Poemas por Kevin Cuadrado*
Nota por Esteban Mayorga
Crédito de la foto (izq.) Ed. La Caída /
(der.) Alba Lorente –
www.fundacionantoniogala.org
Sobre Máquinas de vivir (2024),
de Kevin Cuadrado
Lo más conmovedor que habilita Máquinas de vivir tiene que ver con el uso y composición éticos del espacio. Es decir, con la posibilidad de encontrar, a través de su construcción poética, formas de desplazar la palabra hacia los entornos y no centrarse necesariamente en los sujetos que los habitan. Esto permite que Cuadrado resignifique casi todo matando el nombre de lo dicho, conversando con el paisaje, fabulando al niño en la ventana, y con esta intervención, me parece, desestabiliza cierta noción ingenua de la verdad. Este ejercicio es importante porque exige una inteligencia particular; porque pone al límite lugares específicos que van abriendo la noche a gritos; y sobre todo, porque establece todo el tiempo una forma nueva de ver.
Lo que interesa entender, además de disfrutar de las ventanas azules y abiertas: la noche, es ver cómo Cuadrado empieza a fracturar la frontera que pretende dividir lo exterior de aquello que no lo es: sea la casa que se sueña, sea el nido ya sin ramas que buscan los pájaros, sea lxs cuerpxs, o los mismos pueblos solitarios que parecen incapaces de vivirse. Esta fractura es completa y densa y fuerte porque empuja a que habitemos la palabra, es decir que enuncia como única salida el sistema de aplazamientos y vacíos propios al lenguaje. Lo que sea que medie entre un edificio, una casa, un campo y el significante que lo muestre viene a ser, en este libro, una posibilidad de reimaginar energías, tonos, situaciones que le son propios a la formación del ser y sus arrugas, dentro de las cuales hay un reloj diminuto.
Quisiera aprender de Kevin Cuadrado e intentar comprender cómo hace para escribir lo que termina con lo propio y lo que comienza con lo otro: aquel momento donde empieza la diferencia, la inviabilidad de la expresión o su inversión. El poeta parece, entonces, un nómada cuyo saber flotante está limitado por su forma y que solo se mueve para poder contar su movimiento dentro de las puertas de un cuarto en el que hay un paisaje cosido por la oscuridad, un fuego helado de ingeniería. ¿Cuál es esta fuerza poética capaz de parir oscuridad vital? ¿De dónde viene una aventura andina que quema de lo sincera que es? ¿A cuento de qué esa profundidad del descubrimiento del sentido en el lugar?
1+1 poemas de Máquinas de vivir (2024),
de Kevin Cuadrado
Estudio de la soledad en los lugares habitados
(¿Qué hacer cuando las palabras te abandonan?)
1
¿Si llamo azul al lugar
que hasta ahora he llamado casa,
mi gato aún me esperaría dentro?
2
Preguntamos para conocer:
no sabemos qué es un árbol
pero al nombrarlo imaginamos la hoja;
preguntamos por nosotros
y lo único que sabemos es lo que alguien ha dicho;
preguntamos por la palabra
y la desconocemos, pero la usamos
y apresamos el mundo al caminar,
decimos: árbol, cielo, luz
y son nuestros;
sin embargo, esperamos ser nombrados
y permanecemos alerta
por si una cárcel nos encuentra.
3
El sol es un caballo
que a trote abandona la pradera.
(para Giro)
4
El niño dice palabras en una lengua propia, canta,
una voz tierna silenciada para los hombres,
durante las noches recoge jaulas
que encierran a las aves de un jardín
antes de que aprendan a volar
y miren un camino fuera de sí mismas.
El camino está en caminar bajo la noche,
retirar las piedras y trazar las figuras
que el bosque inventa.
5
Llamo flor a un objeto en medio del bosque
sin saber cómo llamarlo
ni qué forma darle.
Temo que si la nombro de otro modo
se arranque una mano
o una cabeza.
Huye de las moralejas con forma de recuerdos
(¿Por qué las palabras no son autobiográficas?)
1
La muerte
encubre a un hombre de otro,
como el tren
encubre una despedida
tras otra.
Así toda estación desaparece
y los lugares con ella.
*(Quito-Ecuador, 1993). Narrador, poeta, editor y promotor cultural. Comunicador Social y magíster en Estudios literarios y teatrales por la Universidad de Granada (España). Fue editor de las revistas Leo, La novicia, revista de creación (Fundación Antonio Gala) y Bichito. Obtuvo el Primer Premio de Narrativa de la Alianza Francesa, La Souris Qui Raconte y fue escritor residente en la Fundación Antonio Gala (Córdoba-Argentina). Ha publicado en poesía Máquinas de vivir (2024); narrativa La tristeza del pájaro azul (2018); Ouróboros: el reloj del viento (2018); el ensayo “El devenir dios en la poesía de César Dávila Andrade”, en Distante presencia del olvido (2018); Historia de las ideas (2019); El tornillo perdido (2020). Produjo el disco Tarea poética: fonografías de César Dávila Andrade (2016).