Por: Carlos Alcorta
Crédito de la foto: Izq. Ed. Prensas de la
Univ. de Zaragoza
Der. www.forcolaediciones.com
Sobre Nada se pierde. Poemas escogidos (2015),
de Jordi Doce
Los que seguimos puntualmente la obra poética —por supuesto, también la obra narrativa y ensayística, pero por fortuna, en esos ámbitos hemos tenido recientemente excelentes muestras de su quehacer— de Jordi Doce estábamos echando en falta un nuevo libro y, aunque una antología propiamente dicho no lo es, sí que en muchas ocasiones, y esta es una de ellas, podemos leerla como si lo fuera. Podría pensarse que el grueso del volumen lo conforman poemas inéditos, y esa razón es la que le confiere el carácter de nuevo libro, pero no es así. Hay, sí, poemas inéditos, «anticipo de un libro en curso», pero no son demasiados. La particularidad reside en que los setenta y siete poemas están agrupados por ciclos cronológicos, sin hacer mención al libro en el que fueron originalmente publicados. Esta indeterminación resulta beneficiosa a la hora del leer el libro como un todo, paradójicamente, armónico. «La selección —escribe Jordi Doce—, por así decirlo, se ha hecho hacia tras, empezando por lo más reciente y empleando ese germen primero para retroceder en el tiempo y obrar las elecciones y los descartes oportunos […] He aprovechado para rehacer frases y expresiones, suprimir versos y enmendar errores de todo tipo…».
Una poesía, sobre todo en los primeros poemas, de tono confesional, en la que no faltan sin embargo, irisaciones irracionales, no podía comenzar de forma más adecuada que con un temprano, está fechado en 1988, poema titulado «Biografía», aunque el yo busque un personaje interpuesto —Van Gogh, en este caso— para hablar de sí mismo y su propia intimidad quede, por tanto, difuminada en otro individuo. La desconexión temporal entre el pintor y quien escribe se percibe con mayor intensidad gracias a la ausencia de puntuación y a las alteraciones del ritmo narrativo. En los poemas posteriores, vemos cómo, poco a poco, la narratividad adquiere un curso más sereno. La corriente discursiva que brota violenta desde el manantial se va remansando paulatinamente, así, hasta llegar al poema en prosa, género éste que confiere al poema un ritmo distinto, generalmente más acompasado que el verso, aunque sus registros métricos sean apenas difieran. Jordi Doce ha investigado desde sus comienzos como poeta en estrofas y formas diversas. Jamás ha condicionado su poética a una enunciación determinada, por eso, junto a poemas de largo aliento como «El paseo» o «Lectura de Marguerite Yourcenar», encontramos numerosos ejemplos de poema en prosa (la segunda parte del titulado «Sylvia Plath» o «Manual de instrucciones para construir una ciudad») e, incluso, de estrofas de arte menor, como haikus o las que integran el poema titulado «Regreso a Sheiffield». Personalmente creo que esa versatilidad es del todo conveniente si el poeta quiere ser fiel a ese primer impulso que dicta el poema y, por otra parte, esa alternancia de registros demuestra la voluntad indagatoria y la ausencia de prejuicios estéticos. Es el propio poema quien dicta su retórica. Hacer lo contrario significa violentar su curso natural, ya de por sí suficientemente transformado por la propia esencia poética. Sin duda, mucho mejor que yo lo explica Jordi Doce en el último fragmento del poema titulado «Preámbulos del poema»: «No soñé con nieve, pero todo lo soñado se asienta en ella. Luego, cuando salga a la calle, será ese territorio el que pise, seré yo quien entre como una prolongación furtiva en mi sueño; y quien tome residencia con la primera palabra pensada o escrita sobre la nieve».
Después de leer estas palabras sabemos que, ciertamente, como el título del libro indica, nada se pierde, porque, a pesar de las modificaciones, de las supresiones, de las tachaduras, todo que queda implícito en lo que permanece. Jordi Doce así parece confirmarlo, porque estos poemas, como quiere su autor, «abren puertas […] exploran fugazmente este o aquel territorio».
Desde aquella lejana plaquette titulada Mar de fondo (1990) hasta hoy han transcurrido veinticinco años de creación poética —no hacemos mención, como avanzamos previamente, a los importantes libros de ensayo, a los dietarios o las innumerables traducciones—. En medio, libros como Anatomía del miedo (1994), el misceláneo Bestiario de Anad (1995), Diálogo en la sombra (1997), Lección de permanencia (2001), Otras lunas (2002), Gran angular (20059 y el más reciente Monósticos (2012). En diferentes proporciones, dichos títulos están incluidos en Nada se pierde —un excelente título publicado con el mimo al que nos tiene acostumbrados la colección dirigida por Fernando Sanmartín, La gruta de las palabras, de la Universidad de Zaragoza—; un libro imprescindible pero que, a juzgar por lo que anuncian los nuevos poemas, nos deja con la miel en los labios, a la espera de la publicación del poemario completo que su lectores deseamos no se demore más allá de lo estrictamente necesario.