Sobre «Las interferencias» (inédito), por Berta García Faet + 9 poemas

 

Vallejo & Co. presenta un texto esclarecedor de Berta García Faet sobre el poemario inédito aún Las interferencias, de Maurizio Medo, el que aparecerá en abril de este año gracias a la editorial Ay del Seis en Madrid (España) y, próximamente, en Buenos Aires (Argentina) por Añosluz Editora.

 

 

Texto por Berta García Faet*

Poemas por Maurizio Medo**

Crédito de la foto www.playgroundmag.net

 

 

Sobre Las interferencias,

de Maurizio Medo**

 

 

Comienza el viaje. Y el registro del viaje es un viaje. El viaje adentro de las ciudades ─Arequipa, Lima, CDMX, Madrid, Torino…─ azuzan la intemperie del camino. Y en sus bordes mora y transita y se agita el poeta, centro errante, puerta desquiciada, derrapamiento rebelde del matiz. Nel mezzo del cammin, su madre le preguntó (…le pregunta, le espera, rehecha/rescatada como la niña que malfué): “Hijo, ¿no hay acaso otro camino?” Es decir: hijo, ¿no sabes caminar sino de la mano de poemas?; hijo, ¿tus heridas serán mis heridas, moriré cuando acabes el libro, reviviré cuando le reces al sauce que me llora la sangre? Caminocaminocamino.

Los poemas de Maurizio Medo merodean la pregunta de la mamá ─ese “cursi arcaísmo” que airea “el único presente”─, y se embarran en diversas espinas. La casa de La Cantuta ya no es la misma, pero no se va. ¿Cómo escribir desde el presente ─chocando palmas con los amigos contemporáneos; ¿chocándonos, riendo o jodidos, con lo contemporáneo─? ¿Cómo escribir el presente, el pasado, cómo impulsarnos hacia el futuro si los tiempos, si acaso son líneas, se fugan? ¿Cómo escribir sin geometría, pero con verdad, cómo experimentar (con) la experiencia sin que las flores sean adornos simbólicos, logrando que las flores ─como sucede─ se ennovien con los sueños?

Medo escribe poemas que hablan sobre cómo no le gusta hablar de poesía. Así de espiralado, de volador (como birlochas), es su verso. Pero, si estrictamente hablando (!), el presente está ausente; si el pasado es imposible de revisitar sin retórica; si el futuro no promete… Medo evita la topografía sin por ello renunciar a baquear el abismo con palabras luminosas: lo lírico nimba. Su poesía hace el milagro: transita y llega a un lugar, el lugar compartido con quienes leemos y viajamos su viaje, su río, su volcán. Se parte en partituras contra la lógica: salta una canción de boy scout: flor de lis / flor de lis dorada… Emborrona Manuales para dummies, mapeos, direcciones definitivas. Cobija a la muerta, y a todo amor. Conversa con todos los abiertos: los viajeros, los huéspedes, la amante, Anne Carson, Néstor Perlongher, Cézanne, The Smiths, Laurie Anderson, Shakespeare, Melville, Homero. El poema como nube biográfica. El poema como ouija. El poema como huérfano, exclamativo y dulce, Frank O’Hara ajardinado, auto-interrogación. “Perdónenlo si nunca antes lo vieron colisionar / como el asteroide que, desde hace un minuto / dejó al poema sin palabras.” No es cierto.

 

 

9 poemas de Las interferencias (inédito)

de Maurizio Medo

2.

 

— ¡Figlio, figlio ¡—clama desde allí.

 

Yo no sé cómo responder a su llamado.

 

Papá irisa en la composición de su Rex gloriæ.

 

No ha descubierto a mamá náufraga.

 

A nosotros dos sí, cada vez más monstruos:

 

a mi hermana en el laberinto de un juego adonde

el futuro estaba bajo cualquier objeto.

 

A mí soñando con la posibilidad de restaurar cuadros

capaces de descifrar los mensajes provenientes de

la constelación Alfa Centauro o de algún otro planeta

libre de las argucias del Código Civil.

 

Pero fui sólo ese timorato boy scout cantando

flor de lis/ flor de lis dorada sin saber qué iría

a ocurrir después, salvo el cumplimiento

cabal de las normas exigidas.

 

Escribí cosas, bisbiseó el viejo poco antes de

crispar al hallarme transido en el dislate.

 

El látigo silbó al hundir las teclas dentro

de la antigua Remington.

 

La sangre dijo que eso era pura vidorra.

 

—La poesía no sirve—mi padre, obligándome

a tragar lo más amargo de esa bosta.

 

Y cuando el látigo estuvo a punto

de piafar otra vez y emborrascarme

mi madre pudo detener a papá.

 

Hasta hoy ella lleva consigo esas heridas.

 

Por eso, aún se escarapela.

 

— Eso debió doler, y mucho —insiste.

 

Se lo niego estoico por cínico, como la vez

que oí su voz en un eco menguante cuando

la historia ya había concluido.

 

—Hijo, ¿no hay acaso otro camino

donde grabar tu nombre

con un matiz menos ofensivo

de aquel que tu padre abjura?

 

No supe responderle.

 

El tren ya había partido.

Y ella vio el perfil de un abismo

a través de un horizonte

cien veces bardado

bajo un oscuro sol

de pájaros muertos.

 

 

 

3.

un huésped de su propia vida.

Hermann Broch

 

Mi padre descubrió que su destino consistía

en vivir a plenitud tantas vidas

como le fuera posible. Pensó en construirse

un iglú para ver a través de la noche islandesa

y después pactar con esa noche recitando estrofas

de canciones en medio de un coro de cowboys.

Pero como un apache. Antes de que le tapien

la boca con greda. Era mejor que resignarse a pedir

otra cerveza con el acervo de quien sabe que, finalmente,

lo real sería volver como un huésped de su propia vida.

 

La idea que concierne a mi padre debió estar

al principio del libro. Tiene misterio.

Y nos sugiere la presencia de un legado infatuando

la oscuridad del hilo narrativo.

La gente prefiere esas historias: se puede espiar

por sus fisuras y vislumbrar la confusión del gentío

al rodear al héroe que olvidó cumplir la misión

después de doblegar al enemigo.

 

Los best sellers terminan así.

 

 

22.

 

Hasta los 30 hablé con mis contemporáneos.

 

Hoy con la historia.

 

Pero no me responde.

 

La vecina dijo:

 

tampoco perdona.

 

 

 

23.

 

No pretendo obtener la jubilación como el más viejo

de los jóvenes poetas, título obtenido por walkover

ante mis contemporáneos o tal vez por la ceguera

que cuenta como lazarillo a una escritura, también ciega.

 

Hecho que, en sí explica se confunda un vals con el

ruido de fondo en el que transcurrió pues “la ceguera

atañe también al oído”, especuló Borges al pensar

en Sábato como un pretexto para hablar de sí.

 

“Preferiría no hacerlo”, el mantra de Bartebly me ronda

meridiano dictando el argumento que podría utilizar.

 

Mañana renunciaré al trabajo jubilándome en algún

otro menester, sin duda más productivo que brindar

boyante por haber cruzado el Rubicón del medio siglo.

 

Un ritual semejante a un responso festivo, el cual

se interrumpió cuando mi mujer observó “¿qué pasa?,

andas lacónico” y recordé esa nostalgia como propia

del linde en el que elegí leer a Melville

antes de resignar musitando sumiso ahead last.

 

Ese pérfido eslogan borgeano.

42.

 

No pude conocer a Chantal Maillard.

María Ramos llegó cuando me fui

algo más lejos que los poemas

desaparecidos antes de perder

la dignidad en una trivia improvisada

con el propósito de ilustrar los registros

obrados en la nueva poesía peruana que,

en Andalucía, provoca las mismas sospechas

que sentimos cuando el turco –alojado

en la habitación contigua –nos preguntó

si los incas comprendían el uso de ciertos

objetos aparecidos con el idioma español.

 

O cuando o el cordobés —quien nos invitó

a su casa—no pudo ocultar su nerviosismo

al creer que devoraríamos los cobayos

que adoptó, tal como hizo Madrid con

los caleños que encontramos en

la calle de La Ruda, perdidos con el

esplendor virreinal de Santafé.

 

—Sudacas decimos por aquí— me advirtió Paco

(al oír “caleños) y pensé en la reacción

originada al creer vasco al turco

y al monegasco un bribón.

 

—Si se sabe algo del Perú—agregó luego—

es por el filme de Ridley Scott (adonde

nunca apareció), Google, Tripadvisor y

por algunas vaguedades mal editadas en

el especial que National Geographic

dedicó a la Argentina.

 

El Perú y yo nos parecemos.

 

Ninguno es real, como lo exige la adrenalina

de un concierto en vivo.  Si se le escucha

es a través del lip sync

de lo que cantó en el siglo XVI.

 

Ese jueves de enero.

 

 

 

53.


A Eduardo Espina


1. Una hoguera para las negras mareas de brea

con las que Deniz teje murmullos.

Primero en mixolidio, luego en dorio.

 

2. Otra para Zurita, cuyos glaciares deshielan, cauce abajo,

sobre el amor que lloramos sobre las flores,

allá en el añil del mundo.

 

3. Enciéndanla para José Kozer, el judío, por no cargar a espaldas las

espaldas del poema y emboscarnos.

 

4. No olviden a Perlongher y su bizarro lenguaje. En extinción

como de armiño o nube. En rojo. Ensangrentado.

 

5. Los del Cártel de Madrid sentenciaban espurios.

 

Debí bajar la voz el canto de las sílabas, el llanto de la materia.

 

6. España: mi lenguaje progresa sobre

el espíritu de la metáfora arrasada.

 

7. Suspendo en una línea el sumun del más dolce still

nuovo modulado de acuerdo con la gracia ritual de

cierto autorretrato de Rembrandt. Pero borracho

como un astronauta en alguna escena bíblica

recreada en el barrio judío de Ámsterdam.

 

Quise decir: la versión trap de un aria de Bach.

 

8. Soy el perito de las palabras huérfanas.

Y el deshollinador de aquellas otras

que, heridas bajo un rial de piedras,

nos invitan a brillar, a pesar

de su luz negra.

 

9. Baila.

 

10. Mi patria es una lengua soñada en el asombro

y jamás entre rimas de estética octosílaba.

 

11. Apártalo España y mételes por el rijo los

zureos sublimes de fingida transparencia

con la ruta de los mapas para cruzar el océano

desnudos, pero con la ropa puesta.

 

12. Qué pronto en esos pechos fanega el ruido anciano

de una calavera que habla y habla.

 

(Me está hablando)

 

Y qué atrofiada su torva razón.

 

13. Debí bajar la voz y vestirme púdico con el eco del ruido.

 

14. Por un hueso, como las ratas de Hamelin, emergieron

desde el légamo nuevos cárteles.  Pude sentir, de pronto,

sobre mi faz su escupo monstruo.

 

De antropoide.

 

Codicioso por fundar nuevas Españas

a punta de garrote.

 

15. ¿Secuestrarán a Raimondi los capos de Mazatlán y Sinaloa?

 

16. ¿Condenarán a Herbert a hervir el agua del río

sin una lluvia dónde poder refugiarse?

 

17. –Bah son tan oscuros– gruñó la piara.

 

18. Y cuando ella me invitaba a contemplar frutos azules

y nubes bermellones (como a todo cuanto nunca

volveríamos a mirar), para entrar en la muerte

con asombro de ojos vivos

cayó sobre mí párpado un nuevo

escupo de color agre.

 

19. Asomé confuso:

 

20. Como hienas, unidos en una sola forma sobrehumana,

los manes del cártel, babeantes en círculos de gula,

lamían unas férulas de momia. Atentos, cual acólitos,

a su sermón de ultratumba.

 

Callé. De cobre.

 

En pasmo.

 

21. Los del cártel se repletaban la boca con vértebras occisas,

de luto ya perladas y como vacas.

Rumiantes, y en manada,

continuaron observándome,

lacayos de certidumbres pusilánimes.

 

22. –Dejémoslos– propuso el viento alrededor del laurel

 

23. – ¿Entonces –pregunté– podemos jugar con la poesía

hasta que el sheriff encuentre la nuez?

 

 

57.

 

Tengo la edad que terminó con mi padre.

 

La suficiente.

 

No para que los muertos me visiten con el propósito

de revelarme imprevistos secretos desde el eco

de un lenguaje ilegible, pero sin participar

activamente de esa reunión. O porque el ruido

juntó los perros suficientes para pensar

desde la dimensión de un coro. O porque es jueves

y se atiplaron las mismas dudas de anteayer,

que fue cualquier otro día.

 

La edad del Naproxeno, del ginseng o de lo que pueda

calmar la zozobra poco después de descubrir que no

era el tiempo. Fui yo quien dejó de circular

corcoveando entre las vigas del falso cielorraso.

 

La luna no estaba en el zaguán. Y el tiempo aquí.

Impertérrito. Pero con la claridad debida para

hacerme oír el frenesí de su eco sacudiendo

los álamos. Sin un registro como para correr

a través de su vorágine con tal de traer para ti

los vientos locos de ese octubre epifánico.

 

Detenerme y pintar con espray tu nombre en

el muro que nunca levantamos por el temor

de estropear los diminutos enjambres

de florecillas silvestres, como quien trova

el aria de un lay confesional adonde el verbo

se funde con el aire.

 

No como aire.

 

O una acción inmortal de la rima.

 

Esas florecillas nunca brotaron.

 

Tú eres el perfume y yo tengo la edad

que terminó con mi padre. La de una isla

que empieza a existir después de romper con la costa.

En pos de su deriva. Sin resignarse jamás

a la influencia del cosmos sobre las mareas

que se estrellan contra lo peor del pasado,

por la función que cumple en el plan

adonde el futuro comienza a proyectarse

con la inmediatez del corto plazo.

Cada vez más cerca del ayer.

 

La escena de la isla podría ser de Sorrentino:

 

un trozo de tierra arrastrándose en medio de

la bruma hasta perderse ciega. Si se vuelve

hacia atrás para recordar la costa

es para descubrir lo que nadie nota:

a la historia instituida en prejuicio

de nuestra propia memoria, como si ésta fuera

algo similar al código descifrado en ese filme

de espionaje, un minuto antes de que llamaran

por teléfono sólo para estropearme el clímax.

Y también la frase referida a la misión del grupo

de agentes encubiertos en un barrio de Berlín.

 

Siempre alguien llama por teléfono.

Arruina la trama.

La historia pierde sentido.

 

Y ya no quiero conocer el final.

 

 

 

58.

 

Los muertos sabían muy bien lo que iría a pasar.

 

Lo dirán cuando estemos entre ellos.

Y ya no precisemos saberlo. Nosotros creíamos

que su oficio se concentraba en la capacidad

de resignarse a la ausencia en medio de

la corriente de los ríos que se abren

a través de una pueril evocación.

 

Implica otra mística:

 

reservar para sí las sutilezas que se reflejan en

la vastedad de una revelación.

Incluso ante la ouija.

Cierto decoro para hablar desde una lengua

que nunca podrá ser traducida.

Ni siquiera después de obtener la licencia que

autoriza la posibilidad de aparición.

Exige ascetismo. Disciplina. Tesón.

Y también cierta dosis de audacia

para abandonarse a lo que la providencia

elija después de analizar las circunstancias

de cada signo zodiacal.

 

De niño creí que la poesía era una exclusividad

reservada a cierta clase de médiums: aquellos

que fueran capaces de interpretar los ideogramas

cuyo sentido podría cambiar de acuerdo a la forma

de las manchas amarillas que el tiempo va

injertando en las páginas que subrayamos

para recordar el aire que una vez fue.

 

Los médiums renunciaron a seguir el cauce natural

de los secretos, necesarios para establecer el error

como un santo y seña de lo que es capaz enfrentarse

al resplandor del relámpago que volvió a relumbrar

en medio del firmamento frío. En la medida

de su coraje o de su capacidad de distracción.

Pero con el pavor mantenerse vivos.

 

— Además — me confesó el nigromante que

trabajaba en la sandwicheria— la experiencia

suma en la medida que renunciamos a las sorpresas

que el destino nos pudo haber preparado.

Y las palabras de los muertos reverberan con el eco

de todo lo que alguna vez tuvo sentido. Pero sin un color

con qué adecuarse a los diversos caprichos

exigidos por la vida moderna.

 

No era para esa elite.

 

 

 

59.

 

Yo elegí creer en el asombro abriéndose camino en

un bosque de infinitos ojos vivos. Sin saber cómo

descifrar el tiempo pues la luz me exigía la fórmula

precisa para poder transcribirla cuando el paisaje

empezara a revelarse con la ficción de una futura noticia.

 

El tiempo desapareció de ese bosque después de

aparecérsenos con la forma de un halcón.

En un ciego impulso encorvó el lomo sin poder

resistir el peso de sus descomunales alas.

Y, aunque no tuvo nunca un aspecto humano

ni nos conmovió con una diapositiva

de sus mejores años, desapareció en el caos

de su propia entropía arrastrando consigo

el quid de las historias del pasado.

Aunque algunos me juren que aún podemos

escucharlo caminar descalzo como cuando

en la noche creemos oír el eco anticipado

de la brisa que cruzará puntual la mañana.

 

Yo apenas atiné a reconocer un nuevo algoritmo.

 

Tú preferiste sembrar un sauce.

 

La prebenda primaveral de París pasó de moda.

El post pop, los grafitis, los discos de vinilo.

Lacan, Radiohead, el yihadismo.

Y aunque nunca volverán las golondrinas

hoy todo sucede en el tiempo debido.

 

Tengo la edad del sauce que sembraste.

 

Dibujo con la escarcha la silueta de un ave

en extinción con la poca luz que persiste

sin imaginar que nos advertirían “nevará”

y creeríamos que el cambio climático era

parte del boicot diseñado en los planetas

vecinos con el propósito de acelerar la

inminencia fatal del desenlace. Y pese

a ello, aún el frenesí suficiente para repetirte

una a una las palabras de esa tarde loca

de octubre, mientras veo envejecer a la vanguardia

de los poetas más jóvenes que pasan frente

a la puerta de la casa gritándome

“cabeza de alcornoque”.

 

 

 

 

 

*(Valencia-España, 1988). Licenciada en Ciencias Políticas (2011) y Humanidades (2013), con estudios de tres años de Economía (2012) en la Universitat de València (España). En la actualidad, cursa un doctorado en Hispanic Studies en Brown University (EE.UU.). Ha obtenido el Premio de Poesía Ana de Valle, el Premio Nacional de Poesía Ciega de Manzanares, el Premio de Poesía Joven Pablo Baena, el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández, entre otros. Ha publicado en poesía Manojo de abominaciones (2008), Night club para alumnas aplicadas (2009), La edad de merecer (2011),​ Introducción a todoCorazón tradicionalista (recopilación de obras entre 2008-2011) y Los salmos fosforitos (2018).

 

 

 

**(Perú). Poeta, editor y crítico literario. Reside en Arequipa (Perú). Es editor del proyecto País imaginario. Ha publicado en poesía Manicomio, Cuando el destino dejó de ser víspera (antología, 2014) y Un tren apareció en la curva (2016), entre varios otros.

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