El presente texto que hoy reproduce Vallejo & Co., fue leído por su autor en la presentación del poemario Las interferencias (2019), del autor Maurizio Medo, en octubre de este año en Madrid-España.
Por Carlos Piera Gil*
Crédito de la foto Ed. Ay del seis
Sobre Las interferencias (2019),
de Maurizio Medo
Mis disculpas por empezar con algo que sería personal si no fuera porque todo el mundo o casi lo va a estar de acuerdo. Dos puntos: es muy difícil hablar de poesía. Y tanto más difícil cuanto más valor le encuentra uno a la poesía de la que quiere hablar, como es el caso para el que suscribe con este libro de Maurizio Medo. Esto viene a cuento (en cierto modo) por lo siguiente: entendemos que un comentario es valioso en tanto que justifica la valoración que hacemos de la poesía comentada. Pero la dificultad principal consiste precisamente en saltar de la constatación a la valoración. Esta es una experiencia tan común que apenas necesitaría ejemplos, pero yo hace tiempo que manejo uno para mis efectos privados, y quizá venga bien traerlo aquí a colación por lo que tiene, así de golpe, de espectacular. Me refiero a Rimbaud. A mí me gusta muchísimo, pero nunca jamás se me ha ocurrido nada que decir de él que no sea de una trivialidad absoluta. “Qué bueno es este tipo, tal, cual”. Tampoco, por cierto, recuerdo haber leído trabajos sobre él que me resulten esclarecedores en este sentido, aunque ahí influye sin duda lo mucho que sobre él se ha escrito y no he llegado a leer.
Cuando se topa uno con un libro que le parece notable, quisiera en consecuencia, ante todo, que lo hubieran leído sus interlocutores, para que el paso del reconocimiento de esa importancia, al verse compartido, no nos obligue a intentar hacer exactamente lo que no me es posible a mí hacer con Rimbaud. En una presentación, sin embargo, pueden ser pocos los que ya hayan sido lectores. De modo que hay que partir de algo más difícil que sin más, cataplún, la admiración ante la calidad de la obra. Aunque esa calidad, como en los casos citados, salte a la vista o el oído o a lo que sea que salte la poesía. Pero hemos de evitar encontrarnos en la “situación Rimbaud”.
La crítica, y a partir de ella la llamada teoría literaria, tiene sus trucos para saltar esta barrera inicial y el más común de toda la vida es uno de naturaleza conceptual y de regusto remotamente platónico. Con él se han hecho maravillas, pero también, inevitablemente, un sinnúmero de trucos tramposillos. Particularmente en el terreno teórico, por una parte, y, por otra, desde fechas que todos podemos proponer, usándolo como seña de identidad de una poesía de estirpe vanguardista. Me refiero a lo siguiente, que sigue siendo algo muy directo: en una obra poética “A” se muestran o revelan rasgos o propiedades que son definitorios (para quien así lo reivindica) de lo que es la poesía (o la poesía de vanguardia, o la que uno persiga defender). Esto puede dar resultados que van desde lo esclarecedor hasta lo cursilísimo, pero siempre responderá a la intención de valorar con un tipo de juicio razonablemente objetivable: esos poemas que examinamos nos hacen ver lo que la poesía es (esto no puedo justificarlo aquí, pero es algo en que muchos parecemos estar de acuerdo). Y ver esto es ver, por tanto, en los tales poemas, de una forma hasta el momento inédita, la manifestación de la poesía misma.
Pensemos en un ejemplo tradicional archisabido en nuestra cultura, que levanta la cabeza cada poco desde que se explicitó en el siglo XVIII. Lo tomo, repito, como modelo de análisis conceptual que ayuda a justificar valoraciones. Me refiero al de Lessing según el cual las artes plásticas dependen de la visión, y con ella de lo instantáneo, mientras que las literarias son esencialmente secuenciales, vale decir, temporales. Y por tanto requieren de la imaginación y es a ella a lo que apelan. Se seguiría, simplificando, que un poema descriptivo de un florero tendría menos números para la lotería de la grandeza poética que uno sobre aquello que condujo a una ruptura amorosa o al sitio de una fortaleza.
Con lo cual, por fin (tachán tachán), llegamos a Las interferencias. Es un libro, en primera aproximación, de notable complejidad, potenciada además por unas dimensiones relativamente raras hoy en día en un libro de poemas: unas 120 páginas, que además yo al menos recomendaría leer seguidas cuando se pudiera. Uno pensaría, visto así, que debe esforzarse en no perderse en él, o bien, al revés, abandonarse a su corriente. Yo quisiera aquí sugerir que, antes de sacar una de estas conclusiones, debe uno atender seriamente al título, uno de los títulos mejores y más justificados que he visto yo en bastante tiempo. Preguntemos: ¿Qué es una interferencia, algo tan importante para Maurizio Medo como para merecer incluso que proponga un signo gráfico específico?
Concluyo abriendo ahora una ventanita hacia la respuesta sugerida. Sea el sistema de Lessing, esto es, en poesía, un sistema de secuencias. Una interferencia es aquello que interrumpe la secuencialidad, o sea, el carácter temporal de lo que la poesía nos ofrece. Interrumpe y, por tanto, de suyo, viene a ser una intervención de lo esencialmente plástico y presencial en lo esencialmente imaginativo. Una llamada de atención hacia la presencia, primero. Segundo, un desafío a la imaginación, por definición imprevisto, pues si estuviera previsto no sería una interferencia sino un desarrollo. Eso obliga a tratar de inventar una imaginación de segundo grado, válida solo por un tiempo y para una ocasión concreta. Donde, insisto, a la vez se apela a la temporalidad y se cuestiona la temporalidad, con sus efectos específicos, como su forzoso vínculo con la imaginación. Lo cual cuestiona a su vez todo aquello que sólo se entiende si sólo en el tiempo puede expresarse. Por ejemplo, la muerte. Ni mucho menos, por lo demás, un ejemplo único.
Casi nada. Gracias, Maurizio Medo.