Sobre «Manantiales» (2021), de Willy Gómez Migliaro

 

Por Diego Otero*

Crédito de la foto Ed. Ícata

 

 

Sobre Manantiales (2021),

de Willy Gómez Migliaro

 

 

Henri Meschonnic, poeta, retraductor de la Biblia y ensayista, dice que (cito) “no hay más que una poesía. La poesía que transforma la poesía”. (Fin de la cita). Pensemos en la frase, que es una frase engañosa, con truco: Meschonnic dice que en efecto existe solo una poesía. Pero también dice que esa única poesía se define por su capacidad de transformación. La paradoja es tan evidente que parece tener boca y sonreírnos. ¿Acaso esa transformación no es ya, de alguna manera, el surgimiento de una nueva poesía? ¿Para qué se transforman las cosas si no es para para ser otras? ¿La mariposa es aún, de algún modo, oruga? Tenemos entonces que, según Meschonnic, la poesía se fragua en la contradicción. Y sobre esa contradicción hay un mínimo nivel de flotación que está marcado por la capacidad —y la voluntad— de cambio. Ahora bien, bajo estas suposiciones uno se puede preguntar otras cosas, como por ejemplo qué puede ser más cambiante que un manantial. El manantial existe porque la nieve o la lluvia se convierten en agua, y el agua se convierte en un mecanismo que horada la roca, y la roca, a su vez, se convierte, acariciada y presionada por el agua, en filtro, y también, luego, en repositorio de un agua ya transformada, que ahora promete salud, es decir, vida. Pero hagamos algo más: pensemos en el plural del término. Pensemos en la palabra manantiales, que no es otra cosa que el título del libro que esta tarde nos convoca. La idea detrás de la palabra manantiales puede ser también la idea de que la transformación es omnipresente. Y esa es una idea que a mi modo de ver casa con la propuesta de poema que ofrece el nuevo libro de Willy Gómez Migliaro.

Veamos.

 

El poeta Willy Gómez Migliaro

 

Para empezar, no es gratuito que el libro conste de más de 60 poemas y 170 páginas, un volumen y una extensión bastante inusuales para la poesía peruana contemporánea, que suele ofrecer libros más bien magros. Y digo que no es gratuito porque el acto de leer este libro tiene algo del orden de lo caudaloso. Cada poema de Manantiales es un poderoso tejido verbal que hace de la sintaxis —a través del ritmo, a través de algunas insistencias y cadencias— algo parecido a un flujo líquido y opaco cuyo trayecto es marcado o conducido por algunas pocas imágenes transparentes, concretas y mundanas, que van generando hitos o sentidos, y que finalmente permiten que el poema gane nueva fuerza o nuevo rumbo, y continúe fluyendo. Cito: “Solo un traje de muerte contra la misma piel/ nos pone por encima de la meseta,/ y de eso se trata/ cuando las relaciones de un cargo de las líneas son notorias/ desde arriba, sobre todo, si vas en una avioneta”. Fin de la cita.  

La nitidez imaginable de la avioneta y su perspectiva contrastan con el resto de versos, que tienden más bien a una oscuridad o incluso a una abstracción. Pensemos por ejemplo en estos otros versos. Cito: “Debo afrontar la vida, es posible una habitación de ricas/ palabras y su partido desde la obra del cielo gravitante./ Ayer la inauguración de la carretera./ Desde temprano el auto de tu primo esperó/ a la regidora de cultura”. Fin de la cita.

Aquí el choque entre la sombra y la luz opera casi en la dimensión en que lo hace entre los santos del claroscuro pictórico, como Caravaggio o Rembrandt. El detalle vivo y terrenal hasta la exasperación —auto, primo, regidora— se encuentra con el caudal de un discurso que corre casi a la manera de un mantra, a través de una veta hecha de veladuras. Ese choque es, a mi modo de ver, el núcleo de la estrategia que propone “Manantiales”. Ahí está su fuerza, su singularidad, y su profunda y exigente belleza.

 

 

Ricardo Piglia, novelista y ensayista que escribió muy poco sobre poesía, pero mucho sobre novela, decía que el tono de un relato no era otra cosa que el lugar desde el cual se contaba la historia. Un lugar, agregaría yo, entendido como una perspectiva, como un punto de vista. También agregaría que ocurre lo mismo en la poesía. El tono —eso que permite que el poema esté “afinado”— es la voz de una subjetividad, o de una coordenada específica, en una situación particular. En Manantiales el tono consigue un logro muy inusual, y admirable, que es el de asemejarse a la naturaleza. Aquello del orden de lo caudaloso no solo está en las operaciones de sentido, también lo está en el ánimo, en la actitud, en la velocidad de los poemas. Hace no mucho, un amigo interesado en la literatura me contaba que había entendido la importancia del tono luego de conversar con un maestro de primaria en Apurímac. Después de contarle las implicancias y las carencias de su trabajo, el maestro le dijo que los años le habían enseñado a entender que lo más importante en la educación de los niños no es la información, ni siquiera el ejercicio del pensamiento crítico o la argumentación, sino el tono. El tono con el que se dicta la clase y se habla con los niños. El tono, le explicaba el maestro a mi amigo, tiene que ser acogedor, entusiasta, curioso y afectivo. Es evidente que, si uno encuentra ese tono, el tono del maestro adecuado, digamos, las chicas y los chicos abren el corazón y la cabeza. Quizá sucede lo mismo en la poesía; esa poesía única —como insiste Meschonnic— que también es Manantiales. Quizá el tono adecuado consigue que el lector abra el corazón y la cabeza, y entre en un estado que se podría parecer al de la plegaria, si la plegaria echara chispas sobre nuestra imaginación, memoria e inteligencia.

 

 

 

 

 

*(Lima-Perú, 1973). Poeta y novelista. Ha publicado en poesía Cinema Fulgor (1998), Temporal (2005), Nocturama (2009) y El califato de Lima (2021). En colaboración con el músico Santiago Pilllado y el diseñador gráfico Goster, publicó el proyecto artístico en formato de libro La Grabadora. The Sound Of Periferia (2006), que se presentó como parte de la muestra antológica Tránsito de imágenes (Puntos de fuga hacia el arte último), en el MALI, bajo la curaduría de Jorge Villacorta; y en novela corta Días laborables.

 

 

 

**(Lima-Perú, 1968). Poeta y docente. Dirigió las revistas de poesía Polvo enamorado (1990-1992) y Tokapus (1993-1996). Obtuvo el Premio del Festival Internacional de la Lira en Cuenca-Ecuador (2015). En la actualidad se desempeña como profesor de Literatura y consultor en Educación. Ha publicado en Poesía Etérea (2002), Nada como los campos (2003), La breve eternidad de Raymundo Nóvak (2005), Moridor (2010), Construcción Civil (2013), Nuevas Batallas (2014), Lírico Puro (2017) y Manantiales (2021).

 

 

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