Por Miguel Lescano
Crédito de la foto Ed. Bergantín
Sobre Sueños de Carla (2020),
de Carla Vanessa
Entre el cielo y la tierra hay un vacío. Dicen las antiguas tradiciones que en el centro está el hombre. El hombre, en esta oquedad trémula ¿está muerto o sueña que está vivo? La poeta Carla Vanessa, en su primer libro titulado Sueños de Carla, construye un templo para orar.
Es un templo invisible. Construido de ladrillos de color negro. En el templo de la poeta solo habitan insectos. ¿Será entonces este templo urbano, donde hay que llegar y soñar un peregrinaje poético? Los sueños de Carla Vanessa no son sueños. Son pesadillas medievales. Divaga con su corazón entre las manos y con un lápiz para dibujar coliflores. En todo caso, busca una muerte cercana. Busca la naturaleza. Es como dormir sobre un sueño dentro de otro sueño.
Las carrozas de metal que la poeta usa para trasladarse por montañas pedregosas, irradian sonidos épicos. Son los insectos que se deslizan por una falsa luz. Sueño de cartón.
Un sarcófago de madera se construye en Vitarte. En la caja fúnebre enterrarán al guerrero vencido en batallas de enfermedades. La poeta lanza una primera oración a los cielos de Lima, susurra: “Oh Señor,/ bendíceme porque no he muerto”. (p. 41).
Un ojo se abre en el universo poético de Carla Vanessa. ¿Será la eternidad? Es un sueño eterno de mariposas que vuelan a su interior suicida. Un mundo de calles bulliciosas. Es Lima gótica de peligros y muertes que se extienden como la pandemia. Enfermedad letal que va desde Ucayali hasta la ciudad de Arequipa. Muerte sobre muerte. Solo un beso de amor sanará esta locura de vivir sin vivir. El libro de poemas Sueños de Carla es un triste sueño sin tiempos. Pero la poeta desea aplacar su sed con aguas tibias en el Bar Queirolo. En este frío mes de julio, la poeta busca la mar. Para caminar descalza sobre peces oscuros. Se siente volar como un ave sin regreso. Y dice: “Y siendo mis besos aire ingrávido/ y siendo mi brazo sombra dibujada/ y siendo mi ansia vuelo de pájaro.” (p. 18).
Según el poeta Marco Martos los poetas de hoy son universitarios leídos y preparados. Carla Vanessa es una intelectual de calibre. Le “… crecen libros en el pelo,…”. (p. 20). Y salta muros. Recorre montañas de ladrillos. Se para erguida en batallas. Y en el día a día para sobrevivir en tenas lucha de llevarse un plato de comida a la boca. Las paredes de su templo no tienen ventanas por donde ingrese luz de esperanzas. La poeta, egresada en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, empuña su fe y salta de cielo en cielo en busca del despertar de su sueño. ¿Es un sueño obligado? En realidad, es un mundo aplacado por una pandemia que nos quiere asesinar. Carla Vanessa desea un cambio. Busca desesperadamente un nuevo cielo donde plantar geranios rojos. Y dice al olvido: “Te busqué por entre todo lo que había/ bajo los cielos de junio”. (p. 22). Pero no encuentra el cielo de flores, encuentra el infierno helado aplacado por el rencor. El mundo se extingue. Los seres humanos enloquecidos exigen vivir un poco más. Un día más. Un minuto más. Un segundo más. La poeta, en uno de sus mejores versos dice: “Veo girar el mundo como una bala sin rumbo,/ dormida de espaldas a la luna / la arena toma la forma del aire./ De nada sirve beberse lo que ya se ha derramado/ porque la piedra no quiere ser montaña/ y el ladrillo se ha rebelado contra el muro”. (p. 24). Extraordinario desencanto. Un concierto de The Cure “Faith”. Melancolía en el universo.
Los insectos vuelan sobre cuerpos de cerezas y atún. Araña divina de jabón. Música a cuadritos. La muerte negará a Carla Vanessa la divina fragancia. Ella exige despertar en Lima y ver el mar una vez más y trabajar en sus quehaceres de ama de casa. Otra realidad sobre otra realidad.
Al despertar en otro planeta, grita un silencio ante un mundo de insectos. Gelatinoso color verde. La poeta se levanta de la muerte que la persigue. No se amínala y destruye la muralla que le impide ser feliz. Carla Vanessa dice: “La luz es una risa lustrosa y falsa/ que golpea mi casa de cortinas. (p. 29). Una casa invisible. Un hogar lleno de libros oscuros. Un ángel transparente que busca sosiego en la muerte. Pero el sueño se acaba y uno despierta una vez más, a la muerte misma del yo.
El príncipe gris esperado llega en un caballo rojo de fuego. El caballero desciende del animal de luces y la poeta temblando susurra: “Échame de esta torre en que fue asesinado/ el último príncipe,/ échame sortilegio que me arropas/ entre la tierra y el cielo,/ Di recuéstate, Lázaro,/ No te levantes”. (p. 29). ¿El sueño existe? ¿La muerte existe? ¿Dios existe? Carla Vanessa abre las cortinas de su ventanal y está ahí, erguida. Viendo sus libros azules que le indican que cierre las cajas y guarde en uno de ellos su último sueño.
Epílogo: Jorge Luis Borges mira a Carla Vanessa. Alza su bastón y desea clavar la estaca en su corazón. Pero prefiere decirle en un último susurro:
“Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño” (p. 52).
Referencias
Borges, Jorge Luis (2000). Ficciones. Madrid: Emecé Editores.
Vanessa, Carla (2020). Sueños de Carla. Lima: Ediciones Bergantín.