Por: Carlos Almonte
Crédito de la foto: Izq. Descontexto Ed.
Der. www.artesycosas.com
Las cuatro estaciones en Poemas de amor (2016),
de Alfonsina Storni
Una historia de amor se puede resumir en infinitos actos, capítulos o escenas. Acá Storni divide su ánimo en cuatro momentos recurrentes, de los que, seguramente, todo acto de amor consta. Podríamos resumir, o rebautizar, cada capítulo, llamándolos Primavera (Euforia), Verano (Éxtasis), Otoño (Resignación) e Invierno (Condena).
Sin llegar a adelantar escenas, me asalta una pregunta: ¿Es posible representar, poéticamente, una historia con final feliz? ¿Es feliz el final representado por Storni en esta historia?
Como en todo romance clásico, desde Tristán e Isolda hasta Corazón Salvaje, el condimento suele estar marcado por el sabor amargo. Acá no. Acá hay felicidad a raudales, claro, hasta cierto punto, sin exagerar… Corrijo, con exagerar, pero sí, hasta cierto punto. El monólogo interior, a ratos exterior también, realiza un viaje, un recorrido o movimiento de vaivén, de lo alto a lo más bajo, de lado a lado. Un éxtasis físico, carnal, se diría, espiritual, de goce, de sensualidad, de enamoramiento: acaso, si pudiéramos dividir este proceso, el paso que precede al acto de amar.
Historia que se ve representada en cada escena. Cada escena es una, completa en sí misma, sin trizaduras, más que las que omite el propio lenguaje utilizado. Los editores han optado por marcar el ritmo entre escenas, y no al interior de cada una de ellas, respetando el fresco deambular de la prosa poética.
1ª parte: Ensueño (o Primavera). (Según RAE: Acepción 1. Sueño o representación fantástica de quien duerme. Acepción 2. Ilusión, fantasía). Esta parte comienza ya casi terminando la primavera (el primer verso del primer poema inicia: “acababa noviembre cuando te encontré…”), ad portas del verano. La primavera, sabemos, es la época del renacer, del comienzo de un nuevo ciclo. Los árboles estaban verdes, el cielo estaba azul… Después de un largo invierno, de una larga espera, de una larga siesta, aparece el sujeto amado, y aparece, literalmente, por todas partes. El final de este “Ensueño” indica un cuarto lleno de suspiros y alientos: ¿Es él quien llega de visita?
2ª parte: Plenitud (o Verano). (Según RAE: Acepción 1. Totalidad, integridad o cualidad de pleno. Acepción 2. Apogeo, momento álgido o culminante de algo). La dicha fulgurante comienza con un ambiguo, y a la vez certero grito: “¡Amo!”. Evidentemente dedica este y los demás versos a su amado; pero, ¿está amando?, ¿él es su amo? Los deseos de correr la consumen. Se reconoce en el éxtasis más profundo. Es el verano. Los días se llenan de luz y energía. El cuerpo vibra en cada poro, en cada napa… El recuerdo es atesorado, cada imagen, cada roce, cada intención no realizada: “Tu amor me había cubierto el corazón de musgo”… Se despide del verano respirando la humedad nocturna y olorosa.
3ª parte: Agonía (u Otoño). (Según RAE: Acepción 1. Angustia y congoja del moribundo; estado que precede a la muerte. Acepción 2. Pena o aflicción extremada. Acepción 3. Angustia o congoja provocadas por conflictos espirituales. Acepción 4. Ansia o deseo vehemente. Acepción 5. Lucha, contienda). Comienza en tono de reproche, o de resignación: “Por veces te propuse viajes absurdos, Vámonos, te dije, adonde estemos solos…”. El calor se aleja. La luz se aleja. El viento sopla y el frío amenaza con llegar. No hay otra acepción, no hay duda posible. El verano ya se ha ido y comienza el viaje de retorno hacia la hibernación, hacia un ocultamiento del que ya se ha salido antes, y, aparentemente, también entrado. Hay distancia, imposibilidad, ausencia: “al caudal temblante y profundo de mi vida”.
4ª parte: Noche (o Invierno). (Según RAE: Acepción 1. Parte del día comprendida entre la puesta del sol y el amanecer. Acepción 3. Confusión, oscuridad o tristeza).
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No es casualidad la división de esta historia en cuatro capítulos tan bien diferenciados, en cuatro estados de ánimo tan fácilmente reconocibles, tan adjudicables.
Bajo esta disposición, finalmente, se reconoce el ciclo que termina, pero que puede volver a comenzar (o que comienza, pero puede volver a terminar); una y otra vez, probablemente hasta el final, hasta que su voz pequeña repita por infinita vez aquel sutil encargo: “si él llama nuevamente, dile que no insista, que he salido”.