Sobre «Ningunlado/Nirgenland» (2021), de Patricia Colchado

 

El presente texto, que ahora Vallejo & Co. reproduce, fue leído por su autora, durante la presentación del poemario Ningunlado/Nirgenland (2021) de Patricia Colchado, en la 8va Feria Internacional del Libro de Cusco (Perú).

 

 

Por Rossella Di Paolo

Crédito de la foto (izq.) la autora /

(der.) Hipatia Eds.

 

 

Sobre Ningunlado/Nirgenland (2021),

de Patricia Colchado*

 

 

Hay quienes se arrancan de sus orígenes (casa, pueblo, ciudad) para seguir un amor o para abrirse a nuevos horizontes, y sus viajes son tan turbulentos como sus corazones o sus sueños. Pero hay muchos que tienen que “abandonar sus raíces a la fuerza” (poema “Un árbol dentro de mí”) por guerras, por regímenes dictatoriales, por persecuciones, por el hambre acuciante.

Largas marchas, procesiones, caravanas interminables de mujeres, niños, hombres, ancianos de todos los colores se internan con sus pequeños atados por caminos hostiles, pasos de frontera, o se embarcan en botes inestables. Muchos no llegan a su destino (naufragan o mueren a tiros o en contenedores sellados), y los que consiguen llegar encuentran casi siempre desprecio, maltrato, vacíos, golpes y muerte. Y hay que sobrevivir, buscarse la vida, volver a empezar, y devolver golpe por golpe “la mordedura ponzoñosa que aprendí de ellos” (poema “Sueños ígneos”), o agradecer a quienes nos abren sus puertas y nos calientan las manos y el estómago. En fin, mimetizarse con quienes nos acogen o nos rechazan, aunque eso signifique abandonar costumbres, ritos, creencias y confundirse, refundirse en otra vida. O abandonar una lengua que se atesora como un secreto: “Por las noches canto en mi idioma” (poema “Desamparo”).

 

La poeta Patricia Colchado

 

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En el poema “Morabaraba”, leemos “Somos lo que hemos dejado de ser”, y nos perturba saberlo. Pero no se deja de ser totalmente, pues hay un país que viaja junto a esos hombres y mujeres, una patria que está dentro de ellos: sus recuerdos de infancia, si esta fue amable. Si no, esa infancia que duele es un acicate para huir a reinventarse.

“Una mitad de mi corazón/ se resigna a vivir/ en esta nueva superficie;/ la otra se contrae ansiosa/ entre los paisajes de mi niñez” (poema “Camuflaje”). El precio es duro. Ir extraviando la identidad en el camino del exilio, y terminar por perderla en esa tierra nueva, en ese paraíso prometido, que a veces es llegar a la capital de tu propio país, o es cruzar fronteras u océanos una y otra vez, siempre empujados por algo que nos odia.

“Somos de arcilla, adquirimos una nueva forma/ según la mirada del otro” (poema “Cordón umbilical”). Muchas veces no solo se pierde la patria, sino que tampoco se logra formar parte de la patria a la que se arriba. Y es así que eres de Ningunlado.

Con este título Patricia Colchado señala, muestra, denuncia con dolor ese viacrucis que atraviesan los que abandonan su tierra natal para intentar vivir en espacios más benignos, pero que a la larga se quedan en el aire, o un aspecto de ellos se queda en el aire. Ni de aquí ni de allá. La voz de estos poemas ha cosido las dos palabras del título, como queriendo unir eso que se deja atrás y eso nuevo que se abre. Zurcir las fronteras, las grietas para que no lo sean. Un acto de empatía y de amor.

En Ningunlado o Nirgenland los poemas pueden leerse en castellano y en alemán. Una lengua al lado de otra, vecina de otra, tal vez alertas, tal vez prójimas. Como los poemas y los dibujos que los acompañan: dos lenguajes que se buscan o se separan. Los poemas traducidos y los expresivos dibujos de la autora otorgan un viso particular a la bella y sobria edición de Hipatia Ediciones.

 

 

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El poemario da voz a mujeres con niños, hombres, ancianos. Un coro de voces, de clamor, de llanto que reflejan a los seres que buscan donde asentarse por fin. Nadie saldría de su patria si esta los cobijara y les diese futuro.

Entre estos seres trashumantes aparecen casi siempre mujeres que se aferran a sus criaturas, sea en su vientre, contra sus pechos o entre sus brazos: “Y, a pesar de todo, es este pequeño/ el que me ha salvado. No este permiso de residencia, no esta compasión”. (poema “Orfandad”).

Contrariamente a la imagen de una madre que vela por sus hijos, son estos hijos los que salvan a sus madres, pues la lucha por ellos las reviste de una nueva energía. “Mas este niño es mi cordón umbilical/ que me ata a la vida;/ él, a pesar de su tristeza, me ayuda a respirar,/ me ayuda a extender las manos./ Compartimos las migajas de un pan negro/ que sabe a cielo dulce” (poema “Cordón umbilical”).

Las presencias maternales en estos poemas cargan de sentido a la palabra “matria”, que aparece en “Un árbol dentro de mí”, poema que al hallarse al final del libro nos sugiere que se ha arribado a buen puerto. No “patria”, sino “matria”, un sesgo definitivo en una palabra enclavada en la idea tradicional de que nacimos en una patria, el lugar del padre. Pero matria habla de madre, de orígenes, de cordón umbilical, y dejar esa matria supone un desgarro, una herida. Pero matria podría ser también el nombre de la patria ajena, en tanto en cuanto nos acoja. “Llamo matria a esta banca que me acoge a diario,/ a este viento que corre libre de pólvora y azufre”.

El yo poético acompaña con afecto y cuidado a esas mujeres y hombres que han dejado todo atrás. Sus vidas asustadas cruzando océanos, cruzando desiertos, campos de espinas, alambradas, balas… Cada poema nos revela a personas que aún tienen una esperanza y hacen lo indecible por asentarla. Si no ellos, sus hijos. Un libro que habla de continuidad, de sobrevivencia, de rabia por vivir.

En el poema “Tribulación” nos damos de bruces con un niño ahogado. Sentimos consternación y rabia… y recordamos de pronto una fotografía y unas palabras: ese niño se llamaba Alan, tenía apenas tres años y era sirio. La fotografía dio la vuelta al mundo, en ese sentido tuvo más suerte que el pequeño, pues él está detenido para siempre en esa playa, junto a su madre y hermano muertos. Pero también en el triste y bello poema de Patricia Colchado.

Leemos el poema “Tizne” y recordamos con espanto el secuestro y esclavitud de niñas de escuela por parte del grupo fundamentalista Boko Haram, en el norte de Nigeria. Luego, nuestra memoria nos lleva a Malala, la valiente joven pakistaní que sufrió un grave atentado contra su vida. Su gran pecado había sido alentar la educación de las niñas y jóvenes. En Inglaterra lograron reconstruir su rostro, y hoy es activista por los derechos civiles. Ella recibió el Nobel de la Paz en 2014.

Los nombres de personas, grupos y países son obviados por Patricia Colchado quizá porque el simbolismo del exilio abraza a casi toda la humanidad, casi todo el tiempo.

 

La poeta Patricia Colchado

 

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Mientras escribía estas líneas supimos que el reciente ganador del premio Nobel de Literatura es el novelista Abdulrazak Gurnah, nacido en Tanzania, en 1948, en una pequeña comunidad musulmana perseguida por el dictador Abeid Karume. Él, y parte de su familia, se exiliaron en los años 60 en el Reino Unido. Obras suyas como En la orilla, Precario silencio hablan sobre la dolorosa experiencia del exilio.

Dos casos extremos de quienes buscan refugio: el pequeño Alan, que murió en el intento; y Abdulrazak Gurnah, que en su tierra de adopción aprende una lengua nueva, estudia, trabaja, escribe y ve recompensado su esfuerzo.

Entre uno y otro, seres cuyos nombres desconocemos pero valiosos en sí mismos, que corrieron su propia suerte: algunos no llegaron a su tierra de promisión, otros llegaron y encontraron paz, o no la encontraron nunca, en ningún lugar, en ningunlado.                                 

 

 

 

 

 

*(Chimbote-Perú, 1981). Poeta y narradora. Reside en Múnich (Alemania). Fue miembro del comité editorial de las revistas de literatura Ajos & Zafiros y Los Zorros. Ha dirigido la colección de narrativa peruana “Diamantes y pedernales”, de la editorial San Marcos. Ha publicado en poesía la plaqueta Hyercubus (2000), Blumen (2005), Las pieles del Edén (2007), Ciudad ajena (2015) y Ningunlado (2021); y la novela La danza del narciso (2011).

 

 

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