Por Wenceslao Ventura
Crédito de la foto (izq.) Ed. Contrabando /
(der.) archivo de la autora
Sobre roma (2021),
de Carmen Crespo*
A veces leer un libro de poemas es cruzar una puerta hacia lo desconocido. Empecé de verdad la lectura de roma ―así, con minúsculas: el nombre es el viático para dar sustento a este viaje del que todavía no sabemos ni el hasta cuándo ni el hasta dónde pero sí intuimos que esta roma con minúsculas es un hábitat poético, un lugar del que no poseemos ninguna información real, es una sugerencia, un mensaje en espera de ser descifrado, pero también un umbral, una posibilidad. Solo es un reflejo, una intermitencia de claridad y sombra que se va haciendo real como el amanecer deshace las sombras y estas descubren la exhausta realidad. Así la poesía que nace de un estado de saturación interior y que busca también dinamitar, por así decirlo, las alambradas de la lengua, sus códigos más básicos como bien dice Nieves Pulido en su acertado ensayo preliminar.
Crucé la puerta de un modo inusual para mí, que suelo acceder a la poesía por medio de la lectura, que pocas veces descubro el valor de un texto cuando lo recita el autor del mismo, que por lo general encuentro las lecturas que se dan en las presentaciones bastante soporíferas independientemente de la calidad de lo leído. Pero Carmen, en la presentación que tuvo lugar en la librería Bartleby de Valencia, tomó sus palabras como oscuros peces: su voz no podía reflejar mejor su universo simbólico y ofrecérnoslo a veces con tensión de lectura teatralizada otras con la dulzura de quien se está dejando llevar por el calor de sus propias emociones.
Tiene roma el apasionamiento de lo que escapa del régimen del sentido. Y en esa lógica el canto deviene balbuceo, letanía, una burbuja que concentra el recinto simbólico e idiomático de la lengua del poeta, que es una lengua desviada donde decir los gorriones tiemblan de universo es ofrecernos el trasfondo mítico de lo inconsciente. También es bello en versos como este recordar esa forma en que la palabra justa encuentra su lugar propicio en el poema a otros poetas que han derribado muros para esa proyección de la intimidad. No sé muy bien por qué este verso me ha recordado otro pensamiento del poeta argentino-parisino Arnaldo Calveyra: “mientras vivas preciso será que sueñes”, de su libro El hombre del Luxemburgo.
roma diminuta y pequeñita para transitar, como me escribe C. Crespo en su amistosa dedicatoria, pasa de ser ese lugar guarida donde divagar y buscar un sentido de lo que acontece; donde, en silencio, encontrar su fuente de verdad en ella misma y despertar con curiosidad al máximo grado que nos depara el lenguaje y que el poema ocurra en el lector, que sea lo que le pasa al lector mientras lee y que vaya más allá de lo que el poema pretende decir. Pasa de ser ―decía― ese lugar íntimo a ser plaza pública de esa Roma, la Roma capitale, que huele a orines gatunos, sepultada por los excrementos de los storni; a veces hospitalaria, otras inhumana, escenario donde se dan las pasiones de la vida, por donde volver al sitio del deseo; donde cada obra de arte ha sufrido el temperamental clima de Roma.
Libro al que sé que retornaré pues roma está sin ser notada y habrá que volver a ella.
*(Cáceres-España, 1962). Poeta. Se desempeña en la Sanidad Pública. Obtuvo el II Premio de Poesía Bal Hotel, el XIII Premio Internacional de Poesía César Simón y XXXI Premio Nacional de Poesía José Hierro. Ha publicado Tal vez huésped (2012), De música y otras pieles, Todo ardió luminoso, Teselas (2016), pájaros, caballos (2016), lana (2019), en sí ni un solo momento (2020) y roma (2021).