verdad descansa en la

cal, animal rapaz. “Antes mentiras, después presión,

después todavía mentiras, todavía presión, por eso el derrumbe,

y al final la verdad”, sentencia el Fiscal.

¿Es así que se llega a la verdad? La palabra ahora nos entrega

a la evidencia.

 

 

*

 

 

Cómo cenizas en la llama, todo ya está dentro de algo,

todo se apoya sobre algo más, un juez en el

deseo que empuja el hombre al crimen. Así todo es

materializado, el bien con el mal, la voz en la Esfinge.

Somos estos papeles sin mezclar, verdad que

descifrar, mientras que la espera prescribe con cada inicio. La

palabra es el único lugar, aquí donde el caso vuelve visible

lo que nos forma, un oscuro orden que brilla como

una estrella fija y desordena cada indicio. ¿Qué

contestar a esta acusación?

 

 

*

 

 

¿Somos, en realidad, la medida de una culpa

o la memoria de un silencio que nos contiene?

¿Cuál crimen consumamos sin cometerlo?

¿De cuál mordaza vendrá la absolución? Mira

las palabras convertirse en ceniza, algo, quizás,

se arregla entre quien permanece y quien muere,

entre el inocente y el suplicio – una voz condensada.

Juzga tú ahora quién habla.

 

 

*

 

 

Una lengua enmudecida se abre paso entre las palabras.

¿Dentro del diseño de cuál ley

está escrito el sentido de cada culpa?

Cada cosa recobrará su nombre en este alfabeto

que no sabemos descifrar,

no hay delito perfecto,

cada presencia deja su huella

y no huye de las pruebas.

Eres lo que cometiste.

 

 

*

 

 

La defensa

Separa el agua de la arena,

distingue la culpa del dolo,

no pierde de vista nada

de estas palabras irredentas,

subsume el error a la verdad.

¿Qué empuja al hombre al crimen?

¿Un deseo de justicia? Quizás

hay una defensa ya escrita dentro de un precedente

como el anillo de una única cadena

o la luz de regreso de las estrellas. Síguela,

solo, en la inminencia, hasta la última palabra,

donde los hechos no tienen contornos exactos

y falsas pistas dibujan la verdad.

Hay una justicia por traducir

entre los indicios y la razón,

un destino no escrito.

 

 

*

 

 

El acusado

Ninguno sabe más de quién es la culpa.

Todo ya ocurrió y la memoria está colmada.

Entre estas palabras, también escribes las tuyas.

El tiempo gira como una llave.

¿De qué somos acusados?

¿De cuál verdad debemos defendernos?

También es nuestra tu huella,

el gesto que nos ata al presente

y no sabemos descifrar,

mónadas en el tribunal de una mente.

 

 

*

 

 

Por las palabras seremos juzgados,

por las palabras que no hemos dicho

seremos juzgados

por una voz precedente.

Aténganse a los hechos, aclaren los indicios

de sus coartadas, pues poco es lo que queda.

Dentro de un círculo la razón

busca su gozne extraviado, la verdad

que no tiene nombres,

sombras que el árbol de Judas proyecta

sobre esta tierra que dicen prometida

donde nadie osa volverse, culpable o inocente,

pero cada desaparición deja

la huella de un despertar.

 

 

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(versión original en italiano)

 

 

 

7 poesie di Tribunale della mente (2012),

da Corrado Benigni

 

 

Il giudice legge la sentenza: «Pena sospesa». Eppure

nessuna udienza è tolta, nessun verbale è redatto.

Il cancelliere ha una mano invisibile e trascrive immobile

le nostre parole. Che cos’è la verità, giudice?

Questa corteccia che brucia ancora. Il dolore è verità,

tutto il resto è dubbio. La verità riposa nella

calce, animale rapace. «Prima bugie, poi pressione,

poi ancora bugie, ancora pressione, quindi il crollo,

e alla fine la verità», sentenzia il pubblico ministero.

È così che si arriva alla verità? La parola ora ci consegna

all’evidenza.

 

 

 

*

 

 

Come cenere nella fiamma, tutto è già dentro qualcosa,

tutto poggia su qualcos’altro, un giudice nel

desiderio che spinge l’uomo al crimine. Così tutto è

sostanziato, il bene col male, la voce nella Sfinge.

Siamo noi queste carte non rimescolate, verità da

decifrare, mentre l’attesa prescrive ogni inizio. La

parola è il solo luogo, qui dove il caso rende visibile

quello che ci forma, un oscuro ordine che brilla come

una stella fissa e scombina ogni indizio. Cosa

contestare a questa accusa?

 

 

*

 

 

Siamo davvero la misura di una colpa

o la memoria di un silenzio ci contiene?

Quale crimine consumiamo senza commetterlo?

Da quale morsa verrà l’assoluzione? Guarda

le parole diventare cenere, qualcosa, forse,

si ricompone tra chi resta e chi muore,

tra l’innocente e il supplizio – una voce rappresa.

Giudica tu ora chi parla.

 

 

*

 

 

Una lingua ammutolita si fa strada tra le parole.

Dentro il disegno di quale legge

è scritto il senso di ogni colpa?

Ogni cosa riavrà il suo nome in questo alfabeto

che non sappiamo decifrare,

non c’è delitto perfetto,

ogni presenza lascia traccia

e non si sfugge alle prove.

Sei ciò che hai commesso.

 

 

*

 

 

La difesa

Separa l’acqua dalla sabbia,

distingui la colpa dal dolo,

non perdere di vista nulla

di queste parole irredente,

sussumi l’errore alla verità.

Cosa spinge l’uomo al crimine?

Un desiderio di giustizia? Forse

c’è una difesa già scritta dentro un precedente,

come l’anello di un’unica catena

o la luce di ritorno delle stelle. Seguila,

da solo, nell’imminenza, fino all’ultima parola,

dove i fatti non hanno contorni esatti

e false piste disegnano la verità.

C’è una giustizia da tradurre

tra gli indizi e la ragione,

un destino non scritto.

 

 

*

 

 

L’imputato

Nessuno sa più di chi è la colpa.

Tutto è ormai accaduto e la memoria è colma.

Fra queste parole, scrivi anche le tue.

Il tempo gira come una chiave.

Di cosa siamo accusati?

Da quale verità dobbiamo difenderci?

È anche nostra la tua orma,

il gesto che ci lega al presente

e non sappiamo decifrare,

monadi nel tribunale di una mente.

 

 

*

 

 

Sulle parole saremo giudicati,

sulle parole che non abbiamo detto

saremo giudicati

da una voce precedente.

Attenetevi ai fatti, dunque, schiarite gli indizi

dei vostri alibi, poco è ciò che rimane.

Dentro un cerchio la ragione

cerca il suo perno smarrito, la verità

che non ha nomi,

ombre che l’albero di Giuda proietta

sopra questa terra che dicono promessa

dove nessuno osa voltarsi, colpevole o innocente,

ma ogni scomparsa lascia

la traccia di un risveglio.

 

 

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