Por Nilton Santiago
Crédito de la foto (izq.) RIL Eds-Aerea /
(der.) www.laopiniondemalaga.es
40 años de pensamiento mágico.
Sobre materia sublevada (obra selecta 1979-2018) (2021),
de Víctor Rodríguez Núñez
Víctor Rodriguez Nuñez*, como un “maquinista de camino” nos trasporta en el tren de su poesía por esta “obra selecta”, desde esa primera estación, Cayama, aparecido en 1979, hasta su último libro publicado: enseguida [o la gota de sangre en el nivel] en el 2018, es decir, tenemos entre las manos casi 40 años de testimonio poético.
Desde los primeros versos de esta antología: “ese pájaro come/ a grandes picotazos el silencio”, Víctor ya nos introduce en ese pensamiento mágico, en esa palabra poética que se construye en torno a lo mágico, para decirnos que hay otras maneras de estar en el mundo, otras consciencias, donde el poeta es un testigo, sí, pero que se borra para ver, para ser. Espacios donde el mercado y la sociedad de consumo son inútiles, porque no los pueden explicar. Se dice que el poeta a veces es présbita porque sólo ve bien de lejos. Y puede que, en esas páginas, donde se construye también un yo, Víctor nos hable mejor de su Cayama que desde Cayama. Pero al hacerlo, nos habla de algo más universal: de la condición itinerante del hombre que se desplaza, de la soledad del que busca “quién es” o “qué ha dejado de ser”.
Cuando uno lee la poesía de Víctor, también atestigua cómo “el ser” se va reconstruyendo en la pregunta, en su dialogo con la consciencia, donde el yo a veces se diluye, una y otra vez, para volverse a reconstruir desde sus orígenes. Muchos pensarán que es una manera de nostalgia, yo lo veo como una deconstrucción necesaria para identificarnos dentro de esa otredad en la que nos hacen vivir. ¿Qué somos, qué nos contiene? o más bien ¿qué contenemos? Quizá lo que nos diferencia es lo que nos hace parecidos. Lo que nos acerca.
Como dice Víctor, la poesía es anterior a la literatura e incluso anterior al ejercicio poético, y puede que haya nacido cuando ese primer hombre vio pasar a un cometa e intentó describirlo o explicarlo. Su poesía nace desde esa capacidad de asombro, de esa manera de describir el asombro. Aunque debo decir que, en el caso de Víctor, el primer hombre no fue hombre, sino mujer, ya que según él mismo recuerda fue su abuela quien le contaba que había visto al cometa Halley o “ese viejo maleante de los cielos”, como lo llama Víctor en ese hermoso poema fundacional “prólogo a la arboleda perdida de rafael alberti”.
En sus inicios, la poesía de Víctor fue catalogada como «tojosista», luego como conversacional y recientemente críptica, una suerte de “irracionalismo hispanoamericano”. Yo creo que su poesía ha ido huyendo de las etiquetas para transportarnos en su pensamiento, en su palabra, que, por cierto, para nada rehúye de la realidad. No es hermético lo que comunica. Y la poesía de Víctor no sólo comunica, sino que es militante de la realidad, que describe y cuestiona —pienso en ese verso de despegue: “Granna no miente pero tampoco dice la verdad”—. Incluso se podría decir que la hace más real, porque la desmitifica.
Cuestiona también el lenguaje, prescinde con frecuencia de las mayúsculas y de los signos de puntuación para hacer que el poema no tenga esas preocupaciones terrenales- y fluya, tal y como es, sin orillas ni bordes.
Alguno de esos domingos por la mañana, aun con el sábado a cuestas, me iba a desayunar a la plaça Vicenç Martorell, cerca de mi casa en la calle Tallers. Muchas veces me llevaba intervenciones o desde un granero rojo. Los niños corrían por los juegos infantiles y los perros dialogaban en sus ladridos. Leía varios poemas hasta que cerraba el libro. Descansaba los ojos bajo las palmeras. Entonces, por momentos, me veía como un niño pequeño, entre otros niños, corriendo detrás de una pelota o jugando con un perro callejero en Lima o Cayama y, de pronto, todo era Cayama o Lima y todos éramos el poema que dice. Que transciende. Como la mano de la madre que vuelve a la memoria para ofrecernos un trozo de chirimoya o de guayaba.
Puede que este sea un mundo que se acaba y que todos seamos unos pequeños instantes. Pero la poesía permanece, se rebela y nos interpela, da sentido a lo que parece que no lo tiene o que lo ha perdido. Esta materia sublevada, estos poemas, también son testigos del milagro del tiempo; no sólo porque le dan un significado más humano y honesto, sino porque lo detienen en su belleza efímera y necesaria.
Tal vez porque, como un cometa, provienen de un lugar anterior a la poesía.
Barcelona, 22 de octubre de 2021
*(La Habana-Cuba, 1955). Poeta, periodista, crítico y traductor. Doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Texas en Austin (EE. UU.). En la actualidad se desempeña como catedrático de esa especialidad en Kenyon College (EE. UU.). Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Alfons el Magnànim (2013) y el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe (2016). Durante la década de 1980 fue redactor y jefe de redacción de la revista cultural cubana El Caimán Barbudo. Ha traducido poesía tanto del inglés al español (Mark Strand y John Kinsella), como del español al inglés (Juan Gelman, José Emilio Pacheco y Jorge Enrique Adoum). Ha publicado en poesía desde un granero rojo (2013), despegue (2016) y el cuaderno de la rata almizclera (2017), materia sublevada (2021), entre muchos otros.