Por Enzia Verduchi*
Trad. Guadalupe Alonso Coratella y Myriam Moscona
Crédito de la foto (izq.) www.snl.no /
(der.) Ed. Andante
Solo que amor te hiera:
Signo de León. Cartas a María Cumani (2021),
de Salvatore Quasimodo**
Salvatore Quasimodo conoció a María Cumani, en junio de 1936, en el salón literario de su maestro de historia Rafaello Giolli, en Milán. El poeta siciliano tenía 35 años y la bailarina milanesa 28 años. Su encuentro fue como un lampo que iluminó la noche.
Guadalupe Alonso Coratella y Myriam Moscona se dieron a la tarea de verter al español Signo de León. Cartas a María Cumani. El libro lo acompaña un apéndice con la versión bilingüe de los poemas de Quasimodo que menciona en sus epístolas, así como un paréntesis de Menchú Rodríguez sobre la danza y la poesía, y con las bellísimas ilustraciones de Jan Hendrix. Todo ello resultado de una sobria y sofisticada labor de Marco Perilli, director editorial de Andante.
Salvatore Quasimodo no era un hombre muy alto, tenía las cejas pobladas que sobresalían de la amplia calva, una nariz prominente que hacía ver ridículo los finos bigotes sobre sus delgados labios, así como unas orejas desproporcionadas. Gaetano Mudanó señala “un cierto culto a la personalidad, innato en él”. Su vanidad, su gusto por vestir a la moda, con galantería. Se cambiaba dos veces de traje al día. Se decía que todas las mañanas se teñía el cabello y los bigotes. Mudanó, define la personalidad de Quasimodo como:
un hombre de temperamento esquivo, considerado, tendiendo a la insularidad y definitivamente reactivo, pero de impulsos generosos y nobles. […] Tenía un pliegue sobre los labios, como una mueca amarga, pero su voz era dulcísima y penetrante. (Quasimodo. Poeta del nostro tempo, Le Monnier, 1973. p. 6)
Quasimodo gustaba de las mujeres maduras: en 1926 contrajo nupcias con Bice Donetti, ocho años mayor. En 1931 conoce a Amelia Spezialetti, una mujer casada y dos años mayor, con quien tuvo, en 1935, una hija: Orietta Quasimodo. Y, ese mismo año, inició una breve pero intensa relación con Sibilla Aleramo, una importante narradora, poeta y feminista, donde mediaba una diferencia de 25 años entre ellos.
No es difícil imaginar que esa “voz dulcísima y penetrante” haya sido un artilugio de seducción, haciendo rodar lentamente las palabras en los oídos de estas señoras. No es difícil escuchar y comprender las líneas iniciales de la primera carta que el poeta envía a la bailarina, el 27 de junio de 1936: “Con la voz, quizá nosotros sabemos crear ritmos, detenernos en ciertos tonos y escuchar los ecos, consternados, pero nunca sabremos decirnos nada de nuestras historias de criaturas que transitan por la tierra y sufren con doble corazón.”
Las cartas de Quasimodo a Cumani abarcan de 1936 a 1959, aunque —como nos señalan las traductoras— la correspondencia se suspende entre 1943 y 1946 por las obvias razones de la guerra, el poeta deja de viajar y la pareja se muda a un departamento compartido con la familia del pintor Mario Sironi.
Las misivas de junio de 1936 a abril de 1938 son profundas, pasionales, desbordadas, ora descriptivas, reiterativas, ora de una gran tensión sexual.
Me resulta una paradoja si consideramos que, junto a Dino Campana, Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, entre otros, Quasimodo representa el cenit del hermetismo italiano: propuesta consistente en una sola y rápida imagen para llegar a la esencia de la condición humana.
Sin embargo, este descubrimiento del amor y torrente verbal en la correspondencia, inspiran versos que el poeta siciliano trabajará y pulirá para surgir algunos de sus más altos poemas como “Viento en Tíndari”, “Délfica”, “En el justo tiempo humano” o “Élegos para la bailarina Cumani”.
Es una pena no contar con las cartas redactadas por María Cumani. Proveniente de la alta burguesía milanesa, realizó estudios de preparatoria sobresaliendo en literatura y estudios clásicos. Fue más que una bailarina y posteriormente coreógrafa, fue una mujer completamente adelantada para su tiempo. Su discurso en el Congresso delle Donne Italiane, organizado por el Comité Provinciale de los Partigiani de la Paz, la revela como un ser de convicciones claras y con buena pluma. Amén de haber trabajado como actriz con los más importantes directores de cine italiano en I sovversivi de los hermanos Taviani (1964), Giulietta degli spiriti de Fellini (1965), Galileo de Liliana Cavani (1968), Atti degli apostoli de Rossellini (1969), Caligola de Tinto Brass (1977), Teresa de Dino Risi (1987), Aquero di Elisabetta Valgiusti (1994), entre otras.
A partir de julio de 1938 el tono en la redacción de la correspondencia de Quasimodo cambia, deja de firmar como “Virgilio” para dar paso a su nombre: Salvatore. Aborda temas cotidianos, pero también reflexiona sobre el quehacer artístico de ambos, se percibe la ilusión del poeta por la espera de su hijo Alessandro: “Y le dije a la amada en la que se agitaba mi hijo/ y por ello llevaba el mar en el alma”; así como la preocupación por la entrada de Italia a la Segunda Guerra Mundial: “Yo sueño la poesía, tú la danza y el mundo piensa en el hierro y en el fuego, en los momentos de abandono…” (20 de abril de 1940).
Por las respuestas, se entiende la desesperación de María Cumani por su situación, la presión que ejerce sobre Quasimodo, en especial la carta del 26 de marzo de 1940.
Recordemos que es en noviembre de 1946 que el poeta y la bailarina contraen matrimonio, dos años después de la muerte Bice Donetti, la primera esposa de Quasimodo. Esto se debe porque en Italia el divorcio y la separación legal se autoriza a partir de 1975.
Los tres grandes temas en la poesía de Salvatore Quasimodo son el sentimiento del exilio, la religión y el compromiso civil. Este sentimiento de exilio se refleja en una profunda soledad, en un sentimiento de orfandad afectiva desde sus primeros poemas. En las cartas que componen Signo de león, se perciben estos tópicos en las diferentes etapas de la relación:
Y nadie puede animar mi desierto, tú lo sabes, eres la única capaz de confortar y acrecentar aquello se resiste en mí y podría perderse. La libertad que nosotros amamos es otra, tiene raíces profundas y se aparte de cualquier concesión, ahí encontraremos la razón de la vida y de nuestro arte (17 de mayo de 1941).
A partir de 1940 a las cartas de la década de los cincuenta, se percibe la tensión y el desgaste en la relación Cumani-Quasimodo, aunque no contemos con las epístolas de la bailarina. El poeta reiteradamente señala que no hay nadie más, que no hay otra mujer. Las cartas de esos últimos años son un vaivén donde se denota que cada uno tiene su propia agenda, donde surgen los celos, las dudas, la inseguridad y el desapego de Cumani, especialmente en la hospitalización de Quasimodo durante seis meses en un hospital de Moscú; para fines de los cincuenta las cartas prácticamente ya no son cartas sino meros mensajes fríos y lejanos, como indica Menchú Gutiérrez en su escrito.
María Cumani no acompañó a Salvatore Quasimodo, en diciembre de 1959, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura «por su poesía lírica, que con fuego clásico expresa la trágica experiencia de la vida en nuestro tiempo». Sin embargo, María Cumani, junto con los hijos Alessandro y Orietta Quasimodo, caminó detrás de la carroza fúnebre que llevó el cuerpo del poeta en junio de 1968.
*(Roma-Italia, 1967). Poeta y editora. Obtuvo una beca del Centro Mexicano de Escritores (1992), el Premio Nacional de Cuento Efraín Huerta (1992) y una beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México. Colaboró en distintas revistas y suplementos culturales nacionales e internacionales. Sus poemas han sido traducidos al inglés, francés, italiano, hindi, portugués y polaco. Su libro de poesía más reciente es Nanof (2019).
**(Sicilia-Italia, 1901 – Campania-Italia, 1968). Poeta, traductor y periodista. Miembro del Movimiento Hermético italiano. Premio Nobel de Literatura (1959). Publicó en poesía Aguas y tierras (1930), Oboe sumergido (1932), Erato y Apolo (1936), Y de repente la noche (1942), La vida no es sueño (1949), La tierra incomparable (1958) y Dar y tener (1966); y en ensayo El poeta y el político (1960).