Sobre «Reflexiones en un sacro jardín marino» (2015), de Petros Malamidis

Por: Carlos Alcorta

Crédito de la foto: www.asociacionperiplo.es

 

 

Sobre Reflexiones en un sacro jardín marino (2015),

de Petros Malamidis (Trad. Vasiliki Rouska

y Emmanuel Vinader)

 

 

La obra de Petros Malamidis es escasamente conocida en nuestro país, algo que, lamentablemente, sucede con la mayoría de los escritores griegos actuales, si exceptuamos a autores como el exitoso Petros Márkaris y algún otro menos afortunado. Da la impresión de que, por lo que respecta a la poesía, después de grandes nombres como Kavafis, Seferis, Elitis o Yannis Ritsos no ha habido ninguna singularidad digna de mención. Como es fácil suponer esta conjetura sólo encuentra acomodo en intereses metodológicos que nada tienen que ver con la verdadera relevancia de la literatura griega de nuestros días, desprendida hace décadas del enorme peso de una tradición tan asfixiante por extraordinaria, aunque sin renunciar a ella. Nuria Azancot escribía en 2004 que «El momento presente de la poesía griega es, según la crítica, el primero en el que los poetas griegos se sienten primero poetas y después griegos. Aunque nunca han sido dados a agruparse o a firmar manifiestos, sino que siempre han buscado la independencia, los nuevos poetas están preocupados por los mismo asuntos que sus contemporáneos de otros países europeos, una vez relegados a accesorios los temas patrióticos que cantaron los poetas que les precedieron, los de la generación del 70 (Manolis Anagnostakis, Miltos Sachturis, Tasos Livaditis, Takis Sinopoulos o Titos Patrikios)». No creo que en la década transcurrida desde que fueron escritas estas palabras, el panorama hay cambiado sustancialmente, como queda de manifiesto en la completísima antología que han preparado Virginia López Recio y Dimitris Angelís para la revista Omnibus, en la que recogen la obra de poetas nacidos a partir de 1940.

 

De manera intermitente, pero con perseverancia, algunas editoriales españolas publican también libros de poetas griegos contemporáneos, como Cuatro estaciones, de Costas Mavrudíes, publicado por la editorial Pre-Textos y traducido por Vicente Fernández, uno de los grandes conocedores de la poesía griega; Aniversario, de Dimitris Angelís, publicado por Valparaíso Ediciones y traducido por Virginia López Recio o Maria Polidouri, publicada por Vaso Roto y traducida por José Manuel Macías. Más implicada en la difusión de la cultura griega en nuestro país está la editorial Pount de Lunettes, que ha creado una colección, Romiosyne, dedicada en exclusiva a la literatura griega (recientemente han publicado Encima del subsuelo, de Kostas Vrachnos, un viejo conocido nuestro, en traducción del propio autor y de Juan Vicente Piqueras), y contribuyen también a la difusión algunos blogs como el de Mario Domínguez Parra, dedicado a la traducción de autores griegos preferentemente. En este contexto debemos enmarcar Reflexiones en un sacro jardín marino, el libro que hoy nos ocupa. Su autor, Petros Malamidis —nació en Tesalónica, aunque hace ya varios años que recorre Europa ejerciendo distintas ocupaciones (ha residido también en España, país al que guarda especial afecto)— debutó con la novela Ante la muerte…risas hace ya más de quince años. Ha traducido obras de teatro del español y del rumano al griego y es autor así mismo de la obra teatral El círculo.

 

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Por lo que respecta a Reflexiones en un sacro jardín marino, como escribe Bernardo Souvirón en su atinado prólogo, «En sus versos respira una larga tradición de poesía griega que arranca, me atrevería a decirlo, en Alcmán (un poeta griego, quizá de Esparta, del siglo VII a. C.) y que, a través del tiempo, pervive todavía hoy». Personalmente creo que la influencia de cierta poesía en lengua española con el Neruda torrencial a la cabeza, pero también del Luis Rosales de La casa encendida e incluso del juego irracionalista de cierta poesía popular no es desdeñable en absoluto. El afán de interpretar el mundo a través de la palabra, una palabra desacralizada en estos versos («Sobrantes las palabras, los actos pobres,/ tú y yo y una caricia solo/ en el ahora, en el siempre, en el ayer») de establecer una cosmología propia en la que la identidad del poeta sea el eje sobre el que rotan las emociones y los recuerdos («Los recuerdos enfrente, vestidos de luto con personas. Unas veces amenazadores, enfermizos y deshidratados, y otras de nuevo muy brillantes con un ramillete de penas y alegrías en el humano abrazo del tiempo») encuentra una justa correspondencia entre el poema de largo aliento y el que podríamos describir como su opuesto, porque «hacen falta ojos para ver lo invisible».

 

Pero ¿de qué ojos estamos hablando? La retina que permite ver más allá de nosotros mismos, para internarse por los recovecos del alma no puede poseer la misma configuración que aquella que nos muestra la realidad, aunque sea deformada, deben ser unos ojos capaces de atravesar ese muro de sombra que rodea las cosas: «Los ojos abrí de nuevo/ y estaba ciego/ oscuridad a mi alrededor/ ¿acaso muerto?». De esa una mezcla entre sonambulismo y vida consciente, de precisión y voluntaria vaguedad están poblados estos poemas de Petros Malamidis, un poeta que iba siendo necesario leer y descubrir.

 

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