Por Paula Giglio*
Crédito de la foto (izq.) Afiche por Primer Naufragio
(der.) Fotograma del cortometraje
El sentido de lo inevitable.
Sobre Muhamab el zurdo (2020),
de Andrés Restrepo**
Cuando creíamos ver en la primera escena un conflicto, el hecho de ver a un anciano caerse en el parque a Muhamab le suscita: nada. Luego pensamos en la total indiferencia que puede tener una persona, pero no. Muhamab apunta en su libreta lo que acaba de ver: un viejo más que se cae en la ciudad. Camino al trabajo, el suceso se repite. Muhamab mira impávido a otro anciano que se encuentra tirado en la calle, tras haber desparramado, por la caída, las naranjas que llevaba en su canasto. ¿Por qué los viejitos se caen en la calle?, le pregunta después, en la oficina, a uno de sus empleados, que redobla la duda del jefe al decirle que quizá solo buscan llamar la atención.
Muhamab hace todo sin inmutarse. La jornada transcurre sin mayores problemas, excepto por el hecho, que es un hecho en la sucesiva cadena monótona de hechos, de que el juguito de frutas que forma parte de su almuerzo no trae el sorbete que debería traer. Lejos de poseer una escala de prioridades, para Muhamab todo tiene el mismo peso. Las cosas ocurren sin motivo alguno; son tan importantes como insignificantes, y sus pulsiones frente a eso se suceden, una tras otra, de manera inercial. Tanto da permanecer en la oficina como tomarse un avión a otra provincia para ir a reclamar el sorbete ausente en su envoltura transparente.
El manejo del absurdo que plasma Restrepo en la narrativa del corto es el primer acierto. Los puntos de inflexión que sirven para articular el sinsentido que percibe Muhamab son, sin duda, comparables a percepciones que tuvieron personajes en la literatura: Bartleby, el escribiente, en el cuento de Melville, el recurrente K. en las novelas de Kafka, Vladimir y Estragón en la obra de Beckett. La reacción opuesta a lo que demanda el afuera, un espacio donde todo parece tener un sentido, e incluso la transformación completa de ese afuera en función de la distorsión subjetiva. En el caso de Muhamab, la apuesta por el absurdo es fuerte, pero no causa sensación de encierro, de no-salida del lugar en el que se da vueltas en círculo. Muhamab no sufre en su círculo vicioso. No mientras no haya un elemento disruptivo que haga eco de una realidad distinta. Pensemos en la cita que da inicio al cortometraje: la mención a Sísifo y, puntualmente, a esta idea de que el personaje mitológico es feliz mientras arrastra su piedra hasta la cima. En la atmósfera que crea Restrepo no importa, al menos en principio, si la piedra luego cae y Sísifo debe ir a buscarla de nuevo, infinitas veces. La analogía que el director rescata hace foco en algún tipo de estado anímico que carece de lamento por parte de Muhamab.
Hay también una coherencia interna del personaje en cada una de las escenas, y este es el segundo acierto de Restrepo. Muhamab come sin saber si tiene hambre; se masturba como un acto más de su tedio; roba libros de autoayuda que lee a medias, sin interés, y que luego quema; arrastra la valija con rueditas como si no las tuviera. En el hotel donde habrá de hospedarse hasta recuperar el sorbete, conoce a Luna. Por primera vez, parece importarle algo: se cruzan en el ascensor y ella, una estudiante de Historia con sus anteojos y sus papeles, le mancha, por descuido, la remera con un marcador que lleva destapado en la mano. Los detalles revelan información que se condice con el clima del corto: Muhamab lleva puesta una remera de Camus y no sabe pronunciar el apellido del escritor correctamente. Luna sí.
La aparición de este segundo personaje tiene dos momentos. Ante los ojos de él, ella es una rebelde convencional. Como un hecho igual de insulso y naturalizado que todos los demás, Muhamab se siente atraído por ella y viven una suerte de aventura amorosa casual. El eclecticismo de secuencias y decorados es tan rico como amoroso. No por significarle algo banal, Muhamab desprecia la parte romántica de quedarse comiendo pizza con ella en la cama. Hasta que el objetivo de su viaje se concreta: el reclamo ha sido atendido y Muhamab sostiene, en un plano detalle, el sorbete que le faltaba. Ahora podrá tomarse su juguito, pero no lo hace. Da igual que si no se lo hubiesen dado. A partir de ahí, comienza el segundo momento en donde Luna pareciera cobrar un significado, aunque es casi imperceptible. Muhamab se queda, pudiendo irse, si bien se advierte en su conducta que, si no regresa a Buenos Aires, es porque tampoco tiene sentido.
Un día, Luna decide teñirse el pelo de verde. Esta secuencia resulta crucial: Muhamab la acompaña a la peluquería, donde todo transcurre en cámara lenta, y vive ese momento como algo monstruoso, casi como una epifanía, pero no sabemos de qué. El conflicto se advierte como un movimiento interno. En la escena siguiente, Luna lo confronta ideológicamente y el universo escéptico de Muhamab parece sufrir un quiebre. Debe admitir, detrás de su enojo, que no creer en nada es también creer en algo. Si su excusa, o su justificación, era erigirse desde un no-ser, se topa con que él-es. Él también sostiene una bandera, aunque no quiera llevar ninguna. No escapamos a la forma, y el sinsentido es una forma tan real como las otras. Tras experimentar una profunda incomodidad, toma la decisión de volver a Buenos Aires inmediatamente.
Lejos de Luna, Muhamab se da cuenta de que la extraña y empieza a adoptar las mañas y los tics de ella. El final del corto podría leerse como un acto necesario, que sigue el curso normal de lo que ya estaba preestablecido dentro de la estructura interna de la historia, pero hay un guiño que resulta decisivo. Una voz en off nos habla de una piedra en el camino. Muhamab se agacha para juntar una aceituna que acaba de caérsele. Y entonces volvemos a la cita sobre Sísifo: habrá que imaginarse a nuestro personaje feliz, al menos hasta ese instante.
Para Muhamab, no se trata de haber encontrado el sentido que antes no veía, sino que lo vive físicamente, existencialmente, a través de ella. En la ruptura de su lógica del sinsentido, Luna no es una mera otredad que le ofrece una cosmovisión distinta; no es, como hubiese sido un lugar común, la mujer que, al irrumpir en su cotidiano, vuelve a Muhamab una persona nueva, diferente. Luna es ella misma un espacio existencial en donde Muhamab se encuentra y se identifica bajo una forma concreta, y, en este sentido, el distanciamiento que sufre el personaje es letal. Casi como mirarse por primera vez al espejo y que luego ese espejo se rompa. Muhamab se ha visto y eso es inevitable.
Puedes ver el trailer de Muhabab el zurdo dando click aquí.
*(Córdoba-Argentina,1988). Poeta y licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Reside en Buenos Aires. Obtuvo el I Premio Centrifugados de Poesía Joven (España, 2018). Ha participado en el XII Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires (Argentina, 2017) y el XXXIII Festival Internacional de la Poésie de Trois- Rivières (Canadá). Ha publicado en poesía Ella, naturaleza (2012), En el cuerpo (2016), Un lugar para mis piernas largas (2018), La risa loca de los ángeles (2018) y Hoy llueve en el mundo (2019).
**(Medellín-Colombia, 1996). Realizador audiovisual, guionista y poeta. Reside en Buenos Aires (Argentina) desde el 2016. Egresó de la Escuela Profesional de Cine de Eliseo Subiela. En la actualidad, cursa la Licenciatura en Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes (Argentina). Se desempeña como profesor adjunto de la cátedra de Guion I y II de la facultad donde egresó. Ha dirigido los cortometrajes Muerte, no seas mujer (2018), El corazón es la cuarta pared (2019) y Muhamab el zurdo (2020), con los que participó en diversos festivales internacionales. En el 2020 resultó finalista del 38° Premio Nacional de Literatura, modalidad dramaturgia o guion, de la Universidad de Antioquia, con su guion de largometraje Ir por ahí. Ese mismo año publicó el poemario La bohemia que pagaron mis padres.