Por Francisco Casado*
Crédito de la foto (izq.) Impar Eds. /
(der.) www.wmagazin.com
La sencillez sentimental:
Sembré nísperos en la tumba de mi padre (2022),
de Johanna Barraza Tafur
Generalmente, justo entre medio de leer y comenzar a escribir poesía habita la incertidumbre sobre qué hace “bueno”, “exitoso”, “memorable” a un poema. Adjetivos que se deben centrar en medio de grandes comillas debido a que no se les debería considerar como verdaderos objetivos a cumplir por parte del texto, en su lugar habría que hablar sobre si funciona o no. Tanto lectores como escritores se encuentran pensativos a la hora de enfrentar, de un modo u otro, lo que eventualmente habrán de experimentar, se preguntan: ¿cómo lo personal lograría escalar hacia el resto del mundo?, ¿qué tanto se deja fuera?, ¿qué tan necesario es eviscerar el alma para lograr ese cometido?
Cuando se trata sobre la muerte del padre, hay una extensa lista de propuestas que son en parte elogios al progenitor como si de un intento por salvaguardar su reputación se tratara, pero sabemos que no todo pudo haber sido así y por ello los casos de Kafka, Ocean Vuong, Juan Rulfo, Alma Delia Murillo han resonado fuertemente, grupo al cual habría de sumarse a Johanna Barraza Tafur (1995, Barranquilla) con Sembré nísperos en la tumba de mi padre (2022), premio Germán Vargas Cantillo 2019 publicado en Buenos Aires por la editorial Llantén, ahora se acompaña del diseño e ilustraciones de Sandra Restrepo, editado por Himpar editores gracias al programa Es Cultura Local 2021, otorgado por el Instituto Distrital de las Artes – Idartes y la Alcaldía Local de San Cristóbal, Colombia.
Papá era mi héroe
y el de mis amigos,
una especie de Robin Hood caribeño.
Cuando no entrenaba a sus pájaros
practicaba boxeo,
sabía pelear,
al menos eso decían,
yo nunca lo vi.
Cada tanto recibía una paliza
en sus borracheras
pero no lo vencían,
tenía una ley:
El que sangra pierde.
A decir verdad,
solo sangró
el día de su muerte. (Barraza, 2022, 14)
Desde Argentina, Johanna recupera en visiones fragmentarias al padre que sería a su vez otro padre más de la costa atlántica colombiana entre silbidos, el canto de las aves (adiestradas o no), coco y chicha, como si de un sueño hubiera escapado y le siguiera en secreto, aprovechando el menor descuido para volver a restregarse felinamente contra sus piernas, disparando otro fragmento antes de volver a ocultarse detrás de cualquier sombra en casa o por la calle.
[…]
Me despierto,
escribo este poema
mientras él sigue mi cama:
Ahora debo volver,
quien nace en el mar… dice
y me pide que yo complete su frase.
Abuelo, espero que al llegar la noche
el mar no me olvide. (Ibid., p. 25)
Una cosa es enterarse sobre la muerte de alguien, otra verle morir ahí mismo, pero ninguna se acerca siquiera a que la violencia manche de sangre y muerte el patio de casa, las plantas, la ropa, las manos. ¿Cómo se hace entonces para escribir sobre ello?, en consecuencia, ¿cómo podría leerlo cualquier otra persona que no ha estado ni un poco cerca de vivir algo así? Ese ha sido parte del reto en la poesía de las últimas décadas.
En el barrio suenan disparos,
me apresuro a cerrar la puerta
pero un conocido la empuja
para resguardarse y lo dejo entrar.
Les disparan
a los que juegan cartas
en la esquina, dice.
[…]
Junto al árbol de níspero
veo el cuerpo de mi padre,
lo volteo para acunarlo
en mis brazos,
abre sus ojos
y su mirada penetra en mí
como bálsamo sobre una herida. (Ibid., p. 33)
El lenguaje tiene un sinfín de virtudes. Dependiendo del contexto, puede ser tan críptico como transparente y viceversa. Está dispuesto en su totalidad a la voluntad del hablante, al mismo tiempo que el receptor pueda también entender lo que le plazca; no por nada hay que tener mucho cuidado cuando el doble sentido y los malentendidos están a la orden del día.
[…]
La herida era profunda,
dejé correr la sangre,
bajó hasta mi codo,
se mezcló con el agua
y la espuma.
Es un desperdicio, pensé,
y lamí mi antebrazo.
Esta herida es mía
pero la sangre es tuya,
fluye dentro de mí
como una vez yo flui
de tu sexo. (Ibid., p. 36)
En ese sentido, la solución a la que encuentra salida Johanna para esta situación es recurrir a una sencillez sentimental: a decir las cosas como fueron, sin vueltas ni adornos, versos cortos con verbos en presente indicativo aludiendo a escenas sacadas de la bitácora del terapeuta durante una regresión, que casi se rebobina y reproduce al menor esfuerzo, no tanto para revivir el momento, más bien sería una encomienda para revelar algo más en sus detalles.
¿Qué puede decir alguien
que está a punto de morir?
¿Encomendarse a un Dios,
Revelar un secreto,
pedir un último deseo
o pronunciar el nombre
de su asesino?
No me atormento pensando
lo que mi padre
quiso decirme en su agonía,
sé que lo que balbuceó
ya me lo había dicho. (Ibid., p. 38)
José Joaquín Blanco (2007, 5) recalca en una introducción a Algo sobre la muerte del Mayor Sabines (1973) del poeta chiapaneco Jaime Sabines lo siguiente: “Si uno corrompe o falsifica sus lecturas se está corrompiendo y falsificando a sí mismo. Ante un texto tan radical como éste, el lector puede tirarlo, asumirlo o posponerlo, pero no pretender que se trata de otra cosa.” Frecuencia que Sembré nísperos en la tumba de mi padre también comparte, debido a que son los pases finales donde Johanna atisba justamente que en la muerte de un ser querido no debe haber mentiras ni elogios, simplemente ser lo que son: los muertos y los vivos, donde estos últimos deberían “[…] hacer con sus muertos/ lo que le plazca.” (Barraza, 2022, 39) No obstante, “[…]quien dice que los muertos/ hacen lo que una quiere.” (Ibid., p. 41)
Tengo miedo de mí,
de que me amen demasiado
y no pueda amar lo suficiente,
temo que mi celular suene
en medio de la noche
y una voz diga que alguien murió.
Temo a las palabras que no se dicen,
que exista algún dios
y por las mujeres de mi familia
que corren peligro cada día
por no tener un hombre en casa.
Temo por mi origen y mi final
Sabiendo que lo que me aterra
me define. (Ibid., p. 54)
Podríamos discutir por horas en por qué no (o sí) puede una estructura en lugar de las clásicas, por qué tales imágenes, por qué las formas más en síntesis a comparación con las herméticas, con rima o sin ella, son consideradas poesía y celebradas como tal, en lugar de todo el bagaje teórico-histórico con el cual se disecciona la lengua castellana; mucho menos si traemos a colación el tema del mercado literario. Cada momento tiene sus vertientes y a diferencia de otros en el pasado, en un intento por estudiar y desenmarañar lo que ocurre justo cuando apenas ha salido al mundo es cuando aparecen las dudas sobre la validez, originalidad y esas otras trampas de la autoestima que han proliferado en las últimas décadas.
La crudeza y sinceridad en la escritura de Johanna prueban que incluso en la manera más concreta hay vigor: “Quizá algún día/ esos pájaros recobren su libertad/ igual que yo,/ ahora que estoy más liviana.” (Ibid., p. 30) La poesía contemporánea no ha dejado de lado las inclinaciones hacia el ritmo, las imágenes, texturas, entre otros valores que se buscan siempre apreciar por los lectores, aunque puede ser más bien un momento donde también habría que preguntarse qué tan afinada está la sensibilidad, qué tanto tiempo damos para la lectura y su digestión. Puede que estemos casi cerca del silencio o posiblemente de su nuevo estallido con aroma a níspero.
Fuentes:
Barraza Tafur, Johanna (2022) Sembré nísperos en la tumba de mi padre. Colombia: Impar Editores.
Blanco, José Joaquín (2007) “Nota introductoria” en Material de lectura 11. Material de lectura. Poesía moderna. Prólogo y Selección de José Joaquín Blanco. Dirección de Literatura. Universidad Nacional Autónoma de México. Disponible en: https://materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf2/jaime-sabines.pdf
*(CDMX-México, 1990). Arquitecto y escritor. Obtuvo el Premio Don’t Read (2021). Ha publicado en poesía Para mirar los pasos (2021) y la plaquette Flush (2023).