Sobre «Pero nunca los huesos de las aves (2024), de Jorge Pérez Cebrián

 

Vallejo & Co. reproduce el texto que para la presentación de Pero nunca los huesos de las aves (2024), leyó su autora, acto sucedido dos semanas antes de su salida a la venta, que coincidió con la DANA que arrasó y dejó a Jorge incomunicado varios días, con la sombra de su desaparición en sus pesadillas.

 

 

Por Elia S. Temporal*

Crédito de la foto (izq.) Ed. Pre-Textos /

(der.) ©Julio Portillo

 

 

Sobre Pero nunca los huesos de las aves (2024),

de Jorge Pérez Cebrián**

 

 

Yo sostuve entre mis manos el manuscrito de un poemario parecido a este, titulado Como acaso danza el humo cuando nadie hay cerca. Hace cosa de año y medio —he tenido que consultarlo; quienes me conocen saben que no tengo tan buena memoria—. Con este dato, estoy diciendo mucho. Quiero decir que ustedes pensarán que no soy alguien a quien el poeta ha buscado, ahora, a posteriori, para hablar de su libro (aunque no sería la primera vez que presentador y presentado se saludan por primera vez en el acto que unirá sus nombres para siempre).

Así, yo podría empezar esta presentación diciendo “Conocí a Jorge…”, “Cuando Jorge y yo nos conocimos…”. Pero Jorge y yo no nos hemos conocido nunca. Nunca en este mundo, aclaro. Y utilizo la palabra nunca como la utiliza un poeta, entiéndanme. Antes de encontrarnos con la persona, ambos nos encontramos con nuestra poesía. Antes que hablarnos en persona, nos dio por teclearnos, con el control de la escritura de por medio, con la profilaxis de la pantalla. Supe de su alma antes que de su carne; de su impulso vital antes que de su historia. Y salvo dos cervezas que nos hemos tomado en la que mirarnos a los ojos ha resultado extraño; salvo una entrevista que cruzamos y ambos lamentamos y nadie escuchará nunca porque Jorge la borró —o eso me dijo—; salvo esas tres salidas de la cueva, él y yo nos vemos en sombras. En el mundo intangible de las ideas, sí, según el imaginario del mito de la caverna de Platón.

¿Y por qué cuento esto? Porque da cuenta de que, para mí, Jorge es el poeta. El mito. No la persona (lo siento, a veces lo hemos intentado, pero no nos sale). Es el poeta porque su halo de misterio transforma mi recepción de su escritura. Intuyo, acaso conozco algunos datos, pero leo sus libros como quien lee a un clásico. Pues bien, este clásico ha ganado hace unos meses, con su cuarto libro de poemas (aquel cuyo manuscrito, aún en gestación, yo tuve el privilegio de leer en ciernes), ha ganado digo el XVI Premio de Poesía Joven Radio Nacional de España – Fundación Montemadrid.  Y quien piense que lo de “joven” está reñido con decir “clásico” es que no ha leído o no ha entendido a Jorge Pérez Cebrián. No en vano muchos de sus retratos, por ejemplo, los que acompañan a sus publicaciones en revistas y antologías, recuerdan esa aura romántica de Gustavo Adolfo Bécquer.

 

El poeta Jorge Pérez Cebrián

 

Pero volvamos al libro. Se trata de un poemario, maravillosamente editado por Pre-Textos, que está dividido en tres secciones. Si eso no es aristotélico que bajen los filósofos y lo nieguen. Bueno, no tienen que venir de muy lejos, que aquí en la sala veo a unos cuantos, el primero el propio autor. Y se titula ahora Pero nunca los huesos de las aves. El símbolo potente del pájaro, conectado con lo etéreo, lo divino, lo paradisíaco, pero asido por lo más duro de su ser, su centro material que lo condena a pesar sobre la rama, sobre la tierra que lo acabará cubriendo a pesar de todo. Por eso en su título anterior se aludía al “humo”, esa imbricación de gas y materia, pero ahora con “ave” y “hueso” tenemos el sema añadido de la vida. De la vida y de la muerte. Y hay un “nunca” que antecede, y antes un “pero”. Y ya no sabemos si niega o concede. Si la frase terminará de un modo u otro, como la vida misma, como la pugna entre el polvo que tiende a posarse y el viento que sin esfuerzo lo alza. Y nos ciega. Y no salimos nunca indemnes. Acaso sucios, polvorientos, como salimos todos de la vida.

Vida, muerte y asombro o maravilla; la estructura de este libro no podía ser sino tripartita: “Devolver el remo”, de siete poemas, “Antes de que nos halle la mentira”, de siete poemas, y “La sangre de Agamenón en el cuello de un cisne”, de ocho (o acaso siete más un poema final que actúa como broche del tríptico y que comentaré al final). No es casualidad que se combine el tres con el siete. Los ecos religiosos de ambos números son evidentes: la tríada, representación numérica de la síntesis de contrarios; el siete, representación armónica de las leyes cósmicas y la conexión entre el ser humano y la divinidad o el cosmos; y ambos símbolos de la perfección en tanto que totalidad.

Esta primera sección se abre con “Después del fin”, toda una declaración de intenciones cuyo último verso activa una de las claves con que leer el milagro: “Invadirá la tierra un todavía”. “Invadirá la tierra un todavía”. […] Dejo unos segundos para que invada este verso el ambiente, porque no quiero, ni puedo, glosarlo.

El segundo poema, “440 Hz”, transcrito en cifras y símbolos, se titulaba antes “La música y la guerra”. Feliz cambio. El hercio, como unidad de frecuencia, nos traslada al mundo de la música, concretamente cuantificada esa frecuencia con el número 440, referencia exacta para afinar la altura del sonido en un instrumento. O en la voz. No sé mucho de música, pero si uno está pensando en una nota ni muy grave ni muy aguda, la paradoja es que el mundo, la fricción del mundo, de las personas, el conflicto, resulta siempre demasiado grave o demasiado agudo, y acaso vagamos con el vano intento de templar lo que solo el azar templa, aunque a veces nos dé la impresión de que lograr el equilibrio depende de nosotros. ¿Depende de nosotros el equilibrio del mundo? Aquí actúa la esperanza. La certeza que sin esa creencia, sin esa esperanza, no habría equilibrio posible. No actúas igual si estás construyendo con ilusión tu vida que si ya lo das todo perdido, ¿verdad?

 

 

Con todo, Jorge es nostálgico. O transmite apariencia de serlo. Demasiado joven para ser nostálgico. Uno lee su poesía y abraza esta certeza. La celebra. Y contaré una anécdota. Una vez le pedí un acto de fe. Quise convencerlo de algo, y yo misma supe que no lo lograría. Acto de fe. Que confiara en mí, le pedí. Y no lo hizo. He querido contar la anécdota pero no me ha salido, porque si desvelo el qué, se disipa —creo— la magia. Le dije: “si lo que quieres es posicionarte en contra de algo, se me ocurren varios blancos donde hacer diana de manera mucho más productiva…”. Él se posicionó, sí, pero del lado de lo antiguo, de lo que siempre ha sido así, aunque ya no fuera vigente. Es una nostalgia rebelde la suya. Y aún añadí: “Lo dicho, deja la raya donde sea mejor recibida y quema del papel la hojarasca”. Así, descontextualizado, este comentario puede quedar misterioso, pero quizás él se acuerde del quid. No ahora, que niega con la cabeza; acaso algún día, con otra cerv/teza.

No he podido contener mi curiosidad y he comparado mi lectura anterior de este libro con la actual. Y descubro, como quien halla algo significante, que hay poemas enteros que han desaparecido. O quizás, como la energía, se han vertido en otro impulso, en otro todo. De “Un poema” (ese es, o era, el título de uno de los suprimidos) me dejé anotado: “Cada vez que leo este poema me estremezco”. Lo único que no me convenció era el título, y le dije: “¿Por qué lo titulas ‘Un poema’? Me parece una oportunidad perdida… Ya lo había leído, acaso en Instagram, pero no recordaba que era tan sumamente precioso. No me extraña que no encuentres otro título, necesitarías uno tan sublime que sería difícil hallarlo. Imposible y no.” Ahí acaba la cita de lo que entonces le dije. Y ahora no está entre estas páginas. Será que el poeta no ha encontrado aún título, será por eso que ha arrancado la rama entera por no estar en sazón la fruta que cuelga en el extremo… Y otro verso sobrecogedor eliminado: “No hay otra forma más de ser la vida”, escribió entonces y borró ahora. Dónde fueron esas palabras…

La segunda sección, “Antes de que nos halle la mentira”, iba anteriormente rotulada con un título en inglés, que podríamos traducir como “Su nombre era coraje”. Acaso entonces renunció el poeta a nuestro idioma por marcar el género y poder decir “her”. Y volvemos a sumergirnos en ese lenguaje abierto, donde la inquietud, la del yo lírico y la del lector, se encarna en verbo, se hace carne y la ves. Y tienes la certeza de que acaso otro vea otra cosa. Es la virtud de la poesía, y la de Jorge lo desborda.

 

El poeta Jorge Pérez Cebrián

 

“Perspectiva y símbolo” es buen ejemplo de cómo funciona la mano creadora de este poeta, una mano que conecta los nervios que calientan las yemas de sus dedos con los extremos sensitivos que comunican con el cerebro. El poema comienza así:

Es entonces,

en el preciso instante de tu beso,

de tu espalda escanciando

jazmines al pasado

y la puerta cerrando su promesa,

cuando pasa. (p. 47)

 

Creo que ya sé por qué me gusta tanto la poesía de Jorge Pérez Cebrián. Recrea momentos concretos, cuando el tiempo se para y el yo siente tantas cosas y las palabras no son suficientes. Pero en su caso lo consigue. Las convoca y lo consigue. Otros necesitan música y color. A Jorge Pérez Cebrián le basta con el negro sobre el blanco de la hoja silenciosa. Y brotan de la página los acordes y colores; aunque eso sería simplificarlo demasiado. “Me siento muy afortunada de ser tu lectora —le dije—. Y de conocerte sin conocerte”. Tan distantes y tan extrañamente cercanos.

El poema continúa, y a mí me hace llorar, a ver si consigo leer siquiera un fragmento con los ojos secos —no recuerdo si lo conseguí—:

Tu ropa es del color de un todavía

y la casa se llena de otras partes.

Me miras

y sonríes

y me dices

tu vida, con un brillo de inocencia,

como si no supieras que es la mía,

y todo bajo el aire se hace ave. (pp. 47-48)

 

Me seduce de la poesía de Jorge su absoluto dominio del lenguaje. Incluso para subvertirlo. Las pausas pensadas para significar, las suspensiones, las categorías gramaticales funcionando al margen de la gramática.

“Es aquí” es el verso con que comienza el poema precedente… (y luego se repite diseminadamente en su interior). No se me ocurre mejor comienzo para un poema que se titula “Un lugar” (pp. 44-46). Este es el libro de un poeta que asiste a todo con asombro, que no da nada por supuesto, aunque tampoco es amigo de lo explícito. O justo por eso.

Los poemas de Jorge Pérez Cebrián, y no ocurre distinto en este libro, me hacen preguntarme —no a veces, sino cada vez que lo leo, lo aseguro— qué clase de experiencias de amar has tenido para cifrar de un modo tan bello el amor humano. Y desconocerlo todavía aumenta más el misterio y no sé si quiero saberlo. Palparlo sería acaso perder para siempre su fuerza.

 

El poeta Jorge Pérez Cebrián

 

El libro termina, me disculparán el espóiler, con una imagen soberbia de tan humilde, si eso existe. Es el poema “Ligero de equipaje”, que cobra todo su sentido a la luz del título que alude al símbolo del ave y el hueso, la ingravidez del vuelo y lo inevitable y necesario del viaje. Cito un fragmento:

Y mirad:

este que nada tuvo

nada os deja que no sea ya vuestro.

Os dejo el mundo

el mundo cierto, milagroso y vano.

Así que abrid las manos como flores,

con justicia,

aunque tan sólo sea

para que al fin se cumpla en vuestros ojos

la íntima verdad del universo:

la furiosa belleza de la vida. (p. 70)

 

Así acaba Pero nunca los huesos de las aves, con un binomio que es una poética, que rotula de manera antagónica y tan cierta la cosmovisión de un autor que, para mí, es el mejor poeta joven de nuestro país. Acaso podamos también quitar el adjetivo joven (o el tiempo lo quitará por mí).

No me habléis de poesía si no me vais a hablar de Jorge Pérez Cebrián.

 

 

 

 

 

*(Requena-España, 1996). Poeta y gestor cultural. Reside en Valencia (España). Filósofo por la UNED (España) y estudiante de Historia del Arte. Se ha desempeñado como profesor de talleres literarios. Ha obtenido el 42º Premio Internacional de poesía Arcipreste de Hita (2021) y el XVI Premio de Poesía Joven RNE – Fundación Montemadrid (2024). Ha publicado en poesía La voz sobre las aguas (2019), La lumbre del barquero (2021), De cuánta noche cabe en un espejo (2022) y Pero nunca los huesos de las aves (2024).

 

 

 

**(Valencia-España, 1982). Poeta, crítica y ensayista. Se desempeña como profesora titular en la Universitat de València (España), donde es doctora en Literatura Española y en Educación. Además, es directora del grupo de investigación TALIS y miembro de PoGEsp, donde estudia la poesía de escritoras españolas del siglo pasado. Pertenece a la directiva de la Plataforma de Escritoras del Arco Mediterráneo y de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios (CLAVE), donde es vicepresidenta y secretaria de los Premios de la Crítica de la Comunidad Valenciana. Obtuvo el IV Premio de Investigación Poética de la Universidad de Córdoba (2022), el XX Premio Internacional A. Oliver Belmás (2005), el Premio de la Crítica Literaria Valenciana (2007) y el Premio Internacional de Poesía Rafael Morales (2024). Ha publicado en poesía De cómo ya no duermo sola (2006), (re)versionada bajo el título 180º (2019), Encara sospire nits (2007), Al nord amb els teus ulls (2016), Poetes d’exili (2016), Cuaderno de las tres estaciones (2021), 2/3 (2024); y el diálogo lírico a/brazadas (junto a la poeta Mar Busquets-Mataix, 2023); y un ensayo sobre José Hierro. Elia S. Temporal en redes sociales:
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