Vallejo & Co. presenta un texto de Omar Pinedo, escrito por su autor a partir de la presentación del poemario Transeúntes (2022), de Rodolfo De La Riva, en Lima (Perú) el 10 de agosto de 2022. Como es usual, el autor lo ha revisado y corregido para esta publicación.
Por Omar Pinedo*
Crédito de la foto (izq.) archivo del autor /
(der.) Ed. Vallejo & Co.
La búsqueda de la ligereza.
Sobre Transeúntes (2022),
de Rodolfo De La Riva**
Hoy quiero hablarles de tres cosas: primero, algunas características fundamentales de la poesía; segundo, las búsquedas de nuestra generación; y tercero, un poquito de Rodolfo y del poemario. Esta es una celebración y, por tanto, amerita algunas palabras en griego y otras tantas en latín:
Ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ Λόγος, καὶ ὁ Λόγος ἦν πρὸς τὸν Θεόν, καὶ Θεὸς ἦν ὁ Λόγος.
Hay múltiples traducciones de esto y, como una persona con fe en la palabra, como un poeta, creo que la más adecuada es la más sencilla, la cual es ‘palabra’ por ‘Λόγος’. En los textos religiosos suelen poner el énfasis en el dinamismo: ‘palabra en acción’, ‘palabra en movimiento’, ‘palabra vivificante’, ‘verbo’. Yo creo que con ‘palabra’ basta. De modo que los versos de Juan quedan de la siguiente manera: “En el principio era la palabra, y la palabra era hacia Dios, y Dios era la palabra”.
‘En el principio era la palabra’ porque la mente humana nace con el lenguaje. En paralelo, la palabra tiene un sentido, apunta a un sitio, y ese sentido primigenio era ‘hacia Dios’. Por último, ‘Dios era la palabra’ es decir que la palabra era divina. Desde sus inicios, la poesía ha sido siempre una palabra ritual, una palabra que aporta gravedad a los momentos y las cosas. Además, Dios es una entidad atemporal, por tanto, la poesía, que es la manera de ponerse a palabras con Dios, no sustrae, sino elimina el tiempo: es una palabra que detiene el tiempo.
Parafraseando a Byung-Chul Han: así como un edificio es una casa en el espacio, los rituales son casas en el tiempo. In te, anime meus, tempora metior (San Agustín), “en ti, alma mía, mido los tiempos”: nuestra vida está hecha de momentos, no de horas y estos momentos deben ser celebrados de manera apropiada. Tenemos matrimonios, tenemos graduaciones, tenemos funerales, tenemos diversas festividades, y en cada una de ellas el rol preponderante lo tiene la palabra. Entonces sí, la poesía es un discurso que, desde su origen, tiene una carga y una gravedad especial.
¿Cómo aunar esta idea, entonces, con la búsqueda poética de nuestra generación, una búsqueda constante de ligereza? ¿No es la herramienta equivocada? A un discurso que naturalmente tiene un peso, ¿por qué buscar hacerlo ligero?, ¿cómo hacerlo ligero?, ¿qué clase de oxímoron es este? Yo creo que, de cierta forma, estamos buscando un fuego frío. Y estoy de acuerdo con Nietzsche: yo “nunca podría creer en un Dios que no sabe bailar”. Me parece una frase genial, porque Dios es alegría, elevación, y ligereza. Dios no solo está en los lugares y momentos más elevados o más importantes, sino que está en todo momento. Por tanto, me parece válido indagar en cada cosa pequeña o trivial.
Es verdad, en mi generación hay compañeros que no buscan la ligereza, que usan lenguajes barrocos y lo hacen muy bien. Me vienen a la menta María Belén Milla, Renzo Porcile y Mateo Díaz Choza. Estamos otros, como es mi caso ―y quizás el de Lisbeth Curay y Alonso Belaúnde―, que nos sentimos más próximos al mundo de los ciclos naturales, y ahí buscamos ligereza. Y otro conjunto, al que pertenece Rodolfo ―junto a poetas como Ana Carolina Zegarra, Kevin Castro, y los Sub25―, que busca esta ligereza en el mundo de los hombres; es decir, en lo inmediato, no necesariamente en lo efímero. Buscan ligereza en las cosas cercanas, en aquellas cosas que atacan sus sentidos: en ver una peli, en ver The Office, en escuchar reggaetón. Porque estas son las cosas que nos tocan hoy.
De La Riva, en esta búsqueda, es un pez en el agua. Rodolfo tiene un ojo muy especial para la belleza de lo cotidiano y lo empuña con la eficiencia de lo natural. En este libro, Rodolfo plasma su vasto amor por el prójimo, por la persona común, y logra el fuego frío. No digo que seamos personas comunes, sino que se dirige a lo que tenemos en común, a lo que nos acerca y nos hermana. Me emociona leer poesía de este estilo, más aún si bien ejecutada. Pero el “mar es lumpen” y, al final del día, el texto tendrá que defenderse solo, en medio de la calle, con un poco de frío. No podremos ya abrazarlo ni cuidarlo, no podremos “darle unas palabras de aliento”. El texto aparecerá en el terreno y jugará su partido solo. El poeta solo es el DT de las palabras.
*(Lima-Perú, 1988). No estudió filosofía ni literatura. No ha sido traducido a 227 idiomas. No ha ganado ningún premio. No ha sido incluido en ninguna antología, ni ha fundado un movimiento literario. No es docente universitario. Escribe sobre lo que quiere, como quiere, cuando quiere. Ama a sus amigos. No tiene deudas. Los cielos le sonríen. Vive feliz.
**(Lima-Perú, 1991). Poeta. Abogado de banco. Aspirante a presidente de la junta de vecinos de su edificio. Padre de dos gatas hermosas. A través de los años, ha publicado en varias revistas y sitios web. Transeúntes es su primer poemario.